'El bajo perfil se desvanece en la falta de perfil'

Ciro Gómez Leyva

La participación de Enrique Krauze en los medios de comunicación es esporádica e imprescindible. Interpretar sus ideas, estudiar sus categorías, es tarea obligada para tratar de encontrar luz en la tan confusa vida política nacional contemporánea. Con él iniciamos esta revisión del bienio.

Comencemos citando a Octavio Paz: "Aquel que rehúsa el poder, el poder lo destruye". Dos años de Ernesto Zedillo en la Presidencia de la República. ¿Es la cabeza renuente de un régimen autoritario? Hay que cuidar el valor de las palabras, sobre todo en tiempos de confusión. Por eso conviene precisar. La frase de Octavio Paz proviene de Posdata y se refiere, específicamente, a los casos paralelos de Hidalgo y Zapata, ambos renuentes a ocupar la sede del poder en México. El contexto del presidente Zedillo es muy distinto, no una revolución armada, sino una compleja situación política donde la afirmación del poder debe ser más sutil, o en todo caso menos desnuda y apremiante que en una guerra. Ahora bien, así como la palabra "autoritario" sigue reflejando, en lo esencial, al sistema, creo que el adjetivo "renuente" aplicado a Zedillo es excesivo. Su estilo político ha sido más bien reticente, de bajo perfil, lo cual es en sí mismo problemático en épocas de desconcierto, pero no ha impedido que se logren avances como la reforma electoral y la negociación en Chiapas. Desafortunadamente, ambos procesos permanecen inconclusos, pueden empantanarse o frustrarse.

¿Se acabó la impunidad en México, como presumía Enrique Krauze en febrero de 1995, tras el encarcelamiento de Raúl Salinas de Gortari?

Digamos que una forma de impunidad comenzó a acabarse en esa fecha y ha seguido debilitándose en la medida en que se destapan los albañales del sistema. Ahora están a la vista, y al olfato, de todos. Pero vale la pena preguntarse, ¿quién ha abierto la cloaca: la sociedad o el Gobierno? Hasta ahora, el crédito mayor lo tiene la sociedad por conducto de la prensa. Por lo demás, hace falta llevar el caso hasta sus últimas consecuencias, lo cual implica convocar al ex Presidente Salinas para que explique a la nación todo aquello que la nación reclama y merece saber.

¿Ha apostado Zedillo por la democracia como único camino posible de reconstrucción nacional? ¿Ha logrado darle movilidad al sistema político?

El Presidente ha oscilado entre dos actitudes contradictorias, estableciendo y anulando la "sana distancia" entre el Ejecutivo y el partido de la que habló en un principio. Por una parte están los hechos alentadores: un órgano electoral independiente en manos ciudadanas, elecciones estatales y municipales claramente menos impugnadas, hasta ahora, que en el pasado inmediato; considerable libertad de expresión. Nada de esto es obra directa y menos exclusiva del Presidente, pero son pasos tangibles que se han dado con su intervención. Por desgracia, abundan también los casos desalentadores.

Un buen ejemplo...

No sólo las repetidas declaraciones del Presidente como el más convencido y tradicional de los priístas, sino decisiones de más fondo. ¿Cómo conciliar, por ejemplo, la retórica democrática del régimen y su ortodoxia financiera con el escandaloso financiamiento, llamémoslo así, a ese botín presupuestal que buscará imponer el PRI para seguir comprando votos? ¿No es más coherente abrir una era en que el voto se gane en debates públicos? ¿El 97 en esta reflexión? Esa será la prueba de fuego. Es allí donde veremos si Zedillo entiende y asume la incompatibilidad esencial entre el sistema político mexicano y la democracia.

Se ha hablado mucho de un Presidente débil. ¿El estilo de gobernar de Ernesto Zedillo ha provocado un hueco de fe?

Deliberadamente o no, el estilo personal de Zedillo ha contribuido a desencadenar fuerzas centrífugas, antes dependientes o concesionarias del Presidente, responsabilizándolas de su destino. La prensa, los medios, la iglesia, los empresarios, los intelectuales, los ciudadanos en general, nadan ahora solos o casi solos, sin los flotadores que antes proveía el Ejecutivo. Pero la frontera entre la reticencia y la vacilación es muy tenue. El bajo perfil se desvanece en la falta de perfil. En una palabra, falta liderazgo. Un líder no es necesariamente un iluminado o un enloquecido. Un líder es aquel que comunica claramente su método y proyecto logrando despertar en las personas la confianza en sí mismas, la unidad esencial de propósito, una visión de futuro, las ganas de luchar. Ese es el hueco de fe que padecemos.

¿Tenemos, entonces, un Presidente estrecho de horizonte y sensibilidad?

A juzgar por los resultados electorales en varios municipios, la alternancia del poder no le escandaliza. Ha mostrado flexibilidad frente al problema de Chiapas. Ha sido valiente y firme al referirse al EPR. Estos son signos de un horizonte político más amplio. No obstante, el economista en Zedillo predomina sobre el político. Hay muchos registros sensibles de comunicación con el pueblo, y no hablo de demagogia ni de populismo, que Zedillo no ve o no pone en juego. Es cierto que la gente está cansada de promesas mesiánicas y frases vacías, pero necesita sentirse comprendida, atendida o al menos escuchada. Imponer sacrificios sin explicarlos es signo de insensibilidad.

¿Está cometiendo Zedillo el mismo error que Salinas, confundir un expediente financiero con la solución económica? La confusión es otra: creer que la solución económica es, hasta cierto punto, independiente de la política. Yo pienso lo contrario: sin transición democrática no habrá seguridad ni confianza ni crecimiento sostenido. La gran pregunta es, ¿puede haber transición democrática si el PRI vuelve a ganar?

Pienso que no. La transición no sólo pasa por la alternancia: la transición es la alternancia.

Sin alternancia no hay transición.

Creo que así es en el México de hoy. Los casi 70 años de monopolio político pesan demasiado sobre la circunstancia actual. No hay nada extraño en esta consideración: los blancos en Sudáfrica podían haberse perpetuado, pero optaron por una reforma inteligente que abrió la alternancia sin expulsarlos de la arena pública.

¿Qué lecciones y advertencias pueden iluminar a Ernesto Zedillo?

La lección fundamental del último cuarto del siglo XX en el mundo consiste en la necesidad de transitar del autoritarismo a la democracia y la posibilidad de hacerlo por las vías pacíficas. De España a Sudáfrica, del cono sur latinoamericano hasta los países de la antigua órbita soviética, la moraleja es clara: los partidos de Estado pueden y deben abdicar su poder (sobran las maneras dignas e imaginativas de hacerlo) para dar paso a la democracia, único régimen que renueva el ánimo de los pueblos, los impele a una rápida maduración y enriquece sus opciones de liderazgo.

Vamos a otro tema: ¿los asesores de imagen han sido los peores enemigos del Presidente?

La imagen, por sí misma, es lo de menos. Lo importante es el contenido político que la anima. A estas alturas la imagen no se construye ya con frases o maquillaje, sino con hechos. Si a partir de ahora y a lo largo de su tercer año de gobierno la opinión pública cree que Zedillo está verdaderamente comprometido a encabezar el cambio de sistema, entonces el respeto y la estima pública al Presidente crecerán. De no ocurrir esto, pienso que la imagen presidencial se deteriorará en un clima generalizado de desánimo y desconfianza.

Después de dos años de zedillismo, ¿quedamos más cerca de España o de Perú? Dolorosamente, no sólo nos hemos alejado del horizonte civilizador que desde 1975 representa España, sino que hemos alcanzado, por momentos, un nivel de deterioro comparable al peruano.

¿Así? Con la diferencia, además, de que en Perú hay signos mayores de recuperación. Yo no simpatizo en absoluto con ese Porfirio Díaz postmoderno que es Fujimori, pero al parecer su Gobierno ha introducido una serie de innovadoras reformas microeconómicas que cuentan con la participación y el respaldo de la gente. El otro sendero, de Hernando de Soto, se ha vuelto el sendero práctico del hombre de la calle y ha arrinconado al "sendero luminoso". Ya quisiéramos nosotros un pacto económico semejante.

íQué frase más dura! No es dura, es real. Necesitamos respetar y alentar a los millones de pequeños empresarios. Pensarnos menos como un país de empleados, o desempleados, y más como un país de autoempleados.

"La línea es que no hay línea", pero el partido de Estado parece seguir gozando de cabal salud en la era zedillista.

Esa salud del PRI es la enfermedad de la nación. Curiosa salud, hecha de esclerosis, sordera, ceguera. No existe un reformador en el PRI, un nuevo Carlos Madrazo, y tal vez nunca surgirá. Lo que sobran son caciques: regionales, sectoriales, camerales. No quieren competir, quieren mandar. Es una desgracia que los priístas no se reformen desde adentro. Un PRI que honrara con naturalidad la alternancia del poder, que se atreviera de verdad a la autocrítica, que buscara votos con argumentos no con chequeras, que tuviera un estricto padrón interno, que renunciara al uso y abuso de los colores nacionales, un PRI así contaría con un apoyo genuino en el país.

Pero...

Pero basta escuchar a sus voceros en la Cámara para advertir que el PRI sigue siendo el PRI. El PRI es el negocio del poder, ejercido por la familia del poder: como tal, no como partido, debe desaparecer.

¿A qué Biografía del Poder podríamos asemejar el arranque de la gestión zedillista?

Pienso, con todas sus diferencias, en el arranque de Miguel de la Madrid: leve recuperación económica, ciertos avances democráticos. Pero en el tercer año las presiones del aparato priísta en varios estados y municipios forzaron la expansión del gasto público con propósitos electorales. Resultados previsibles: la recaída económica y el estancamiento político. En el contexto actual, en medio de una crisis mucho más seria y generalizada que la que enfrentó De la Madrid, el riesgo es mayor. Si en 1997 el Presidente cede ante las presiones del aparato, tal vez nos espere un terremoto a la mitad de mitad de sexenio, no natural como el de 1985, sino social.

¿Terminará Ernesto Zedillo siendo otro presidente que encapsule nuestro tiempo contado?

Espero y confío que no sea así. No es un reloj de arena el que marca nuestros pasos, sino una bomba de tiempo. Desmontar su mecanismo perverso es la tarea de los mexicanos de hoy, no sólo del Presidente. Si en 1997 arribamos de verdad a la democracia, será responsabilidad de todos cuidarla como no supieron cuidarla los mexicanos políticamente activos en la época de Madero. Hablo de la prensa, los intelectuales, los diputados de oposición, los ciudadanos en general. Borrachos de libertad, se ahogaron en ella, abriendo paso a la bota militar y a la fiesta de las balas.

Soñar muy, pero muy alto

Al pasar a un lado de las curules del PRD, Ernesto Zedillo hizo su primera pausa como Presidente de la República. Saludó con la mirada a los diputados y senadores que no le regalaron un aplauso pero guardaron perfecta compostura durante los 45 minutos que duró la ceremonia de toma de posesión.

Sin importarle que el general Roberto Miranda y el ciudadano Carlos Salinas de Gortari presionaran su espalda, Zedillo se estacionó y clavó la vista en Jesús Ortega, coordinador de la fracción perredista: -Te aplaudiremos en los hechos -le dijo el vecino de Ortega, Ramón Sosamontes, sin perder el estilo opositor.

-En los hechos me aplaudirán -contestó firme, amable, el presidente Zedillo. Se despidió con una sonrisa y enfiló hacia la salida del salón de sesiones del Palacio Legislativo.

Sin desatar una tormenta de promesas ni rasgarse las vestiduras, sin grandilocuencia, Zedillo había conseguido en minutos lo que Salinas de Gortari no logró jamás: distender el ambiente político. Al menos por unos minutos.


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