OPINIÓN
21/12/96



FUJIMORI HA querido transformar un país con recetas aplicadas con autoritarismo

Perú no tiene una solución mágica

LLUÍS FOIX

Es propio de países angustiados confiar en soluciones mágicas para resolver sus problemas. El entusiasmo creado por Alberto Fujimori fue grande cuando en 1990 venció a Mario Vargas Llosa en unas elecciones que significaban un cambio político muy relevante en la historia de Perú. Todavía recuerdo la noche electoral en el hotel Sheraton de Lima mientras llegaban los resultados. Vargas Llosa tenía su cuartel general en la última planta esperando que los peruanos le encargaran sacar al país del atolladero.
Hablamos largamente en esas horas en las que es tan fácil conversar con un político porque no tiene nada que hacer ni que decir. Sólo esperar. Al caer la tarde de aquel mes de abril de 1990 se veía venir lo inevitable, es decir, que el ingeniero Fujimori iba a ganar la primera vuelta, no porque tuviera más votos, sino porque la coalición de partidos que representaba iba por delante en conjunto a la del escritor peruano. Vargas Llosa lo aceptó con resignado juego limpio. Bajó al "hall" del hotel para admitir la derrota. Mientras hablaba se hizo un murmullo, las cámaras se abrían paso y el vencedor, "el Chinito", irrumpía en la sala para fundirse en un efusivo abrazo con Vargas Llosa. Era el presidente virtual aun sin pasar por la segunda vuelta. Lo nunca visto en unas elecciones generales.
Fujimori fue siempre una incógnita. Era y es difícil catalogar a un personaje que salió de la nada, sin partido, sin ideología, sin programa político, sin equipo de pensadores, sin tendencias homologables con las corrientes internacionales, sin dinero para construir la infraestructura necesaria para gobernar, que se vendió unas vacas y un tractor para entrar en la carrera presidencial a la que se lanzó con un slogan tan ingenuo como "honradez, trabajo y tecnología".
Para situar el éxito inicial de Fujimori hay que partir necesariamente de la caótica situación económica y social en la que se encontraba Perú y que clamaba ciertamente por una alternativa espectacular. Los males de Perú vienen de lejos, muy especialmente desde que el presidente Velasco Alvarado, un militar progresista que, muy de acuerdo con los discursos de la época, propugnaba que los males de la sociedad peruana estaban en la desigualdad social que tenía que resolverse con leyes redistributivas y aumentando el control del sector público sobre la economía nacional. Es la misma política que la izquierda peruana propugnó años más tarde con Alan García.
Fujimori empezó a gobernar siguiendo los dictados del Fondo Monetario Internacional, que le exigía reducir drásticamente la inflación y una política de ajuste sin piedad, curiosamente, una copia casi exacta del programa ultraliberal de Vargas Llosa. Despidió al equipo de economistas socialdemócratas aceptando todas las condiciones de los organismos financieros internacionales.
Pero tropezó con un Parlamento que le frenaba sus ímpetus de gobernar por decreto amenazándole incluso con una destitución parlamentaria. Dio un "golpe de Estado civil" en abril de 1992 que se tradujo en la disolución del Parlamento, la suspensión temporal de las libertades y el control del poder judicial. Fujimori había roto las reglas de juego. Siguió gobernando sin ningún contrapoder y cuando en 1995 Javier Pérez de Cuéllar le retó en las elecciones presidenciales volvió a ganar con una gran ventaja. Pero sus métodos habían quedado marcados por el golpe de Estado.
Ha conseguido algunos éxitos. Ha reducido la inflación al doce por ciento y el terrorismo rural de Sendero Luminoso ha quedado fuera de juego. Pero su popularidad ha caído en picado porque las medidas liberales no han tenido el éxito esperado. La irrupción del movimiento de guerrilla urbana en la embajada japonesa puede significar el fin político de un hombre que pretendía convertir a Perú en un Japón latinoamericano. Sea cual sea el desenlace de este dramático secuestro, el capital político de Fujimori está muy devaluado. Su simpatía natural, sus soluciones mágicas, han tropezado con una realidad que le ha superado.
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