Domingo 22 de diciembre, 1996



Memorias de Navidad

Patricia Fumero
Revista Dominical

En la Costa Rica pueblerina, tranquila y mesurada de fines del siglo pasado, la celebración de la Navidad se encontraba estrechamente vinculada con la beneficiencia. Por ejemplo, el Teatro Nacional fue utilizado en varias ocasiones para actividades destinadas a recaudar fondos para la infancia desvalida y los indigentes.

Esta práctica estaba bastante extendida y no era exclusiva de la época navideña, aunque durante esos días los sentimientos de solidaridad se exaltaban más.


La antigua costumbre de "portalear", tan fuerte en Costa Rica durante el siglo pasado y principios de este, consistía en visitar las casas de amigos y parientes con la excusa de admirar su portal.

En diciembre de 1885, la Compañía Bernard ofreció en Nochebuena un acto en beneficio de la Junta de Instrucción y el Hospicio de Incurables de la capital. Tres días después, el editor del periódico Otro Diario, que circulaba por aquel entonces, recibió varias cartas de ciudadanos que reconocían la buena fe de la compañía.

Eran tiempos en que la Navidad servía, sobre todo, para abrir los corazones. De hecho, la prensa hacía llamados constantes a la ciudadanía para que no se olvidara de los desamparados.

El 7 de diciembre de 1895, el periódico La Prensa Libre publicó un largo y sentido editorial sobre la importancia religiosa de la temporada e instaba al pueblo y, en particular a las personas acaudaladas, a efectuar una campaña con el fin de "proporcionar a los infortunados huérfanos, juguetes y fiestas infantiles en este mes de general alegría...".

La respuesta no se hizo esperar. Al día siguiente, ya se contaba con una nómina de voluntarios, de la cual salió una comisión que estaría encargada de recibir los obsequios.

El 13 de diciembre de 1907, La República abrió una suscripción para regalar juguetes a los niños pobres de San José. Los organizadores esperaban realizar la repartición el 25 de diciembre, a las 2 de la tarde. Sería para "todos aquellos a quienes el Niño no les deja regalo de Nochebuena bajo la almohada...".

Con tal propósito publicaron varios editoriales, en los cuales motivaron a participar a sus suscriptores y al público en general. El del 18 de diciembre, apeló al público de la siguiente manera:

"¡Viene Noel! ¡La Noche Buena! Que ella lo sea efectivamente para vosotros y para los infelices; haced que la contemplación de vuestros hijos os haga evocar con comprimida tristeza los hijos de los pobres y que vuestras frentes arrugadas por las inquietudes diarias, se despejen y brillen al calor y la luz de la cena de Noel..."

A "portalear"

Mientras que en la actualidad la tradición del portal se desarraiga crecientemente de las costumbres de los costarricenses, a fines del siglo pasado constituía un elemento indispensable para la celebración de la Navidad en cada casa. Cumplía, además, una trascendental función: servir para que las gentes de entonces "socializaran", gracias a lo que entonces se conocía popularmente como "portalear".

Al respecto Anastasio Alfaro, en referencia a la década de 1870, escribió: "Con motivo de los portales menudeaban las visitas por la tarde, especialmente el 25 de diciembre, el día de Reyes (6 de enero) y los domingos intermedios..."

Los portales, en su doble función social y religiosa, eran la excusa perfecta para departir.

Todavía en 1933, de acuerdo con la autobiografía del zapatero Juan Rafael Morales, la costumbre de "portalear" era muy importante en Tacares de Grecia.

Ya terminando el siglo anterior, en la época navideña se generalizó la venta de las figuras de pastores y de hatos carneros, así como de ángeles "Gloria in exelsis déi".

La prensa contribuyó a este proceso, al anunciar lo que ofrecían tiendas y almacenes y al promover la compra y puesta de los portales. Antes de fabricarse las piezas en serie, era muy difícil para la gente común tener un portal decorado como se acostumbra hoy en las casas, puesto que las figuras debían ser talladas por los escultores, gasto que la mayoría no podía asumir.


En noviembre de 1911 y durante varios años más, el Almacén de Lines anunció en el periódico comercial El anunciador costarricense su amplia gama de "novedades" para la Navidad.

A principios del siglo XX algunos comercios empezaron a importar adornos especiales para los portales, tales como bolas de fantasía y de otros colores, estrellas, hilos de oro y plata, papel dorado y plateado, papel verde para hojas y flores, nacimientos, pasos con pastores, Reyes Magos, cajas con animalitos para los portales, candelas de colores, candeleros, musgo, ramos, talcos (¿acaso para simular nieve?) y ángeles de gloria. En 1912, se ofrecían árboles de Navidad en diferentes tamaños y precios y, adornos para estos.

Entre 1890 y 1910, la publicidad sobre la época navideña se diversificó y se especializó, al tiempo que se promovía la difusión de tradiciones como "portalear", asociado esto a nuevos patrones de consumo (los materiales para el portal y el árbol de Navidad).

El impacto de esta mercantilización lo plasmó muy bien el científico estadounidense Phillip Calvert y su esposa.

En diciembre de 1909 en Cartago, instalaron un portal decorado con un lago de cristal que tenía cisnes, patos y gansos; animales salvajes, jirafas, cazadores, un molino de viento, fincas, vacas, caballos, jinetes, árboles, musgo, un pesebre con María, José y el Niño, los tres Reyes Magos y un ferrocarril pequeño con rieles.

Los regalos navideños

Los primeros datos que se tienen en Costa Rica de lo que es el consumo específicamente navideño son de diciembre de 1872, cuando en el periódico El Ferrocarril se publicó un anuncio en que se ofrecían bienes importados para la época de Navidad. El comerciante Andrés Pérez, propietario de la tienda "Prototipo de moda", trató de llamar la atención de sus clientes informándoles de que acababa de regresar de Europa, "trayendo un gran surtido completo de ropa hecha para caballeros y niños, de todas clases. Dicha ropa ha sido trabajada a la última moda en una de las principales sastrerías de París... Para señoras, señoritas y niñas hay un variado y elegante surtido de ropa hecha...".

Los productos que más se ofrecían para el nuevo mercado de consumidores navideños eran los trajes de casimir, corbatas, camisas, cuellos, sombreros y botines, así como los caros relojes de bolsa de plata y dorados (que simulaban oro), plumas doradas con las mismas cualidades que las del oro, y revólveres.

Para las señoras se ofrecía todo tipo de prendas de vestir, perfumería de la acreditada casa Rimmel, de Londres, la llamada crema de cristal, collares y relojes de oro.

En la década de 1890 los anuncios incluyeron otro tipo de artículos, aparte de las prendas de vestir. Ahora los almacenes de abarrotes y vinos ofrecían al público un gran surtido de delicatessen, apropiados para las fiestas navideñas. La magnificencia de los banquetes era la forma de regalar a los amigos y conocidos, y permitía a los anfitriones distinguirse socialmente.

En diciembre de 1893, El Peral, un conocido y acreditado almacén de abarrotes y vinos, acababa de recibir, según su propia propaganda: "chorizos extremeños, anchoas en salmuera, aceitunas, manzanas, higos, pasas y una gran variedad de apetitosas conservas...".

La bicicleta, otro símbolo de modernidad, empezó a ser promocionada en la Navidad de 1895. Conjuntamente con la bicicleta, a la que se le llamaba "la reina del deporte de fin de siglo", los anunciantes apelaban a otro expediente publicitario: los catálogos.

La venta de juguetes para los niños se expandió inclusive a negocios como las librerías. Entre los juguetes destacaban muñecas que cerraban los ojos, vestidas con gran lujo; trenes económicos y con rieles, de cuerda y de vapor; gran variedad de juguetes de cuerda; velocípedos, cinematógrafos, linternas mágicas, cajas de música y soldados de plomo.

También se expandían las ventas de adornos para árboles de Navidad y, para las fiestas, se ofrecían guirnaldas, banderolas, máscaras con y sin barba, trompetas de papel y flores, entre otros productos. Las librerías vendían árboles de Navidad a diferentes precios, según su tamaño, así como tarjetas de Navidad y Año Nuevo.

Mediante elementos como los descritos, los historiadores costarricenses han determinado el cambio que sufrió, a partir de 1850, una conmemoración litúrgica de profundo arraigo popular. Fue desde aquel momento que el status de la gente empezó a definirse por lo que poseía o podía comprar, y esto a la larga sumergió la celebración religiosa dentro de un creciente frenesí consumista.

Patricia Fumero es historiadora y docente-investigadora de las escuelas de Historia y Estudios Generales de la Universidad de Costa Rica (UCR).






Este material tiene derechos reservados © y no debe ser reproducido sin el permiso explícito del Diario o del servicio en línea. La Nación Edición Electrónica es un servicio de La Nación, S.A. ®. Si usted necesita mayor información o si usted desea proponernos inquietudes o temas de cobertura periodística, escríbanos a webmaster@nacion.co.cr