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Desde entonces han pasado dos años, muchas horas de estudio, “sobre todo de voz, porque hablaba francamente mal”, y unos cuantos castings en los que no le cogieron. Pero el joven Rabal no se desanimaba. No es ésa una palabra que figure en su vocabulario. “En el momento te da mucha rabia, pero luego dices: ‘Pues tendré que mejorar, ¿no?’. Si yo fuera mejor me habrían cogido. Entonces vas mejorando, intentando estudiar y aprender todo lo posible”. La mala racha la rompió Eva Lesmes con su primer largo, Pon un hombre en tu vida, donde Liberto encarnaba a un joven futbolista. Durante el rodaje de ésta surgieron las pruebas para Más que amor, frenesí y Tranvía a la Malvarrosa, su primer protagonista, aunque entretanto había hecho unas cuantas figuraciones. “Siempre me preguntan si con mi abuelo es más fácil, y yo creo que el abuelo te puede conseguir un papel de un día, sí, pero nada más. No puede hacer nada; es más, yo no quiero que lo haga, porque no quiero que todo el mundo diga: ‘Éste necesita ayuda porque no puede valerse por sí mismo’. No es que esté mal que me ayude, porque, al fin y al cabo, somos familia y la familia tiene que ayudarse, pero yo tuve con él una discusión sobre eso. Le dije: ‘Abuelo, si tú le dices a alguien que me coja o algo así, es como si quitaras valor al trabajo que estoy haciendo’. Es una discusión que hemos tenido, pero que ya se ha arreglado. ¿Consejos? Sólo me ha dado uno: sé compañero de tus compañeros”.
Nacido en Roma “por exilio político de mi padre”, volvió a España a los dos años. Vive con su madre y con su hermana Candela, de 15 años, y cuando no trabaja se impone jornadas maratonianas que comienzan a las seis de la mañana e incluyen estudios de interpretación y de segundo de Filología Clásica, más una hora de gimnasio o de correr por el Retiro, “porque como mucho, y si me descuido me pongo como una vaca”.
Vitalista y charlatán
Viéndolo así, tan vitalista y charlatán, recuerda muy poco al protagonista de Tranvía a la Malvarrosa, película que está basada en la novela homónima de Manuel Vicent. Lo mismo pensó José Luis García Sánchez, el director, la primera vez que lo vio en el casting. Pero en la segunda prueba no sólo se decidió por él, sino que subió un poco la edad del protagonista para que diera el papel.
“Es un personaje complicado, que casi nunca habla y tiene que expresarlo todo con la mirada. No tiene grandes escenas ni nada donde agarrarse, simplemente estar ahí y darle unos sentimientos muy sutilmente. Mientras lo hacía no sentí terror, porque estaba muy contento, bueno, salvo el primer día, que me asusté mucho con tantas cámaras y casi no sabía qué hacer. Entonces va José Luis (García Sánchez) y me dice: ‘Ahora te metes en el coche y das la sensación de que eres un ser atormentado por la religión, pero que tiene una gran vida interior que sale y que saldrá al final de la película… y de repente sonríes porque ves a una pastorcilla’, y yo le dije: ‘Joder, José Luis, me has asustado”.
¿Y no es un poco fuerte hacer un protagonista tan pronto? “No, yo prefiero hacer un papel en el que esté todos los días trabajando y no me desconcentre que uno en el que tenga que estar un día sí y tres no. Creo que doy más de mí y lo hago mejor con un personaje más largo, más elaborado. Yo sólo me siento responsable de hacerlo lo mejor posible, pero ante mí mismo. Después, si gusta o no gusta, mira, tengo 21 años, una carrera que puede ser muy larga y muchas cosas que aprender”.
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