Domingo 22 de septiembre de 1996

REPORTAJE / La república real de Julio Anguita

El secretario general de los comunistas siempre ha puesto en entredicho la forma monárquica de Estado

RODOLFO SERRANO, Madrid

Un día, Julio Anguita, secretario general del PCE y coordinador de IU, le dijo al Rey: «¿Por qué no se hace llamar Juan Carlos I, el Republicano?». No es que buscara fundir la Monarquía y la República. Bromeaba. Pero su atracción por el Monarca viene de antiguo. Allá a mediados de los 80, cuando era el califa rojo, el alcalde de Córdoba, confesaba: «A mí este Rey me gusta. Me gustaría salir una noche de copas con el Borbón...».

No ha logrado salir de copas con él, pero sí que la cuestión monárquica haya estado en la conversación de millones de españoles y que algún diario se haya dedicado a mostrar la «agotadora jornada real». Sin quererlo, ha conseguido que en torno al Rey cierren filas hasta quienes hasta ayer mismo negaron el pan, la sal y la corona a don Juan Carlos. Anguita, que ha comentado en público y en privado que el Rey le cae bien y que le respeta, ha dicho algo de cajón: que él es republicano. Lo sorprendente sería que se hubiera declarado monárquico.

En el discurso de Anguita en la fiesta del PCE, el día 14, y en sus declaraciones posteriores hay dos cuestiones diferenciadas: su amenaza de ruptura del consenso constitucional y las críticas a la institución monárquica por opinar sobre cuestiones de gobierno como la integración militar en la OTAN y la convergencia europea. Anguita interpreta que el Rey de todos los españoles no debe pronunciarse en estos temas y culpa al Gobierno de José María Aznar de haberle utilizado.

Las voces y los ecos

Ésas fueron las voces de Anguita. Es verdad que los ecos han amplificado según qué cosas. Y que, al socaire de ellas, cada uno ha arrimado el ascua de Anguita a su propia sardina. Felipe González, por ejemplo, aprovechó para recriminar al PP que en tan sólo cuatro meses haya puesto al Rey en estos compromisos. Vale, pero no es la primera vez que el Monarca aparece en estos rifirrafes.

De Anguita se puede decir cualquier cosa, pero no que sea inconsecuente. Corría 1985, él era regidor de Córdoba y González presidía el Gobierno socialista. Córdoba estrenaba casa consistorial y el califa rojo quería que, aprovechando un viaje por el duodécimo centenario de la mezquita, fuera el Rey quien inaugurara el nuevo Ayuntamiento. Fue una verdadera batalla. Anguita hizo lo que ahora: señaló con su dedo al Gobierno como culpable de mangonear la figura real. «Sé», dijo, «que es el Gobierno el que decide los viajes del Rey». El viaje de don Juan Carlos fue suspendido y aquí paz y después gloria

Paz, poca. No olvidó Anguita. En febrero del mismo año reafirmaba su republicanismo y lanzaba una advertencia: el PCE aceptaba la Monarquía, pero con un inquietante «de momento». Más adelante, en mayo, volvió a la carga. «El PCE es republicano en su concepción», decía, «y pensamos que algún día habrá República».

En noviembre de 1988 dijo ya algo muy parecido sin que se le cayeran a nadie los palos del sombrajo. «En mi proyecto estratégico», decía, «yo veo la República. (...) Creemos que la mejor forma de gobierno es la República, pero nunca hemos dicho aquí y ahora, eso también está claro».

Anguita volvió en 1991 a la carga por la utilización que el Gobierno había hecho del Rey con una visita a Marruecos. Cuando se le preguntó si había cuestionado la Monarquía, afirmó: «No (...), lo que he dicho es que le han manejado (...). Razón: el Rey no va a Cuba, asunto de derechos humanos (...), y va a Marruecos, donde hay un monarca feudal, déspota. (...) Yo no creo que el Rey se imponga al Gobierno. Entonces, si el Rey viaja es porque el Gobierno lo consiente y le utiliza».

Hace escasos meses, con la formación del nuevo Gobierno de Aznar, Anguita insistía, pero sin dejar muy claro quién influía en quién. Es verdad que él no lo dijo, pero repitió una información periodística sobre el nombramiento de Eduardo Serra como ministro de Defensa. «Yo sólo digo, y póngalo así», ordenaba al entrevistador, «que en un diario se dice que el señor Aznar fue al palacio de la Zarzuela con el nombre del señor Arias Salgado para el Ministerio de Defensa y salió con el del señor Eduardo Serra». ¿Y qué le parece? «Me parece inquietante que Serra sea ministro. Es toda una explicación. No digo más». No era poco.

Si un día Anguita lograra imponer la República, dejaría al Rey sin trabajo, pero con cariño. Porque le aprecia. Eso dice. Y le respeta. Habla en términos elogiosos del Monarca, y, poniendo una vela al Rey y otra a la República, no renuncia a advertirle que, si por él fuera, sus días como institución estarían contados. Una vez el Rey le dijo que tendrían que hablar sobre lo que iba diciendo por ahí. Ni corto ni perezoso, le contestó: «Pues... un día me invita, vengo encantado y hablamos».

Porque Anguita no ha negado el papel «fundamental» del Rey en la transición. «La Corona fue lo suficientemente inteligente para saber estar a la altura de las circunstancias. Como republicano, he de reconocer el papel jugado por el Rey». Incluso ha reconocido estar equivocado en pecadillos de juventud: tres panfletos contra el Rey en 1974.

Esta manera de plantear las cosas es lo que ha irritado a quienes tienen, a la fuerza, su corazón republicano en el almario. Isabelo Herreros, de Izquierda Republicana y dirigente de IU, aplaudía que el debate salte a la sociedad, pero no que la institución republicana sea objeto de cambalache con el consenso constitucional. Es lo que piensan otras de las cientos de asociaciones republicanas que ven en las palabras de Anguita «una utilización de la República para otros fines». Pero de todo se puede sacar provecho: «Que se hable de la República. Lo demás vendrá luego».

Romper el pacto o salir en el telediario

R. S. ,Madrid

Lo de la Monarquía es anecdótico. Lo importante, dicen en IU, es la amenaza de romper el consenso constitucional. Anguita razonó: en 1978, el PCE relegó la República, el federalismo y la autodeterminación a cambio de que se incluyeran aspectos sociales y derechos ciudadanos -a la vivienda, al trabajo, a la enseñanza...-. Éstos no se cumplen, ergo, dice Anguita, el PCE se siente liberado del pacto y vuelve a sus reivindicaciones.

Cuando el PCE aceptó la bandera, la Monarquía y el Estado autonómico, Anguita sólo era un reciente militante comunista con la cabeza revuelta de lecturas marxistas -seis veces, y subrayando con lápiz, leyó El capital- y joseantonianas.

Dicen que esta falta de pasado en un partido cuyas mejores páginas tienen color sepia es lo que ha hecho de Anguita un radical «para ganar méritos». Los viejos militantes y dirigentes reconocen que «no es comunista» aunque asuman que ha mantenido encendida la llama de la Internacional «más por estética» que por convicción.

La polvareda de ahora ha ocultado lo que para muchos es el auténtico problema: la amenaza de abandonar el pacto constitucional. Manuel Fraga y Santiago Carrillo coincide: «Muy grave». Porque, al final, cuestionar la Monarquía la refuerza. ¿Y quién niega el derecho a criticar al Rey? Ni siquiera la Iglesia.

En la propia IU las cosas van por otro lado. «Yo», dice Rafael Ribó, presidente de IpC, «estoy de acuerdo en los tres principios que Anguita enumeró. ¿Cómo no estarlo? Y en que al Rey se le puede y debe criticar». «Pero», añade, «me parece una irresponsabilidad plantear la ruptura del consenso achacando a la Constitución los problemas de este país. Eso es un disparate y una forma de ocultar a los verdaderos responsables: la derecha del PP y sus socios nacionalistas».

Los de Nueva Izquierda coinciden. Según Diego López Garrido, «Anguita pretende una huida hacia adelante al constatar el fracaso de su política». También le reprocha su idea de la Constitución: «No es un contrato de inquilinato. No se puede romper el consenso por que se incumplan determinados principios».

¿Ha destapado Anguita la caja de los truenos sin darse cuenta? ¿Es una operación perfectamente meditada para revitalizar al PCE? ¿O es que le ha estallado su afán polemista? Tal vez haya de todo. Pero, además, ha conseguido salir en todos los telediarios, lo que no es poco.

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