Pierre Vilar

Historia de España

 

CAPÍTULO I EL MEDIO NATURAL Y LOS ORfGENES DEL HOMBRE

 

EL MEDIO NATURAL

El Océano. El Mediterráneo. La Cordillera Pirenaica. Entre estos límites

perfectamente diferenciados, parece como si el medio natural se

ofreciera al destino particular de un grupo humano, a la elaboración de

una unidad histórica.

En efecto, la posición excéntrica de Iberia, su aislamiento por los

Pirineos, las vigorosas peculiaridades de su clima y de su estructura, el

atractivo de algunas de sus riquezas, apenas han cesado de darle en

Europa, desde la más lejana prehistoria, una originalidad a veces sutil,

a veces inconfundible. No se trata tampoco, aunque ello se haya dicho,

de que sea "africana". Algunas constantes naturales han hecho de esta

península maciza—especie de continente menor—un ser histórico aparte.

No vamos a inferir de esto que el mundo ibérico sea un mundo cerrado. Ni

tampoco que haya ofrecido a los elementos humanos que lo abordaron

condiciones particularmente favorables para su fusión en un todo armónico. Porque este mundo, que por un lado se abre ampliamente, gracias a una acogedora periferia, a las influencias externas de todo género, por otro lado opone pronto a quien quiere penetrarlo más profundamente las múltiples barreras de

sus sierras y sus mesetas, el rigor de su clima, la escasez de sus

recursos. Al contrario que Francia—peor defendida, pero tan

admirablemente articulada en torno a sus ríos--España no goza de

ningún sistema coherente de vías naturales. Ningún centro geográfico

puede representar aquí el papel que asumieron en sus países un París o un Londres. Estrechos desfiladeros, en las salidas de sus mesetas,

cierran casi todos los grandes valles. Tentados estamos de repetir una

expresión que ha hecho fortuna, la de que la Península es

"invertebrada". Por el contrario, en el transcurso del desarrollo de sus

recursos humanos, ha sido víctima de la impotencia excesiva que tiene

en su estructura física la armazón ósea de su relieve, con daño para los

órganos de producción, de asimilación, de intercambio, de vida. Desde la

barrera ininterrumpida de los Pirineos centrales hasta las cumbres

igualmente vigorosas que dominan Granada y Almería, se extiende la

Iberia montañosa y continental, caracterizada por las dificultades de

Acceso—de ahí el aislamiento--, y por la brutalidad de las condiciones

Climáticas—de ahí lo precario de los medios de vida.

Estos dos términos de aislamiento y pobreza han sido situados

frecuentemente por la literatura contemporánea en los orígenes de los

valores espirituales del pueblo español. De ahí parecen derivar "la

esencia de España", según Unamuno, sus "profundidades", según René

Schwob, su "virginidad", según Ganivet o Frank. Indiscutiblemente, el

hombre de las mesetas representará un gran papel en el relato que

vamos a esbozar, sin duda el principal. De la naturaleza de su país ha

sacado su pasión por la independencia, su valor guerrero y su

ascetismo, su gusto por la dominación política y su desprecio por la

ganancia mercantil, su aspiración a hacer o a mantener la unidad del

grupo humano de la Península.

Pero esta última aspiración, ¿no expresa en realidad el sentimiento

confuso de una necesidad vital? Aislada, la España central llevaría una

vida precaria. Carece de medios y alimenta a pocos hombres. Se

comunica difícilmente con el extranjero. No se adapta, sino con retraso,

a la evolución material y espiritual del mundo. Para mantener contacto

con éste, para vivir y actuar en él, está obligada a asociarse

estrechamente, orgánicamente, con esa magnífica periferia marítima

peninsular, de tanta vitalidad y capacidad de asimilación, tan

extraordinariamente situada frente al Viejo Mundo, y frente al Nuevo. A

la España "adusta y guerrera" que se le presenta a Antonio Machado

desde lo alto de las mesetas de Soria se opone, pero para completarla,

esa otra España rica y feraz, "madre de todos los frutos", vergel de

manzanas doradas en la antiguedad y jardín de los califas en la Edad

Media, cuya imagen ha sido exaltada por la tradición popular y por la

literatura romántica. ¿Cómo olvidar la gloriosa cintura de puertos

ibéricos de donde salieron, para la conquista de Oriente, y luego de

Occidente, los mercaderes y los marineros de Cataluña y Andalucía, de

Mallorca y de Portugal, de Valencia y del País Vasco?

Desgraciadamente, esta Iberia feliz, esta Iberia activa (por un

fenómeno que es, además, clásico en el Mediterráneo) siente

difícilmente la atracción de esa parte interior del país. La franja litoral

se aísla y se fragmenta materialmente por la disposición del relieve,

por la forma y orientación de los valles, y vuelve la espalda a las

mesetas del centro. Hace tiempo que Th. Fischer lo mostró, por lo que se

refiere a Portugal. Eso es también verdad (aún más, porque la elevación

de la meseta no es simétrica) si se aplica a las pequeñas unidades

costeras del este español. Por eso tantas regiones marítimas de Iberia

tuvieron destinos autónomos en múltiples momentos de la historia. Por el contrario, ninguna de esa pequeñas potencias, cuyos triunfos fueron sobre todo de orden económico, tuvo jamás suficiente amplitud territorial ni energía política bastante continua para arrastrar decisivamente a toda la Península. La historia de ésta encierra, pues, una lucha incesante entre la voluntad de unificación, manifestada generalmente a partir del centro, y una tendencia no menos espontánea—de origen geográfico—a la dispersión.

De esta manera, tanto el presente como el pasado dependen de una

naturaleza contradictoria. El carácter macizo, el relieve, la aridez del

centro español, unidos a ciertos retrasos técnicos o sociales, imponen a

España, en pleno siglo XX, un promedio de rendimiento de trigo que no

sobrepasa los 10 quintales por hectárea. ¿Podrá bastar esto por mucho

tiempo a una población que, en menos de cien años, ha pasado de 17 a 35

millones de habitantes? E inversamente, ¿dónde podrán colocarse los

productos tan ricos, pero tan especializados, de las tierras de huerta?

La cuestión reside en quién triunfará decisivamente, si el arcaísmo

económico y espiritual de las regiones rurales más aisladas, o el

torbellino de influencias que actúan sobre los grandes puertos y las

grandes ciudades. No olvidemos que los catalanes y los vascos, esto es,

los españoles más accesibles al contacto con el extranjero, han

tenido tendencia, desde hace cincuenta años, a desertar de la

comunidad nacional. Es preciso superar una crisis, y, dentro de lo

posible, rehacer una síntesis. Y si algunos espíritus—según llegó a

verse, sobre todo en Castilla—predicaran a los españoles, como solución

a los graves problemas planteados a su pueblo, tan sólo el orgullo del

aislamiento y el culto exclusivo de la originalidad, la vida moderna les

respondería: Gibraltar y Tánger, Canarias y Baleares, bases submarinas

y aeropuertos, cobres de Riotinto y potasas de Suria. Económica y

estratégicamente, España no puede permanecer al margen de las duras

realidades del mundo presente. La Península es una encrucijada, un punto de encuentro, entre Africa y Europa, entre el Océano y el Mediterráneo. Una encrucijada extrañamente accidentada, es verdad. Casi una barrera. Un punto de

encuentro, sin embargo, en que los hombres y las civilizaciones se han

infiltrado, se han enfrentado y han dejado sus huellas desde los tiempos

más remotos.

 

Mi comentario:

[Como puedes ver, el texto está un poco anticuado. Sin embargo, algunas de las cosas que dice sobre la geografía son lugares comunes en todos los libros de historia, y merece la pena aprovecharlo. Sería sobre todo muy útil para el capítulo inicial. Sería un buen punto de partida para luego poder hablar de la historia y la cultura actual del país, además de poner el trasfondo histórico en perspectiva con la geografía. Es indudable que la geografía y las características de la península han influido (y siguen influyendo) en muchos aspectos de la política, interior y exterior, de la economía y de las relaciones de España con Europa, el Mediterráneo y América del Sur, las tres grandes áreas de relaciones comerciales y políticas de España. Por ejemplo, yo pienso que está claro que desde hace unos años, España vive de nuevo un fenómeno "centrífugo": el dinamismo económico, político y social se traslada del centro a la periferia. Ejemplos: las regiones más prósperas se hallan sobre todo en las cosas, especialmente el País Vasco y Cataluña, pero también Valencia, y determinadas zonas de Andalucía (la Costa del Sol y las zonas turísticas). El peso político de la periferia ha crecido enormemente desde el inicio de la democracia: es conocido el fenómeno de los nacionalismos y la descentralización. De hecho, visto desde nuestra perspectiva, el franquismo se puede contemplar como un intento, brutal y tremendamente represivo de eliminar esa tendencia a la dispersión hacia la periferia: este intento ha resultado—por brutal—una escapada hacia delante, como si hubiera sido un intento a la desesperada de evitar lo inevitable. Los resultados están a la vista: la pérdida de importancia política de Madrid a favor de los nacionalismos vasco y catalán, que casi ponen y quitan gobiernos, y desde luego contribuyen a la estabilidad a cambio de grandes ventajas para ellos. Otro síntoma, que ya tuvo lugar durante el franquismo, es el abandono por parte de la población de las zonas más pobres de Castilla y del interior en general: hay pueblos enteros que se han quedado sin gente, pueblos fantasma. Otras consideraciones que hace Pierre Vilar más adelante en el libro consisten en demostrar cómo durante épocas de esplendor, la periferia, como dice en estos párrafos, siempre ha sido más dinámica: los fenicios, los griegos y otros comerciantes de la antigüedad se establecieron sobre todo en las costas, y en el interior quedaron las más "bárbaras" poblaciones ibéricas, para las que el comercio y la cultura no era tan importante. Durante el Imperio Romano y la dominación árabe, los puertos de mar fueron los focos económicos de relación con el mundo entonces conocido: el Mediterráneo. Y finalmente, cuando se descubre América, el tráfico comercial y la llegada de las riquezas americanas pasa siempre por los puertos de mar, sobre todo por Sevilla.]