Daguerrotipo de un dictador

Como dictador, Franco sólo tuvo una ambición sin fisuras: durar, durar, durar hasta morir y una vez muerto ser enterrado con honores de faraón y que su falo se transformara en una gigantesca cruz de granito orlada de evangelistas 

MANUEL VICENT 


 

(Loredano)

Sin duda una de las personas que conoció más profundamente la psicología de Franco fue Pedro Sainz Rodríguez, su amigo de juventud en Oviedo, conspirador durante la República, ministro de Educación mientras duró la guerra civil y exiliado monárquico después. En los últimos años de su vida tuve el placer de almorzar algunas veces con este personaje sabio y mordaz, y de sus labios empastados con salsas muy selectas que se le derramaban sobre la servilleta anudada en su nuca carnosa oí algunas opiniones acerca del dictador que componen a mi juicio su perfil más verídico. 

"Yo era catedrático de Literatura de la Universidad de Oviedo y Franco durante sus permisos de África se acercaba por allí para hacerle la corte a doña Carmen y ella le daba calabazas porque su padre consideraba que la profesión de Franco era muy peligrosa. Carmencita, cualquier día te lo mata un moro ¿y que hacemos? Ser legionario era entonces como ser torero. Paseé muchas noches con él después de cenar por la plaza de la Escandalera hasta las tres de la madrugada y Franco, todo un comandante, no paraba de gimotear, ¿se imagina usted a Franco lloriqueando y sorbiéndose los mocos con un pañuelo? y yo le decía: Nada, Paco, tu insiste y ya verás como al final la consigues. Como así fue". 

La consiguió. Pero matar a Franco tampoco era tan fácil como creía su suegro. Cuando en Marruecos iba al frente, antes de entrar en combate, sólo tomaba un vaso de leche y gracias a eso se salvó del tiro que le pegaron en la barriga. Si se hubiera atiborrado de chorizos y cazalla como hacían otros militares para darse valor no habría sobrevivido. Era muy precavido, nunca sacaba el pecho de la trinchera y no presumía de esa cosa tan española de no querer escolta. "A mí que me pongan toda la policía que haga falta", decía después cuando ya era dictador. Un día iba Sainz Rodríguez con Franco en aquel Mercedes blindado que le había regalado Hitler y al mirar por una ventanilla veía una cola de caballo, miraba por otra y veía la cola de otro caballo. "Mi general, el panorama que tiene usted desde este coche no es muy divertido", comentó el ministro. Franco le contestó: "Sí, sí, pero fíjese bien, no hay forma humana de meter el brazo y de que me peguen un tiro, jí.jí.jí". 

Franco tenía muy desarrolladas sólo las virtudes menores. No era noble, magnánimo o preclaro, sino taimado, obstinado, receloso, desconfiado, con un instinto finísimo para percibir el lado malo o débil de cada persona que sabía aprovechar muy bien en beneficio propio. Por eso quedaba desconcertado cuando alguien por simple decoro se mostraba renuente a aceptar algún cargo o prebenda. "No es posible, pregúntenle, pregúntenle, investiguen, que algo querrá". "Excelencia, realmente ese hombre no desea nada". "No es posible -contestaba el dictador- pregúntenle, investiguen mejor y verán como oculta algo". 

Desde muy joven Franco se nutrió casi exclusivamente de las primeras experiencias que recibió en Marruecos. Este fue el principio fundamental de su vida: creer que a las personas se las somete con las dádivas o con el terror y en ambos casos hay que llegar hasta el fondo. "Al amigo, una cántara de leche de camella, al enemigo, una patada en la tripa", se dice en la cultura árabe. Allí el concepto de adversario político no existe, si no estás conmigo estás contra mí, y esta enseñanza cainita se la trajo el dictador a España. Por otra parte desde sus tiempos de teniente africanista asimiló el boato fastuoso e impúdico del Sultán como algo natural y eso le permitió adornarse sin sonrojo con la guardia mora y vivir en un palacio con las 18.000 hectáreas de los montes del Pardo a su disposición, acordonar 20 kilómetros de un río para pescar una trucha, hacerse acompañar de un destructor de la Armada en busca de un cachalote, poner a un guardia civil de plantón cada cien metros en la cuneta desde Madrid a Cazorla cuatro horas antes de que él pasara por esa carretera a matar perdices o venados. 

En realidad sólo era un militar. Tenía en la cabeza una papilla somera ligada con algunas ideas extraídas de aquí y de allá del Tradicionalismo y de Acción Española, con cuatro tópicos de la Historia de España y lugares comunes sobre los peligros del comunismo, las asechanzas de la masonería y del valor patriótico que le sirvieron de adobo para su guión de la película Raza. Consideraba que toda España era un cuartel bajo su mando, por tanto a los ministros los trataba como coroneles y los dejaba hacer a su aire en su respectivo regimiento o ministerio. En principio tuvo alguna veleidad literaria pero no una ambición política. Antes del golpe del 18 de Julio el general Sanjurjo hizo firmar un papel a todos los demás generales conjurados para que indicaran el cargo que querían cuando el Alzamiento triunfara. Franco manifestó expresamente que deseaba el puesto de Alto Comisario de España en Marruecos. Hasta última hora no se decidió entrar en la sublevación. Se sumó a ella con un telegrama al general Mola que decía así: "He sido y siempre seré fiel a la República". Ese acto de adhesión era la contraseña de su traición. De esta forma estaría a salvo si lo interceptaban los servicios de espionaje. Previamente exigió que le pusieran 40.000 duros en Italia, una cantidad que dice mucho de su cortedad de miras. 

Durante una de aquellas sobremesas le pregunté a Sainz Rodríguez si Franco tenía afición a la lectura. Me contestó que Franco fue tal vez el único estadista del mundo que no mandó hacerse el retrato clásico de prócer con un libro en la mano. De su corto periodo de ministro Sainz Rodríguez recordaba aquella vez que estuvo arrodillado junto a Franco en un mullido reclinatorio durante una misa en la catedral de Salamanca. El dictador tenía un gordísimo misal en las manos y durante toda la misa no cambió de hoja. Se pasó todo el rato mirando por el rabillo del ojo quien entraba y quien salía. No se sabe si Franco leyó un libro entero alguna vez. Está comprobado que el misal no lo leía, pero unos días antes de que la Legión Cóndor regresara a Alemania quiso preparar el discurso de despedida sin ayuda de nadie y para eso se encerró varias tardes en una habitación donde sólo había el diccionario Espasa. Llegado el momento desde el balcón dijo a los aviadores que bombardearon Guernika: "Podéis volver a vuestra patria con orgullo. Los españoles nunca olvidaremos que Carlos V era un rey alemán". 

Como dictador Franco sólo tuvo una ambición sin fisuras: durar, durar, durar hasta morir en la cama y una vez muerto ser enterrado con honores de faraón y que su falo se transformara en una gigantesca cruz de granito orlada de evangelistas. Contra lo que pueda parecer a simple vista el dictador no estableció una censura ideológica. A Franco el concepto sobre el mundo le traía sin cuidado. Sólo machacaba a quienes se enfrentaban directamente con él o ponían en cuestión su poder. Por eso consideraba que su enemigo más peligroso era Don Juan de Borbón. El comunismo y la conjuración judeo-masónica eran una coartada retórica para cubrirse. Su demonio no estaba en Rusia sino en Estoril. La censura moral la dejó en manos de la Iglesia. 

Desde los años de la guerra en Salamanca donde firmaba sentencias de muerte en batín siempre a la hora del desayuno mientras mojaba churros en el café con leche hasta las sentencias de muerte de su último septiembre de 1975 Franco se fue adaptado de forma pragmática como un galápago a la realidad cambiante del país. Cuando al final del periodo de la autarquía se abrió la caja fuerte del Banco de España y allí dentro sólo había un par de gaseosas y un sello de correos llegó el Opus al gobierno y Ullastres le dio unas clases a Franco para explicarle qué era la oferta y la demanda. Logró convencerle de que la peseta no era una bandera nacional que había que enarbolar con orgullo sino una divisa sometida a las leyes del mercado. "Bueno, haced lo que haya que hacer. A mí dejadme matar perdices". A él le bastaba con refregar su victoria por las narices de los perdedores de la guerra cada 18 de Julio, incapaz como fue de olvido y perdón. 

Vino la estabilización de 1959. Comenzó la expansión económica, se formó el tejido de una clase media, se fueron los emigrantes a Europa, llegaron los turistas. Cuarenta años son muchos años. Bajo la humillación de la dictadura España fue cambiando biológicamente de piel, la gente logró olvidar la caspa de postguerra, conoció también los beneficios del bienestar europeo y aunque Franco logró expirar en la cama, realmente el franquismo había muerto atropellado por el Seat 600 en plena calle a mitad de los años sesenta. El resto hasta el 20-N de 1975 fue un residuo con gases lacrimógenos. Franco murió rodeado del manto de la virgen del Pilar, del brazo de santa Teresa y de otras reliquias y objetos milagrosos, un mundo negro de Solana que se combinaba de forma surrealista con monitores cibernéticos, tubos y cables en un circuito en medio del cual el cuerpo exangüe del dictador sólo era una parte aunque no ya la más importante. En realidad estaba posando en el lecho de la muerte para que lo fotografiara su yerno, el marqués de Villaverde, convirtiendo aquella agonía en un esperpento más de la Historia de España. 

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