JORGE SEMPRÚN • ESCRITOR Y EX MINISTRO DE CULTURA 

"ETA es el único rescoldo del pasado"

Escritor, superviviente de los campos nazis, dirigente comunista, ex ministro socialista de Cultura... la trama de su experiencia política constituye también la de la resistencia al franquismo y la de su superación 

JOSEP RAMONEDA

Jorge Semprún estaba presentando una película en Bruselas cuando a través de un periodista de la televisión belga le llegó el rumor de que Franco agonizaba. Al día siguiente viajó a Madrid: "Había que estar presente cuando se produjera el acontecimiento". En Madrid encontró un clima muy extraño: "El champán en las neveras aguardando el momento y la pasividad en la calle. Nadie hacia nada. Posiblemente, porque nada se podía hacer". Esa pasividad le hizo pensar en Hijos de la ira, de Dámaso Alonso: "Madrid era una ciudad de un millón de cadáveres, o, mejor, de un millón de silenciosos". Entre el Madrid de la clandestinidad y el Madrid del futuro todo eran incógnitas, para Semprún. "Incluso la monarquía era una incógnita. Seguridad de que la monarquía evolucionaría hacia la democracia no había ninguna". La espera se alargó tanto que Semprún tuvo que regresar a París antes de que el hecho sucesorio se produjera, y allí se enteró de la muerte de Franco como casi todos, por la llamada telefónica de un amigo al amanecer. 
 

El escritor y ex ministro de
Cultura, Jorge Semprún
(B. Pérez).

Semprún dirigió durante diez años el Partido Comunista de España en el interior, en 1965 fue expulsado del partido junto con Fernando Claudín y reapareció en la política en 1988 como ministro de Cultura en uno de los gobiernos de Felipe González. La guerra, el exilio, la resistencia, el campo de Buchenwald, la clandestinidad, el ex comunismo, París, la literatura, el cine y, siempre, la política constituyen la trama de la experiencia de Semprún. 

Pregunta. ¿Cuándo empezó a tener conciencia de que Franco aguantaría en el poder hasta la muerte? 

Respuesta. Después del fracaso de la huelga general política de 1959. Este fracaso, que fue el comienzo de la disidencia de Claudín y que después nos llevó a otros enfrentamientos y discrepancias, me hizo pensar que el objetivo de derrocar al régimen era impensable. Y lo viví muy directamente, porque estaba en la dirección de la huelga con Sánchez Montero, Ignacio Romero y Julián Grimau. La doctrina oficial del partido decía que una gran movilización popular provocaría la caída del régimen y que a partir de aquí se abriría paso una revolución no sólo política, sino incluso social. Que toda la arquitectura del capitalismo español se vendría abajo con el fin de Franco. Esta fábula chocaba con la realidad del fracaso rotundo de la huelga general. Y, sin embargo, contra toda evidencia, el PCE siguió manteniendo esta argumentación. 

Pero, a la muerte de Franco, ya casi nadie se creía estas cosas, y mucho menos Carrillo.

Estaban todavía en los documentos y en las resoluciones del partido. Lo que pasa es que Carrillo fue muy rápido en el viraje. Algunos dirán que por oportunismo. Pero, como fue un viraje en la buena dirección, yo estoy dispuesto a decir que fue inteligencia táctica. El viraje fue rápido y espectacular: el reconocimiento de la monarquía, de la bandera, hasta llegar al golpe genial de fuerza de Adolfo Suárez que legalizó al PCE y dio comienzo a la transición. Independientemente de los errores y aciertos del partido comunista, la transición empieza con la legalización del PC. 

La paradoja del franquismo es que, siendo imposible derribarle, fue incapaz de sobrevivir a la muerte del dictador. Al día siguiente de la muerte de Franco, el paso a la democracia se impuso casi como una necesidad.

Aunque la lucha de los antifranquistas fuera impotente para derrocar al régimen, sería completamente erróneo pensar que no tuvo su eficacia. Hubo una penetración subterránea de la propia estructura de Estado, de la propia sociedad civil que preparó muchas cosas. No acabó con el armazón del régimen, pero transformó la sociedad. Incluso los que querían que no cambiara nada sabían que por lo menos había que cambiar las formas. En el fondo, todo el mundo sabía que, después del dictador, el régimen no podía continuar. Estos regímenes son muy personalistas y difícilmente tienen sucesión. 

Desarrollo económico, marco geopolítico y resistencia interna. ¿Cuál de estos factores fue más determinante para que se impusiera la democracia?

El papel de la resistencia interna, de los vencidos, se refleja en algún momento clave de la transición. El estilo pacífico de la transición, de cambio paulatino desde la continuidad, con refrendación popular de los pasos más importantes, era probablemente inevitable y fue, en general, positivo. Incluso obligó a la izquierda a aceptar cosas que no estaban en su programa; por ejemplo, la monarquía. Pero el verdadero elemento de ruptura es el reconocimiento de las nacionalidades. Hay en España una sola figura del exilio y del pasado republicano que desempeña un papel institucional en la transición: es Tarradellas. Viene del exilio no llamado por Dios, llamado por Adolfo Suárez y por el Rey. Y viene como presidente de la Generalitat. Una persona que encarna la legitimidad de una institución republicana viene a restaurarla y a presidirla. El único momento en que realmente triunfa la posición ideológica de los vencidos y la legalidad republicana es éste. Y esto demuestra la inutilidad, la aberración del terrorismo vasco. 

¿En 1975 se imaginaba que ETA seguiría matando en democracia?

Con toda franqueza, no pensaba que ETA como organización fuera a durar mucho. Podía haber coletazos, grupos marginales que iban a ser eliminados de la sociedad poco a poco, pero no que como tal organización, como tal ideología, llegara a mantenerse. Paralelamente pensaba que la izquierda española había cometido un error, tal vez imposible de evitar, no condenando a ETA política e ideológicamente desde el antifranquismo. Precisamente el gran acierto del partido comunista fue, a mi entender, abandonar la guerrilla y dedicarse por completo a la lucha pacífica de masas. 

¿Se refiere a la liquidación del maquis a finales de los cuarenta?

Efectivamente. En el año 48, todo va mal para el PC: la represión es muy fuerte, la guerrilla esta acorralada, la organización está diezmada, es un momento muy difícil cuya épica no se ha contado nunca, entre otras cosas porque no está en la línea de lo políticamente correcto. En estas circunstancias, una delegación del PC (con Dolores Ibárruri como jefa y con Carrillo que es ya un líder emergente que se ocupa de la actividad en el interior) visita a Stalin. Y es Stalin el que les dice que acaben con la guerrilla y que se infiltren en los sindicatos fascistas. Lo cual es asumido por pura disciplina, no sin perplejidad, en una reunión posterior de cuadros comunistas en Francia. O sea, que, curiosa paradoja, es Stalin, dictador y asesino ante la historia, el que orienta al PC hacia lo que después será el origen de Comisiones Obreras. Recuerdo perfectamente la reunión en París, en un piso cerca de la puerta de Bagnolet, en que se decidió el nombre de Comisiones Obreras. El otro momento importante es 1956, con el lanzamiento de la política de reconciliación nacional. Y una vez más aparece la Unión Soviética: ¿en qué se inspira sino en el XX Congreso del PCUS? Carrillo toma el poder y la Pasionaria, aunque no está convencida, deja hacer. La idea de que la fractura no pasaba entre los sectores enfrentados en la guerra sino entre amplios sectores de la sociedad española y el franquismo opresor era fundamental. Y cundió en la sociedad. Estaba en el ambiente. 

Unos venían del franquismo, otros de la resistencia. El 20-N, ¿había demócratas en España?

La resistencia no es el mejor caldo de cultivo para la democracia. Por eso el PC fue el más eficaz, porque no era democrático. Yo creo que en aquel momento en España había más una idea de lo que no podía ni debía ser el futuro que de lo que se tenía que hacer. Contra el franquismo, contra el partido único, contra la censura: es a partir de estas ideas elementales desde las que se configuraba una idea de democracia que estaba más difundida de lo que podía parecer. 

Un análisis muy asumido por la derecha dice que el desarrollo económico del país a partir de los sesenta hacía inexorable la llegada de la democracia.

Yo aquí quitaría lo de inexorable. Se ha dicho muchas veces que la economía de mercado no es ninguna garantía de régimen democrático, aunque no se conozcan regímenes democráticos sin economía de mercado. 

¿El asesinato de Carrero Blanco le parece tan decisivo para el desmantelamiento del régimen como se ha dicho?
 

Jorge Semprún, en su casa
de París (B. Pérez).

Tengo cierta repugnancia a hacer de este atentado el punto de arranque de la transición como se hace a menudo. Entre otras cosas, porque esto da a ETA un protagonismo político e ideológico que no me parece justo. Dicho eso, es indudable que tuvo su importancia, porque desbarató el papel que cada uno tenía asignado dentro del régimen después de Franco. "Atado y bien atado" se refería a muchas cosas, pero también al Príncipe. A Carrero le correspondía en parte la tarea de tenerle bien atado. Su desaparición permitió que después el Rey se sintiera un poco más libre de condiciones. Lo que está claro es que el atentado no fue elaborado por ETA con vistas a la construcción de la democracia en España. 

¿Un día España será republicana?

La historia es impredecible. A plazo corto, si no hay algún acontecimiento escandaloso en relación con la monarquía, no lo creo. La monarquía como institución podría ser más discutible, pero la encarnación de la monarquía en la persona del Rey y la Reina en la transición está muy legitimada. Creo que la experiencia griega de la Reina ha tenido una gran influencia. Ha habido tal unanimidad en que la mejor forma de defender la res publica en esta coyuntura era la monarquía, que incluso gente convencida como yo de que la república es el marco idóneo de la igualdad democrática y la justicia social podemos aceptarla. Tal vez mientras haya terrorismo, mientras sea necesaria una referencia a algo que es España, que está dentro, junto, al lado de las nacionalidades que son España, la encarne mejor una monarquía democrática por el sentido de permanencia que lleva inscrito. 

Y, sin embargo, es una herencia del franquismo.

Un invento del franquismo para prolongar el franquismo. Una argucia de la razón: lo que el franquismo inventó para perpetuarse se convirtió en uno de los instrumentos más eficaces para acabar con el franquismo. Aunque sociológicamente aún no hayamos acabado del todo con él. 

¿Qué queda del franquismo?

Un excesivo respeto de la autoridad. Y una cierta falta de naturalidad en el debate y en la confrontación política. Poca idea del diálogo, poca idea de la importancia de escuchar. Y, sobre todo, ETA: el único rescoldo que queda hoy del franquismo en España es lo aparentemente más opuesto y más contrario: el comportamiento de ETA y de su entorno. La imposición por las pistolas, la negación del diálogo, la exigencia de sumisión y pasividad absolutas. Actitudes típicamente franquistas con un elemento añadido: lo étnico. El franquismo apenas tenía contenido racial; ETA, sí: para ser vasco hay que ser étnicamente vasco, puramente vasco, machistamente vasco. De modo que sí, éste es el último resabio. 

¿Le sorprende la pérdida de peso de la un día omnipresente Iglesia en la sociedad española?

Es muy relevante, por lo que llegó a significar para la dictadura. Pero el papel de la Iglesia durante el franquismo hay que verlo en toda su complejidad. Por un lado, es evidentemente un papel muy reaccionario: alimenta ideológicamente al régimen y lo legitima con unas pastorales que ponen los pelos de punta. Pero, al mismo tiempo, la existencia de la Iglesia es uno de los factores que impiden que el régimen de Franco derive hacia el totalitarismo como el nazismo. Porque el catolicismo es una ideología extraña a lo que es el fascismo puro. Hay una coincidencia, hay una alianza, pero al mismo tiempo hay una autonomía ideológica del pensamiento católico. Y tampoco es casualidad que el primer intento coherente -aunque muy sectario en la práctica- de acomodar la ideología y la práctica del régimen a la modernidad capitalista es el intento del Opus Dei. O sea, apoyo y sostén muy fundamental al régimen -los campesinos españoles, sin la Iglesia, no se habrían movilizado como se movilizaron- y al mismo tiempo freno y mecanismo de adaptación. Además está el caso del País Vasco, donde ETA nace de la mezcla explosiva de dos integrismos: el leninista y el católico. Y, al margen de todo ello, los sectores pequeños de católicos que estuvieran en la resistencia. Pero ésta ya es otra historia. 

¿Cuáles eran las bases del consenso que le permitió a Franco gobernar tanto tiempo? ¿En qué punto se ancla el franquismo sobre el país?

Por encima de todo, el recuerdo de los desastres de la guerra civil. Es muy difícil de medir lo que representó la guerra civil: muertes, exilios, ejecuciones, represalias. Y la humillación constante de los vencidos. Cuando llegué a España a trabajar clandestinamente en el 53, me encontré con un país hosco, pobretón, gris, humillado, triste. Después fue cambiando. Recuerdo perfectamente el día en que me di cuenta de que España se transformaba y que nuestra política se dirigía a un país que empezaba a dejar de existir. Fue a principios de los sesenta, una tarde de domingo, en la plaza de España. Estaba haciendo tiempo porque tenía una cita. Era la hora del regreso de los madrileños que habían pasado el día en la Casa de Campo o por las cercanías. Y de pronto me di cuenta de que aquellos jóvenes que llegaban no tenían nada que ver con la España miserable a la que dirigíamos nuestra propaganda. El desparpajo de las chicas, la forma de hablar, las vespas, los colores de la ropa. ¿Qué está pasando aquí? 

Uno de los muchos tópicos sobre el franquismo es la mediocridad de Franco.

Todos los datos que se aportan sobre la mediocridad de Franco son ciertos e indiscutibles. Y al mismo tiempo no consigo pensar que sea de verdad mediocre un tipo capaz de mantenerse en el poder, de maniobrar, de neutralizar tantos enemigos durante tanto tiempo y en medio de tanta evolución histórica. Yo creo que Franco tenía un atributo psicológico importante: una forma provinciana, tristona, galdosiana, de prudencia en el sentido aristotélico de saber medir las cosas. 

Otro tópico: que Cataluña y el País Vasco fueron más víctimas del franquismo que el resto de España.

Estadísticamente, no. Hubo represión en todas partes, y franquistas activos, también. Lo que sí se oprimió de modo singular en Cataluña y el País Vasco fue el idioma, y especialmente en la primera, donde el uso del catalán estaba muy extendido. Por tanto, en este sentido, sí hubo una represión cultural específica. En Madrid no tenía sentido un cartel que dijera: "Aquí se habla la lengua del Imperio". Para mí, uno de los primeros síntomas de decadencia del franquismo fue la publicación de libros en catalán. 

Y un tercer tópico: la hegemonía del PC en el antifranquismo.

En un primer periodo no hay poder ni hegemonía de nadie. Pero luego, sobre todo a partir del 56, es evidente que hay una predominancia del PC. Más en unos lugares que en otros, más en Madrid y en Andalucía que en Cataluña y en el País Vasco, donde hay una resistencia nacionalista y cultural importante. El partido comunista tenía las ventajas de sus defectos: un partido muy militarizado, muy disciplinado, muy abnegado, con poco espíritu crítico. Bastante fácil de llevar, si la dirección cambia, de un derrotero a otro sin grandes crisis internas. Al mismo tiempo, a partir del 56 comienzan a aparecer otros partidos y organizaciones. Y, cuanto más nos acercamos a la transición, más se debilitará la hegemonía comunista. Pero, si ese año 56 Dionisio Ridruejo acepta una entrevista con un representante del Comité Central del Partido Comunista en España, es porque cree que el partido es importante. Creo que fue ventajoso para el PSOE llegar tarde a la resistencia. No me refiero a la militancia obrera socialista, que la hubo siempre y en algunas zonas con importante implantación, sino a la condición de gran partido que se hace con la hegemonía de la izquierda a costa del partido comunista. La obsesión de los españoles era la ruptura con el pasado. Y el PC en el pasado tenía la resistencia heroica, pero era el pasado. Y un pasado que empalmaba con la guerra civil. La ciudadanía prefirió a un partido que aparecía sin pasado: el partido socialista, que para nada recordaba la guerra civil, aunque hubiese tenido en ella más protagonismo que los propios comunistas. El PSOE reapareció con gente nueva, desconocida, y la ciudadanía no dudó. El partido comunista era el pasado, el PSOE era el futuro. 

La guerra ha cristalizado como un superego colectivo que ha determinado los comportamientos políticos de los españoles.

Sin duda; dio al franquismo las bases sobre las que ancló su peculiar consenso y determinó la transición. 

Al modo de Carrillo: veinticinco años después, ¿qué?

Estamos en una España que ha hecho ya una experiencia democrática seria. Ha sobrepasado casi todos los escollos de la transición, excepto el terrorismo. Lo que más me espanta es la edad de los últimos detenidos o identificados de ETA. Ha habido una transmisión de falsos valores, de heroísmo sangriento, de abyección facistoide, de orgullo machista, de autismo intelectual increíble. Que esta mentalidad se reproduzca es lo que más me inquieta. Y esto significa que no estamos ante un problema estrictamente policial, sino social y cultural. 

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