Bienvenidos a Palacio

JESÚS RODRÍGUEZ

Cena de gala en el Palacio Real. Toda la pompa del Estado en honor de un mandatario extranjero. Y en la sombra, muchas horas de trabajo anónimo. Ésta es la trastienda, lo que nunca se ve, de esa gran ceremonia. Fotografía de Gregori Civera 


 

Media docena de veces al año el Palacio Real de Madrid deja de ser un museo y se convierte en la casa del Rey. El Monarca español invita a una cena de gala a un colega extranjero. Por primera y última vez: sólo se considera viaje de Estado uno por mandato. El honor nacional está en juego. El gran teatro alza el telón.El Palacio Real nunca ha dejado de ser la casa de Su Majestad. Pero Juan Carlos I optó al principio de su reinado por ocupar una vivienda más discreta: la Zarzuela, antiguo pabellón de caza de los monarcas. Mientras, la residencia de los Reyes de España durante siglos se ha mantenido en estado vegetativo. 800.000 personas la visitan cada año. Pero no tiene inquilinos. Alfonso XIII fue el último. Hay dudas sobre si Manuel Azaña, presidente de la II República, lo llegó a habitar. Don Juan Carlos nunca ha pernoctado. Pero hoy, lunes 18 de septiembre, recobra el esplendor de antaño. Los Reyes están en casa.

Mohamed VI, rey de Marruecos, visita España. Un viaje delicado. Nada puede fallar. Cuestión de Estado si se tiene en cuenta que la de Palacio es la única cena de gala que se organiza en España en honor de un mandatario extranjero. Moncloa, sede de la Presidencia del Gobierno, ofrece almuerzos. Y las cenas, sencillas y de traje.

La consternación en el rostro de los turistas japoneses a la puerta del Palacio Real indica que algo ocurre esta mañana. "¿Cerrado? La guía dice que el Palacio no cierra nunca". "Cerrado por acto oficial", repiten los conserjes. Libre de los 3.000 turistas que lo visitan a diario, el edificio amanece relajado, ausente de lo que ocurre extramuros.

Una maquinaria bien engrasada co-mienza a funcionar en el momento en que La Zarzuela comunica a Patrimonio Nacional (el organismo que gestiona los bienes históricos que en tiempos constituyeron el Patrimonio Real) la celebración de una cena de gala. Fernando Fernández-Miranda, director de Actos Oficiales, imparte instrucciones. La ciudad se pone en marcha. Como en un cuento de hadas, esos guías que acompañan a diario a los turistas en su visita al Palacio se transforman en vistosos lacayos a las órdenes del Rey. El servicio del museo es por unas horas el servicio de la Casa Real. Un centenar de personas lo tiene asumido. Uno de estos empleados atípicos recuerda el 2 de enero pasado, el día que murió la madre del Rey en Lanzarote: "Era domingo y nadie nos llamó, pero en una hora estábamos aquí todos para instalar la capilla ardiente de doña María. Eso está fuera de convenio". 

Tras la llamada de La Zarzuela, la actividad se vuelve frenética en la planta cuarta del Palacio. Lo que hasta la década de los cuarenta eran viviendas del personal palaciego, hoy albergan talleres que conservan un cierto aire de patio de vecinos. Mili Moreno, la sastra, pone a punto las federicas: historiadas libreas de gala de tiempos de Carlos IV que portarán los camareros durante la cena; un instrumento de tortura que pesa 17 kilos. Alguna tiene 100 años. A partir de las originales, se comenzaron a reproducir en 1985, de manos del anterior sastre, Agustín Blasco. A primera hora de la mañana de hoy lunes las federicas ya están alineadas junto a las medias y los zapatos de hebilla plateada que completan el atuendo. Un cartel preside el vestuario: "Es obligatorio pasar por la ducha antes de vestirse de uniforme".

En otro rincón del Palacio, Carmina Lizana recibió hace una semana la indicación de preparar manteles y servilletas de hilo de Alcoy para 200 personas, "y las de la mejor calidad, en esta visita quieren que todo sea lo mejor", relata Mina que fue responsable de la lencería doméstica en la boda de las Infantas, "y aquí tengo todo preparado para cuando le toque al Príncipe".

La misma señal de alerta llegó a Luis Francisco Adrados, encargado del chinero de gala: servicio para 200. La vajilla oficial de los Reyes (azul prusia con el filo de oro y el escudo de la Casa), fabricada por Santa Clara; los platos de plata, elaborados el siglo pasado por la Fábrica de Platería de Martínez; 1.200 copas de cristal de Bohemia y la cubertería de plata que se comenzó a fabricar para la boda de Alfonso XII y se terminó para la de su hijo, Alfonso XIII. "¿Cómo la limpio? La base, jabón Lagarto y estropajo suave. El resto, secreto profesional".

En estas primeras horas de la mañana impresiona contemplar a los empleados manejando aspiradoras, mopas y fregonas entre cuadros de Goya, frescos de Tiépolo y tapices de Teniers. Un maestro relojero descendiente de Colón ajusta la colección de relojes; un equipo de restauradoras actúan de detectives en busca de desperfectos en las obras de arte. Trabajan con calma; aún no hay controles de seguridad. No de forma evidente: coches de policía camuflados ya recorren las inmediaciones. El control exhaustivo llegará por la tarde, cuando los efectivos de la Guardia Real tomen el Palacio.

En un abrir y cerrar de ojos el museo se convierte en residencia de reyes. Se quitan las pantallas de metacrilato que impiden a los turistas manosear porcelanas y esculturas; los cordones de terciopelo que encaminan a las visitas, y los protectores de tela que envuelven las cortinas. Se instalan alfombras decimonónicas, la de la escalera principal entre 30 personas. Y se reordena y repasa el mobiliario: ninguna pieza puede herir la sensibilidad del invitado. Hay que evitar el cuadro de Santiago matamoros o la estatua de Carlos I "dominando el furor" (es decir, el turco), que ya fue retirada de su pedestal en el salón de Columnas con motivo de la Conferencia de Paz en Madrid, en 1991. Fue sustituida por La justicia.

Hilar fino. Ni el menú, la decoración o el protocolo pueden tener significado religioso o histórico que moleste al invitado. Hoy es musulmán: ni cerdo ni alcohol.

En el comedor de gala, gran escenario de la representación, inaugurado en 1879 con motivo de la boda de Alfonso XII con María Cristina de Habsburgo, los empleados trabajan en semipenumbra. No se abren las ventanas: la luz es el peor enemigo de tapices y entelados. No se encienden las lámparas: las 896 bombillas elevarían la temperatura de la estancia. Todo el escenario es supervisado por Francisco López Bermejo, de 39 años, Conserje mayor desde hace 12, a diario encargado del personal y hoy transmutado en hombre del Rey en Palacio. Acompañará al Monarca a su llegada a "casa" y, dentro del comedor, adivinará todas sus necesidades. "Aquí todos tenemos una doble, incluso, una triple vida".

-¿El Rey también le llama Paco?

-Disculpe no conteste a esa pregunta.

La mesa, altar regio de la ceremonia, no es ningún tesoro artístico, sino 15 tableros soportados por borriquetas. 60 metros de longitud. Esos paneles de madera se cubren con fieltro y sobre él con cinco manteles de hilo de 12 varas (una vara es algo menos de un metro). A continuación se colocan los centros de mesa que albergarán las flores. Dos operarios suben descalzos a la mesa y colocan con precisión las enormes corbellas de plata con las armas de Alfonso XIII, y 10 candelabros de plata de los 38 que encargó Alfonso XII a la firma Christoffle. A continuación se sitúan los servicios de mesa con las manos enguantadas. Los platos, a cuatro dedos del borde de la mesa. A los lados, los cubiertos, la cuchara de postre de plata sobredorada. A cuatro dedos del plato, cinco copas: licor, jerez, blanco, tinto y agua; cuatro dedos por delante, la copa de cava… Listo. ¿Listo? Llega el conserje mayor y otro empleado. Cada uno se coloca en una punta de la mesa sujetando un bramante paralelo al borde. Otros empleados alinean a lo largo del cordel platos y copas. Perfecto. 

Cuando se habla del Palacio Real como la Casa del Rey, no es retórica. El edificio, y especialmente la zona que no visita el público, guarda un inconfundible aire de familia. No sólo por los tesoros artísticos reunidos por generaciones de Reyes de España, también por los rostros que lo adornan. Para el visitante son Goya, Sotomayor, Sorolla, Winterhalter. Para don Juan Carlos, sus antepasados. Su abuelo, Alfonso XIII; su bisabuelo, Alfonso XII; su tatarabuela, Isabel II, cuyo retrato preside el comedor de diario donde el Rey almorzó en privado con Bill Clinton y donde la Familia Real celebra cada año la comida de Navidad. Más íntimas aún, las fotografías: sobre repisas, un piano, escritorios; dedicadas, recuerdos entrañables de los últimos inquilinos. El pequeño despacho del Rey es el que usó su abuelo y conserva la decoración primitiva. Por una puerta camuflada tras un tapiz se accede a los antiguos apartamentos privados de Alfonso XIII, que se conservan tal y como los dejó en abril de 1931. Una subrepticia mirada muestra paredes enteladas en tonos amarillos, pequeños retratos y una decoración un poco triste. Un hogar en el que nunca nadie volverá a vivir.

Hoy, este Palacio, como todos los lugares que un día pertenecieron a los Reyes, son gestionados por Patrimonio Nacional. Un organismo que se fue fraguando a lo largo del siglo pasado a medida que se deslindaba el patrimonio privado del Rey del patrimonio que está a su servicio, pero que no puede vender, dividir o regalar. El Patrimonio Nacional se regula por una ley de 1982, que especifica: "Tienen la calificación jurídica de bienes del Patrimonio Nacional los de titularidad del Estado afectados al uso y servicio del Rey y los miembros de la Real Familia para el ejercicio de la alta representación que la Constitución y las Leyes les atribuyen". La ley continúa: "En cuanto sea compatible, el Consejo de Administración adoptará las medidas conducentes al uso de los mismos con fines culturales, científicos y docentes".

"Y eso es lo que más me impresiona, cómo hemos logrado compaginar las visitas turísticas con los actos de Estado. Piense que Buckingham se visita sólo 15 días al año y el de Estocolmo tiene un único día gratuito, mientras que en este Palacio la entrada es gratis todos los miércoles", explica Álvaro Fernández-Villaverde, duque de San Carlos, presidente del Patrimonio Nacional desde 1997. "Utilizamos los recursos a tope: esto, mañana lo estará visitando la gente como si no hubiera pasado nada. Los actos dan vida a este palacio".

No se equivoca el duque. Hoy está vivo. Es una casa grande. Pasadas las tres de la tarde, los floristas preparan en la galería los centros que adornarán la mesa principal con rosas blancas, helecho de cuero, paniculata y brezo. Hasta que comience la cena, las flores darán al recinto un aroma fresco que sustituirá al cerrado ambiente propio de un caserón deshabitado. 

"Zarzuela nos pide que los centros no sean altos, para que no impidan la visión de un lado a otro de las mesa; que no sean flores con aroma, como las gardenias o los nardos; que no manchen, que no encierren simbolismos. Y que no nos repitamos".

Rotar. Una de las directrices de la Casa del Rey en la preparación de una cena de gala. Variar invitados, vinos, menús, y que el programa que interprete la Banda de la Guardia Real (con supervisión de la Reina, una verdadera especialista en música barroca) sea digerible.

En Palacio no se cocina. Sus fogones en el sótano son un museo al arte culinario. Desde hace 15 años los menús los confecciona el restaurante Jockey, restaurador habitual en las ceremonias y cacerías de la aristocracia madrileña del blasón y el dinero.

Carmelo Pérez, director de la firma, explica cómo elabora una serie de propuestas para la cena, y la Reina tiene la última palabra (como Ana Botella en los almuerzos oficiales en La Moncloa). "Son cenas suaves y ligeras, aunque tengan tres platos y postre, en las que se tiene en cuenta los gustos y el origen del invitado, pero siempre con productos y denominaciones muy españolas. En eso es tajante la Reina. Algunos platos los traemos acabados, y el resto se termina en las cocinas que se han instalado junto al comedor".

¿Y el vino? El palacio de la Zarzuela, como el de la Moncloa, poseen excelentes bodegas que, en el caso del primero, se denomina Cava Real y está al cuidado de tres sumilleres de la Guardia Real. En La Zarzuela hay orden de que se roten rioja, ribera, navarra, priorato, penedés… La misma práctica se sigue últimamente en la Presidencia del Gobierno ante las críticas de otras denominaciones de origen por la excesiva publicidad que hacía José María Aznar de los caldos de la Ribera del Duero.

En la cena de hoy se degustarán vinos andaluces, catalanes y del Duero. El menú se compone de sopa de melón, pastel de berenjenas, lenguado con higos y suflé de frambuesa. La copa y el café, de pie en el salón de Gasparini, auténtica joya rococó de tiempos de Carlos III. 

No será ese menú el único que se servirá esta noche en Palacio. Dos salones contiguos acogerán a un centenar de asistentes con menor rango de los 140 que abarrotan el comedor principal; son las "mesas técnicas": el mismo menú, pero con vajilla, cristalería y cubertería de inferior pedigrí. Mientras, en el sótano, en la mejor tradición de Arriba y abajo, 150 personas de servicio de la Casa Real y Patrimonio comerán canapés, jamón, carne y helado de chocolate. Muy cerca de la Incógnita, la puerta más discreta del Palacio, orientada hacia el Campo del Moro, los soldados de la Guardia darán cuenta de gazpacho, entremeses y filete. Todavía más: los camareros de Jockey devorarán pollo y cervezas junto al comedor de gala. Alguien bromea: "La próxima cena de empresa, a ser posible, aquí".

A las seis de la tarde las principales estancias del Palacio quedan "selladas" por motivos de seguridad. Nadie puede ascender por la escalera principal o entrar en el ya majestuoso comedor de gala. En éste aún se rompen la cabeza media docena de miembros de la Guardia Real redistribuyendo los puestos en la mesa ante el aviso de que algunos invitados "se han caído". Hay sudores. Las cancelaciones de última hora son el gran enemigo de Protocolo.

Con una puesta de sol velazqueña, mezcla de suaves azules y rojos, el patio principal adquiere un aspecto irreal. Soldados con uniforme del regimiento Monteros de Espinosa de tiempos de Alfonso XIII practican con viejos fusiles Mauser, mientras alabarderos ataviados como la guardia de Alfonso XII se preparan a tomar posiciones en la escalera para rendir honores al invitado. La ensalada de uniformes se completa con el azul marino de los ayudantes militares y los diplomáticos, el blanco de los marinos y los primeros frac de la noche. En una hora llegará el Rey de España.

Últimas preguntas.

-¿Si alguien se pone enfermo?

-Patrimonio Nacional cuenta con un servicio médico al que hay que sumar el médico del Rey, el del jefe de Estado invitado, el del presidente del Gobierno, una UVI móvil del Ejército y otra contratada.

-¿Van los invitados al baño?

-Durante la cena es impensable. Cuando se pasa a tomar café, es posible. (Este periodista pudo ver dos de los tres habilitados: el de Carlos III, para todos los invitados, con bañera de mármol, retrete de porcelana y un tirador de raso para accionar la cisterna. Y el coqueto de Rey Francisco, destinado al invitado de honor. El Rey tiene el suyo en la zona de Tapices).

-¿Está permitido fumar?

-En la mesa, no. Con el café, en el salón Gasparini, se reparten puros que se encienden con un encendedor de plata montado sobre una auténtica pata de elefante, regalado a Alfonso XIII en 1909.

-¿Cómo se sientan?

-El saludo a los Reyes se hace según el Decreto de Precedencias en el Estado, de agosto de 1983. En la mesa, Protocolo de Zarzuela organiza la disposición.

-¿Cómo se sirve la cena?

-A la rusa: se ofrece la fuente al comensal por la izquierda para que se sirva. Primero, a los Reyes y sus invitados. El vino, por la derecha.

Llega Juan Carlos I. Entra a Palacio por la puerta del Príncipe, que da a la calle de Bailén: el portal de su casa. A través de la escalera del Príncipe y por el ala privada avanza hasta la Cámara Oficial, donde espera, junto a la Reina y el Príncipe, la llegada de su invitado. La espera se prolonga.

Mohamed VI, siguiendo la costumbre de su padre, Hassan II, llega tarde. En el zaguán es recibido por el jefe de Protocolo de la Casa del Rey, un teniente de Alabarderos y el portero de Banda. Éste anuncia al invitado. Mohamed VI asciende la escalera Principal (a su paso, la guardia golpea los escalones con sus alabardas) y se encuentra con el Rey de España en el salón Teniers. Después de los saludos, besamanos de los invitados en el salón del Trono.

A las 21.40, el Rey y su invitado entran en el comedor de gala. El coronel Grau, director de la Banda, y sus 100 profesores atacan el himno nacional de Marruecos. Se alza el telón. Discursos. Brindis. Una legión de camareros entra en acción. La representación durará tres horas.

Mañana el Palacio volverá a ser museo. 

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