El Rey, con la reina madre de Inglaterra, tras recibir la Orden de la Jarretera, en 1989 (EFE).
Reyes, guiñoles, ingleses y democracia 

JOHN CARLIN

A diferencia de lo que ocurre en el Reino Unido, en España existe una conspiración de silencio en la que participan todos los medios de comunicación en torno a la familia real. Y tiene su razón de ser 

 
 
El secreto del éxito de los guiñoles es que no se salva nadie. José María Aznar, Jordi Pujol, el Papa, los dos González - Felipe y Raúl-: todos son blancos legítimos de los dardos satíricos que lanzan los atrevidos realizadores. No hay vacas sagradas.

Corrección. Las hay. El programa más irreverente que emite la televisión española, el que no teme reírse de los poderosos y los famosos, no se mete con el Rey ni con su familia. Nunca. Jamás.

Lo cual habría llamado la atención a los creadores del programa de televisión inglesa, Spitting Image, en el que se basa el formato, el espíritu y el concepto cómico de Lasnoticias del guiñol. Porque Spitting Image, que se dejó de emitir en 1992, montaba ataques tan despiadados contra los políticos como contra la familia real británica. A la reina Isabel, cuya voz imitaban a la perfección, la retrataban siempre como una ama de casa al borde de un ataque de nervios cuyos hijos eran a la vez unos tarados y unos maniáticos sexuales, cuyo marido era displicente y racista, y cuya madre era una vieja borracha.

No es ninguna casualidad, claro, que la versión española no haga ni siquiera mención del rey Juan Carlos y familia. Las noticias del guiñol se ha sumado a la conspiración de silencio en la que participan todos los medios de comunicación españoles en torno a sus majestades. Además, aunque los guiñoles quisieran desviarse de esta ortodoxia no declarada, no podrían. Porque no tendrían material.

Spitting Image, como también los Monty Python, se han nutrido de la materia prima que ha provisto la prensa británica. Que si el príncipe Felipe habla mal de los chinos en privado, que si el príncipe Carlos sueña con convertirse en un tampax, que si a la esposa del príncipe Andrés le gusta que millonarios tejanos le chupen los dedos de los pies. Ni hablar de la telenovela semipornográfica en la que se convirtió la vida de Diana de Gales.

De los pormenores de la familia real española el público no se entera. Hay rumores de una cosa y otra (las reglas de la conspiración de silencio no permiten que estos rumores se mencionen aquí), pero por lo general lo que consumimos en los medios es la versión ¡Hola!, es decir la vida de palacio anestesiada, idealizada y pintada de rosa.

Lo cual, por un lado, habla bien del gusto y los modales del público español comparado con la poca clase que exhiben a veces los hooliganescos vecinos isleños. Pero ahí no acaba la historia. Porque existen ciertas contradicciones en las actitudes de los españoles y los británicos hacia sus respectivas familias reales que son sorprendentes.

Por ejemplo, es curioso que los españoles sean tan solemnes, tan severos, tan reprimidos en su relación con la familia real mientras que los británicos sean tan escandalosos, tan (por traducir un adjetivo que ha aparecido en la prensa inglesa) almodovarianos. ¿No hay aquí una confusión de papeles? ¿No eran los ingleses los tiesos y los españoles los alegres, los extrovertidos?

Ahora, por otro lado, y lo que confunde más aún el tema, también es verdad que los españoles ven a su familia real con más cariño que los ingleses; y (que sepamos) que hay menos españoles que ingleses deseosos de abolir la institución de la monarquía. Lo que se debe en parte a que la familia real española esté mucho más cerca a su pueblo que la británica. Tendrán más dinero, o vivirán rodeados de un lujo extraordinario, pero al fin de cuentas son como nosotros, son casi familia, piensa la gente. Los podríamos invitar a casa y comerían lo que comemos nosotros, hablaríamos más o menos de lo mismo.

Para un inglés, por más afecto que sienta por su majestad, invitar a la reina Isabel a casa significaría un trauma. Aparte de no tener la más remota idea de qué hablar, el anfitrión estaría aterrado ante la posibilidad de echarle demasiada leche al té, de ofrecerle a la reina galletitas que no sean de su agrado, o simplemente de no inclinarse ante ella exactamente de la manera debida.

Isabel II vive estancada en el pasado, concretamente en la época victoriana. Es una persona absolutamente incapaz de actuar con espontaneidad, según la imagen que todo el mundo tiene de ella, cuya vida la rige el protocolo ancestral. Su heredero, Carlos, vive en otro planeta. Es un personaje francamente raro. En su intento de liberarse del estreñimiento emocional de sus padres se ha ido demasiado lejos, y ha acabado hablando con las plantas.

Lo que nos ayuda a entender la manía que tienen los ingleses por reírse de su familia real. Ofrecen más de qué reír. Hacen más el ridículo.

Pero existe otra explicación, y tal vez ésta sea la más importante. Los ingleses se ríen de su familia real y husmean en los armarios de Buckingham Palace, y debajo de las camas, sin el más mínimo pudor por la simple razón de que se pueden dar el lujo de hacerlo. Mientras los españoles categóricamente no se lo pueden dar. ¿Por qué?

Porque la realeza británica es una institución tan antigua, tan duradera y tan estable como el sistema político que simboliza. Se le puede tirar todas las piedras que se quiera pero no se derrumbará, no se romperá ni un cristal.

La familia real española, en cambio, simboliza algo nuevo en España, algo relativamente frágil, que todo el pueblo (o casi todo el pueblo) tiene un interés compartido en proteger. La democracia.

En Inglaterra ha habido democracia desde que el Parlamento decidió, por mayoría, cortarle la cabeza al rey en 1649. Y desde que en 1660 se restauró, con poderes muchísimo más limitados, la Corona no ha habido ni guerra civil, ni golpe de Estado, ni siquiera un partido que seriamente haya planteado la idea de cambiar el statu quo constitucional.

El rey Juan Carlos no sólo ha sido símbolo, sino protector de una democracia que nació hace apenas 25 años. La autocensura de los medios españoles ha sido, en este caso, una demostración de responsabilidad cívica. Todo puede cambiar. De aquí a otros 25 años, ¿quién sabe lo que se podría llegar a decir en los periódicos de los nietos de los Reyes? ¿o hasta qué punto se atreverán los guiñoles a burlarse de su majestad?

Seguramente no llegarán al extremo de los ingleses, que sí parecen ser más salvajes en estas cosas, por temperamento nacional, que los españoles. Spitting Image vestía a Margaret Thatcher de oficial de la Gestapo y la hacían hablar con Hitler para pedirle asesoría en política de inmigración. Por otro lado, el día que Las noticias del guiñol vista al presidente español de falangista y que al Rey lo pinten, digamos, de mujeriego, tal vez aquel sea el día en que se podrá decir con absoluta confianza que no hay fuerza en el mundo capaz de derrocar a la democracia española.

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