Un
compromiso histórico
SANTIAGO
CARRILLO
Muerto
Franco, el dilema no era entre monarquía y república, sino
entre dictadura y democracia. El Rey siempre ha respetado ese compromiso
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Santiago
Carrillo.
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A
algunas gentes les cuesta trabajo comprender que quienes éramos
republicanos de toda la vida y no nos arrepentimos de serlo, hayamos tomado
parte en la elaboración de una Constitución que establece
la Monarquía parlamentaria como forma de Estado. En realidad nos
hallamos ante lo que pudiéramos llamar un compromiso histórico
adaptado a la realidad política de España.
Tras
la muerte de Franco se abrió, por primera vez en casi cuarenta años,
la posibilidad de restablecer la democracia. No había entonces ni
dos ni tres caminos para lograrlo. La oposición democrática
no tenía fuerza para derribar por sí sola la dictadura. La
mayor parte de los partidos que la componían ni siquiera se habían
planteado nunca el propósito de derribar al régimen. De hecho,
a lo largo de aquellos años sólo se plantearon sustituirle,
bien por una presión de las potencias democráticas para desplazarle,
bien por la desaparición física del dictador.
Desde
1956, convencido de esto, el Partido Comunista había elaborado la
política de reconciliación nacional, que preveía una
aproximación entre la oposición y las fuerzas que desde el
interior de aquel régimen evolucionaban hacia posiciones democráticas,
bajo la influencia de las acciones antifranquistas y del entorno mundial.
La
desaparición física de Franco, que era la clave de bóveda
de aquel sistema, creó las condiciones favorables para el encuentro
de ambas corrientes: oposición y reformistas, condiciones
que era necesario aprovechar y en ese momento resultó que el jefe
político de los reformistas no era otro que don Juan Carlos.
Él
era quien desde la Zarzuela había promovido e impulsado esta fuerza,
estableciendo contactos cautelosos con la oposición. Dentro de ésta
había también monárquicos.
Los
que veníamos de una tradición republicana, al principio desconfiábamos
de los propósitos del, primero, príncipe de España,
y después, Rey, por la razón de que lo había designado
Franco. Temíamos, dado este origen, que se propusiese continuar
el régimen dictatorial. Hasta que comprobamos que estaba dispuesto
a devolver la soberanía al pueblo y a facilitar la vía pacífica
a la democracia.
En
esa situación la aceptación de la forma de Estado monárquica,
a cambio de que ésta fuese constitucional y parlamentaria, es decir,
de que la soberanía residiera en el pueblo -como sucede en cualquier
república democrática- se convertía en la condición
sine qua non para un acuerdo entre oposición y reformistas.
Plantear la opción republicana equivalía a forzar el mantenimiento
del bloque entre reformistas y ultras y a retrasar indefinidamente
la salida de la dictadura.
Para
nosotros, en aquellas circunstancias el dilema esencial no era república
o monarquía, sino otro: dictadura o democracia.
Por
ello, optamos a favor de aquel compromiso histórico.
La
experiencia ha confirmado la justeza de esa opción. El Rey ha respetado
el compromiso. El 23-F fue una prueba de fuego para la democracia en la
que el Rey demostró su fidelidad a la Constitución; un presidente
de la república no hubiera podido hacerlo.
Los
problemas actuales de la democracia española no se diferencian de
los que pueda tener hoy cualquier república europea.
Santiago Carrillo
fue secretario general del PCE durante la transición.
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