La marca de la monarquía

MARGARITA RIVIERE

La fórmula de la Casa Real ha funcionado, y todo ha sido cuestión de desarrollar un estilo nuevo, propio e innovador, el estilo adecuado para un país también nuevo, del cual el Rey ha sido la marca, la referencia 

La lealtad de catalanes y aragoneses a su conde-rey en la Edad Media se expresaba en este acuerdo: "Nosotros, que somos tan buenos como vos, juramos a vuestra merced, que no sois mejor que nosotros, aceptaros como rey y señor soberano siempre que respetéis todas nuestras libertades y leyes; pero si no, no".

En aquellas épocas 1ejanas, el conde-rey de Barcelona gobernaba por este diáfano contrato. Ciudadanos y reyes, en pie de igualdad, acordaban protegerse, defenderse, sobrevivir y, sobre todo, respetarse. Todo un estilo que la historia colectiva de los españoles diluyó en el olvido.

Quién hubiera dicho, pues, que en el año 2000, a la hora de hacer balance de 25 años de una monarquía moderna, la que representa Juan Carlos de Borbón, esa vieja fórmula de acuerdo quizás encarne, otra vez, un estilo básico de relación, que no de gobierno, entre ese símbolo que es el Rey y sus iguales, los ciudadanos del país.

Posiblemente sin ese acuerdo de fondo, acuerdo tácito que hoy puede contrastarse tras 25 años de feliz convivencia, y sin ese nuevo estilo de relación entre la gente y su símbolo, a estas alturas de la historia hubiera resultado imposible que este país hubiera aceptado otra fórmula de monarquía. Ninguna otra cosa habría funcionado.

Porque ha funcionado. Ahora lo vemos, aunque aún no seamos capaces de entender cómo ha sido. Cuestión de estilo, un estilo nuevo, propio e innovador: un nuevo estilo para un nuevo país del cual el Rey ha sido la marca, la referencia. La historiadora y miembro del Consejo de Estado Carmen Iglesias piensa que, "con perspectiva histórica, este período puede ser visto como milagroso dentro de la historia de España".

Un periodo de cambio social y cultural acelerado, eso es lo que el Rey ha representado con su sensibilidad e intuición para percibir, con un profundo sentido de la realidad, las preocupaciones del final de siglo. Todo lo cual se ha producido con naturalidad, sin aspavientos.

En ese marco de cambio social, este estilo ha producido estabilidad y ha sido un factor de integración. Da la impresión de que el Rey es alguien que está siempre aprendiendo y ha convertido su papel en un trabajo sutil que consiste en ese juego entre tradición o innovación. Es un estilo innovador, un camino propio, que no tiene nada que ver con el de otras monarquías, como la británica".

En suma, en un país quemado por su historia, el juancarlismo ha legitimado la monarquía, justo en el momento más imprevisto, cuando todas las monarquías parecían un anacronismo o cosa del pasado.

He pedido otros diagnósticos cualificados sobre el estilo de estos 25 años. He aquí el de Miquel Roca, padre de la Constitución, hoy alejado de la política: "Lo más importante del estilo de la Casa Real en esta etapa ha sido una sabia y prudente combinación entre proximidad y distancia. Proximidad social y distancia política; proximidad con todo cuanto afecta a la ciudadanía y distancia en la pugna política partidista".

Este equilibrio no ha sido fácil ni responde a la tradición monárquica en España. No ha sido fácil porque han sido muchos los que han intentado colocar a la Casa Real en posiciones partidistas; han sido muchos los que han intentado instrumentalizar a su favor actitudes y comportamientos regios. Y no lo han conseguido, fortaleciéndose así la imagen de un rey que quería asumir más un papel de símbolo que de protagonista activo de la vida política.

Y no era ésta la tradición borbónica en España. El nuevo estilo de la Casa Real hoy se agradece porque representa haber aceptado la lección de la historia. Y cuando la tradición aprende de los errores anteriores, tiene el gusto de la modernidad. Es bueno hablar del estilo de la Casa Real; quiere decir que no hay necesidad ni motivo para hablar de voluntades y posiciones construidas al margen de la voluntad popular. Esto es bueno y es nuevo".

Equilibrio entre proximidad y distancia, aprendizaje de la historia; el gran triunfo de ese nuevo estilo parece consistir en no haber creado problemas; antes, al contrario, convertirse en la orilla donde las olas y los problemas pueden diluirse. No es poco mérito.

El ensayista José Antonio Marina dice que "el rey Juan Carlos ha impuesto un estilo de patrón de barco. El buen navegante sabe aprovechar a su favor elementos que están en su contra. Puede navegar a barlovento, es decir, contra el viento. Para eso necesita un rumbo fijo, y el Rey lo tenía: consolidar la democracia y la monarquía. El estilo deportivo ha sentado muy bien a toda la familia real, porque es el antídoto más claro de la corte y sus covachuelas. Por último, el Rey ha sido discreto, que es la cualidad que Gracián decía que tenía que tener todo gobernante. Una inteligencia prudente y astuta".

Un estilo deportivo y tenaz, capaz de sortear los obstáculos del camino, gracias a tener el rumbo del viaje, la democracia, muy claro.

En 1984 recabé la opinión del Rey (que se publicó en mi libro La generación del cambio) acerca del objetivo de su generación. Ha sido una de las pocas veces en las que don Juan Carlos se pronunció personalmente, implicándose generacionalmente, sobre el rumbo de ese viaje que él y la gente de este país habíamos emprendido: "Lo que caracteriza a esta generación es el compromiso de tomar decisiones que no se pueden delegar en otros y que van a afectar de modo importante al futuro, sin apoyarse en precedentes o costumbres institucionalizadas".

Por lo tanto, el nexo común (de esta generación) resulta ser la importancia que dan a la obra bien hecha, y la necesidad de que esta obra tenga la mayor duración posible, aunque no puede perderse la idea de aplicar las reformas que las circunstancias vayan urgiendo. De ahí se deduce una serie de caracteres y valores: sentido de lo concreto, saber entender y entenderse, no confundir deseos y realidades, y, sobre todo, ser consecuente con los principios y la ética que se profesa.

Es claro que estas observaciones pueden aplicarse a todas las generaciones, pero creo que se presentan a la nuestra de forma especialmente aguda y urgente. El Rey dijo también entonces que quería lograr para España el mayor bienestar posible y conseguir que recupere en el mundo el lugar que le corresponde. Es preciso consolidar una democracia vivida y no solamente escrita. Este rumbo también es la marca de una generación de autodidactas que pilotó una transición con un rey que en 1975 parecía provisional.

Tras 25 años, ciertamente puede hablarse de un nuevo estilo, un estilo propio que enlaza con el de un nuevo país convertido en un océano de clase media (una Casa Real de clase media, ¿por qué no?). Un sinfin de detalles conocidos, como los matrimonios libres de las infantas, o desconocidos, como que el Rey va tranquilamente a esquiar a Baqueira con su sastre, Larraínzar, o que en los retratos como el que hace ahora el pintor Antonio López prefiere posar con traje de calle, o que cada mes los miembros de su Casa se reúnen con él y con la Reina y el Príncipe para debatir aspectos de la agenda, como si la monarquía fuera una empresa, indican que estamos ante algo que tiene poco que ver con los clichés de la historia.

Quizás el éxito, hoy constatable, de ese estilo que ha hecho del oficio de ser rey un trabajo digno de tal nombre, se basa en la recuperación de ese acuerdo tácito según el cual el Rey es un ciudadano más, uno de nosotros, alguien que nos respeta y se hace respetar por su talante liberal y poco sectario, que ése es otro milagro.

Hoy hablaríamos de complicidad para describir ese tipo de relación que ha convertido a la monarquía española en un símbolo de modernidad por su capacidad de adaptación a los tiempos. Un símbolo que es una marca, en esta época en que los reyes, como cualquier ejecutivo, sólo se justifican si son buenos profesionales. Las marcas hoy simbolizan productos, pero también servicios, utilidades, ideas, formas de vida y valores. La monarquía de don Juan Carlos es, tras 25 años, la marca más visible de la España actual. Una marca de prestigio en el mundo que habla del estilo de la nueva España.

Resumir la pluralidad, la realidad y la esencia de un país diverso, variopinto y muchas veces contradictorio; sintetizar los mejores deseos y aspiraciones de los ciudadanos, dar cuerpo a una presencia colectiva: ésa es la función de la marca Juan Carlos. Una marca en la cual los ciudadanos son capaces también de reconocerse porque acaso la marca minimiza los defectos y garantiza la diversidad y la solvencia del colectivo. Una buena marca para una empresa colectiva que ha ido a más.

Recordemos que en 1975 la marca España tenía no pocos problemas. Recordemos que nadie hubiera dado dos duros por una nueva marca como la que encarnaba entonces el príncipe Juan Carlos. Recordemos el evento del 23 de febrero de 1981 como el definitivo impulso al acuerdo tácito entre los ciudadanos y su monarca, entre los ciudadanos y su nueva marca. Pero hay mucho más.

Los publicitarios y demás expertos saben la dificultad de consolidar las imágenes y los símbolos más sutiles: las marcas no pueden avasallar, han de acompañar sin molestar, estar presentes y disponibles en caso de necesidad. Las marcas, sobre todo se miden en el día a día, en las rutinas.

Que la connotación peyorativa que arrastraba, para buena parte de la ciudadanía, la idea tradicional de la monarquía se haya diluido no es un milagro. Detrás hay un estilo, un talante, pero sobre todo un trabajo, una profesionalidad y hasta unas cifras que hablan de los beneficios colectivos y de la productividad de la marca JC. La curva de productividad del Rey, un verdadero ejecutivo de su trabajo, es un estudio que queda por hacer y que probablemente daría interesantes resultados cuantitativos si tenemos en cuenta tanto la incesante actividad real como la disponibilidad presupuestaria (unos mil millones de pesetas anuales).

Por fin, lo que acaba contando, y fijándose en la historia, es el estilo. El estilo de un Rey que se hizo perdonar ser rey, que nunca alimentó la corte o el star system que es la corte contemporánea hecha de espectáculo y cotización en las bolsas de la fama. Un estilo que, en suma, se ha basado en ejercer de rey como quien realiza un trabajo de singular responsabilidad en el que es obligado aportar lo mejor de sí mismo, como es lo deseable en cualquier otro oficio.

El estilo del rey Juan Carlos ha sido y es el del patrón de barco que navega a barlovento con comodidad, el del hombre medio que hace gala sin aspavientos de su sentido de la realidad, pero, sobre todo, el de alguien que ha conseguido que una institución anacrónica encontrara una nueva razón de ser en la democracia. El éxito de esta marca es, sin duda, el éxito de todos.

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