La sabiduría de renunciar

GABRIEL JACKSON

En la transición, el Rey siguió el modelo de algunas monarquías europeas y desechó el de su propio abuelo: don Juan Carlos se mantuvo auténticamente neutral respecto a los partidos políticos y ante los debates sobre la Constitución 

Doña Sofía y don Juan Carlos, en las escalinatas de La Zarzuela. (R. Gutiérrez)

 
 
REPORTAJES 
• 25 años de emociones
• Bienvenidos a Palacio
GRÁFICOS ANIMADOS 
• 25 años de monarquía
• 300 años de Borbones en España
• Encuesta-Demoscopia
ÁLBUM FOTOGRÁFICO
• Imágenes de la familia real
• Jornada de celebración
ESPECIAL 
• 25 aniversario de la muerte de Franco
VÍDEO
El papel del Rey (Canal+)
• WindowsMedia
• RealVideo

 

En los últimos años de su vida, el dictador general Franco decidió que sería sucedido por una monarquía comprometida con la continuación de las instituciones que habían constituido la base de su largo mandato. Con una destreza verbal digna de la mejor empresa moderna de publicidad, se refería a sus planes como instauración, y no restauración, de la monarquía española. En aquellos años nadie conocía los verdaderos pensamientos, aptitudes y posibles oportunidades futuras del discretísimo joven príncipe Juan Carlos. En los siguientes párrafos, un historiador estadounidense carente de conocimientos especiales sobre la historia de la monarquía como tal intentará hacer balance de los resultados reales de esa instauración.

Las primeras etapas de su vida no fueron fáciles en modo alguno. Creció básicamente en el exilio, pero al mismo tiempo su escolarización y su servicio militar estuvieron determinados más por los deseos del general Franco que por los de sus padres. Sufrió la terrible desgracia de soportar la responsabilidad accidental de la muerte de un hermano, y posteriormente disgustó a muchos monárquicos tradicionales con su decisión de casarse con una princesa griega, ortodoxa de nacimiento, en lugar de con una católica romana. Durante toda su juventud, su relación personal con su padre, el legítimo pretendiente al trono, don Juan, se vio constantemente amenazada por la deliberada utilización de la oposición entre padre e hijo en las ambiguas intenciones del dictador, con quien no se podía discutir.

En 1967 fue nombrado oficialmente sucesor del Caudillo, pero a excepción de los pocos meses en que Franco estuvo gravemente enfermo en 1974 no se le permitió desempeñar ningún papel en el que pudiera haber mostrado sus habilidades personales.

En noviembre de 1975 heredó el muy conservador y antidemocrático Gobierno de Carlos Arias Navarro, pero unos meses después demostró su clara determinación a restablecer la libertad política en España al nombrar nuevo presidente del Gobierno a Adolfo Suárez, encargado de convocar elecciones parlamentarias libres y de redactar una Constitución parlamentaria. Siguiendo el modelo de las monarquías escandinava, holandesa o inglesa contemporáneas más que el ejemplo de la monarquía griega, que colaboró con el régimen militar dictatorial, o el de su propio abuelo, que había perdido el trono de España en gran parte debido a arbitrarias intervenciones en los asuntos públicos, Juan Carlos se mantuvo auténticamente neutral con respecto a los partidos políticos, los resultados electorales y los debates sobre la nueva Constitución. Unos años después, en febrero de 1981, cuando el régimen democrático se vio amenazado por un pronunciamiento como los que con tanta frecuencia se desarrollaron entre 1808 y 1936, el joven Rey arriesgó su trono, aunque no su vida, al negarse a permitir que una junta militar destruyera el régimen parlamentario civil. Sólo por estas dos acciones es admirado con máximo agradecimiento por millones de españoles que no son monárquicos, y que antes de estos hechos no tenían ningún motivo para creer que era siquiera capaz de tomar tales decisiones.

Afortunadamente, tanto para él como para los pueblos de España, la era de los pronunciamientos parece estar claramente acabada con el fracaso del golpe de Tejero. Su papel desde 1981 ha sido principalmente la tarea representativa simbólica de un Rey constitucional en una sociedad democrática. Pero también este papel lo ha desempeñado de una forma que va mucho más allá de las obligaciones convencionales de una cabeza de Estado simbólica.

En las visitas oficiales a países con largas historias de dictadura e inestabilidad, él ha hablado diplomática pero firmemente a favor de la democracia y los derechos humanos. Cuando ha recibido títulos honoríficos en las universidades europeas y estadounidenses, siempre ha expresado su respeto por las humanidades y las ciencias, y por la libertad humana que hace posible sus grandes avances. Ha entrado en las mezquitas de sus anfitriones en los países islámicos y ha entrado también en la reconstruida sinagoga judía de Madrid.

Estos gestos han sido especialmente importantes debido al contexto en que se han producido. Desde las guerras de religión del siglo XVI, el desconocimiento y la falta de información que se tenía en el extranjero sobre España ha sido poco menos que una caricatura grotesca de la realidad, la clase de verdades parciales que pueden hacer más daño que las mentiras evidentes. Tierra de la Inquisición, conquistadora cruel y explotadora en México, el mar Caribe y Suramérica; el ridículo fracaso de la Armada Invencible y los esfuerzos fracasados por mantener una monarquía católica y autoritaria en Holanda; más tarde la terca dinastía Borbón, de la que se decía que nunca olvidaba y nunca aprendía; la cultura de los gitanos y el flamenco, con guardias civiles que llevaban curiosos sombreros de tres picos e interferían torpemente en la política nacional. Esta ha sido la imagen de España, primero en Europa y luego en Norteamérica desde 1500 hasta finales del siglo XX.

Tan importante como todo lo demás en el reinado de Juan Carlos ha sido el papel complementario de doña Sofía. Como otras esposas contemporáneas con importantes intereses y aptitudes propios, mujeres como Eleanor Roosevelt, Rosalyn Carter y Danielle Mitterand, la Reina ha contribuido a la perspectiva mundial de su esposo y a numerosas causas culturales y sociales. Entre ellas me gustaría destacar su interés activo por las artes y por la educación, su amistad con dos grandes músicos humanistas, el violoncelista ruso Mstislav Rostropovich y el fallecido violinista judío angloestadounidense Yehudi Menuhin. Como mecenas de la Fundación Yehudi Menuhin de España, fomenta en este país los elementos excepcionales que formaron parte del legado de ese músico a la humanidad: la creencia en la música como forma de expresión personal, como medio para unir espiritualmente a personas de todas las edades, creencias religiosas y nacionalidades; y como instrumento terapéutico en una era en la que tantos seres humanos padecen afecciones psicológicas y nerviosas.

Finalmente, me gustaría señalar que sus majestades, y la élite política y económica de la España democrática se han beneficiado también de las actitudes predominantes del pueblo español, especialmente en los años críticos que precedieron y siguieron a la muerte del general Franco. Nos han ofrecido numerosas autobiografías y relatos sobre la "modélica" transición, en las que los autores -no el propio Juan Carlos- se han asegurado de que todos los lectores sepan lo generosos, inteligentes y sacrificados que fueron aproximadamente entre los años 1967-1981. 

Dicha transición dependió también de la paciencia y de la sagacidad política de millones de españoles. Dependió de la moderación y del optimismo provisional de CCOO y UGT, de socialistas y comunistas largo tiempo perseguidos, de nacionalistas vascos y catalanes, de los veteranos del derrotado y perseguido ejército republicano, de los hijos y nietos de exiliados externos e internos. Dependió de la voluntad de esos millones de personas de renunciar, por el bien de la paz civil, a cualquier purga sustancial de policías y funcionarios de estilo especialmente fascista. Demos crédito también a esa anónima sabiduría popular. 


Gabriel Jackson es historiador y reside en Barcelona.

© Copyright DIARIO EL PAIS, S. L. Miguel Yuste 40, 28037 Madrid (España)
digital@elpais.es | publicidad@elpais.es