La
noche en que se afianzó la Corona
ALBERTO
OLIART
La
firme y hábil actitud del Rey fue decisiva para que en el intento
de golpe de Estado del 23-F las Fuerzas Armadas salvaguardaran la Constitución
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El
Rey se dirige al país por radio y televisión para desautorizar
el intento de golpe de Estado.
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Fue
como si de pronto se abrieran las ventanas todas a la esperanza, cuando
oímos el discurso que pronunció el Rey el día de su
coronación. El Rey de todos los españoles... Superar divisiones
del pasado... No sé si fueron estas exactamente las palabras, sí
las que todavía resuenan en mi memoria, el mensaje que yo entendí
cuando las escuchaba, cuando después las leía. No dejaba
lugar a dudas su firme intención, como Rey y como Jefe del Estado,
de superar, por fin, la división entre españoles, entre vencedores
y vencidos, legado, mantenido y alentado hasta ese momento, de nuestra
guerra civil.
Y
los cambios, pese a las dudas que en algunos suscitaron los primeros meses
de su mandato, se fueron sucediendo en crecimiento continuo hacia la recuperación
de la libertad y la democracia para todos los españoles, y cambiando
una estructura política que ya no tenía sentido para la inmensa
mayoría de los españoles, ni querían que siguiera
siendo la clave de su vida pública, porque impedía el desarrollo
normal de la sociedad española y que España se incorporara,
plenamente, al mundo de las naciones democráticas.
Sería
septiembre de 1977; por primera vez, como ministro de Industria y Energía
del Gobierno de Adolfo Suárez formado después de las primeras
elecciones generales, legalizados ya todos los partidos políticos,
asistí a una cena de gala en el Palacio Real. Allí estaban
con los Reyes, el Gobierno en pleno, los dirigentes de todos los partidos
políticos representados en el Parlamento, los presidentes de ambas
Cámaras y, entre otras personalidades, los jefes de los Estados
Mayores del Ejército, de la Armada y del Aire. El Rey, vistiendo
el nuevo uniforme de gala de Capitán General, me cogió del
brazo y me dijo: "Ven, que tenemos que hacer algo". Sin soltarme, me llevó
donde estaban Santiago Carrillo y su mujer un poco apartados del resto
de los presentes, coge a Carrillo del brazo, y nos lleva, la mujer de Carrillo
al lado de su marido, donde estaban los tres tenientes generales, que se
quedan casi en actitud de firmes cuando el Rey les dice: "¿Conocéis
a Santiago Carrillo y a su mujer?". Y, uno a uno, hace las presentaciones
y, uno a uno, estrechan las manos de Santiago Carrillo y de su mujer. El
Rey, a continuación, dijo: "Al ministro Oliart ya lo conocéis".
Todo
aquel verano, El Alcázar, Arriba y algún otro periódico
habían estado machacando el recuerdo de las actuaciones de Santiago
Carrillo en la guerra civil, intentando sembrar cizaña entre las
Fuerzas Armadas y el Gobierno salido de las elecciones recién celebradas.
Aquel gesto del Rey era la afirmación de su decidido propósito
de acabar con la separación entre vencedores y vencidos, entre amigos
y enemigos heredados de la guerra civil, de pedir a todos que guardaran
las formas y modos que la democracia política exige, legitimando,
además, el reconocimiento del Partido Comunista como un partido
más dentro del sistema democrático que se estaba construyendo.
Por
eso, porque además al Rey, como Jefe del Estado y Capitán
General, le correspondía el mando supremo de las Fuerzas Armadas,
la noche del 23 de febrero de 1981, cuando al banco azul, donde estaba
sentado como ministro de Sanidad y Seguridad Social, nos llegó,
transmitido de boca a oído, desde los bancos superiores, lo que
el Rey había dicho en su mensaje radiado y televisado, oído
en pequeñas radios que los diputados de los bancos superiores podían
escuchar burlando la vigilancia de los guardias civiles, que habían
seguido a Tejero, Íñigo Cavero, al que tenía sentado
a mi izquierda, y yo, comentamos: "Ahora sí que éstos están
perdidos". Porque estábamos seguros de que los oficiales, jefes
y generales del Ejército cumplirían las órdenes del
Rey. Como así fue.
Cuando
no muchos días después, entonces como ministro de Defensa,
tuve que informar al Congreso de los Diputados de los sucesos del 23 de
febrero, en sesión que de secreta no tuvo más que el nombre,
dije, y era verdad, que el 99% de las Fuerzas Armadas habían obedecido
las órdenes de los Jefes de Estado Mayor de los tres Ejércitos
y las del Rey, salvaguardando, como la Constitución establecía,
nuestro ordenamiento constitucional y nuestra democracia.
Y
eso fue así también en el caso de las fuerzas que habían
ocupado la ciudad de Valencia, siguiendo las órdenes del entonces
teniente general Milans del Bosch. Cuando el general Caruana, obedeciendo
las órdenes que había recibido directamente del general Gabeiras,
Jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra, va a detener al general
Milans del Bosch y, ante la actitud de éste, le convence para que
reúna a todos los jefes y generales presentes en Valencia y les
pregunte su opinión, todos, empezando por el coronel Veguillas,
que había acuartelado su regimiento de Ingenieros, pero se había
negado a sacarlos a la calle -el mismo Veguillas que, siendo teniente general,
murió asesinado por ETA-, le dicen que después del mensaje
del Rey las fuerzas debían volver a sus cuarteles y obedecer al
Rey. Entonces, el general Milans del Bosch y el coronel y tenientes coroneles
que después fueron procesados deponen su actitud y cursan las órdenes
de retirada de todas las tropas que habían ocupado las calles de
Valencia y centros neurálgicos de la ciudad; y el general Milans
del Bosch se retira en espera de los dos generales, que, enviados desde
Madrid, llegarán a primera hora de la mañana siguiente, a
comunicarle su arresto y su inmediato traslado a Madrid por orden del general
Gabeiras. Tejero y sus guardias civiles quedaban aislados y el intento
de golpe de Estado, gracias a la firmeza del Rey, habían fracasado.
Durante
todo el juicio del 23-F, tanto la defensa de los procesados, con la excepción
de la del general Armada, como todos aquellos que hubieran deseado el triunfo
de la involución, se empeñaron en propagar que los procesados
se sublevaron convencidos de que lo hacían por orden del Rey, o
que el Rey estaba enterado del golpe. Pero si algo quedó claro en
el juicio fue la falsedad de tal aserto. Y el juicio del 23-F, el primer
juicio, que yo sepa, de la historia de España, al menos desde el
siglo XIX incluido, en que se sentaban en el banquillo de los acusados
treinta y tres oficiales, jefes y generales, fue posible llevarlo a término
por la firmeza del presidente Calvo Sotelo y su Gobierno, y el respaldo
sin fisuras del Rey.
También
contamos entonces, en este tema concreto, con el apoyo de todos los partidos
políticos democráticos y con la permanente, objetiva y veraz
información de los servicios del Cesid dirigido por el teniente
coronel, luego Coronel, Emilio Alonso Manglano.
En
resumen, la firme y hábil actitud del Rey la noche del 23 de febrero
de 1981 fue decisiva para que las Fuerzas Armadas cumplieran su misión
de salvaguardar el orden constitucional, y su respaldo y consejo permanente
durante aquellos largos, arriesgados y difíciles 23 meses del Gobierno
de Calvo Sotelo también lo fueron para continuar con éxito
la transición democrática y terminar, de acuerdo con las
leyes y con el Estado de Derecho, con el último coletazo de 40 años
de dictadura.
Veinticinco
años después, ¡qué lejanos y extraños
parecen todos estos sucesos! Pero conviene recordarlos para esa mayoría
de la población que los vivieron siendo niños o adolescentes,
o que han nacido después. Conviene recordarlos para que sepan que
la democracia y la libertad de la que hoy gozan no fueron fáciles
en sus principios y, sobre todo, para convertir ese recuerdo en un homenaje
al Rey que hizo posible, con los hombres -Adolfo Suárez en primer
lugar- que en un primer momento él eligió, la transición
de la dictadura a la democracia y luego, en la noche del 23-F de 1981,
a defenderla y reafirmarla para todos los españoles.
Alberto Oliart
fue ministro de Defensa desde el 26 de febrero de 1981 hasta diciembre
de 1982.
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