|
|
El
canon del perfecto franquista "Las aportaciones
canónicas
de cuarenta años no caben en todas las simas oceánicas, pero
si me dejan escoger me quedo con aquella perla que le dedicara Joaquín
Arrarás:
'Timonel de la dulce sonrisa" MANUEL
VÁZQUEZ MONTALBÁN "Mandamos
a todos los sacerdotes que desde el día de la ratificación
del Concordato,
Era
constante el comentario 'esto no puede seguir así' y yo he de decir
que desde 1931 estaba esperando llegase el momento en que hubiéramos
de jugárnoslo todo, absolutamente todo". Esta opinión de
un combatiente franquista en la guerra civil, recogido por Josep Fontana
en el prólogo de España bajo el franquismo, refleja
la actitud más consciente de lo que estaba en juego: decidir con
una victoria el largo recelo acumulado por la reacción española
ante todos los intentos de cambios progresistas, intentados y frustrados
desde la Ilustración. El franquismo representó a la española
el frente de las derechas tradicionales maquilladas por la modernidad falangista
frente a los avances del movimiento obrero, la consolidación de
la Revolución Soviética y el problema de los nacionalismos
periféricos insurgentes. El diverso sustrato reaccionario y el maquillaje
fascista hizo diferente al franquismo del fascismo o del nazismo, pero
en los primeros años triunfales del Régimen, Franco y los
franquistas trataron de dar espectáculo según la teatralidad
mussoliniana y lo que no podían conseguir los modestos atributos
físicos de Franco, trataban de lograrlo las cámaras empeñadas
en darle la estatura de un César victorioso. Una
vez vencidos Mussolini y Hitler en la II Guerra Mundial, el diseño
de Franco y los franquistas trató de adaptarse a la nueva circunstancia
recuperando el elemento esencial diferenciador del sustrato: el nacionalcatolicismo.
Aunque a lo largo del Régimen sobrevivió el prototipo del
falangista franquista como recurso convocante de manifestaciones trascendentales,
progresivamente fue sustituido por el del franquista civil bajo palio,
con el bigotillo recortado y el ademán contenido, administrador
de una victoria providencial e inasequible al desaliento, capaz de repetir
una y otra vez el discurso ideológico dominante, verdadero anticipo
del pensamiento único fraguado en los despachos del Ministerio de
información y Turismo o en la Delegación de Propaganda del
Movimiento. Ésa fue la nueva mesocracia dominante tan reclutada
por la victoria como por el miedo a que se repitieran las circunstancias
que habían propiciado la guerra y beneficiada por las ventajas profesionales
y materiales que se derivaban de una clara adhesión al Régimen.
Ésos fueron los más beneficiados integrantes del luego llamado
franquismo sociológico, bien manipulados por el bloque de
poder económico, militar y cultural-religioso, consciente de que
su hegemonía duraría lo que durara Franco y su Régimen
y que cualquier cambio democrático implicaría una depuración
por las responsabilidades contraídas secundando el golpe del 18
de julio y todas las violaciones de derechos constitucionales y humanos
perpetradas a continuación. Así como los historiadores
objetivos condenan abiertamente a Franco como el gran responsable de
una solución militar-africanista a la crisis española, no
han ampliado la responsabilidad a los sectores sociales que empujaron a
la aventura militar y que se beneficiaron de la victoria, tal vez porque
esos historiadores son sus descendientes. El
hecho de que la transición obedeciera a un acuerdo entre los franquistas
más lúcidos y reciclados y unas insuficientemente instaladas
fuerzas de la oposición, diluyó para siempre la posibilidad
de exigir las responsabilidades del bloque histórico dominante que
a partir de 1936 hasta 1976 de una u otra manera estuvo en condiciones
de practicar una limpieza étnica de la llamada otra España,
también conocida por la ciudad del diablo según la
dialéctica agustiniana movilizada por los cardenales cuando inventaron
el imaginario de la Cruzada. Por el largo camino que va desde el alzamiento
parafascista a la transición fue desapareciendo la tipología
convencional casi caricaturesca del franquista, reducida interesadamente
a la del pequeño burgués algo calvo y con bigotillo recortado
pero prietas las filas, que tenía en el musculado Alfredo Mayo de
Raza el mejor referente canónico y el peor en el propio Franco
pronunciando discursos de fin de año. Hay que recordar que el franquismo
tuvo otras perchas, desde el taimado José Félix de Lequerica
o el banquero Coca, al político del Opus, López Rodó,
pasando por el dicharachero don Santiago Bernabéu o por el sofisticado
Juan Antonio Samaranch. Cuando Carlos Saura escogió a los actores
de La caza de hecho planteaba diversos imaginarios de franquistas
posibles y a la semántica gestual común de cazadores se sumaban
los rasgos diferenciales de un complejo conglomerado de vencedores que
nunca perdieron del todo un cierto complejo de usurpadores. Si
el franquismo se encarnaba en el jefe de centuria, dibujado en los chistes
populares como un gilipollas vestido de niño que manda a cien
niños vestidos de gilipollas, desde el receptor popular raramente
se descodificaba a los franquistas de las capas más altas que nunca
habían perdido la gesticulación del poder económico
de siempre, sobre todo desde que ya no fue obligatorio saludar a lo falangista
en público y nunca lo fue hacerlo en los cocktails party.
La fealdad del Régimen era evidente, pero tal vez formaba parte
de su eficacia, como aquel olor a calcetines sudados que emanaba de todos
los vencedores, incluidas las duquesas. El propio Franco acabó perdiendo
su condición de canon del franquista, perdidos progresivamente los
tacones postizos épicos que le calzaran cronistas de la guerra de
África como Tebib Arrumi, seudónimo de Ruiz-Gallardón,
abuelo del actual presidente de la Comunidad Autónoma de Madrid
y otro abuelo importante, Manuel Aznar, pretérita semilla del actual
jefe de Gobierno, José María Aznar. Abc fue el gran
instrumento propagandístico del joven Franco, en sus páginas
fue calificado por primera vez de joven caudillo a raíz de
su boda con doña Carmen Polo Meléndez Valdés. Los
hagiógrafos del Caudillo recordaban de vez en cuando que el Mariscal
Petain había calificado a Franco como la espada más limpia
de Europa y cuando la espada más limpia de Europa entró
en Madrid como Caudillo por la Gracia de Dios, los escritores oficiales
acabaron de redondear el canon imposible: "Oh, ruina del Alcázar./
Yo mirarte no puedo,/ convulsa flor de otoño, sin asombro./ Vivero
de esforzados capitanes,/ nido de gavilanes./ Huevo de águila: Franco
es el que nombro". Gerardo Diego ya le ha confesado su amor, pero no es
el único: "El Caudillo es como la encarnación de la patria
y tiene el poder recibido por Dios para gobernarnos..." (del Catecismo
patriótico español, publicado en Salamanca en 1939).
Ridruejo tampoco se reprime: "Padre de paz en armas, tu bravura/ ya en
Occidente extrema la sorpresa,/ en Levante dilata la hermosura...". La
Estafeta Literaria lo compara con Cervantes, sin duda tras haber
leído Diario de una bandera o Raza. Manuel Aznar dice
de él que es arquitecto de capitanes de la historia y que su espada
estaba por encima de la que había vencido a los sarracenos en las
Navas de Tolosa. Cunqueiro, Álvaro, tras sostener que Franco era
el Sol, añadía que la mirada del Señor le escogió
entre los soldados: "De ella está ungido El Señor bruñó
su espada y el santo Uriel arcángel le enseñó a pasearse
entre las llamas...". Laín Entralgo afirma que al burgués
y al empresario hay que oponerle el modelo de jefe, "más acorde
con nuestro concepto militar de la vida". Pero quizá nadie como
Pemán y Ernesto Giménez Caballero como constructores de ese
canon imposible por lo desmesurado. Empecemos por Giménez Caballero:
"¿Quién se ha metido en las entrañas de España
como Franco, hasta el punto de no saber ya si Franco es España o
España es Franco? ¡Oh, Franco, Caudillo nuestro, padre de
España! ¡Adelante! ¡Atrás, canallas y sabandijas
del mundo!". A Pemán se debe uno de los lametones nacional católicos
más inolvidables: "Sabe marchar bajo palio con ese paso natural
y exacto que parece que va sometiéndose por España y disculpándose
por él. Se le transparenta en el gesto paternal la clara conciencia
de lo que tiene de ancha totalidad nacional la obra que é1 resume.
Y preside... Se necesitaba un hombre cuya imparcialidad fuera absoluta,
cuya energía fuese serena, cuya paciencia fuese total. Había
que tener un pulso exacto para combatir sin odio y atraer sin remordimiento.
Había que escuchar a todos y no transigir con nadie. Había
que llevar hacia allí, en dosis exactas, el perdón, el castigo
y la catequesis, como hacia aquí, en exactas paridades, la camisa
azul, la boina roja y la estrella de capitán general. Conquistó
la zona roja como si la acariciara: ahorrando vidas, limitando bombardeos.
No se dejó arrebatar nunca porque estaba seguro de España
y de sí mismo. Éste es Francisco Franco, Caudillo de España.
Concedámosle, españoles, el ancho y silencioso crédito
que se tiene ganado...". Las aportaciones canónicas de cuarenta años no caben en todas las simas oceánicas, pero si me dejan escoger me quedo con aquella perla que le dedicara Joaquín Arrarás cuando lo imaginaba conduciendo la nave de la nueva España, la nave de la muerte, la tortura, la expatriación, la desidentificación para tantos de sus compatriotas: "Timonel de la dulce sonrisa". Las nuevas generaciones se han perdido aquel grotesco espectáculo posible gracias a un terrorismo de Estado sólo perceptible por los aterrorizados que casi no tuvimos ocasión de explicar el por qué de nuestro terror. © Copyright DIARIO
EL PAIS, S. L . — Miguel
Yuste 40, 28037 Madrid (España)
|
|
|
|