¿Dónde estaba usted cuando murió Franco?

La noticia en la madrugada de la muerte del dictador provocó una mezcla contradictoria de miedo, alivio y remordimiento en gran parte de la población mientras los más pequeños sólo pensaban en que no había colegio

FRANCISCO PEREGIL

El 20 de noviembre de 1975, a las 4.58 de la madrugada, un teletipo de la agencia Europa Press atravesó el país y se coló en todas las redacciones con una sola frase tres veces repetida: "Franco ha muerto. Franco ha muerto. Franco ha muerto". A las seis de la mañana, Radio Nacional de España lo confirmaba. ¿Se acordaría usted de qué hacía en ese momento o cómo le llegó la noticia? 

El redactor de la primicia recuerda que sudaba, sudaba y sudaba mientras un responsable de la Dirección General de Prensa le decía que le iba a hacer tragarse el teletipo. Pero la maquinaria ya se había puesto en marcha. 
 

Felipe
González.

El entonces secretario general del PSOE, Felipe González, con 33 años, fue de los primeros en enterarse. Acababa de reunirse en París el día anterior con Santiago Carrillo en el despacho del dirigente socialista Roland Dumas. "Recuerdo perfectamente que Carrillo me dijo: 'El día en que muera Franco me presento en el aeropuerto de Barajas'. Yo le aconsejé: 'No hagas eso, hombre' 'Que te digo yo que me presento, coño'. 'Tranquilo, Santiago, tranquilo que seguro que cuando se muera tardarás en llegar a España'. Ese mismo día cogí un avión a las ocho de la tarde en París. Llegué a las diez de la noche a Madrid. Me acosté. Y creo que a las cinco de la mañana me llamó el gancho que teníamos en la clínica. Me acosté de nuevo y dormí perfectamente. A la mañana siguiente había que reunirse con gente del partido y recuerdo que teníamos muchas medidas de seguridad previstas para aquel día, medidas de ésas que a la hora de la verdad no se cumplen ninguna. Por cierto que... Carrillo se presentó meses más tarde". 

El escritor granadino Justo Navarro (El alma del controlador aéreo) recuerda también absurdas medidas de seguridad. "Yo era del PCE y tenía 22 años. Había una reunión clandestina del comité de Granada fijada para no sé cuantas horas después de que muriera Franco. Si determinado fulano no aparecía a tal hora en tal sitio había que ir a otro lugar. Creo que nos pasamos el tiempo esperando a gente que había olvidado la cita. Era un día muy nublado. Y recuerdo la sensación de miedo más que nada ligada al color de aquel día. Es curioso porque me acuerdo del bar en que esperaba, pero no la reunión en sí". 

El primer director de EL PAÍS, entonces director adjunto del diario vespertino Informaciones, Juan Luis Cebrián, se encontraba en su despacho. "Siempre nos quedó la duda de si anunciaron la muerte horas después para hacerlo coincidir con el 20 de noviembre. En las redacciones se hacía guardia jugando a las cartas. A nadie nos sorprendió la noticia porque en realidad Franco murió varias veces. Desde que sufrió la tromboflebitis un año antes todo el mundo estaba ya preparado. Llegué a recibir en el periódico tres veces a una delegación del PCE que quería hacerme partícipe de cuáles eran los planes del partido". 

En Málaga, Nicolás de Laurenti, entonces director del diario provincial Sol de España, recuerda que pasaban las noches en la redacción jugando al tenis con pelotas de papel. "Llevábamos tres semanas durmiendo tres horas diarias. Y estábamos muy tensos porque a raíz de la enfermedad de Franco el año anterior nos habían cerrado el periódico durante 15 días. Al final creo que fuimos los primeros en salir con la noticia en Andalucía". 
 

El historiador
Ricardo de 

la Cierva.

Hubo quienes conocieron la noticia mucho antes que los periodistas. El historiador Ricardo de la Cierva, autor, entre otros libros, de El 18 de julio no fue un golpe militar fascista, asegura que se enteró de la muerte un día antes de que muriese. "Yo había quedado el 19 de noviembre a las nueve de la noche en el hotel Velázquez con varias personas, y entre ellos, Manuel Fraga Iribarne. Llegó a la cita el ministro José Solís, que venía del hospital de La Paz. Solís nos comunicó que desde las siete o las siete y cuarto de ese día, 19 de noviembre, el encefalograma de Franco ya era plano, que se le mantenía la respiración artificialmente y por tanto, se podía anunciar su muerte. Fraga determinó retrasar la noticia para controlar cualquier posible brote o disturbio". 
 

Manuel Fraga.

Manuel Fraga Iribarne, consultado por este periódico, no quiso comentar las declaraciones del historiador aunque confirmó que, efectivamente, a pesar de que se encontraba de embajador en Londres, llegó a España el 18 de noviembre, avisado de que la situación era gravísima, visitó al enfermo en La Paz y ése fue su último contacto con Franco. 

"El 19 de noviembre", continúa Ricardo de la Cierva, "después de reunirme con Fraga y Solís, regresé a casa, se lo comuniqué a mi esposa y nos pusimos a ver la tele esperando la noticia. Era la famosa noche en que la televisión dio muchos documentales de osos polares, naturaleza y pingüinos". 

El director de cine Emilio Martínez Lázaro (Amo tu cama rica, Carreteras secundarias) trabajaba precisamente en Televisión Española. "Teníamos información privilegiada. Los propios directivos de televisión, gente afecta al régimen, nos informaban por los pasillos de todos los tubos que le iban poniendo; y en la forma de ellos relatarlo y en la manera de celebrar nosotros cada noticia había mucho sadismo. No se veía a nadie compungido. Los documentales aquellos que ponían de madrugada nos parecían entonces de lo más gracioso. Uno se titulaba Es duro ser pingüino. No cuento esto con orgullo. En el fondo sentí rabia y frustración por permitir que ese hombre hubiese muerto tranquilamente en su cama, sin un solo disturbio, apaciblemente". 
 

Michel.

A Michel, ex futbolista del Real Madrid, la imagen que se le quedó grabada fueron los sollozos del ministro Arias Navarro anunciando la muerte. "Y recuerdo también los quioscos llenos de gente y sobre todo -en esto coincide con Perico Delgado- dos días sin clase en el colegio". 

Otros muchos, como el teniente coronel José María Sánchez Silva, quien anunció su homosexualidad el pasado septiembre en EL PAÍS, se encontraban dormidos cuando los padres llegaron con la radio a la cama. "Yo tenía 24 años y había terminado Derecho en Madrid, aún no había emprendido la carrera militar. Pero un par de años antes había solicitado una audiencia al príncipe don Juan Carlos, sólo por conocerle. Me concedió la audiencia en La Zarzuela y me causó la impresión de ser un hombre, como diría André Gide, de 'diálogo y no de afirmaciones'. Por eso, cuando mi padre vino a darme la noticia, pensé en el Príncipe y me quedé tranquilo". 

El periodista de televisión Pablo Carbonell tenía 13 años. "Mi madre me lo dijo por la mañana, nos llevó a la cocina y allí rezamos un Padre Nuestro. La gente comentaba que había descorchado botellas de champán y yo en aquella época no lo entendía muy bien". 

El hoy secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, entonces con 15 años, entendió al instante la expresión en la cara del padre. "Todas las madrugadas andábamos pendientes de la radio y esa noche me despertó mi padre". 
 

Miguel Delibes.

Miguel Delibes, sin embargo, reconoce que entró poco y tarde en el suceso. "Por aquel entonces estaba viviendo con intensidad la muerte reciente de mi mujer. Una hija de 12 años me informaba: 'Hoy calzaba pantuflas y comió albóndigas'. 'Pero ¿quién, hija?'. 'Pues Franco; el doctor ha dicho en el parte que está peor'. Así fui entrando en la cosa: no recuerdo quién me dio la noticia, pero retengo la sorprendente irrupción de Pinochet [continúan las risas], que se presentó de repente cuando estaban desfilando los madrileños por la capilla, eso me hizo mucha gracia, no sé por qué vino; retengo también la afirmación de Tarancón como la parte de la Iglesia a seguir, la confirmación del Príncipe... noté un afán en todos por evitar los caminos sangrientos". 

Sin embargo, para gente como Carmen Alborch, no estaba tan claro ese afán por evitar la sangre. "Yo era profesora de la facultad de Derecho. Me despertaron mis colegas a las tantas. Teníamos miedo porque Derecho era una facultad bastante conservadora y ya habíamos recibido amenazas de los fachas. Algunos amigos decidieron ocultarse unos días". 

Jimmy Jiménez-Arnau, ex marido de una nieta de Franco, asegura que se enteró al salir del cine. "Iba con dos poetas amigos, Félix Grande y Paca Aguirre. Vimos una portada negra de Abc y recuerdo que ellos, como eran de izquierda, se asustaron mucho. Temían por su integridad física y les ofrecí mi casa". 
 

Marcelino
Camacho.

Marcelino Camacho, que se encontraba en la tercera galería de Carabanchel con otros presos políticos, también temió por su integridad. "Nos despertaban todas las mañanas a las siete. Aquel día llegó un funcionario antes y nos comunicó la noticia. Yo creo que el hombre lo comunicó con cierta alegría. Lo primero que se nos ocurrió fue solicitar una entrevista con el director de la cárcel para que nos asegurase que los elementos ultras que andaban por la calle no nos hicieran nada. En aquella época los ultras pedían la horca para mí. Lo segundo fue solicitar el indulto. Y a los diez días ya nos lo dieron". 

Luis Otero era comandante y había sido detenido en julio de 1975 por pertenecer a la Unión Militar Democrática (UMD, los famosos úmedos) junto a ocho capitanes. "Quince días antes de la muerte, para prevenir cualquier alboroto, nos trasladaron en helicóptero desde Carabanchel a distintos centros. Nos diseminaron de tres en tres. A mí me tocó Ceuta, la fortaleza del Hacho. Teníamos radio y televisión en nuestras habitaciones. Pero aquella noche me desperté porque estaban gritando los presos de la galería. Por la mañana, el coronel que mandaba la prisión nos pidió en voz baja y por favor que no brindáramos ni con vino ni con champán. Poco tiempo después quedábamos en libertad". 
 

El Lute.

El preso más famoso de aquella época corría una suerte muy distinta a la de los presos políticos. Eleuterio Sánchez, alias El Lute, dormía con la ventana abierta en pleno invierno en el penal de Cartagena. "Desde mi celda oí cómo los guardias civiles se lo comunicaban a gritos de garita en garita. A la mañana siguiente todos los presos se creían ya en libertad. De ahí se pasó al escepticismo. Después liberaron a muchos etarras. Y entonces escribí un artículo diciendo que si yo hubiera matado a cuatro guardias civiles ya estaría en libertad, pero como había robado cuatro gallinas y algún reloj, seguía preso. Estuve encerrado y después en régimen de semilibertad hasta 1981". 

El director de teatro Albert Boadella confiesa que se encontraba en la cama en actitud sádica. "Porque éramos una pandilla de millones de sádicos escuchando los partes. Cuando oí la música sacra pegué un salto en la cama y grité como si el Barça hubiera metido un gol. Me temo que no había muchos como yo en la comarca. Vivía en una masía entre Olot y Vic. Los campesinos tardan 500 años en reaccionar ante un hecho; por tanto, allí no hubo grandes comentarios, sino miradas. Sin embargo me dio rabia que este señor se muriese en la cama. Creo que somos todos responsables de ello". 

El novelista Caballero Bonald, que se encontraba rematando Ágata ojos de gato en Soto del Real (Madrid), también sintió una mezcla de liberación y remordimiento. "Pena porque se muriese en la cama sin que hubiéramos intervenido los antifranquistas para quitarlo de en medio. Me amargó mucho las colas interminables de españoles llorosos despidiéndolo". 

Pedro Almodóvar, que se enteró de la noticia en una parada de autobús a las siete de la mañana, de camino a su trabajo en Telefónica, se unió al club de los morbosos diseñando sus tarjetas de Navidad con la última imagen de Franco. 

El cantante Manolo Tena asegura que se emborrachó aquella noche con algún pianista de su orquesta, miembro de CC OO. "Pero de todo aquello me queda un recuerdo a champán barato. Y más me acuerdo del desencanto que vino después al ver que esto todavía deja mucho que desear que de la alegría de aquella borrachera". 
 

Juan Marsé.

El escritor Juan Marsé también quiso celebrarlo. "Fuimos a la coctelería Boadas, en Barcelona. Estábamos Vázquez Montalbán, Campo Vidal, El Perich, Josep Ramoneda y otra gente de la revista Por favor. No se cabía, teníamos que poner la copa bien alto. Pero nadie gritaba. Todo era discreción, complicidad, miradas". 

¿Y qué hizo esa noche el hombre que desde la redacción de la agencia Europa Press aceleró el curso de la historia adelantándose con la noticia a los medios oficiales del régimen? Marcelino Martín Arrosagaray era redactor jefe y tenía 30 años. "Empecé a olérmelo a las once y cuarto de la noche. Y la clave fue que Franco tuvo una tromboflebitis un año antes. Entonces entré en contacto con los servicios de información de la Guardia Civil, Policía Militar y Presidencia. Compartiendo la noche acabas haciéndote amigo del Lobo Feroz. Además contacté con una enfermera que era amiga íntima de otra de las llamadas enfermeras de acceso a planta. Así que a las once y cuarto de la noche del 19 de noviembre el compañero de la agencia Mariano Rodríguez me llama desde La Paz y me dice que han llegado fulano de tal y fulano de tal. Esta gente rompía la rutina. Gente de la familia que se salía del esquema habitual de cada noche. Llamé a mis fuentes. De pronto, uno de mis interlocutores, hacia las dos y media, me dice que ya se ha muerto. Al siguiente interlocutor con el que hablo ya le vendo casi el entierro. Con el siguiente lo que pregunto es: ¿Quiénes estaban al lado; qué familiares? Entonces llamo a mi director, Antonio Herrero Losada, padre del difunto Antonio Herrero. Lo despierto y le digo que tengo cuatro fuentes absolutamente fiables y una quinta que se suma. Él me dice que adelante. Ahora se ve la cosa muy fácil, pero en ese momento había que pensárselo dos veces. La Dirección General de Prensa estaba pasando un teletipo diciendo que el jefe del Estado entraba en una dinámica de recta final. Y yo pasaba aquello de 'Franco ha muerto. Franco ha muerto. Franco ha muerto'. Lo redacté así para que todos los periódicos nos citaran y dejar muy claro que la primicia iba a misa. El entonces director general de Prensa, Manuel Jiménez Quílez, nuestro censor, me amenazó: 'Martín, te vas a tragar el teletipo'. Fue la única vez que vi a mi jefe, un señor del Opus, abroncar a todo un director general de prensa con tacos semejantes". 

Después llegaron la música fúnebre a la radio, los documentales de los pingüinos y todo lo demás. 

Juan José Millás recuerda a su familia frente la tele en blanco y negro y las colas interminables ante el féretro. "Alguien en casa preguntó: ¿Cuándo podremos hablar mal de Franco? Y otro respondió: Pues fíjate, todavía no podemos hablar mal ni de Felipe II". 

Veinticinco años después de la muerte del dictador aún hay personajes públicos, entre ellos un arquitecto de renombre, un periodista famoso, el entrenador de un importante club de fútbol que, aunque recordaban perfectamente aquel día, prefirieron no "remover el pasado" y "mantenerse al margen de unos y otros" en este reportaje. 

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