5 Claves 

SOLEDAD GALLEGO-DÍAZ 

1. El cansancio 

Franco murió a cámara lenta, como su régimen. El dictador expiró tras 32 días de enfermedad, agonía y lo que ahora se llamaría encarnizamiento terapéutico, que dejaron agotados a los suyos y dieron tiempo a que todo el mundo pensara qué iba a hacer el día siguiente. El país fue consciente de que Franco se estaba muriendo, sobre todo a partir del día 3 de noviembre en que el parte médico, firmado por 24 especialistas que se convertirían en el "equipo habitual", informó que había sido operado en un improvisado quirófano en El Pardo. Cuatro días después fue trasladado a la Residencia Sanitaria La Paz, donde todavía resistió dos semanas más, pese a los intentos de parte de su familia de que le dejaran tranquilo. 
 

Carmen Polo ante el féretro
de Franco.

Todo el mundo sabía que Franco se moría, pero casi nadie pudo hablar públicamente o escribir de su sucesión. Durante ese inacabable mes, el Gobierno presidido por Carlos Arias Navarro ordenó el secuestro de más de una decena de publicaciones por especular sobre el futuro. La confirmación del fallecimiento no llegó hasta las 6.10 de la mañana, en un boletín oficial de Radio Nacional. 

En muchos hogares se lamentó su muerte, pero en otros tantos lo único que se lamentó fue que hubiera tardado tantos años en desaparecer. La Operación Lucero, diseñada por Gobernación para garantizar el orden público, entró en vigor sin que hiciera falta aplicarlo. La calma fue total. Todo el mundo parecía temer la reacción del oponente y prefería mantenerse a la espera de las primeras decisiones del nuevo jefe de Estado. Casi nadie sabía algo de él, pero, por eso mismo, nadie tenía argumentos a favor o en contra. Por otra parte, Franco, en su "testamento político", leído en radio y televisión, pedía a los españoles: "Quiero que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España, don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido". 

2. Un triste entierro 

El entierro de Franco, celebrado el domingo 23, puso de manifiesto el absoluto aislamiento internacional de su régimen, acentuado, si cabe, por los terribles fusilamientos de tres meses antes. A los franquistas más recalcitrantes lo único que les importó fueron los cientos de miles de españoles que habían pasado por la capilla ardiente, instalada en el Palacio Real, y las decenas de miles de personas que cubrieron el recorrido hasta el Valle de los Caídos, donde recibió sepultura. Pero a grandes sectores políticos y económicos, que estaban englobados genéricamente en el "régimen" aunque se movían por espacios más amplios, hacía tiempo que ese aislamiento les resultaba intolerable y perjudicial. La ausencia absoluta de representantes de primer nivel de los gobiernos democráticos de Europa en el entierro del general, la triste imagen, cargada de tensión, en la explanada de la plaza de Oriente, acentuó su inquietud. Era patético ver los lugares de honor ocupados por el general golpista de Chile, Augusto Pinochet; el rey Hussein de Jordania; Rainiero de Mónaco; el vicepresidente de Estados Unidos, Nelson Rockefeller y la esposa del presidente de Filipinas, Imelda Marcos. La oposición democrática sintió renovado el respaldo de las democracias occidentales. 

3. El nuevo Rey 
 

Franco con el príncipe
en El Escorial.

El príncipe don Juan Carlos había asumido la jefatura del Estado en funciones el 30 de octubre y durante casi todo el periodo que antecedió a la muerte de Franco dio la impresión de estar absorbido por el problema de la descolonización del Sahara, la Marcha Verde y sus funciones como máximo responsable militar, mientras que la gobernación del país seguía en manos del jefe del Gobierno, Arias Navarro. 

Muerto Franco, lo primero que hubo que hacer fue formar el Consejo de Regencia para organizar la proclamación de la monarquía. El acto de juramento ante las Cortes tenía que celebrarse antes del entierro, para que las exequias pudieran ser presididas por el nuevo Rey, así que la ceremonia se celebró el sábado 22 de noviembre. 

Casi nadie sabía en España que el príncipe don Juan Carlos llevaba meses, años, estableciendo contacto a través de amigos personales con miembros de la oposición democrática, a los que hacía llegar un discreto mensaje de promesa de cambio y apertura. El primer discurso del Rey fue examinado con lupa por unos y otros. Casi todos pudieron encontrar los párrafos que buscaban. Recordó "con respeto y gratitud" la figura del general, "soldado y estadista que consagró su existencia al servicio de la Patria". Mencionó a su padre, el conde de Barcelona, que aún no había cedido los derechos dinásticos: "El cumplimiento del deber está por encima de cualquier otra circunstancia: esta norma me la enseñó mi padre y ha sido una constante de mi familia". Y alentó las esperanzas de cambio: "Esta hora dinámica y cambiante exige capacidad creadora para integrar en objetivos comunes las distintas y deseables opiniones... Soy plenamente consciente de que un gran pueblo como el nuestro pide perfeccionamientos profundos". 

4. Aires estancados 

En aquellos días las expectativas de la oposición de lograr una rápida y amplia amnistía para los centenares de presos políticos que seguían en las cárceles se vieron defraudadas. El Rey firmó un indulto, pero sólo alcanzó a algunos detenidos, entre ellos a los condenados por el famoso proceso 1001, que había provocado un gran escándalo en Europa. Se esperaba que los sindicalistas encarcelados estuvieran en la calle antes de que empezaran a llegar a Madrid los numerosos políticos y miembros de casas reales que el Rey había invitado para participar el 27 en una fiesta de exaltación de la monarquía. Entre ellos estarían el presidente francés, Giscard d'Estaing y el presidente de la República Federal de Alemania, Scheel, con los que la oposición también había contactado en busca de apoyo. 

La principal preocupación en esos momentos residía en la falta de nuevos aires. Las esperanzas de la oposición se sintieron defraudadas al saberse que la primera persona recibida por el Rey había sido el presidente de los excombatientes y destacado falangista José Antonio Girón de Velasco. Además, el presidente del Gobierno seguía siendo Arias Navarro, que no había presentado su dimisión, en contra de lo que parecía un uso de cortesía. El 28 se supo que el Rey había decidido confirmarle en el cargo y que sólo le había pedido que incluyera en el Gabinete a José María de Areilza (Exteriores); Manuel Fraga (Gobernación), y Antonio Garrigues Díaz-Cañabate (Justicia). 

5. Batalla por las Cortes 
 

Arias Navarro anuncia la muerte
de Franco.

La mayoría de los españoles ignoraba entonces que casi inmediatamente después de la muerte de Franco se había iniciado una batalla que, en opinión del Rey y de sus asesores, era la que podía abrir el camino, un camino que ellos desean prudente y despacioso, para los cambios democráticos: la lucha por la presidencia de las Cortes. La casualidad había hecho que el mandato de Rodríguez Valcárcel, un destacado inmovilista, fuera a finalizar el miércoles 26 de noviembre. Don Juan Carlos deseaba imperiosamente que su cargo fuera ocupado por Torcuato Fernández Miranda, un hombre de su confianza con el que había venido diseñando planes para la nueva etapa. Para poderle nombrar necesitaba que fuera incluido en la terna que le propondría el Consejo del Reino. Por eso había recibido a Girón de Velasco (30 días de noviembre, de Pilar Cernuda) y por eso había confirmado a Arias. Pretendía que no participaran en las maniobras de Valcárcel para ser reelegido. La reunión del Consejo del Reino fue convocada para el 1 de diciembre. Don Juan Carlos estaba convencido de que sería decisiva para el futuro de su reinado. Para la oposición, el ritmo emprendido por el Rey era demasiado lento y todos sus esfuerzos buscarían agilizar los cambios. 

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