Viernes
5 Febrero 1999 |
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El
amor perjudica seriamente la salud
Dirección: M. Gómez
Pereira
Un inmenso muestrario de comedias M. TORREIRO
Todo en El amor... discurre por los mismos senderos: entre el
desparpajo de esos efectos de los bailarines, y de otros más impactantes
y tal vez complejos, y la sabiduría de un diálogo eficazmente
servido; entre la maestría con que se manejan las situaciones conocidas
-¿en cuántas comedias se ha asistido al duelo encubierto
de dos mujeres por un hombre?- y la habilidad para resolverlas con un giro
inesperado. Con su factura por completo diferente de la habitual en nuestro
cine, con operaciones de alto riesgo que siempre salen bien, como el paso
de los amantes de adolescentes a adultos, transiciones bien engrasadas
entre Diego- Cruz y Puigcorbé-Belén; con sus situaciones
de extremada comicidad que siempre descolocan al respetable -¡esa
magistral secuencia de la cama de John Lennon!-, El amor... se erige
en una suerte de muestrario, hábilmente dispuesto, de todas las
variedades posibles de la comedia, desde ese París tan americano
que parece salido de la Charada hasta el vodevil; desde el slapstick
hasta la sofisticación de la comedia internacional, de todo, y bueno,
hay en esta película.
Aunque también conviene recordar que las referencias cinéfilas
están siempre en función de la trama y jamás se subrayan
en demasía, de forma que su incorporación al corpus del filme
se produce desde la más desarmante sencillez. Y que tales referencias
cinéfilas, empezando por el carácter de la protagonista,
una niña bien, caprichosa, altiva y acostumbrada a que todo salga
a su gusto, que parece salida de cualquier gran comedia americana de los
treinta -de La fiera de mi niña a Sucedió una noche,
por ejemplo-, están en función de hacer de los personajes,
ambos de pura bofetada, unos seres tiernos y entrañables, operación
de riesgo que Gómez Pereira resuelve como sabe: con una extrema
elegancia a la hora de montar el encuadre, con una encomiable habilidad
para rodearse de profesionales como Bonezzi en la música y el gran
Amorós en la fotografía.
Y, en suma, con el manejo del elemento que es clave en este género: el control del tempo narrativo, la habilidad para alternar situaciones volcánicas con momentos de placidez, declaraciones amorosos con la más vulgar cotidianidad, diálogos brillantes con gestos que alumbran elocuentemente sobre el complejo carácter de los personajes, nunca caricaturas, a pesar de que se basan en estereotipos. Todo eso ayuda a bordar la mejor comedia española de la década, la confirmación del talento de un equipo a quien sólo cabe augurarle largos años de provechoso trabajo en común. Que dure, maestros. Fecha de la crítica: 13/01/97
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