México: posibilidades de la alternancia
JORGE G. CASTAÑEDA
A un mes de las elecciones presidenciales en México, el empate
técnico logrado hace unas semanas por el retador Vicente Fox con
el candidato oficial Francisco Labastida parece haberse roto a favor del
primero. Las encuestas más confiables, ajenas a ambas campañas
y vinculadas a medios de comunicación nacionales y extranjeros,
o a prestigiadas entidades privadas, arrojan una ventaja para Fox de tres
a cinco puntos, según el caso; sobre todo muestran que, a partir
del debate celebrado a finales de abril entre todos los candidatos, la
tendencia a favor del aspirante opositor se ha consolidado, mientras que
se acentuó la caída, tenue pero perceptible, que desde antes
del debate ya afectaba a Labastida.
Por otra parte, el derrumbe de Cuauhtémoc Cárdenas se
agudiza: en algunos sondeos efectuados después del debate, el segundo
opositor al aparato priísta se situaba por debajo del fatídico
umbral del 10%. Fox ha reunido, por ahora en todo caso, las dos condiciones
sine qua non de su victoria: la transformación de los comicios
del 2 de julio en un referéndum sobre el cambio en México
y la concentración de los sufragios opositores en torno a su candidatura,
mediante el conocido mecanismo del voto útil.
Todo ello ha generado un dilema innegable para un segmento pequeño
pero ilustrado e influyente del electorado mexicano. Intelectuales, activistas
sociales, profesionistas liberales, funcionarios medios y altos, políticos
de oposición de centro o de izquierda, feministas y defensores de
minorías diversas, hartos de setenta años de hegemonía
priísta, vislumbran por fin la posibilidad de una derrota del partido
de Estado. Sin embargo, puisque l'histoire avance toujours du mauvais
côté, la alternancia factible no se asemeja ni se asimila
a la alternancia deseable, desde la perspectiva de muchos de los arriba
citados. Para ellos -y entre sus filas habría que incluir a muchos
de los escritores, pintores, doctores, ingenieros, abogados y políticos
más destacados del país-, el hecho de que Vicente Fox sea
el candidato de un partido conservador como el PAN, que provenga él
mismo del medio empresarial y de una de las regiones más católicas
del país, que en ocasiones y en su opinión declare, escriba
o piense de manera irreflexiva, derechista y contradictoria, configura
una razón suficiente para no votar por él, o para debatirse
de modo desgarrador entre la continuidad priísta y la aventura alternativa.
De allí que unos, por ejemplo, cuestionen sinceramente los méritos
intrínsecos de la alternancia, mientras que otros -quizás
menos sinceramente- denostan la idea del voto útil. Después
de años de esperar la alternancia, ahora se le reclaman títulos
de nobleza: alternancia, ¿para qué?, ¿hacia dónde?,
¿con quién?
Es cierto que Vicente Fox no es un político de izquierda, pero
ha asumido posiciones en materia económica y social, así
como en política internacional, que le permiten a este autor, y
le permitirían a muchos pensadores y activistas de izquierda en
América Latina, acercarse a él sin abdicar de sus convicciones,
de sus escritos o de sus afinidades. Su participación en la serie
de encuentros convocados desde 1996 por Roberto Mangabeira Unger y el que
escribe, a los que asistieron una treintena de políticos y académicos
latinoamericanos de centro y de izquierda, su trabajo -al alimón
con Mangabeira; Carlos Ominami, de Chile; Rodolfo Terragno y Dante Caputo,
de la Argentina; Ciro Gomes, de Brasil- de redacción de un documento
programático titulado Alternativa latinoamericana, publicado
en una veintena de países y ampliamente comentado por la prensa
internacional, constituye un antecedente sustantivo de gran calidad. La
adopción por la campaña de Fox de posiciones, definiciones
y ubicaciones de política económica y social esencialmente
coincidentes con las tesis centrales de dicho documento, junto con las
garantías que ha brindado en lo tocante a la educación pública,
laica y obligatoria y al mantenimiento del monopolio estatal del petróleo
en México, constituyen todos ellos factores que bastarían
para pensar que, independientemente de la alternancia, una victoria electoral
de Fox sería altamente benéfica para México.
Pero es evidente que estos motivos no conforman una razón suficiente
para quienes ya sea desconfían de Fox, debido a su trayectoria,
a sus pronunciamientos o a sus correligionarios, ya sea consideran que
las divergencias que en su opinión los separan de Fox en rubros
como la Iglesia, el aborto, la mujer, la familia y la educación
ensombrecen o invalidan las posibles aunque pálidas y dudosas coincidencias.
Para ellos, estos temas son a tal punto decisivos, y sus discrepancias
con las posturas atribuidas a Fox tan abismales, que la alternancia cesa
de ser un objetivo ontológicamente virtuoso.
Ahora bien, las virtudes y las ventajas de la alternancia no estriban
en su atractivo abstracto, en un deseo ético y etéreo de
cambiar de rostros, apellidos y estilos de los gobernantes mexicanos, sino
en una serie de consecuencias concretas que puede acarrear en un país
como México, gobernado como lo ha sido durante más de medio
siglo. Dichas consecuencias, a su vez, no se derivan ni de las intenciones
de Fox ni de sus supuestas alianzas, apoyos, complicidades o desvíos,
sino de las condiciones que surgirían del fin del sistema político
mexicano tal y como ha operado desde su fundación entre finales
de los años veinte y mediados de la década siguiente.
En síntesis, aun en lo que los americanos llaman el "worst
case scenario", esto es, un Vicente Fox preso de todos los vicios y
defectos que se le achacan, la alternancia en sí misma permite lo
que la continuidad impide: luchar bajo mejores condiciones por las causas
que cada quien considera más justas y decisivas. Abre espacios cerrados,
desarma resistencias y salvaguardias, desmonta mecanismos de defensa y
arbitrariedad y establece nuevas reglas del juego. No entraña una
nueva repartición de la riqueza, de las oportunidades o del ingreso,
ni aligera las terribles taras de México, no es una revolución
social ni entraña el fin del neoliberalismo. Pero implica una nueva
repartición de la baraja de naipes, en la que las posibilidades
para cada sector de la sociedad de alcanzar sus aspiraciones se ensanchan.
Por eso encierra virtudes intrínsecas y es un factor de movilización
del electorado. La mayoría de los mexicanos, partidaria del cambio,
no está a favor de la alternancia por la alternancia, sino por lo
que significa y su contenido inevitable.
Jorge G. Castañeda es profesor de
Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional Autónoma de
México y asesor del candidato Vicente Fox. |