Los 'gringos' quieren volver a Panamá
El Plan Colombia, ideado por Estados Unidos para combatir
la guerrilla y el narcotráfico, amenaza con extender el conflicto
a toda la región latinoamericana
HERMANN TERTSCH / ENVIADO ESPECIAL ,
Panamá
Una operación antinarcóticos
en el Estado colombiano de Huila (Ap).
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Las ceremonias, hace casi un año, fueron fastuosas; los panameños
celebraban algo tan normal como el derecho a pisar suelo propio. El canal
de Panamá era, por fin, realmente de Panamá, gracias a unos
acuerdos firmados en 1978 por el presidente de EE UU, Jimmy Carter, y el
caudillo
panameño Omar Torrijos. Una imagen: los gringos arriando
su bandera en las esclusas de Miraflores, aunque lo más importante
había sucedido antes, cuando habían desmantelado su mayor
base militar en el mundo, una ancha franja que cruza el istmo centroamericano
y protegía con verjas metálicas, controles y vigías
una de las mayores construcciones del ser humano en su historia y la más
importante desde el punto de vista comercial y estratégico.
La doctrina Monroe de América para los americanos, para
los anglosajones del Norte, por supuesto, parecía enterrada. Las
democracias emergentes en Latinoamérica en las dos décadas
anteriores auguraban buena cooperación entre todos los países
del norte del subcontinente, pero también con la gran potencia septentrional.
Todas las democracias mostraban su interés por cooperar con EE UU,
cuyo comercio y ayuda les es indispensable para el desarrollo. Y, por fin,
Washington parecía asumir el respeto a la soberanía de los
demás Estados del continente, hasta del más pequeño.
Cuando aún no se ha cumplido un año de aquel feliz acontecimiento,
son cada vez más los que piensan que aquello fue un espejismo. La
clave está en el llamado Plan Colombia, lanzado en 1998 por los
presidentes Bill Clinton, de EE UU, y Andrés Pastrana, de Colombia.
Fue presentado como un gran proyecto para la pacificación y el desarrollo
integral de aquel país con el fin de liberarlo de una dependencia
del narcotráfico que mina gravemente la democracia. En realidad
se perfila como una operación bélica a gran escala contra
la guerrilla colombiana, que podría implicar cada vez más
a Estados Unidos en la contienda y extender el conflicto a los países
fronterizos, Panamá, Venezuela, Brasil, Ecuador y Perú. Son
muchos los que auguran una intensificación de los combates y oleadas
de refugiados huyendo tanto de la guerra como de la fumigación prevista
que podría contaminar regiones enteras y los ríos que vierten
al Amazonas. [Un ejemplo: las diferencias entre Colombia y Venezuela, cada
vez mayores, llevaron ayer al Gobierno de Bogotá a retirar su embajador
en Venezuela, en señal de protesta, informa France Presse.]
Los helicópteros estadounidenses ya hacen escalas en tierras
centroamericanas en dirección al sur y en Panamá hay de nuevo,
aunque de forma rotatoria pero permanente en la cifra, unos mil militares
en labores de coordinación y logística. Aunque la presidenta
panameña, Mireya Moscoso, insiste en que la presencia de tropas
estadounidenses en Panamá es cosa del pasado, cada día es
más evidente que en Washington existen fuerzas que consiguen que
sea cosa del presente y están decididas a que lo sean, más
aún, del futuro.
En Ecuador, el Pentágono está convirtiendo la base aérea
y naval de Manta en un enclave militar propio y las bases caribeñas
de Aruba y Curacao registran una creciente actividad.
En Perú, las intenciones estadounidenses de implicar al Ejército
de este país en la lucha contra la guerrilla colombiana han tenido
mucho que ver con la larga supervivencia de Alberto Fujimori y la omnipotencia
de su mano derecha, el jefe del espionaje Vladimiro Montesinos,
alias Mister Fix it (arréglalo todo), ahora caído
en desgracia.
Llueven además las propuestas y presiones estadounidenses para
multiplicar los centros operativos avanzados en la región. Los intentos
de crear un centro multilateral antidroga en la antigua base de Howard,
junto al canal, es un paso en el mismo sentido e implicaría en la
práctica el retorno al canal, como también contemplan propuestas
republicanas presentadas este año en Washington. Por otra parte,
se ha acelerado de forma dramática la militarización de las
fronteras desde Brasil a Panamá en este último año,
así como la adquisición de armamento casi en su totalidad
estadounidense.
Daniel Delgado Bustamante conoce muy bien el pensamiento militar de
EE UU. Este ex oficial del Ejército panameño fue diplomado
en Estado Mayor en la célebre Escuela de las Américas que,
dirigida por el Pentágono, formó a generaciones de militares
latinoamericanos en la llamada lucha antiinsurgente, eufemismo que
incluye todas las formas de represión, incluso las más brutales,
de los movimientos considerados comunistas o izquierdistas en las décadas
de la guerra fría y especialmente después del triunfo castrista
en Cuba. Según él, "por supuesto que los norteamericanos
quieren volver y actuar como el gran gendarme de la región, pero
no tienen hoy legitimidad, fuerza ni moral para hacerlo. Con la devolución
del canal y la retirada del Ejército Sur perdieron los grandes símbolos
de su hegemonía. Pero no se resignan. Ahora, con la caída
del comunismo, recurren al narcotráfico como ideología enemiga
sustitutoria. Aluden al supuesto colapso de las instituciones en nuestros
países para plantear la necesidad de su retorno. En Panamá,
el consenso de las fuerzas políticas ha frustrado estos intentos.
Pero lo que está en marcha es una renovación de la política
contrainsurgente disfrazada de lucha antidroga. Están equiparando
guerrilla y narcotráfico cuando éste es una actividad de
todas las partes. En Perú y en Bolivia, ya no hay guerrilla y el
tráfico de drogas continúa".
El Plan Colombia iba a ser, se decía, un Plan Marshall en evocación
de la gran operación de ayuda organizada por Estados Unidos para
la Europa demolida por la II Guerra Mundial. Se presentó como un
plan global de apoyo financiero, estratégico y político para
el desarrollo económico y social de este país, sacudido desde
hace cuatro décadas por una guerra de muchos frentes y fuerzas contendientes
varias, Ejército, paramilitares y diversas guerrillas, siendo la
principal y más antigua las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC).
Martín Torrijos es el joven líder del Partido Revolucionario
Democrático que poco tiene que ver con el talante dictatorial y
golpista de su padre. Comparte los temores de su hoy asesor Daniel Delgado
Butamante y, como éste, insiste en que la solución en Colombia
pasa por las negociaciones de paz y no por una militarización que
desincentiva el diálogo entre las partes -como ya ha demostrado
la paralización de las negociaciones y la intensificación
de las matanzas cometidas por los paramilitares y la guerrilla- y puede
llevar el conflicto a países vecinos.
Al final, el Plan Colombia, para el que Estados Unidos ha recabado fondos
de sus aliados europeos, apenas asigna un 1% de sus recursos a iniciativas
realmente sociales y se vuelca prácticamente en su totalidad en
el reforzamiento militar de ejército y policía colombianos,
pero también de Bolivia, Perú y Ecuador. Las posibilidades
de que la guerrilla colombiana pase a considerar a estos estados como beligerantes
y extienda así a ellos su teatro de operaciones se disparan. Con
fronteras en la selva prácticamente incontrolables, las incursiones
de la guerrilla en los países vecinos han sido práctica común,
pero en principio sólo para utilizarlos como zona de repliegue y
avituallamiento.
En la región panameña de Darien la presencia de esta guerrilla
colombiana ha sido en este sentido constante, pero nunca ha entrado en
conflicto con la policía fronteriza de este país, que no
tiene ejército desde la invasión norteamericana de 1989.
Pero como dice Gustavo Gorriti, el periodista peruano subdirector del diario
La
Prensa, Panamá es el ejemplo más extremo de los peligros
que corre toda la región ante la política militar que implica
el Plan Colombia. "Es el más vulnerable. Esto es Camboya, con su
corrupción, ineficencia, crisis económica, gobierno incompetente
e irresponsabilidad".
Una inmensa 'lavandería'
Una eventual oleada de refugiados y guerrilleros procedentes de Colombia,
en huida hacia la zona panameña de Darien, provocaría una
situación gravísima, que fácilmente algunos utilizarían
en Panamá como pretexto para defender la necesidad de un retorno
del Ejército de Estados Unidos.
Panamá vive del canal -de la consignación de buques-,
de la intangibilidad fiscal para las empresas extranjeras y del movimiento
de dinero, en gran parte procedente de ese narcotráfico. "Esta ciudad
es ante todo eso, una inmensa lavandería", admite un diplomático
europeo, un lugar donde los beneficios procedentes de la droga adquieren
cierta respetabilidad para su posterior curso legal.
Un aumento de la inestabilidad en la zona supondría el derrumbe
de muchos de estos negocios. "Nada hay más asustadizo que el dólar
estadounidense", recuerda Daniel Delgado. Si éste huye y la guerra
salta las fronteras, el panorama general podría pronto ser una pesadilla.
Hay buenas noticias en algunos frentes de aquella maltratada aérea.
Magníficos hoteles en las zonas selváticas junto al canal
atraen a viajeros de todo el mundo, antiguos cuarteles y residencias de
oficiales estadounidenses sirven hoy a la población panameña
para alojar a su población y crear una incipiente industria del
turismo.
El canal funciona bajo autoridad panameña tan bien o mejor que
bajo la estadounidense como atestiguan las compañías marítimas.
Y ha desaparecido una rémora colonialista, que era una afrenta política
y sentimental para toda Latinoamérica. |