![]() Miércoles 24 enero 2001 - Nº 1727 |
INTERNACIONAL
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La lucha contra el narcotráfico, la emigración y los intercambios comerciales dominarán la agenda del presidente de EE UU en México JUAN JESÚS AZNÁREZ ,
México
Los dos políticos, más pragmáticos e intuitivos
que intelectuales, disfrutan de una excelente relación personal
desde los meses en que eran candidatos presidenciales. Nada mejor para
fortalecerla que una reunión de reconocimiento político-gastronómica-turística
en el rancho de San Cristobal, a 400 kilómetros de Ciudad de México,
en el Estado de Guanajuato, del que Fox fue gobernador. Muy cerca del salón
donde los dos presidentes expondrán sus buenos deseos y los aspectos
generales de las metas de sus nuevos gobiernos, y donde probablemente compartirán
unas copas de tequila, hay un establo de vacas lecheras cuerdas, raza Rolando,
y una caballeriza con 15 corceles Cuarto de Milla.
Los dos favoritos son un alazán tostado, llamado El Rey,
y un oscuro rebautizado Dos de Julio, en recuerdo al histórico
2 de julio del año 2000, fecha en que Vicente Fox Quesada derrotó
al Partido Revolucionario Institucional (PRI), en el poder durante 71 años.
Entre cabalgadas y visitas a los regadíos de verduras, la mansión
familiar de reminiscencias coloniales o a la iglesia donde Fox comulga
casi todos los domingos, los dos gobernantes y sus acompañantes
comentarán previsiblemente el problema de la electricidad en California,
y la cooperación que México podría prestar para subsanarlo.
Preocupa asimismo la pacificación de una frontera común de
3.200 kilómetros cuadrados, periódicamente sobresaltada por
la masiva emigración ilegal y su represión por las patrullas
fronterizas norteamericanas.
La legal también es masiva: la Embajada y nueve consulados estadounidenses
en México procesarán este año en torno a los dos millones
de peticiones de visado. También los empresarios norteamericanos
y canadienses viajan frecuentemente a México atraídos por
la liberalización de su economía. Compañías
de telecomunicaciones, automovilísticas o eléctricas, bancos,
o el capital que instaló las cadenas de montaje en la frontera (maquilas),
piden mayores espacios o facilidades fiscales, en dura competencia con
otros inversores europeos o asiáticos.
"Las relaciones entre México y Estados Unidos han llegado a un
punto en el que se tiene que promover la participación de múltiples
actores en su mejoramiento", advirtió, en un artículo publicado
en El Universal, Luis Felipe Bravo Mena, dirigente del nuevo partido
gobernante, el conservador Partido de Acción Nacional (PAN). De
hecho, dejaron de ser un asunto exclusivo de diplomáticos y especialistas
para afectar a toda la sociedad mexicana, al existir múltiples intereses
gravitando a su alrededor. Dos ejemplos lo confirman: más de ocho
millones de mexicanos viven en EE UU, los ahorros enviados a sus familiares
superan los 8.000 millones de dólares, y el narcotráfico
nacional satura de cocaína a las principales ciudades norteamericanas.
Un asunto puede llegar a causar fricciones en la compleja relación
vecinal. Caso de que el ex gobernador de Tejas decidiera aplicar la ley
Helms-Burton, concebida para impedir el comercio con la revolución
de Fidel Castro, México se opondría. La ley, que tiene carácter
extraterritorial, castiga a las empresas que comercien o inviertan en Cuba,
incluso con la incautación de sus bienes en EE UU si los tuvieran.
El Gobierno mexicano pretende recomponer las relaciones con La Habana,
deterioradas durante el mandato de Ernesto Zedillo (1994-diciembre de 2000),
y uno de sus objetivos es multiplicar la penetración empresarial
en la isla caribeña.
De momento, la económica parece ocupar el primer lugar en las prioridades de las dos naciones. Los delegados de Bush así lo admitieron. La imagen de México, el chaparrito con sarape, subrayó su embajador en Ciudad de México, Jeffrey Davidow, no se corresponde con la realidad de un país "poderoso" que en 10 años será el primer socio comercial de Estados Unidos.
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