Viernes, 23 de febrero de 2001

| JACINTO ANTÓN 

  Yo tomé el Congreso

El 23-F asalté el Congreso, pero fue sin querer.

Recuerdo alucinado mi imagen reflejada en un gran espejo: el uniforme, las trinchas, los cuatro peines de munición, el subfusil en bandolera y el casco blanco de PM que me bailaba con súbitos temblores, pese a llevar bien apretado el barbuquejo. Parecía lo que no era. Uno de ellos. De los malos. Confiaba ciegamente en que, si empezaban los tiros, las fuerzas de la ley fueran capaces de ver en mi interior.

'Y si nos dan orden de disparar, ¿qué hacemos?', preguntó Jaume en los lavabos del Congreso, donde nos reuníamos a lo largo de la noche un grupito de policías militares. 'Disparar a la Guardia Civil, claro', apuntó uno. Hombre, Alfonso, que son trescientos. '¿Qué tal si tiramos al aire, y que sea lo que Dios quiera?', sugirió Rafa, el pianista. Adolf era partidario de que tratáramos de pasar desapercibidos.

El destino que me llevó a participar en el asalto al Congreso con 23 años y doble ración de municiones comenzó a fraguarse