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JACINTO
ANTÓN
Yo
tomé el Congreso
El
23-F asalté el Congreso, pero fue sin querer.
Recuerdo
alucinado mi imagen reflejada en un gran espejo: el uniforme, las trinchas,
los cuatro peines de munición, el subfusil en bandolera y el casco
blanco de PM que me bailaba con súbitos temblores, pese a llevar
bien apretado el barbuquejo. Parecía lo que no era. Uno de ellos.
De los malos. Confiaba ciegamente en que, si empezaban los tiros, las fuerzas
de la ley fueran capaces de ver en mi interior.
'Y
si nos dan orden de disparar, ¿qué hacemos?', preguntó
Jaume en los lavabos del Congreso, donde nos reuníamos a lo largo
de la noche un grupito de policías militares. 'Disparar a la Guardia
Civil, claro', apuntó uno. Hombre, Alfonso, que son trescientos.
'¿Qué tal si tiramos al aire, y que sea lo que Dios quiera?',
sugirió Rafa, el pianista. Adolf era partidario de que tratáramos
de pasar desapercibidos.
El
destino que me llevó a participar en el asalto al Congreso con 23
años y doble ración de municiones comenzó a fraguarse
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