EDICIÓN
IMPRESA
DOMINGO, 23 DE JUNIO DE 2002
ÁLVARO
URIBE Y FRANCISCO SANTOS, PRESIDENTE Y VICEPRESIDENTE ELECTOS, ANTE EL
DESAFÍO DE ACABAR CON EL NARCOTRÁFICO Y LA GUERRILLA
¿Podrán
estos hombres salvar a Colombia?
JOSÉ
LUIS BARBERÍA
Colombia ha
votado de manera abrumadora el pasado 26 de mayo para que el tándem
Álvaro Uribe (presidente) y Francisco Santos (vicepresidente) se
enfrente a la dramática situación creada por el narcotráfico
y los grupos guerrilleros. Los votantes han puesto el destino del país
en sus manos por su promesa de emplear mano firme contra la violencia y
corazón grande para los desfavorecidos y los derechos humanos. Tienen
cuatro años para conseguirlo
 |
Álvaro Uribe
(derecha) y Francisco Santos se dirigen a sus partidarios tras conocerse
los resultados de las elecciones presidenciales el pasado 26 de mayo. (
AP ) |
La televisión
Canal Caracol de Colombia abre el informativo del mediodía con la
noticia de que una gallina común de un pueblo del departamento de
Arauca se niega tercamente a bajar del árbol en el que se refugió
hace tres días después de que un bombazo de la guerrilla,
el quinto en pocas semanas, sacudiera violentamente el municipio. Todas
las triquiñuelas y los intentos de persuasión desplegados
por sus dueños están resultando estériles, y es que
el traumatizado animal, libre en apariencia de todo daño físico,
se muestra decidido a no volver a poner sus patas sobre la tierra. En un
territorio en el que cada año se registran 27.000 asesinatos y 3.000
secuestros, que genera más del 50% de los actos de terrorismo del
planeta, la gallina-metáfora de Arauca ilustra hasta qué
punto la violencia endémica de este atormentado país ha sobrepasado,
también para los animales, el límite mismo de lo soportable.
Llueve insistentemente
en Bogotá, pero la temperatura es tan agradable que uno está
por dar la razón a quienes dicen que la capital de Colombia tiene
el mejor aire acondicionado del planeta. Los periódicos culpan unánimemente
al invierno, '¿al general Invierno?', de las inundaciones que se
suceden en las barriadas, carentes de un eficaz sistema de desagüe.
El hotel en el que me hospedo, el mismo en el que el presidente y el vicepresidente
electos, Álvaro Uribe y Francisco Santos, respectivamente, trabajan
intensamente cimentando la estrategia del nuevo Gobierno, es un verdadero
búnker, poblado por un ejército de policías. Más
que un equipo de gobierno, se diría que los ministros del futuro
Gabinete de Uribe componen una asociación de damnificados por el
terrorismo. Casi todos ellos han sufrido en carne propia el zarpazo de
la violencia o perdido a algunos de sus familiares más directos,
un padre, una madre, un hijo, a manos de los grupos armados que se enseñorean
en su país.
'Los viajes largos
por carretera son muy peligrosos. Hay rutas, como la de Medellín-Bogotá
o las que discurren entre el mar Caribe y el río Magdalena, por
ponerle un ejemplo, en las que usted se topará seguramente con controles
de las guerrillas de las FARC, de los paramilitares y del ejército.
No se lo aconsejo', indica un taxista. La entrada a algunos de los restaurantes
de más éxito de Bogotá, muchos de ellos sometidos
a la extorsión -la capital produce el 50% del PIB y es considerada
una isla de relativa estabilidad y orden-, está guardada por perros
adiestrados en la detección de explosivos y por guardaespaldas que
cachean concienzudamente a los clientes. ¿Hasta dónde alcanza
el poder real de este nuevo Gobierno, respaldado por el 53% de los votos?
¿Cuánto queda de Estado, ese que no abandona a los individuos
a su suerte y que garantiza un mínimo de bienestar, más allá
de algunas áreas de Bogotá (ocho millones de habitantes)
y de las grandes ciudades?
La mitad de
rica
La Colombia que
el pasado 26 de mayo ha votado abrumadoramente por el tándem Uribe-Santos
es la mitad de rica que hace sólo cinco años. Aunque la mayoría
de los 42 millones de colombianos piensan que el narcotráfico es
el origen de sus males, hay una parte de la sociedad que añora en
la desgracia los tiempos en que los narcos, comandados por Pablo Escobar,
imponían su ley. La alta burguesía y muchos jóvenes
urbanos ilustrados sueñan directamente con la llegada de los marines
norteamericanos. Tan dura es la situación actual, tan grande la
incertidumbre, con una guerrilla que pretende partir el país; que
elimina a los alcaldes y funcionarios públicos en sus zonas de influencia;
que practica la tierra quemada, vuela puentes y líneas de ferrocarril;
que, como sus poderosos oponentes paramilitares, mata y secuestra todos
los días en su disputa por el territorio; que ha encontrado en la
producción y el tráfico de la droga el maná que les
hace más fuertes y más ricos, aunque también más
odiados y despreciados. 'No preocuparse', ha dicho Manuel Marulanda, Tirofijo,
el anciano jefe (72 años) de las FARC, capaz todavía, por
lo visto, de moverse por los Andes y el Amazonas: 'Ya nos amarán
cuando conquistemos el poder'.
Estigmatizada
por el narcotráfico, las guerrillas y las narcoguerrillas, acomplejada
por su condición de sospechoso paria de la comunidad internacional,
Colombia acaba de poner su incierto destino en manos de dos hombres que,
enarbolando la consigna 'Mano firme contra la violencia, corazón
grande para los desfavorecidos y por los derechos humanos', se han alzado
con la mayoría absoluta en la primera vuelta electoral, a despecho
de las poderosas fuerzas del establishment colombiano y en abierto
desafío a las guerrillas y al narcotráfico. Álvaro
Uribe Vélez, hijo de una pionera del sufragismo y un hacendado antioqueño
muerto por la guerrilla, ha sobrevivido a una quincena de atentados, el
último en la pasada campaña electoral, cuando un coche bomba
estalló al paso de su vehículo blindado en Barranquilla,
matando a cinco viajeros de un autobús. 'Tiene desde entonces un
rayón en el alma, y esa noche mi marido lloró por esos cinco
inocentes todo lo que puede llorar un Uribe; pero no hay nada que pueda
apartarle ya de su camino, socavar sus convicciones', dice Lina María
Moreno, su esposa. Si los criminales hubieran logrado su propósito,
Álvaro Uribe habría pasado a la historia como un segundo
Luis Carlos Galán, el candidato limpio y firme que le cerró
el paso a Pablo Escobar en la Asamblea de Diputados y fue asesinado en
Bogotá, en 1989, durante la campaña electoral que le llevaba
en volandas al Gobierno.
Esta vez sí,
a expensas, obviamente, del enorme dispositivo de seguridad que le protege,
hay que pensar que el salvador que Colombia se ha dado a sí
misma tras el estrepitoso fracaso de la entente negociadora que el Gobierno
de Andrés Pastrana mantuvo con la guerrilla durante tres años,
tomará posesión el próximo 7 de agosto y abrirá
efectivamente una nueva etapa que puede definirse como el intento de 'recreación
del Estado colombiano'. ¿Quién es este hombre que dijo que
si ganaba las elecciones le veríamos jugarse 'todo por la paz'?
Autoritario para algunos, 'simplemente exigente, un político a la
altura de las circunstancias', para los más, Álvaro Uribe,
de 50 años, disidente del Partido Liberal, es también el
candidato del Gobierno de EE UU y, desde luego, el preferido de la embajadora
norteamericana Anne Patterson. No es un dato baladí teniendo en
cuenta que Colombia es ya a estas alturas el tercer país receptor
de la ayuda económica estadounidense y que el programa del presidente
electo pasa porque los norteamericanos y la Unión Europea financien
la creación de un ejército de 100.000 soldados profesionales,
el doble del actual.
Uribe quiere que
Estados Unidos desarrolle el Plan Colombia -dinero norteamericano invertido
en la compra de sistemas de detección aérea, helicópteros
y aviones con que fumigar las plantaciones de coca y amapola-, de forma
que esos medios puedan ser utilizados para combatir a las guerrillas, frustrar
los secuestros y asistir a la población desplazada por los combates,
además, claro está, de interceptar a la veintena de avionetas
cargadas con droga que despegan a diario de suelo colombiano. La fumigación
masiva de los cultivos ilegales no ha impedido que la superficie dedicada
a la droga haya seguido creciendo en los últimos años hasta
alcanzar las 150.000 hectáreas.
Aunque es un asunto
que se mantiene bajo cierta reserva, los helicópteros y aviones
del Plan Colombia -proyecto que prevé la indemnización de
500.000 pesos (2.500 pesos equivalen a un euro) anuales a las familias
que opten por un cultivo de sustitución- son, de hecho, utilizados
para bombardear también los grandes campamentos de las guerrillas.
El ejército colombiano ha multiplicado así por cinco su capacidad
de intervención aérea y frustrado la estrategia de concentración
de tropas iniciada por las FARC. A la espera de la fecha en que tomará
formalmente las riendas del país, Uribe ha conseguido ya que la
diplomacia y el Congreso norteamericanos avalen una nueva ayuda militar.
'Estados Unidos quiere evitar el derrumbe del Estado colombiano porque,
vista la situación actual de la región, con Argentina, Venezuela
y Brasil inmersos en graves crisis, no se puede descartar que en Latinoamérica
se vuelva a un panorama de guerrillas similar al de los años ochenta',
indica una fuente gubernamental.
El presidente
electo tiene en cartera un plan de austeridad y una ambiciosa reforma política
que hará chirriar la estructura institucional porque pretende prescindir
de un buen número de senadores y diputados de la Cámara de
Representantes y modificar muchos de los hábitos perversos que hacen
a la Administración y al Estado inoperantes. '¿Cómo
es posible', fustiga, 'que el Congreso se siga gastando 600.000 millones
de pesos al año en un país que tiene que cerrar hospitales
a diario por falta de recursos? Hay que meter en la cárcel a 20.000
delincuentes de cuello blanco, meterles en la cárcel, nada
de que cumplan sus condenas en casa, como hasta ahora. El orden es un valor
de libertad, el Estado débil facilita la violación de los
derechos humanos, y son sobre todo los pobres los que sufren por la violencia',
proclama este hombre que, a semejanza de lo que él mismo organizó
en la provincia de Antioquia a mediados de los noventa, pretende crear
una red de un millón de informadores -taxistas, camioneros, vigilantes,
conserjes, vecinos- que sean los ojos y oídos de las Fuerzas Armadas.
El contrapunto
de Álvaro Uribe en no pocas facetas del talante y trayectoria política
es, precisamente, su hoy vicepresidente Francisco Santos, un hombre de
41 años y pasado izquierdista, comprometido hasta el tuétano
con los derechos humanos y la lucha contra la corrupción, que carga
consigo los ocho meses en que permaneció secuestrado, encadenado
a una cama, por los sicarios de Pablo Escobar. Fue hace 12 años,
cuando el gran capo de la droga, que controlaba a un largo centenar de
organizaciones mafiosas, desplegó todos sus recursos, desde la oferta
a hacerse cargo de la deuda exterior de Colombia hasta la práctica
del terrorismo urbano más salvaje y despiadado, para forzar al Gobierno
a modificar las leyes que permitían extraditarle a Estados Unidos.
Hijo de la oligarquía colombiana, periodista, copropietario de El
Tiempo -el primer diario del país-, Francisco Santos volvió
de su cautiverio con la determinación de abanderar la lucha por
los derechos humanos en su atribulado país. 'Desde luego, aquello
me cambió la vida. Comprendí el dolor de la impotencia',
dice.
Carta al presidente
Forzado por sus
captores, Santos escribió desde su cautiverio al presidente de la
República pidiéndole, sí, que hiciera lo posible para
conseguir la liberación de los secuestrados, pero recordándole
al mismo tiempo que como primer mandatario de la nación tenía
la obligación inexcusable de cumplir y hacer cumplir la legalidad
constitucional. En cuanto recuperó la libertad, Santos creó
organizaciones como País Libre y No Más, y puso en circulación
el lazo verde; iniciativas, todas ellas, inspiradas en el Foro Ermua, Basta
Ya y el lazo azul vascos, hasta conseguir que la población colombiana
saliera por millones a las calles a expresar su hastío infinito,
su desesperada ansia de paz.
Cuando las guerrillas
del Ejército de Liberación Nacional (ELN) empezaron a volar
las instalaciones eléctricas, No Más respondió convocando
un apagón voluntario de las ciudades. 'Que nos nos apaguen, apaguémonos
nosotros'. Cuatro millones de hogares secundaron la convocatoria. Los colombianos
se rebelaron masivamente contra el círculo cerrado de la violencia
que viene asfixiándoles desde hace décadas. Surgió
así una conciencia ciudadana que en materia de derechos humanos
interpelaba por igual al terrorismo y al ejército, al narcotráfico
y a la corrupción del sistema político. Demasiado para los
elenos
(ELN) y las FARC, demasiado para los paramilitares de las Autodefensas
Unidas de Colombia (AUC) y los narcos, demasiado para las fuerzas oscuras,
los clanes políticos mafiosos que operan en el sistema.
'Sabía
que las FARC querían matarme y vivía prácticamente
encerrado en el periódico, sin hablar casi por teléfono;
pero un día no pude aguantar más y decidí visitar
mi finquita cerca de Bogotá. En esas ocasiones siempre paro en el
camino para comprar unos chorizos, y aquel día, nada más
llegar a casa, me telefonearon desde la tienda para advertirme de que había
gente que me pisaba los talones, que venía a por mí'. Francisco
Santos, Pacho, como le conocen sus amigos, supo que tenía
que huir y se refugió en España, donde él y su mujer,
María Victoria, vivieron los dos años más felices
de su vida. 'Ustedes los españoles no saben la felicidad que tienen,
lo que supone poder pasearse por las calles sin miedo al atentado, poder
ir en metro, recoger a sus hijos en el colegio'.
Álvaro
Uribe, ex gobernador de Antioquia, ex alcalde de Medellín, es un
hombre disciplinado y de carácter, muy trabajador, forjado en sus
convicciones; un líder nato de trayectoria rectilínea, un
tímido apasionado por la política y los caballos que se reclama
'demócrata con sentido de la autoridad y capitalista con sentido
social', que niega ser de la extrema derecha, 'pero tampoco de la extrema
flojera'. Según su esposa, en Antioquia, 'Uribe es, más que
un apellido, una enfermedad. No hay Uribe enteramente cuerdo, ni tampoco
bruto. Son gente terca, metódica, con ideas claras y, créame
que lo digo con pesar, sin ningún sentido del humor. A cambio',
apunta, 'Álvaro es también un hombre afectuoso, capaz de
conmoverse; una persona que deja entrever cierta fragilidad. Esa imagen
de autoritario que le han creado sus adversarios es equivocada', afirma.
Sus adversarios,
más abundantes en la izquierda que en la derecha, le atribuyen,
sin pruebas, actitudes de condescendencia con los paramilitares de la AUC.
Es una acusación de mucho calado porque, entre otras cosas, el despliegue
de una u otra estrategia gubernamental estará inevitablemente condicionado
por la decisión a adoptar frente a esos temibles grupos armados
que coordina Carlos Castaño, ex narcotraficante que cultiva ahora
en las páginas de Internet la imagen de un honorable patriota.
Responsables de
hechos atroces, verdaderas orgías de sangre contra la población
civil situada en la zona de influencia de las guerrillas, los paramilitares
disponen de un armamento superior al del ejército gracias al narcotráfico
y al apoyo que les prestan los viejos latifundistas y aquellos narcos que
han adquirido esa condición gracias al dinero de la droga y a la
violencia. Los paras han crecido exponencialmente más que
las guerrillas a las que combaten sin piedad en una disputa por el control
del territorio. Álvaro Uribe es partidario de negociar con ellos
-Castaño exige, de entrada, la liberación de sus presos-
frente a quienes opinan que no cabe dialogar con elementos del hampa organizados
como brazo armado de los grandes narcos que constituyen el embrión
de una ultraderecha peligrosísima para el futuro del país.
Las AUC controlan el 40% de los mejores terrenos de cultivo de la coca
y la amapola.
Con Uribe en el
poder, nadie duda que el futuro Ejecutivo de Colombia dará prioridad
al fortalecimiento del débil ejército colombiano y del conjunto
de las instituciones del Estado antes de entrar a negociar a fondo con
la guerrilla en un diálogo 'ya nunca más claudicante'. Mucho
más tras el fracaso de la negociación con las FARC emprendida
por el Gobierno saliente, el ex gobernador de Antioquia sostiene la tesis
de que los alzados en armas colombianos sólo renunciarán
a la violencia cuando hayan descartado la posibilidad de la victoria. Recluido
en el hotel de Bogotá donde organiza, en agotadoras jornadas, los
movimientos de su Gabinete y planea sus inminentes visitas a Estados Unidos
y a Europa, el presidente electo anuncia que el Estado combatirá
por igual a la guerrilla y a los paras de Castaño.
Los dos frentes
El problema es
que hay poca gente dispuesta a creer que el ejército colombiano,
aun reforzado con la ayuda norteamericana, pueda combatir eficaz y simultáneamente
a ambos frentes. Y parece difícil que la guerrilla vuelva a sentarse
a negociar, esta vez con la mediación de la ONU, como propone Uribe,
sin que el Gobierno haya demostrado con los hechos y suficientemente, no
sólo con acciones testimoniales, una decidida voluntad de acabar
con los paramilitares. 'El Estado colombiano no ha tomado la decisión
política de combatir a las guerrillas sin la colaboración
tácita o expresa de los paramilitares. En el ejército y en
otros estamentos se impone la lógica de que el enemigo de mi enemigo
es mi amigo', afirma en tono grave un alto cargo gubernamental. En esta
guerra sucia, sin reglas, donde la derrota se paga casi siempre con la
muerte y se remata al herido, hay bastantes pruebas que sustentan esa acusación.
Hombre de impulsos,
de sentimientos y de acción, simpatizante de los equipos de fútbol
perdedores -'del Santa Fe, en Colombia; del Atlético de Madrid,
en España'- Francisco Santos es una persona dinámica y dispersa,
un torbellino de iniciativas e ideas que, como apunta Gabriel García
Márquez en su libro Noticia de un secuestro, habla a la velocidad,
ciertamente notable, de su pensamiento.
Generoso y desprendido,
vitalista, dice que decidió regresar a Colombia porque le dolía
su país, porque se sentía demasiado cómodo en España
y le pesaba la mala conciencia. 'Me gustaba lo que estaba haciendo y diciendo
Álvaro Uribe: la firmeza democrática, la lucha contra la
corrupción..., así que concerté una cita con él.
Hablamos de todo y salí ilusionado con la posibilidad de contribuir
a que en los cuatro próximos años mi país entre por
el camino de la solución. '¿Qué puesto quieres?',
me preguntó. 'Ninguno, yo no he venido por eso', le respondí.
'Entonces serás el vicepresidente. No se hable más', me dijo.
Nos dimos la mano', cuenta Francisco Santos.
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