La
ciudad más improbable
Ascensores,
quebradas, animitas, crímenes, escaleras y melancolía de
una ciudad inverosímil. Valparaíso fue la cuna del Chile
moderno y ahora languidece con sus calles recorridas por un viento del
norte que provoca un miedo metafísico.
PABLO
AZÓCAR
Una de las calles en pendiente
de Valparaíso, Chile (M. Polo).
|
Todos
los chilenos hablan de Valparaíso, pero ninguno la conoce. En primer
lugar, porque constituyen una temible caterva los chilenos que creen que
viven en Miami y se comportan como nuevos ricos, y Valparaíso les
recuerda a la pobreza, con su puerto en crisis permanente y ese aroma que
es azafrán, canela, chancaca, mermelada de alcayotas y fruta seca,
pero también es el aroma de la decadencia. Y en segundo lugar, porque
sencillamente es imposible conocer Valparaíso, una ciudad absurda
hasta lo inverosímil, un anfiteatro desquiciado donde el mar parece
siempre estar metiéndose dentro de las casas y donde a cualquier
hora y sin aviso se levanta un viento norte que puede llegar a producir
un miedo metafísico.
 |
Desde
abajo, desde la costa, lo primero que salta a la vista en esta ciudad ubicada
a 130 kilómetros de Santiago es esa seducción equívoca
como de daguerrotipo o postal: los bellos y precarísimos ascensores
que han nutrido la mitología de los poetas; el caleidoscopio de
las casas escarlata o turquesa o plateadas -lata, zinc, calamina-, arracimadas
unas sobre otras, aferradas a los cerros como por milagro con sus agusanados
palafitos sin agua; los edificios señoriales y sus peculiares zócalos
y cornisas, sus prodigiosas floraciones, frisos y cornucopias. Pero después
uno se mete en los cerros y el extravío es el de un explorador perplejo
navegando en una jungla urbana cuyos códigos jamás va a conocer.
Hay
en Valparaíso tantos gatos como panaderías, con advertencias
urgentes como: "Llegó pan rallado". Un negocio de carnes, el Criadero
Colliguay, frente al cerro Polanco, propone: "Potrillo seleccionado". Casi
al frente, un local tiene como oferta principal: "Sea doctor sin pasar
por la universidad". En la Plaza Victoria -especie de Plaza de Armas, puro
pueblo en arrumacos de enamorado-, el restaurante Flora anuncia: "No hay
empanadas de pino fritas (todas las otras sí)". También propone
el clásico plato local: la Chorrillana, con especias y colesterol
incluido (patatas fritas, huevo con cebolla, carne picada). En la Plaza
Echaurren, frente al Mercado Central, unos polvorientos emporios decimonónicos
ofrecen desde almidón de arroz y Azul de Prusia hasta papel para
cigarros marca Elefante y Peinetas Mata-Piojos. Allí se juntan y
conviven ciudadanos de todas las raleas, almirantes, putas, vendedores
callejeros, aspirantes a arquitectos, borrachos, navieros retirados, poetas,
cafiches, tangueros y, sobre todo, marinos cesantes o semicesantes que
aguardan algún milagroso embarque sentados entre las palomas de
la plaza, y que una y otra vez cuentan historias de puertos, idiomas, naufragios,
mujeres y ciudades muy remotas.
En
Valparaíso -que está en vías de ser nombrada Patrimonio
de la Humanidad por la Unesco- es imposible no oír los gallos que
cantan en la madrugada y los aullidos nocturnos de los perros que reverberan
en las quebradas. Desde los cerros todavía bajan burros que se instalan
en el Mercado y otros lugares del puerto a cargar mercancía. En
la Universidad de Valparaíso hay aún un cartel que reza:
"Se prohibe estacionar cabalgaduras". El humor, voluntario o no, brota
por todas partes. Los niños juegan a la pelota en los bordes mismos
de las quebradas, pero sus padres les prohiben bajar al centro "por peligroso".
En las pendientes de los cerros es frecuente encontrarse con casas que
no tienen puerta: se entra por una ventana. En el Cerro Cordillera hay
una casona del siglo XIX cuyo dueño la hizo a pulso. Todo en ella
está mal hecho: tiene las puertas de lado, las ventanas descuadradas,
los dinteles salidos. Le llaman el Chalet Picante (que en Chile connota
algo así como hortera), un apelativo del que sus propios dueños
se jactan. En el sector de La Matriz está el Cristo más pobre
del mundo, completamente desnudo, tristísimo, sentado sobre una
piedra, pierna arriba, con la palma en la barbilla y cara de aburrido.
Qué
difícil resulta no evocar los tiempos idos -fines del siglo XIX
y comienzos del XX-, cuando Valparaíso era pulmón económico
del país y del continente, cuando un télex emitido desde
el puerto podía paralizar la banca y las bolsas incluso de ultramar.
En Valparaíso se ensayó el primer fonógrafo de Chile,
el primer servicio telefónico, la primera radio estación,
la primera prensa litográfica, las primeras vacunas contra la viruela,
los primeros folletines por entregas (Dumas, Zola), la primera escuela
laica del país, el primer observatorio astronómico, el primer
servicio de agua potable, la primera ascensión en globo, el primer
camino pavimentado y el primer buque a vapor del continente. Tras los españoles
-que jamás bautizaron la ciudad: Valparaíso no tuvo fundación-,
el primero en llegar fue Francis Drake, en su barco pirata El pelícano
, que se llevó dos mil botijas de vino, sesenta mil pesos en oro
y los candelabros de plata de la capilla. Después, en distintos
momentos, desembarcarían en el puerto el naturalista Charles Darwin,
el poeta Rubén Darío (que escribió aquí nada
menos que Azul, pero nadie lo tomó en cuenta), Sarah Bernhardt,
el comandante Giuseppe Garibaldi, el Príncipe de Gales, el pintor
Mauricio Rugendas, don Miguel de Unamuno, la vedette Pimpinella,
el famoso perro Cuatro Remos, el ladrón catalán Pepe Manos
de Oro y el Circo Bogardus.
Lo
que merodeó siempre por el puerto fue la infamia de la historia:
primero fueron los atracos, los bombardeos (hay uno célebre entre
chilenos y españoles a fines del siglo XIX) y las epidemias, después
los incendios y los temporales (el último, hace unas semanas, echó
a rodar una casa cerro abajo y las víctimas se contaron como caramelos),
y siempre, siempre los terremotos, desde el más brutal de todos,
en 1906, que borró del mapa la ciudad, hasta el "terremoto hipócrita"
de 1971, que dejó intactas sólo las fachadas (los estropicios
eran dentro de las casas). Esto acaso explica la extraordinaria abundancia
de animitas, que invocan muertos tristes y muertos alegres de todos los
pelajes, niños y caballos, canallas y obispos: una de ellas está
dedicada a Emile Dubois, célebre asesino en serie de comienzos del
siglo XX, cuyo nombre es también el de un bar.
En
Valparaíso no tiene mérito ser poeta, dice el refrán.
No existe una ciudad en todo el mundo en la que haya tantos poetas por
metro cuadrado. El propio Pablo Neruda no escapó a ese extraño
fulgor y dio curso a su fiebre de coleccionista cuando adquirió
aquí una de sus famosas casas, La Sebastiana, que apenas habitó
y que ha resistido estoica y todavía se puede visitar. Pero probablemente
nadie retrató la ciudad y sus lacerantes transiciones como ese maravilloso
escritor y cronista llamado Joaquín Edwards Bello, que aspiraba
a ser nombrado Cónsul de Chile en Valparaíso. Dejó
el puerto durante algunas décadas y el relato de su retorno fue
el de un hombre desgarrado: "Hace medio siglo salí de Valparaíso
a Europa con mis padres y hermanos. Fue en enero de 1904. Hoy es enero
de 1954. Todo lo que me propuse en Valparaíso resultó vano,
y he vuelto a la calle donde nací, y he pasado por donde pasaba
hace más de sesenta años. No conozco a nadie, ni me espera
nadie. No soy el hijo pródigo bíblico, puesto que no tengo
padre ni madre. Llego metamorfoseado, y viejo, más por dentro que
por fuera. Mi amigo Cayetano Cruz Coke murió. Esta palabra me remueve
la imaginación: murió. Ha muerto casi todo. En el aire blanco
y sereno hay para mí un perfume de entierro".
Pablo
Azócar (Santiago de Chile), es autor, entre otros títulos,
de la novela Natalia.
Guía
práctica de la ciudad
ISIDORO
MERINO
Cómo
ir.
Lan
Chile (915 59 72 95) vuela entre España y Santiago por 113.600 pesetas,
más tasas, ida y vuelta. En agencias se pueden encontrar combinados
de vuelos y alojamiento; Politours, por ejemplo, tiene un programa básico
con dos noches en Santiago, desde 124.100 pesetas. Valparaíso se
encuentra a 120 kilómetros al noroeste de Santiago.
Dormir.
Hotel
Reina Victoria (00 56 32 21 22 03). Plaza Sotomayor, 190; 4.500 pesetas
la habitación doble. Residencial Lili (00 56 32 25 59 95). Blanco
Encalada, 866; unas 3.000 ptas.
Comer.
Café
Turri (00 56 32 252 091). Templeman, 147; pescados y mariscos por 4.000
pesetas. Valparaíso Eterno (00 56 32 228 374). Almirante Señoret,
150; comida porteña.
|