El dólar
abre una brecha de desigualdad en la sociedad cubana
El acceso a la divisa norteamericana crea una nueva clase de privilegiados
MAURICIO VICENT, La Habana
Desde hace algún tiempo, en los semáforos de la Quinta
Avenida de La Habana se forman pequeños atascos a las horas punta.
Los coches que hacen cola no son sólo Ladas rusos; cada vez se ven
más vehículos japoneses y muchos pertenecen a cubanos que
trabajan en el área dólar. Cuando hace ocho años
la crisis obligó a Fidel Castro a legalizar la tenencia de dólares
y a permitir ciertas formas de iniciativa privada, sabía que aquella
brecha en el sistema socialista acabaría por dividir Cuba en dos
mitades.
Algunos de los dueños de esos coches son artistas, otros son
empleados de firmas extranjeras o directivos de empresas mixtas y a todos
el Estado les ha dado el derecho de adquirir un automóvil
después de un exhaustivo análisis. En la Cuba de hoy tener
un automóvil nuevo es símbolo de que uno vive en el
área dólar. Existen otros signos que permiten saber
quién pertenece a la nueva clase: reformar la vivienda de toda la
vida, pagar 20 dólares para entrar a un concierto de música
salsa, o salir de vez en cuando a cenar a un restaurante privado son algunos
de ellos.
Al quebrarse la urna de pureza revolucionaria en poco tiempo cambió
el paisaje de Cuba. Hoy ya nadie se sorprende en La Habana de ver a mendigos
profesionales a la puerta de las diplotiendas y a algunos marginados
buceando en los latones de basura, y también está asumido
que la pirámide social se ha invertido: un camarero de un hotel
gana más en un día que un médico en un mes, y es más
negocio vender bocadillos a la puerta de tu casa que ser científico
o ministro.
Castro resumió así el dilema a que se enfrenta Cuba en
un discurso pronunciado el pasado 28 de septiembre: "El periodo especial
trajo desigualdades, muchas desigualdades, cosas dolorosas a las que fuimos
obligados por las circunstancias". "No había otra alternativa",
dijo, "tuvimos que acudir a una serie de medidas... y se crearon desigualdades
en los ingresos, un número de personas recibió remesas del
exterior y muchos no recibían nada".
Desde un inicio se tomaron medidas para reducir estas diferencias y
limitar su efecto desmoralizador. Las autoridades gravaron impuestos a
los privilegiados, restringieron la dimensión de los negocios privados
y supervisaron caso a caso la venta de "artículos de lujo", como
los coches, partiendo del principio de que para acceder a éstos
no bastaba con tener dinero sino que había que merecerlo: pueden
adquirirlos, por ejemplo, artistas y profesionales que demuestren que ganan
suficientes dólares, pero no cubanos cuya fuente de ingreso es el
dinero que les mandan de Miami. Al tiempo, se trató de extender
el área dólar lo más posible, bien pagando
parte del salario con bonos para comprar en las tiendas de dólares
-sistema empleado con los cortadores de caña de azúcar-,
bien entregando estímulos materiales -como jabón, aceite
o pasta de dientes a los trabajadores destacados-. Según las autoridades,
más del 50% de la población tiene ya pequeñas cantidades
de dólares.
Lógica capitalista
Sin embargo, pese a todas las medidas tomadas, la brecha entre ambos
mundos se agranda cada vez más y esto preocupa al Gobierno. En su
discurso del 28 de septiembre, Fidel Castro decía: "Hoy nos preocupa
que los que más dinero tienen se vayan quedando con las mejores
viviendas de este país". Un sociólogo cubano interpreta así
las palabras de Castro: "El dólar ha creado una psicología
nueva, la del dinero. Quien tiene dólares está dentro del
juego. Quien no, está liquidado". Según esta tesis, el que
está dentro del área dólar piensa de acuerdo
a una lógica capitalista, y el que está fuera quiere entrar
a ese mundo, y para ello empieza a regirse por esos mismos patrones. "El
Estado", afirma el investigador, "se ha dado cuenta de que esto es un cáncer
y que ha de luchar contra él para que no corroa el sistema, cuyo
pilar es la igualdad. Ésa es la lucha a la que ahora asistimos en
Cuba".
Varios hechos confirman esta realidad y ponen de manifiesto la batalla
que libran en estos momentos las dos Cubas. Uno de ellos es la ofensiva
lanzada por las autoridades contra la corrupción. Ésta está
dirigida principalmente contra algunos directivos y empleados cubanos de
empresas extranjeras o nacionales que han hecho del cobro de comisiones
un modo de vida. Recientemente, Acorex -la empresa estatal que controla
la contratación de trabajadores por firmas extranjeras- mostró
un vídeo a parte de su plantilla en el que se informa de varios
de estos casos de corrupción. Algunos eran empleados cubanos que
aceptaban dinero de sus socios extranjeros, y se presentaba el caso de
un empresario español expulsado del país por pagar comisiones.
Para combatir estas "tendencias al egoísmo e individualismo",
diversos ministerios cubanos han dictado normas para limitar lo más
posible la contaminación ideológica. El Banco Central de
Cuba aprobó en mayo un reglamento que regula cómo deben ser
las relaciones "de los cuadros, dirigentes y funcionarios con personal
extranjero". Uno de sus artículos establece que hay que "evitar
en lo posible acceder a invitaciones, comidas u otras actividades festivas
o sociales".
Estas normas no son nuevas. En el pasado se aplicaron, pero ahora cobran
nuevo cariz pues las desigualdades y el choque entre el sistema socialista
y el mundo del dólar es mayor. El presidente cubano lo dijo en su
discurso: "La revolución inicia una nueva etapa" y en ella la batalla
ideológica a librar es de envergadura. Castro pronunció estas
palabras en el acto de celebración del 40º aniversario de la
fundación de los Comités de Defensa de la Revolución.
Todo un símbolo, como los atascos de la Quinta Avenida.
[El presidente de EE UU, Bill Clinton, firmó ayer la ley que
autoriza la venta a Cuba de alimentos y medicinas, los primeros productos
estadounidenses que prodrán ser objeto de transacciones comerciales
con la isla caribeña en 40 años. La ley se considera en EE
UU una disminución del embargo, informa Efe]. |