Viaje
a Cali, capital del crimen
Narcotraficantes,
paramilitares y guerrilleros campan a sus anchas en una ciudad azotada
por la criminalidad
JOSÉ
LUIS BARBERÍA, ENVIADO ESPECIAL |
Cali
Los
pasajeros del vuelo Bogotá- Cali celebran mucho la sorprendente
presencia del vicepresidente electo Francisco Santos en la clase turista.
Hay gestos de perplejidad y muestras de simpatía, gentes que se
le acercan para decirle que han estado con él desde los tiempos
de 'País libre', personas que quieren apretarle la mano, transmitirle
sus angustias y esperanzas, desearle suerte. En la capital de la guerrilla
y de la coca, de las mafias y de la salsa, pretendida cuna también
de las mujeres más temperamentales de Colombia, la policía
ha preparado un dispositivo de seguridad formado por dos tanquetas, una
decena de motoristas y 60 hombres en vehículos blindados. La ruta
desde el aeropuerto al centro de la ciudad, considerada actualmente el
primer polvorín del país, está jalonada de soldados
fusil en ristre. Toda precaución es poca aquí porque la guerrilla
de las FARC ha dado aquí sus mejores golpes en el casco urbano y
a plena luz del día. Así asaltó la Asamblea Regional
y se llevó consigo a una docena de diputados y a ocho policías
y militares que sobrevivieron a su ataque y secuestró al centenar
y medio de feligreses que asistía a misa un domingo por la tarde.
El
vicepresidente electo Santos viaja a Cali para participar en el Primer
Encuentro de Familias de Secuestrados de la región. Su presencia
es doblemente obligada dada su condición de antiguo cautivo y su
compromiso activo en la denuncia frontal de este flagelo que tiene a parte
de la sociedad colombiana sumida en la angustia permanente. El recuerdo
de aquella experiencia reabre, sin duda, en su interior una herida que
jamás ha llegado enteramente a cerrarse, aunque Francisco Santos
dice no sentirse tan traumatizado por aquella terrible experiencia, una
impresión que sus amigos suscriben más o menos. 'Lo ha superado
en gran medida luchando, precisamente, contra los secuestros. Esa ha sido
su terapia y parece haber dado resultado porque, por ejemplo, él
no reacciona con pánico en los sitios cerrados', indica Sonia, su
secretaria personal. Con todo, el estallido cercano, accidental, de un
simple globo en manos de una niña produce el efecto de paralizarle
momentáneamente y volverle lívido el rostro. Obviamente,
por mucho que se engañe al miedo, Colombia entera, y mucho más
las gentes comprometidas, tiene los nervios a flor de piel.
Antigua
compañera de batallas en el 'País libre' y 'No más',
la secretaria personal de Santos dirigió un programa de radio que
transmite a los secuestrados mensajes de sus familiares. 'Gracias a él,
muchos secuestrados tienen noticias de sus seres queridos pero es impresionante
ver la dependencia absoluta de las familias, cómo el secuestro les
cambia enteramente la vida, los esfuerzos que hacen para poder establecer
un contacto, abrir una negociación, pagar un rescate que casi siempre
les hunde en la miseria. Para muchas de estas personas, enviar el mensaje
semanal es la única tarea que da sentido a sus vidas. Hay gente',
subraya, 'que ha pagado tres o cuatro veces y sigue esperando el milagro
de la liberación de su hijo, su marido, su madre; personas que llevan
cinco años trayendo a la radio un mensaje dirigido a un cautivo
de ochenta y tantos años. ¿Cómo les vas a decir que
no existe ninguna posibilidad de que un anciano de esa edad haya podido
sobrevivir a un cautiverio tan prolongado?'.
El
vicepresidente electo llega al salón donde se celebra el Primer
Encuentro de Familiares de Secuestrados de Cali cuando el orador del momento
reclama que los derechos humanos establecidos en el artículo 3 del
Convenio de Ginebra sean respetados no sólo por los ejércitos,
así en plural, sino también por las guerrillas. Dice que
el pueblo de Colombia es la primera víctima de una guerra con la
que no tiene nada que ver y pide pruebas de que los secuestrados están
con vida. La sala está abarrotada de gente, mujeres en su mayoría,
que llevan el distintivo del lazo verde y visten camisetas blancas con
la exigencia 'No más secuestros'. En la tribuna de oradores, está
el conocido 'zar antisecuestros' Juan Francisco Maso, el alto comisionado
de la ONU, representantes de las embajadas de Suiza y Canadá, muy
comprometidas en la ayuda a Colombia, responsables de Cruz Roja Internacional
y de las más influyentes ONG, esas que dicen en privado que no hay
un país en el mundo en donde se hable tanto de derechos y se respeten
tan poco, como en Colombia.
Antes
de subir a la tribuna, Francisco Santos se abraza fuertemente con Yolanda
Betancourt, la madre de la candidata a la presidencia Ingrid Bentancourt
que lleva cinco meses en manos de las FARC. Hay un silencio expectante
cuando el vicepresidente toma la palabra. 'Estoy aquí', dice, 'porque
sé el momento por el que ustedes están pasando'. Santos explica
que, gracias al dinero del narcotráfico, las guerrillas, responsables
de la gran mayoría de los secuestros, 'la pesca milagrosa' que dice
el jefe militar de la FARC, Mono Jojoy, han crecido enormemente hasta el
punto de que cuentan con mucha gente desocupada que dedicar a estas rentables
tareas. 'De los mil secuestros anuales que se producían en los años
noventa, llegamos hace dos años a los 3.500 y el año pasado
bajamos hasta los 3.000, pero a cambio ha aumentado mucho la extorsión'.
'De
los 1.000 secuestros que se producían al año en los noventa
hemos pasado a 3.000'
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Añade
que el Estado colombiano, 'aunque ha hecho cosas', carece de una verdadera
política en este terreno y sólo dispone de 8.000 millones
de pesos anuales para combatir la plaga 'cuando este negocio', subraya,
'les genera a los secuestradores unos ingresos anuales estimados entre
los 100 y los 150 millones de dólares'. Anuncia que el Gobierno
de Uribe va a tomarse muy en serio el asunto, que piensa aplicar una política
'agresiva' ofreciendo recompensas económicas y puestos de trabajo
a aquellas personas que aporten informaciones valiosas para desbaratar
los secuestros. Dice que pedirán a EE UU que les ayude a construir
cárceles especiales para evitar que los secuestradores presos puedan
seguir dirigiendo el negocio desde la cárcel y que son muy conscientes
de que hay personas situadas en el corazón del Estado que participan
de los secuestros. Una reciente inspección de una serie de cárceles
del país ha permitido incautarse de centenares de teléfonos
móviles y hasta de sistemas de transmisión por satélite.
Santos
sostiene que la política de Estado debe estar respaldada por la
movilización ciudadana y por la justicia internacional. 'Vamos a
denunciar a las guerrillas ante la Corte Penal Internacional. Deben saber
que los crímenes de guerra no prescriben para la comunidad internacional
y que en Colombia se han acabado las amnistías para los secuestradores'.
El vicepresidente hace una pausa ante el auditorio, que se revuelve incómodo.
Por lo visto, no son ésas las palabras que a algunos de los presentes
les gustaría escuchar. 'Les veo aquí', dice Francisco Santos,
'y me duele en el alma ver por lo que están pasando. Tienen que
tener paciencia', indica. 'Paciencia' es, justamente, la palabra maldita.
Enseguida surgen del público voces destempladas. '¿Más
paciencia? ¿Hasta cuándo?'.
Un
político local, compañero de los 12 diputados secuestrados
de Cali, toma la palabra para proponerle al vicepresidente que en su calidad
de ex secuestrado asuma el papel de interlocutor del colectivo de familiares.
Santos comprende que es una trampa, sabe que la guerrilla pretende canjear
a sus ilustres rehenes por sus presos y se da cuenta de que las familias
de los cautivos quieren así involucrar al nuevo Gobierno en la negociación.
'Para este Gobierno no hay secuestrados de primera, de segunda, de tercera
o de cuarta. El canje es potestad del presidente de la República
pero hay una imposibilidad jurídica y política. De lo que
se trata', enfatiza, 'es de humanizar el conflicto, buscar una solución
pacífica, avanzar en acuerdos que impidan, por ejemplo, la leva
de niños y la toma de rehenes. Es ahí donde se puede hablar
con la diplomacia guerrillera. Si ellos creen que esto es una guerra y
se consideran un ejército, que respeten las convenciones internacionales'.
Santos se escabulle a continuación de una polémica en la
que no tiene nada que ganar y los diputados y familiares de los secuestrados
recogen velas y vuelven a reclamar a las FARC que les aporten pruebas de
que los rehenes están vivos.
El
auditorio no encuentra consuelo. La atmósfera de la sala está
cargada de desesperanza y angustias que se liberan catárticamente
al estallido estremecedor de un grito unánime repetido un, dos,
tres, cuatro, cinco, seis veces: 'Los queremos libres y en paz'. Cuando
el público se incorpora, las lágrimas ya han arruinado los
maquillajes y el rímel. El color de la piel, la planta y las vestimentas
permiten distinguir sin demasiado margen de error a los familiares de los
diputados, de los familiares de los policías y militares.
A
la salida del hotel en el que se ha celebrado el acto, el asfalto reverbera
bajo la capa de vapor sucio que asciende del suelo. El aire está
impregnado de un olor dulzón, húmedo, muy intenso. Al servicio
de seguridad del vicepresidente no le parece buena idea que el periodista
español se patee la ciudad en solitario. 'Hay zonas peligrosas para
usted, un extranjero representa un millón de dólares de rescate
y si además es periodista, se lo rifan por la repercusión
internacional'. Como el furgón policial tiene las ventanas cegadas
y hace calor en este invierno de Cali, la visita turística se efectúa
con las puertas laterales descorridas, lo que deja al trajeado invitado
expuesto a la curiosidad, algo morbosa, quizá, de los transeúntes.
La
ciudad tiene un aire festivo y bullanguero porque la música salsera
está omnipresente, pero no cabe engañarse demasiado: el desmantelamiento
de los grandes carteles de la droga ha sumido a Cali en la depresión
económica y ha dejado en las calles a un ejército de desheredados
que no pueden aspirar a encontrar trabajo en las multinacionales farmacéuticas
de la zona. A ellos se suman los desplazados de zonas rurales ocupadas
por las guerrillas y un altísimo paro estructural. 'Ya nadie aguanta
a las guerrillas', dice un agente.
Al
igual que en el resto del país, aunque con mayor incidencia aquí,
dados los antecedentes, los antiguos carteles -el de Cali fue siempre algo
menos sanguinario, más especulativo que el de Medellín de
Pablo Escobar- han dado paso a una atomización de las redes. Puede
decirse que las grandes empresas han sido sustituidas por una multitud
de pymes que se disputan el control del mercado y los puntos y vías
de distribución en una batalla encarnizada. 'Los narcos se han hecho
mucho más discretos, se han mimetizado en el paisaje. Puedes ver
a un tipo que tiene no menos de 200 millones de dólares en los paraísos
fiscales y en Suiza o en España conduciendo un R-5 o un Corsa y
vistiendo sin alardes. Se han acabado las ostentaciones públicas
de lujo y poder, el derroche del dinero y riquezas porque la gente ha dejado
de considerar el narcotráfico como un asunto ilegal pero legítimo.
Ese tipo', apunta un abogado que simpatizó en su día con
la guerrilla, 'dispone generalmente de una avioneta y de un barco para
sus operaciones y cuenta con una grupo de sicarios pero no ya de un ejército.
Sí, son como los primitivos padrinos de la Mafia italiana, gentes
pegadas a sus tierras, que siguen creyendo mucho en la educación
porque mandan a sus hijos a las mejores universidades del mundo. El problema
de la atomización', añade, 'es que como ya no hay jerarquía
en ese mundo, las guerras de clanes se suceden continuamente. Es la lucha
entre las mafias la que explica muchas de las muertes que se atribuyen
a líos de faldas'. Narcotraficantes, guerrillas y paramilitares
componen una espesa red que hace que Cali ostente cifras récord
de criminalidad.
En
la iglesia de San Antonio, situada en un cerro desde el que se divisa toda
la ciudad, hay que poner al santo boca abajo si quieres que te salga un
novio. Al contrario que otras iglesias custodiadas por una unidad especial
de policía dedicada a la protección y guía de los
turistas -agentes con estudios capacitados para explicar al visitante la
historia y los méritos artísticos del edificio-, la de San
Antonio está regida por monjas que atienden con la sonrisa puesta
a las peregrinaciones de solteros. A un costado del cerro se alzan, imponentes,
los farallones por los que desciende la guerrilla en sus periódicas
incursiones. Las grandes torres de comunicaciones de la ciudad están
instaladas precisamente en uno de esos altos, pero el oficial de policía
que me acompaña dice que aunque, en efecto, resultan un objetivo
muy tentador, se encuentran fuertemente defendidas por el ejército.
El hombre vacila unos instantes antes de corregir mi léxico: 'Perdone,
pero la guerrilla no opera, la guerrilla delinque; aquí, los únicos
que operamos somos nosotros'.
La
iglesia de La María asaltada a las cuatro de la tarde de un domingo
de septiembre, está ubicada en un barrio residencial de la ciudad.
Tras acabar con la débil resistencia opuesta por los guardaespaldas
de un feligrés, los efectivos de las FARC cargaron en camiones al
centenar y medio de asistentes a la misa vespertina y se los llevaron a
la cordillera. Los más ancianos fueron abandonados en distintos
puntos del camino pero dos feligreses murieron de infarto. 'No pudimos
hacer nada', explica un policía, 'porque cuando salimos en su persecución,
tuvimos que enfrentarnos a otras fuerzas guerrilleras que cubrían
la retirada de sus compañeros'. A pesar del tiempo transcurrido,
todavía quedan pancartas con el lema 'No más' que movilizó
entonces a buena parte de la población de Cali y la llama que recuerda
que no todos los secuestrados han vuelto.
Cuando
el avión que me devuelve a Bogotá despega del aeropuerto,
después de muchos controles y cacheos, recuerdo de repente las palabras
de un hombre de empresa colombiano: 'Si va a Cali y se da una vuelta por
las afueras de la ciudad, piense que muchas de las grandes plantaciones
que encuentre, allá hasta donde le alcance la vista, son propiedad
de narcotraficantes o de sus testaferros. En Cali, los carteles consiguieron
que el sistema les blanqueara su dinero y sus propiedades'. |