En
busca de los indios kikapúes
La
reserva El Nacimiento se encuentra a 37 kilómetros de Melchor Múzquiz,
un pequeño pueblo industrial del Estado fronterizo de Coahuila,
al norte de México. Son tierras agrestes y poco visitadas que deparan
al viajero más de una sorpresa.
NICOLÁS
CASARIEGO
Restaurante en Coahuila, el tercer
Estado más grande de México (N. C.).
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En
Eagle Pass, Tejas, cruzamos el río Grande en coche por un puente
vallado a ambos lados y nos detenemos en los controles fronterizos. Los
policías mexicanos, aburridos, se interesan por nuestro viaje.
-Ustedes
casi no parecen españoles. Anden y que les vaya bien.
Al
otro lado de la frontera se encuentra Piedras Negras, ciudad gemela de
Eagle Pass, con la que comparte hasta periódico -El Zócalo-.
Un titular reza: "Quiebra vidrio a trailes por encontrar a su esposo con
otra mujer". Cogemos la carretera 57 hacia Sabinas, al sur. No hay una
nube, el sol abrasa y la luz blanquecina decolora el paisaje semidesértico.
El terreno, ondulado y pedregoso, está salpicado de arbustos leñosos,
pitas, chollas, mandiocas, olivos y nogales. Las casas, desperdigadas,
tienen la cubierta de chapa ondulada y las paredes de materiales variopintos.
Niños
descalzos corretean por entre la chatarra y, cuando nos ven, se detienen
y nos saludan con sus manos diminutas. Al borde de la carretera hay carteles
publicitarios herrumbrosos. ¿Conoces a tus hijos? ¿Sabes
lo que les gusta? ¿Platicas con ellos? Dales coca-cola. Hay
burros peludos, caballos, vacas y cabras famélicas. En un cementerio
la mitad de las tumbas han sido violadas, y las figuras de la Virgen, pintadas
de vivos colores, parecen desafiar la pobreza y el calor. El polvo lo cubre
todo. De vez en cuando, un zopilote planea sobre nuestras cabezas. Imposible
no acordarse de Bajo el volcán o No soy Stiller. Coahuila,
situado al sur de Tejas, es el tercer Estado más grande de México.
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Los
conquistadores se establecieron en Saltillo en 1577, y tuvieron que vérselas
durante siglos con las indómitas tribus nativas, especialmente con
los apaches. En la actualidad, la agricultura, la ganadería y la
minería son las tres actividades económicas más importantes
en Coahuila. De todos modos, por lo que se ve, actividad es un término
demasiado optimista.
Tomamos
la carretera 2, hacia el oeste, echamos gasolina en Nueva Rosita, y comprobamos
que, según nos alejamos de la frontera, el dólar se va depreciando.
Recuerda que la clave de la economía está en García.
A los 35 km, llegamos a nuestro destino, Melchor Múzquiz, centro
de producción industrial de hulla, plata, zinc, plomo y fluorita,
situado en una región ganadera. Preguntamos por un hotel, y una
niña preciosa, de ojos como carbones y sonrisa ancha, nos enseña
un dibujo de su hermano y nos invita a su cumpleaños.
-Se
llama Memo, pero le dicen Memito.
Nos
alojamos en el motel La Mina, donde el precio de la habitación se
ha doblado con nuestra llegada. El aire acondicionado suena como el motor
de un bombardero, y nos damos una vuelta por el pueblo. La llegada a la
plaza de Armas, rectangular, inmensa y arbolada, es como un viaje en el
tiempo. En la esquina noreste se levanta el templo barroco de Santa Rosa
de Lima, del que sale una procesión de jóvenes cristianos
portando pancartas. Una india vende flores y objetos de artesanía
a la puerta. Los hombres, sentados en los bancos, cubiertos bajo sombreros
de vaquero y con cuchillos al cinto, se entretienen piropeando a las mujeres,
que dan vueltas a la plaza en pequeños grupos. Cuando advierten
nuestra presencia, los hombres nos observan curiosos y retadores. Las mujeres
bajan la mirada y nos sonríen arrobadas. Cientos de ojos nos vigilan.
Pedimos una cerveza en uno de los puestos, y nos informan, entre risas,
de que no venden alcohol. Nos sirven unas raspaditas de limón.
-¿Españoles?
Hace tiempo que no se ven por aquí.
Preguntamos
por un bar, y señalan una puerta sin letrero alguno. En el bar de
Ferriño, el día es noche. Tres parroquianos mayores, bigotudos,
entrados en carnes y sudorosos están acodados en la barra, frente
a unos tequilas, separados y en silencio. De repente, uno suelta un alarido
y bebe su vaso. Los otros le siguen. El más grueso se levanta y
echa una moneda en una máquina de discos; suena una canción.
Salta, ranita, salta. Escenifican la letra. El gordo hace de macho
y acosa y requiebra al que actúa de mujer, que saca la lengua y
se toca el pecho y el sexo. Animales en celo. El macho le pellizca, se
abalanza sobre "ella", arremete. Todos ríen y gritan. Es una escena
escalofriante, grotesca.
La
"ranita" se acerca a nuestra mesa y nos convida a David y a mí a
unos tequilas. César cree que somos yanquis o, lo que es peor, policías,
y desconfía, porque por Múzquiz pasan emigrantes ilegales
a los EE UU. Nos sorprende su falta de ojo. Asegura que en su pueblo se
dan pocas cuchilladas, lo que no tranquiliza demasiado. Le explico el motivo
de nuestro viaje: visitar la reserva de los indios kikapúes, que
aparecen en el poemario La voz de Mallick, obra de mi hermano Pedro.
-Así
que quieren ver a los inditos...
Para
César, ahora más relajado, he pasado de parecer policía
a ser maricón. Como sólo se puede acceder al campamento en
troca o 4x4, se ofrece a llevarnos. A la mañana siguiente, César
no acude a la cita. Durante dos días, no logramos que nadie cumpla
su promesa de acompañarnos donde los inditos. Ahorita mismo, dicen,
pero no mueven un dedo. Al final, mientras nos cobran en el motel, un camionero
se apiada de nosotros y organiza la excursión. Subimos en un Willy
del ejército, recogemos a un herrador, un albañil y una caja
de cerveza Tecate roja bien fría, y nos ponemos en camino hacia
El Nacimiento.
-Este
país tiene una energía especial, ¿no? A todas horas
parece que va a pasar algo.
Contra
el horizonte se recorta la Sierra de la Madre de los Cármenes, Dead
Horse Mountains del lado estadounidense, una masa de piedra caliza y volcánica
cubierta de pinos, ponderosas, cipreses y álamos. Se ha levantado
viento y el sol continúa taladrando nuestros cráneos. El
pálido pelo del kikapoo fue la negra cresta de un gallo de pelea.
Es martes y nos dirigimos al encuentro de los indios kikapúes.
En
la frontera
Coahuila
de Zaragoza, el tercer Estado por tamaño de México tras Chihuahua
y Sonora, ocupa una extensa comarca desértica al sur de Tejas (Estados
Unidos). La colonización de estas tierras de frontera, iniciada
por los españoles en 1570, se vio frenada hasta el siglo XIX por
los continuos enfrentamientos con las tribus indias, en especial los apaches.
Hoy, la visita a las reservas indias es uno de los motivos para viajar
a esta poco conocida región del norte de México.
Cómo
ir. Iberia (902 400 500) y Aeroméxico (915 48 98 10) tienen
vuelos diarios entre Madrid y México DF desde 162.000 pesetas, ida
y vuelta. Aeroméxico y Mexicana de Aviación (913 88 09 33)
disponen de cupones para vuelos nacionales desde 8.900 pesetas. Autobuses
Estrella Blanca (00 528 417 00 76) cubre la distancia entre Saltillo y
Melchor Múrquiz por 2.500 pesetas.
Dormir.
En Saltillo: Hotel Eurotel (00 52 841 5 10 00). Bulevar Venustiano Carranza,
4100; 20.000 pesetas la habitación doble.
En
Piedras Negras: Posada Rosa (00 52 878 2 74 44). Calle San Luis; con piscina
y cancha de tenis, 10.600.
En
Melchor Múrquiz: Hotel Los Ángeles (00 52 863 3 79 87). 2.500
pesetas; tiene piscina.
Motel
La Mina (00 52 861 6 12 12). Citado en el texto, permanece cerrado por
remodelación.
Comer.
En todas las ciudades existen taquerías y restaurantes que ofrecen
comida mexicana (muy, muy picante) y Tex-Mex por 1.000 pesetas, aproximadamente.
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