El País Digital
Domingo
13 diciembre
1998 - Nº 954


Aún no está a pleno rendimiento su equipo para el semanario. En estos últimos números de Cambio la influencia del premio Nobel colombiano todavía se percibe lejana. Durante las navidades, la tradición de la prensa de Bogotá reserva una semana de descanso a las revistas, que se toman vacaciones en su cita con los quioscos. Y después de eso, en enero, ya será un hecho la reforma de Gabo. Para ello cuenta con una Redacción joven y valiente, que titula así uno de sus últimos números: "Narcogoles. La historia oculta de cómo premiaba Miguel Rodríguez Orejuela a los futbolistas del América de Cali". Casualmente, todos los redactores han pasado por estos talleres de la Fundación de García Márquez. A ellos sumará Gabo su firma en las páginas, escribirá de tanto en vez. Y, sobre todo, conversará, dará consejos.

No parece García Márquez una persona condescendiente. Los periodistas de Cambio tendrán en él a un lector implacable. Lo demuestra en este taller que quizás le sirve de camino de vuelta hacia el tajo. Se analizan los periódicos que cada uno ha traído, y él lee uno en voz alta: "La facturación, salvación de los hospitales'... Vaya cacofonía"... Y resalta un ha sin hache, y un porque en vez de un por qué, y un dónde mal acentuado... Y continúa: "Posicionarse... qué palabra... sólo de fea debería prohibirse"; "realizar, realizar... yo creo que jamás he escrito la palabra realizar"; "qué pobres los adverbios terminados en mente; yo ya no los uso, porque siempre la palabra que los sustituye es mucho mejor"; "miren este título de El Universal: 'Fumar da a la leche el sabor del tabaco'... sólo podemos entender qué quiere decir cuando descubrimos en el texto que se trata de la leche materna".

Y después se le caen de los labios sentencias como doblones de oro:

"Una cosa es una historia larga, y otra, una historia alargada"; "el final de un reportaje hay que escribirlo cuando vas por la mitad"; "el lector recuerda más cómo termina un artículo que cómo empieza", "es más fácil atrapar un conejo que atrapar a un lector"; "hay que empezar con la voluntad de que aquello que escribimos va a ser lo mejor que se ha escrito nunca, porque luego siempre queda algo de esa voluntad"; "cuando uno se aburre escribiendo, el lector se aburre leyendo"; "no debemos obligar al lector a leer una frase de nuevo"...

El premio Nobel colombiano anima a los participantes a que consulten el diccionario. No es de extrañar. En un lateral de su mesa de trabajo, en la casa de Cartagena de Indias, se alinean verticales nada menos que 11 diferentes ("los tengo ahí para que se peguen entre ellos", bromea). María Moliner, Joan Corominas, Julio Casares, sinónimos y antónimos... y hasta un diccionario de colombianismos. Y algunos más esperan consulta en una de las cinco estanterías llenas de libros, donde destacan los gruesos tomos verdes de la monumental obra léxica emprendida por Rufino Cuervo.

Un titular de los que se analizan en el taller de periodismo se refiere a las "mascotas" domésticas. Alguien cuestiona esa palabra, y dice que una cosa son las mascotas y otra los animales de compañía. García Márquez pide el diccionario, y le traen de una sala contigua (aquí no había ejemplares sobre la mesa) la reciente edición de uno que él ha prologado. El premio Nobel lee las definiciones, que equiparan mascota con talismán y amuleto... "Pero aquí en ningún sitio se dice que respiren", interpreta. Se abre luego el debate sobre la palabra "mascota", que resulta procedente del francés mascottte... y, efectivamente, los diccionarios empiezan a pelearse entre sí, porque el de la Real Academia Española habla de "persona, animal o cosa" que sirve de talismán. Por tanto, en este diccionario las mascotas sí que respiran. Y uno de los presentes remata: "Pero yo no tengo a mi perro para que me dé buena suerte".

El Gobierno colombiano acaba de declarar el estado de emergencia económica, y un periódico de Bogotá encabeza así un artículo: "Crónica de una emergencia anunciada". El autor de los títulos más parafraseados del mundo muestra su desencanto ante la escasa imaginación de los editores que lo supervisaron: "¿No pueden inventar sus propios títulos?".

Un reportaje mal puntuado contiene esta frase: "Pronto, entablaron amistad". Se critica la coma innecesaria, pero García Márquez le da una vuelta genial a la expresión, y explica: "Quedaría mejor 'entablaron pronta amistad". Eso lleva a hablar sobre la música de las palabras, del ritmo y la armonía. Él cree que vale la pena amar la música si se quiere escribir bien.

Tal vez por ese motivo tiene en su salón un magnífico piano de cola negro escoltado por cuatro sillones blancos. Aunque nadie de la casa sabe tocarlo, parece en buen uso, muestra el tacto suave en sus siete octavas y suena afinado en todas las armonías. "Es para las visitas", explica Gabo junto a las teclas. "En Cartagena es costumbre que lo toque algún invitado en una fiesta, con todos los demás rodeándole; y con las copas sobre la tapa de la caja. Cuando fui a comprarlo, me preguntaron en la tienda que cómo quería el piano. Y yo les dije: Pues como para doce personas".

Se sienta en uno de los sillones blancos y aguarda a que el piano cante. Imagina que en ese momento sonará Aquellas pequeñas cosas, de Joan Manuel Serrat, "la canción más maravillosa que se ha escrito". Y a veces incluso sucede.

El cine, otra de sus pasiones, también tiene presencia en la casa, de paredes blancas, de estancias abovedadas en ladrillo como el techo de una bodega, una casa silenciosa donde apenas se oye el rumor del aire acondicionado. La sala de proyecciones parece un minicine de gran ciudad, con 18 butacas (una fila de cuatro, otra de cinco, otra de cuatro, otra de cinco) y una pantalla grande, una pantalla profesional en blanco mate. Se halla en la planta de abajo, cerca de la piscina, a la cual se sale tras pasar un porche con 14 sillas y sillones rodeados de hojas verdes gigantes y saludables.

La sesión vespertina de hoy en el taller sobre estilo ya toca a su fin, pero Gabo se levanta un poco antes, orgulloso en su camisa blanca, su pantalón corto blanco, sus zapatillas de tenis blancas de cordones blancos. "Lo siento, me voy", se excusa. "Tengo un compromiso más importante en mi vida". Los presentes imaginan que ha de organizar alguna cuestión crucial de su nuevo, ilusionante, semanario. Pero él, como única pista sobre la inaplazable misión que le reclama, lanza una bola imaginaria hacia el aire y la golpea de un derechazo en dirección a la puerta.

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