El País Digital
Viernes
29 enero
1999 - Nº 1001

El Gobierno colombiano militariza Armenia ante la ola de saqueos y violencia

Los 2.000 soldados y 700 policías desplegados se muestran incapaces de detener el pillaje

JUAN JESÚS AZNÁREZ, ENVIADO ESPECIAL, Armenia
Encapuchados o a cara descubierta, desconocidos con escopetas y machetes salieron ayer al paso de convoyes procedentes del aeropuerto y se apoderaron de las cargas de auxilios. Otras víctimas, también imparables y rabiosas, habían asaltado antes supermercados, tiendas y almacenes de acopio, y ni los tiros les arredraban.


Habitantes de Armenia saquean un supermercado,
ayer, en el centro de esa ciudad colombiana (Epa).
El presidente de Colombia, Andrés Pastrana, militarizó Armenia y otras ciudades castigadas por el terremoto del lunes y aceleró a marchas forzadas la entrega de víveres a sus víctimas. Pastrana tuvo que intervenir porque el hambre de tres días, la especulación y la ineptitud de los delegados gubernamentales establecieron el caos y la furia en barrios y calles sepultadas por montañas de escombros.

Encapuchados o a cara descubierta, desconocidos con escopetas y machetes salieron ayer al paso de convoyes procedentes del aeropuerto y se apoderaron de las cargas de auxilios. Otras víctimas, también imparables y rabiosas, habían asaltado antes supermercados, tiendas y almacenes de acopio, y ni los tiros les arredraban.

Ausente la solidaridad, los más miserables atracaron a sus propios vecinos, y 70 presos fugados de la prisión de Calarcá sembraron el terror con armas de fuego, sin respetar ni propiedades ni personas. Dispararon contra centinelas y policías, reventaron comercios y joyerías, y campaban a sus anchas al amparo de la confusión.

El presidente colombiano, Andrés Pastrana, se instaló en Pereira, distante 45 minutos de Armenia, para enmendar una situación que se le fue de las manos. Unos 2.000 soldados y 700 policías patrullan ahora por ciudades destruidas, cuyas poblaciones están convencidas de que nuevamente, esta vez otro gobierno, las estafa. Definitivamente, Colombia está acostumbrada a tragedias con muertos, pero no con supervivientes.

Alberto Londoño es uno de ellos. Tiene 31 años, mujer y dos hijos pequeños y fue uno de los cientos de damnificados que participaron en los asaltos. Después clamaban al cielo bajo plásticos y aguaceros bíblicos lamentando que el desamparo oficial, la desorganización, les hubiera llevado al pillaje. "Religiosamente se lo digo señor: he robado por primera vez en mi vida. Me dediqué todo el día a robar para poder comer", dice Londoño, campesino de latifundio hasta entonces sin tacha.

Este enviado asistió al desarrollo de uno de los asaltos y allí conoció al airado habitante de Gaitán, barriada marginal de Armenia donde marihuaneros y juveniles esnifadores de pegamento conviven con labriegos de cafetal, con saqueadores honrados. Gana 15.000 pesetas al mes; los diputados nacionales más de un millón de pesetas, y en un tremendo alarde de generosidad donaron un día de ese sueldo a sus compatriotas en desgracia.

Armenia y Calarcá entraron en ebullición a primeras horas de la tarde del miércoles, cuando las emisoras de radio emitían partes dando cuenta de las cuantiosas ayudas internacionales recibidas por Colombia, destacando complacidas que hasta el alcalde de Nueva York había colaborado. Ateridos, con el estómago vacío y sus casas agrietadas o amenazando ruina, escuchaban, sublevados, que toneladas de alimentos, medicinas, mantas y tiendas de campañas despachadas por Tokio, Madrid, México o Berlín se amontonaban en las terminales aeroportuarias, y el intenso tráfico aéreo era en su provecho. Pero nada les llegaba. "Aquí nadie vino. Mire, mire cómo estamos. Se lo están robando todo", protestaba una madre.

Alberto Londoño se sumó ayer a la turba hacia las cuatro y media. Los más desesperados del batallón que embistió contra Novedades Picaflor y Joyería y Plateria Tissot rompieron sus puertas a empellones y patadas. Desprendidos por la irrupción en tromba, cristales de punta y cascotes de una edificación tambaleante cayeron sobre cientos de personas y fue un auténtico milagro que ninguno pereciera degollado. Entraban disparados y salían del mismo modo, acompañados por el estruendo de las mercancías cayendo sobre el suelo, por el crujido de vidrios y planchas de madera aplastadas a pisotones, por las pedradas contra los escudos de la barrera de 30 policías apostada en una bocacalle próxima.

"¡Que alguien vigile!", pedían los atacantes. "Son unos vándalos", protestaba un espectador. Mujeres, hombres y hasta niños arramblaron con todo: zapatos, bebidas, pan, cables, baratijas. "¡No me sirven!, ¡Son todos del pie izquierdo!", protestaba un saqueador.

La policía, incapaz de impedir lo ocurrido porque nadie ordenó a los agentes que adoptaran medidas de prevención, intervino cuando escapaba el último ladrón, receptor de un estacazo de reglamento en el lomo que lo dejó baldado. "Hubiera sido más trágico emplear armas de fuego", justificó el sargento primero Guerrero.

El más dichoso entre los forzados depredadores huía al trote con la caja registradora en brazos, tratando de evitar que alguien pisara los cables y le derribara con el botín.

En otras calles de Armenia, otros grupos rompían los candados y puertas de los almacenes de comida. Las que aguantaban los primeros golpes eran derribadas con vigas y escombros utilizadas como arietes, todos a una. "¡Tenemos hambre!", gritaban.

"¡Se cae, se cae el edificio!", avisaba de vez en cuando alguien desde dentro. Saqueadores y policía, comedida en represión, se replegaban entonces para volver a la carga en cuestión de segundos. "Yo sólo he robado comida. Que Dios me castigue", dijo después Alberto Londoño.

Pastrana asume personalmente el mando de la operación de ayuda

J. J. A., Armenia
A la carrera, convoyes de camiones y helicópteros transportaban ayer miles de toneladas de suministros hacia Armenia, Calarcá y las otras poblaciones más dañadas, tratando de apaciguar y aliviar a ciudadanos que se quejan de la manifiesta incompetencia demostrada por las instituciones del Estado en la solución de los gravísimos problemas causados por el terremoto. Teóricamente, Armenia, con sólo 300.000 habitantes, hubiera debido ser más manejable.

El presidente Andrés Pastrana, que asumió personalmente el mando desde la vecina Pereira, y dispuso medidas contra la especulación y la malversación de las ayudas, designó a una sola persona, Luis Carlos Villegas, como cabeza con amplios poderes, de la coordinación de las operaciones. La situación tardará meses en normalizarse. La Red de Solidaridad de la Iglesia Católica tendrá un protagonismo especial en la distribución de los alimentos en las zonas de desastre, que ayer registraron dos nuevos temblores. El Consejo de Seguridad de Colombia ordenó un estrecho despliegue de militares y policías para evitar nuevos desmanes. A las 900 personas muertas, y más de 3.000 heridas, algunas de gravedad, se suman, según las últimas cifras oficiales, alrededor de 500.000 damnificados que deben ser atendidos. Más de un millar de viviendas serán demolidas porque amenazan con derrumbarse. También ha sido decretada la emergencia médica.

Fuentes policiales precisaron que no todos los que han participado en los saqueos eran inocentes, ya que entre ellos había delincuentes habituales y personas sin escrúpulos procedentes de localidades no afectadas por el terremoto. El alcalde de Armenia, Álvaro Patiño, instó a no agregar nuevas desgracias: "La violencia del terremoto es suficiente. Pido a todos que esperen pacientemente la llegada de ayudas".

Auxilio descoordinado

Para Piedad Correa, Defensora del Pueblo del Quindío, la culpa la tuvo la ausencia de coordinación: no existió un puesto de mando unificado encargado de enlazar las numerosas y complejas operaciones de rescate y asistencia. Nadie quiere asumir ahora las responsabilidades. La Cruz Roja se exculpa: "Recibimos las ayudas y las distribuimos directamente, y lo que hagan otras instituciones es cosa de ellas", dice en privado uno de sus miembros. Algunos atribuyeron parte del caos a la devoción del presidente, que encomendó trabajos determinantes a un sacerdote al que pocos conocen. Las autoridades piden cordura: se afronta una tragedia de proporciones desconocidas.

En todos los supermercados del país se pondrá a la venta una "ración de la solidaridad" que todos los ciudadanos podrán comprar y entregar después, en la misma salida del supermercado, a socorristas o funcionarios. Inmediatamente, esos paquetes son cargados en camiones y parten hacia el destruido centro del país. De momento, han llegado 25.000 raciones militares con destino a los damnificados.

"Robamos para los hijos"

J. J. A. , Armenia
Pocas horas antes de que Novedades Picaflor y Joyería y Platería Tissot fueran pasadas por las armas, junto a otros muchos comercios, y de que la policía disparase al aire para impedir los saqueos, la peripecia de Félix Vázquez, cámara de Univisión, es significativa. A los saqueadores no les importó ser filmados. "Robamos para nuestros hijos", decían. Posteriormente sería dejado en los huesos el almacén central de acopio. Algunos, en portentoso equilibrio, portaban cajas de huevos de hasta un metro de altura, y un estibador mitad necesitado mitad caco, como muchos otros, cargaba un frigorífico a las espaldas.

Cientos de vecinos rompieron las puerta de otro supermercado y lo saquearon a oscuras. "No podemos hacer otra cosa a lo bien", se justificaba un asaltante. Vázquez, según explicaba a este enviado, se introdujo en el comercio por un agujero y, una vez dentro, encendió las luces de la cámara. En lugar de protestar, la gente descubierta pedía ayuda. "Alúmbreme, alúmbreme por acá, ahora por acá. Terminé siendo casi un guía".


Cuentas de solidaridad

• Cruz Roja Española: 902 22 22 92

• Médicos sin Fronteras: 902 25 09 02

• Cáritas Española: cuenta nº 2038-1028-17-60000907165 de Cajamadrid

• Solidaridad Internacional: cuenta 1396056 en la agencia 1 del BCH.

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