El País Digital
Domingo
22 noviembre
1998 - Nº 933

¿El último 20-N?

La extrema derecha celebra su fecha emblemática,
la muerte de Franco, dividida y debilitada

JESÚS RODRÍGUEZ, Madrid

Blas Piñar (izda.) e Ignacio Sáenz de Ynestrillas,
en noviembre de 1995 (M. Escalera).
20-N de 1998. Una vez más la ultraderecha no se pone de acuerdo. Esta vez para celebrar el culto a sus próceres. Su fecha emblemática es un páramo de división y debilidad. Un repaso: Ricardo Sáenz de Ynestrillas, líder de la Alianza por la Unidad Nacional (AUN), se manifiesta hoy con su grupo en la madrileña plaza de San Juan de la Cruz, "no para rendir culto a Franco ni a José Antonio, porque para nosotros es una jornada de lucha para recuperar España y no tenemos nada que ver con las momias que resucitan una vez al año".

Los miembros de la Confederación de Ex Combatientes, las momias a las que se refiere Ynestrillas, sí acudirán este mediodía a la plaza de Oriente a homenajear a Franco y a José Antonio, pero han prohibido hablar en el acto a Fuerza Nueva y al Movimiento Católico Español, que aunque apoyan la convocatoria deberán asumir el papel de franquistas mudos. El presidente de la Confederación, el industrial Eduardo Toledano, aclara: "No me da la gana que hable Blas ni nadie de todos esos grupitos. Ya está bien; ya estoy harto de escucharles año tras año. Este año leeré yo un comunicado y se acabó".

Falange Española de las JONS conmemoró la fecha el viernes con una marcha nocturna a pie al Valle de los Caídos, pero Franco se quedó sin corona mortuoria, porque "no queremos saber nada de él; fue nuestro enemigo".

Falange Española Independiente (FEI), la falange integrista, celebrará su 20-N el 27-N con una misa solemne en honor de José Antonio. Patria Libre, una suerte de activa guerrilla ultra, no asistirá por primera vez a la plaza de Oriente en virtud de su reciente acuerdo con Falange Española de las JONS, "pero tendremos un recuerdo emocionado hacia ese acto que recuerda al caudillo". Y Democracia Nacional, los últimos en llegar al club, no quieren saber nada ni de Franco ni de José Antonio. Ni de nada que suene a facha. Su estrategia se lo impide.

"La extrema derecha no tiene aspecto de levantar cabeza en nuestro país", explica José Luis Rodríguez Jiménez, profesor de Historia en la Universidad Rey Juan Carlos I, de Madrid, y autor, entre otros, del ensayo ¿Nuevos fascismos? "Está estigmatizada. Su problema no es tanto que se la identifique con la dictadura de Franco, sino con la violencia. Y su mensaje ultranacionalista ya no vende".

Pocos y mal avenidos. Sin financiación, aunque todos miran en dirección de los países árabes. Sin ninguna conexión con el Ejército, excepto un pequeño grupo de jubilados irreductibles (los generales Armando Marchante y Rafael Casas de la Vega o los coroneles Carlos de Meer y Luis Tapia) atrincherados en el semanario La Nación, el último bastión periodístico. Incómodos para la Iglesia oficial. Sin representación parlamentaria. Pero permanecen en estado latente. "Las ideas no mueren, somos la llama, el fermento", afirma Luis Fernández Villamea, director de la revista quincenal Fuerza Nueva (4.000 ejemplares).

"En estos momentos conviven dos corrientes en la ultraderecha española", explica Xavier Casals, doctor en Historia y autor de La tentación neofascista en España. " La tradicional, cuyos rasgos son la religión exaltada, los presupuestos ideológicos de los años treinta y el mito de la hispanidad. Y otra que intenta copiar el estilo político y estético del Frente Nacional francés (FN). Su idea es entrar en el sistema democrático, moderar el discurso, renunciar al pasado y a la violencia y buscar un mensaje que conecte con el electorado, como ha sido la apelación al peligro de la inmigración en Francia". Casals explica la historia de la extrema derecha en España desde la muerte de Franco en tres fechas: "De 1975 a 1982, el éxito; de 1982 a 1993, la derrota; y, a partir de 1995, la puesta al día".

1979 fue su año: 425.000 votos, un acta de diputado para Blas Piñar, hilo directo con los cuarteles. Una partida de ajedrez simultánea con el Estado: por un lado aceptando el juego parlamentario; por otro, provocando al Ejército. Y mucho poder en la calle.

En sólo tres años el entramado se derrumba. Con el eco de los disparos del 23-F en la mente de los votantes, la extrema derecha pierde 300.000 votos en las elecciones de octubre de 1982 que recalan en las urnas de Alianza Popular. Fuerza Nueva, el gran acorazado ultra, se autodisuelve como partido en contra de la opinión de sus cuadros. El anuncio del abandono se hizo (cómo no) el 20-N. Una persona cercana al caudillo poscaudillo afirma: "Blas Piñar tuvo miedo del triunfante PSOE y cerró el chiringuito. Pensó que le iban a fusilar". La explicación (oficial) de Fernández Villamea es que Fuerza Nueva tenía una deuda de 228 millones de pesetas. "Sin un acta de diputado era imposible mantener el partido. Tuvimos que vender nuestra sede de Mejía Lequerica a una compañía de seguros". La desaparición de Fuerza Nueva cortocircuitaba la conexión militar y desmovilizaba a sus 50.000 afiliados. Comenzaba el ocaso. En las elecciones siguientes, la ultraderecha no conseguiría en conjunto ni un 1% de los votos. Hoy los militantes de todas las organizaciones no llegan a 10.000.

Tras 13 años de desavenencias y enfrentamientos, 1995 fue el año del renacimiento. Ynestrillas y otros cinco pequeños partidos constituyen AUN. Su liderazgo es apoyado económicamente por Eduardo Toledano. Será un idilio efímero entre la vieja y la nueva ultraderecha. Un pacto que acaba a bofetadas ese 20-N cuando Toledano le cedió la palabra a Ynestrillas y éste se descolgó con un discurso heterodoxo inaceptable para la vieja guardia. Según un asistente, "en mitad del estrado Toledano le amenazó con pegarle dos hostias a Ricardo. Blas estuvo a punto de desmayarse". También ese 1995 la Falange Auténtica (una suerte de Falange de izquierdas) desembarcaba en la vetusta y fraccionada FE de las JONS. Y la conquistaba. Su proyecto: "Aceptar la Constitución. Transigir, pero para cambiarla". Y servir de imán para todo "el universo azul". Su primer éxito ha sido su fusión, el pasado mes de octubre, con dos pequeños grupos de extrema derecha: Patria Libre (más activa y violenta) y FENS (más arcaica).

También en aquel verano de 1995 se puso de largo Democracia Nacional como resultado de la unión de miembros de Juntas Españolas y de la organización neonazi Cedade (disuelta en 1993), con el propósito de ser un calco del FN francés. Hoy es el proyecto más innovador. Una imagen sin pasado ni símbolos. Sin caudillos. Su mensaje, de corte populista, promete el pleno empleo, un salario para las amas de casa, un rechazo visceral a Maastricht, a las autonomías y a la OTAN. Sin olvidar la expulsión de los inmigrantes ilegales. Pero "no somos extrema derecha", afirma su secretario general, Francisco Pérez Corrales.

El debate actual entre los ultras españoles es hasta qué punto pueden renunciar a los símbolos, a los yugos, flechas y águilas imperiales para obtener votos. Hasta qué punto pueden aceptar una democracia que les repugna y renunciar a tomar el poder por la fuerza. Este 20-N puede ser el último.

Más difícil aún es adoptar un banderín de enganche que atraiga militancia y votos. La apelación al peligro de la inmigración no ha funcionado. En lo que va de año, la ultraderecha española ha tenido dos buenos motivos para la movilización: el debate parlamentario sobre el cuarto supuesto del aborto y la tregua con ETA y una posible reformulación territorial del Estado. "Las fuerzas nacionales somos los que más nos hemos movido en las manifestaciones contra el aborto", explica José Luis Corral, presidente del integrista Movimiento Católico Español. Domingo González, consejero nacional de FEI, añade que "la violencia es legítima si la justifica un ideal, como ocurre hoy en España con el aborto o el separatismo". Dos filones que podrían explotar los ultras junto a su visceral y populista rechazo a la Europa del euro. Son posiblemente sus últimos cartuchos.

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