JAVIER DEL PINO
, Washington
el juez el pasado jueves (Ap). |
Smith trabajaba en una minúscula compañía de programadores subcontratada por AT&T, el gigante de las telecomunicaciones. Toda su vida la había pasado en una zona urbana y algo decrépita de Nueva Jersey retratada por su conciudadano más conocido, Bruce Springsteen. Diez años antes, las grandes empresas se habrían rifado a Smith, pero acabó estancado en un tedioso empleo. La diversión, para él, empezaba después.
Hace meses, un vecino llamó a la puerta de David, a quien todos ven como cortés, pero poco comunicativo. El vecino era representante de televisión por satélite y quería ofrecerle, como amigo, que instalase una pequeña antena digital. Una ganga: cientos de canales a precio irrisorio. Irresistible. El vecino no se lo podía creer cuando David le dijo: "Muchas gracias, pero veo poco la tele. Tengo mis ordenadores".
Dicen sus abogados que la prueba de que no merece 75 millones de pesetas de pesetas de multa y hasta 40 años de cárcel es que el Melissa es un virus inocuo. Se esparce y es imparable, pero no borra datos ni roba información.
El 26 de marzo, David pulsó una sola tecla en su ordenador e inoculó el Melissa en Internet. Horas después, algunas de las compañías más importantes del mundo (incluida Intel, principal fabricante de procesadores) se mostraban desbordadas. No pasaba nada grave, pero los sistemas se bloqueaban: el virus leía las direcciones de correo electrónico de los empleados y se enviaba a sí mismo escondido en mensajes que llegaban con un remitente conocido. Decenas de miles de ordenadores en todo el mundo han recibido el regalo.
Su falta de picardía y su inexperiencia como delincuente le llevaron a errores imperdonables. Usó una cuenta de acceso a Internet que dejaba huellas de elefante y, por si fuera poco, un defecto en un programa de Microsoft hizo aún más fácil su localización: la compañía de Bill Gates incorpora un número secreto en todos los archivos con sus programas, y ese número estaba en el archivo del virus. Las protestas de los grupos defensores de la privacidad han hecho que Microsoft anule esa función, pero eso llegó demasiado tarde para Smith.
Nervioso, agobiado porque el FBI le iba detrás, Smith hizo lo que jamás imaginó: arrojó a la basura sus ordenadores, sus discos y sus archivos. Se marchó a casa de su hermano esperando que fuera un escondite más seguro, pero al poco tiempo vio la casa rodeada por más de 10 coches camuflados. Minutos después entró esposado en comisaría. Sólo fue puesto en libertad con una fianza de más de 15 millones de pesetas.
David compareció el jueves ante un juez del condado. La audiencia duró sólo 15 minutos: el juez simplemente leyó los cargos. Smith estaba serio y con gesto triste. Sólo dijo "sí, señor" cuando el juez le preguntó si entendía que los delitos cometidos eran graves. Cuando llegó a casa supo que estaba despedido.
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