El País Digital
Domingo 
30 abril 
2000 - Nº 1458
 
 
INTERNACIONAL
Cabecera
La maldición de El Chivo 

Los descendientes de Leónidas Trujillo, el dictador recreado en la última novela de Vargas Llosa, arrastran el estigma del personaje más odiado de la República Dominicana 

JUAN JESÚS AZNÁREZ , Santo Domingo 
Rafael Leónidas Trujillo, con Franco, en El Prado,
durante la visita del dictador dominicano a Madrid
en 1954 (Efe).
Histrión y narcisista, el sátrapa antillano Rafael Leónidas Trujillo salió del baño exhibiéndose desnudo ante una corte de aduladores y alcahuetes que al verle en pelotas prorrumpieron en aclamaciones admirativas: "¡Qué cuerpo! ¡Qué formas! ¡Qué musculatura! ¡Así se explica que las mujeres no resistan al jefe! ¡Qué blancura de piel!". "¡Mentira, que es mulatón!", escribió medio siglo atrás un gallego envilecido, José Almoina, que fue secretario particular del déspota y acabó siendo asesinado por sus pistoleros el 4 de mayo de 1960. "El jefe es un gallo. Estuvo con dos mujeres toda la noche y las dejó agotadas", proclamaba voz en alto la camarilla más babosa del Primer Semental del País.
 
 

Leónidas Trujillo Molina, según las crónicas de la época y la magistral recreación de su dictadura (1930-1961) efectuada por Mario Vargas Llosa en La fiesta del Chivo, y los datos aportados por autores que le precedieron, fue un monstruo, un tirano atroz y adefesio cuyas fechorías sufren sus descendientes, una saga estigmatizada, en la tumba o en la diáspora, desde la muerte a tiros del patriarca, hace 39 años. Por ley, ninguno de sus miembros puede tener propiedades o domicilio social en un país cuyas vidas y haciendas pertenecieron a la estirpe. Esa prohibición arruinó las vidas de sus descendientes. "De la fortuna de los Trujillo, nada queda. Los pocos vivos de la familia viven fuera, son víctimas del apellido y no tienen ninguna incidencia política. Queda sólo el recuerdo", dice el historiador Bernardo Vega.
 
 

Recuerdos horripilantes
 
 

Los recuerdos obtenidos por este diario en la República Dominicana, en la nación donde imperó el clan y el terror, son todavía vívidos, horripilantes, fabulosos muchos. Constituyen realidades o figuraciones que, hace ya medio siglo, cruzaron el Caribe rumbo a Europa. Cualquier cosa pudo haber sucedido dentro de los dominios del bárbaro. María Altagracia Trujillo Ricart, de 47 años, primogénita de Ramfis Trujillo y de Octavia Ricart, nieta del Benefactor de la Patria, partió en el año 1962 hacia la España de Francisco Franco. Acompañaba a su padre, Ramfis; a sus tíos Radhamés y Angelita -los tres, hijos del autócrata-, y a su abuela la Prestante Dama, María Martínez de Trujillo.
 
 

María Altagracia tenía entre siete y ocho años al ser internada en un colegio madrileño. Sus compañeras la señalaban: "Mira, la nieta del dictador. ¿Es verdad que tu abuelito se comía la cabeza de sus enemigos?". Mary Loly de Severino, consultora de arte en Santo Domingo, compartió colegio con ella y con su hermano Ramfis Trujillo Ricart, y evoca la imagen del jefe, del abuelito, acudiendo diariamente a la escuela con los dos nietos de la mano, amoroso y tierno, inimaginable en su condición de fiera. La ferocidad y crueldades del tirano, y las cometidas por sus hermanos e hijos y por la Gestapo trujillera, apenas conocieron límites y pesan como una losa en la saga sobreviviente.
 
 

La oposición acabó en los potros o en las fauces de los tiburones de los acantilados insulares, y sus familias, en la ruina o en las mazmorras del régimen. Las adolescentes y esposas más apetecibles del feudo fueron vejadas por Rafael Leónidas Trujillo y su hijos Radhamés y Ramfis, generalísimo a los 10 años, y los nacionales que las negaron sufrieron las consecuencias. "Una vez, el hijo del señor se paró a preguntarme de qué raza era el perro que yo estaba paseando. Mi papá, nunca jamás me dejó volver a pasear el perro. No fuera ser que un Trujillo me pusiera un ojo encima. Sabía lo que podía ocurrirme", relata De Severino, todavía hermosa.
 
 

No hubo empresa o negocio que no pagara diezmos, y la saga fue dueña absoluta del Estado, del Banco Central, de las aduanas, de los principales consorcios nacionales, de las cuarterías en alquiler, y acumuló tanto que perdió la cuenta de las fincas, mansiones, residencias veraniegas, franquicias y comisiones en fraudulenta propiedad: miles de millones de dólares, según cálculos que debieran ser actualizados, la más cuantiosa fortuna personal de América Latina. Las turbas saquearon las posesiones, y las que quedaron en pie fueron incautadas por el Estado. La familia quedó al pairo, expulsada por el magnicidio de mayo de 1961, perseguida por una nación en llamas. El efectivo robado en maletines, o atesorado antes en Suiza, había de cundir poco, y de la opulencia pasó la saga al decaimiento. El 18 de noviembre de 1961, Ramfis fletó el yate Angelita con el cadáver de su padre y cajones de dólares atiborrando sus bodegas. Pero el saqueo del Banco Central había sido tal que la nave fue interceptada en alta mar y obligada a regresar a puerto.
 
 

María Altagracia padeció desde temprano las secuelas de los desmanes de sus ancestros. Harta un día de las preguntas sobre el canibalismo del viejo contestó a una compañera de pupitre: "Sí, nosotros comemos gente. Ese brazo tuyo me tiene loca". "Ella es adorable, simpatiquísima", agrega Mary Loly de Severino. Los mayores de la nieta han muerto: el césar, sus amantes, sus tres esposas: la tercera, María Martínez Alba, codiciosa, avara y vengativa, perdió sus cabales y las claves de acceso a la millonada ingresada en cuentas extranjeras. Aún la maldicen quienes ansiaban su disfrute.
 
 

Desaparecieron los hermanos del patriarca: Aníbal, Virgilio, Héctor Bienvenido (Negro), José Arismendi (Petan) o Amable Romeo (Pipí), y las esposas de vicaría o de ocasión y los hermanastros; también el hijo menor, el bestia de Radhamés, que desfloraba a mano, y fue supuestamente asesinado por cómplices en el narcotráfico colombiano, y el otro hijo, el padre de María Altagracia, víctima de un accidente de tráfico. Otra hija del tirano, Angelita, regenta una gasolinera en Miami y predica en las esquinas el advenimiento de un nuevo cristianismo. El árbol genealógico de los Trujillo se pierde en los vericuetos abiertos por los harenes y los cuernos, por el frenético fornicio de los fundadores fuera del santo matrimonio. Otra hija de su excelencia, Odette, reside en Houston. La singular Flor de Oro Trujillo Ledesma, nacida de Aminta Ledesma cuando Trujillo era teniente, matrimonió con el reputado tenorio dominicano Porfirio Rubirosa, y después, cinco veces. Con su amante Lina Lovatón tuvo varios hijos. Todos forman parte de una enmarañada trama de parentescos.
 
 

Lita Trujillo, actriz argentina de segunda en sus años mozos, que fue asidua en la prensa del corazón madrileña, Lita Milán en las tablas, segunda esposa de Ramfis, heredó parte de la fortuna arrebatada a sus compatriotas por éste, el hijo más encanallado y crápula de un sátrapa que humilló a un ministro haciéndole tocar las maracas toda la noche en una bacanal de burdel.
 
 

Un uniforme de 12 kilos
 
 

Fue un déspota aclamado en Puerto Príncipe por una multitud de negros haitianos que le gritaban "Vive l'empereur!". Lo fue bananero, y le guardan memoria quienes con él lucraron, o simplemente los nostálgicos de una tranquilidad impuesta a balazos. Obsesionado con los desfiles y el copete, el uniforme del gran mariscal del trópico pesaba 12 kilos, entre guerrera y faldones, entorchados, bicornio, plumas de guacamayo, faja, flecos, medallas, espadín, bastón de mando, guantes de cabritilla y zapatos de charol y hebillas doradas.
 
 

María Altagracia, separada del abogado español José María de Odiel, se siente bien en Madrid y tiene una hija española, médica. Fue directora de modas de las revistas Vogue y Elle y se dedica a las relaciones públicas. Un amigo de la familia confesó a este corresponsal que perdió un lugar en el testamento al fingir tiempo atrás su secuestro, convencida por un sinvergüenza español, para sacar dinero al padre. "Quiero que a mi muerte me incineren en un pueblo dominicano, que echen mis cenizas y planten un árbol de tamarindo encima", declaró a la revista Rumbo. Su hermano Ramfis, a caballo entre Panamá y Santo Domingo, tuvo menos suerte: dando tumbos por la vida, fracasó su matrimonio con una española, y en una de sus penosas rachas fue estafado por el general haitiano Raoul Cédras. 

El botín perdido de la familia 
Uno y trino, Rafael Leónidas Trujillo no tuvo problemas de intereses porque era dueño del capital, del Gobierno y de las armas. Cientos de miles de hectáreas en las mejores fincas, viviendas urbanas de estilo decadente, palacetes y casas de amoríos, la Casa de Caoba, todo usurpado, o resultado del abuso del poder, fueron incautados.
 
 

Juan Bosch, en su ensayo Patriotas conquistan el poder, dice que los militares enviados a cuidar las propiedades de los Trujillo y de los trujillistas que habían huido entraban a saquearlas y después llamaban al pueblo para que terminara el saqueo.
 
 

La última residencia oficial del dictador, la Estancia Radhamés, fue demolida por el ex presidente Joaquín Balaguer para construir en su espacio la Biblioteca Nacional, en la plaza de la Cultura Juan Pablo Duarte.
 
 

El tirano, adicto al talco, los afeites y la lavanda, los tenía a su disposición en los vestidores de sus numerosas residencias, habitadas algunas actualmente por varias familias hacinadas. La Mansión, en San José de las Matas, contaba con 300 habitaciones. El 4 de enero de 1962, el Consejo de Estado de la República Dominicana confiscó y declaró bienes nacionales todas las propiedades, acciones y obligaciones que pertenecían a Rafael Leónidas Trujillo Molina, a sus hijos, madres y otros familiares. No obstante, la casi totalidad de socios y testaferros eludieron la ley. 


 
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