Misión de exterminio para la 'caravana de la
muerte'
MANUEL DÉLANO , Santiago
De pie, con un whisky en su mano derecha y una metralleta en la izquierda,
el entonces omnipotente general Sergio Arellano vio como se cuadraba con
una marcial cuenta, "¡sin novedad la guarnición de Talca,
mi general!", el comandante del regimiento de esa ciudad, Efraín
Jaña. Era el 30 de septiembre de 1973, pocos días después
del cruento golpe que depuso al presidente socialista Salvador Allende.
Arellano venía como "delegado" del dictador Augusto Pinochet y había
aterrizado minutos antes en el patio del cuartel con su helicóptero
Puma, que trasladaba a los miembros de su comitiva, la caravana de la
muerte, que dejó una estela a su paso por siete provincias de
más de 75 prisioneros políticos izquierdistas ejecutados.
"¿Cuantos presos, muertos y torturados hay?", le preguntó
Arellano, recuerda Jaña. "Mi general, aquí no hay", respondió
éste. "¿Cómo que no? ¿No sabe que estamos en
guerra?", exclamó molesto Arellano. "¿De qué guerra
me habla, general?", replicó Jaña. Pocas horas después,
Arellano relevó del mando del regimiento al comandante por no cumplir
las instrucciones de la Junta Militar y de Pinochet. La Orden número
1 del delegado de Pinochet acusa a Jaña de efectuar "con retraso
y no con la intensidad que el caso aconsejaba" los allanamientos a la población,
de mantener en sus puestos a los jefes de servicios del Gobierno de Allende
hasta dos días después del golpe y de no detener de inmediato
al ex intendente de la región.
El documento es la única prueba escrita en el proceso de que
Arellano era delegado de Pinochet en la caravana de la muerte. Los
abogados que representan a los familiares de las víctimas de Arellano
piden despojar al ex dictador de su fuero como senador, por el delito de
secuestro calificado, en los casos en que los cuerpos de los ejecutados
todavía no han aparecido, y lo acusan de ser autor e inductor de
los crímenes al enviar al general como su delegado. El viernes pasado,
la quinta sala de la Corte de Apelaciones de Santiago negó una petición
de libertad provisional de Arellano, ahora en retiro y procesado por los
delitos de la comitiva.
La misión de exterminio de la caravana buscaba paralizar
por el temor a la población, a civiles y militares. La comitiva,
integrada por oficiales de la Agrupación de Asalto Santiago Centro,
la unidad que atacó el Palacio de La Moneda el día del golpe,
no sólo mató con cuchillos y bayonetas a muchas de las víctimas,
sino también sobrepasó o removió a los mandos de las
unidades locales del Ejército con síntomas de ser "blandos"
ante el enemigo, los simpatizantes del Gobierno socialista.
Jaña fue uno de ellos. Cuando se presentó ante sus superiores
en Santiago fue pasado a retiro y al día siguiente arrestado, sometido
a un consejo de guerra que terminó con su sentencia a cinco años
de cárcel por "incumplimiento de deberes militares", pena que le
rebajaron a tres años por buenos antecedentes, hasta que fue arrojado
al exilio, donde vivió en Colombia, Venezuela y Holanda. Le duele
como salió del Ejército, aunque siente el alivio de que "no
tengo el uniforme manchado de sangre y duermo tranquilo".
Ex oficial de inteligencia, Jaña calcula que Pinochet hizo salir
de las Fuerzas Armadas a unas 400 personas. De la rama de Artillería,
al igual que el ex jefe del Ejército Carlos Prats, asesinado junto
con su esposa por la DINA en Buenos Aires en 1974, Jaña se define
como un "humanista". Cree que por su cercanía a Prats los golpistas
desconfiaban de él. La orden de adoptar preparativos, enviada por
Pinochet a todas las unidades del Ejército, no llegó a su
regimiento. Se enteró del golpe cuando la acción estaba ya
en marcha. Su jefe, el general Washington Carrasco, le ordenó arrestar
al intendente de Talca, el socialista Germán Castro. Jaña
lo llamó y le pidió venir al regimiento, pero Castro huyó
en auto hacia la frontera con Argentina, con otras cuatro personas, y se
enfrentó con los carabineros.
Fueron los únicos cinco detenidos en Talca, donde el golpe no
fue cruento. Un consejo de guerra encabezado por el número dos
de su regimiento comenzó el proceso. Éste no había
terminado cuando Jaña recibió una orden directa de Carrasco
de ejecutarlos a todos. En los alegatos por el desafuero del ex dictador,
causando impacto, uno de los abogados querellantes leyó una confesión
que hizo en secreto a la comisión Rettig (que investigó
los atropellos a los derechos humanos en la dictadura), un ex auditor militar,
Gonzalo Urrejola, según el cual la orden de ejecutar a Castro la
dio por teléfono el mismo Pinochet a Carrasco.
El comandante Jaña se negó a ejecutar a los cuatro acompañantes
del intendente, pero Castro fue llevado al paredón, después
de que se le diera su último sacramento. "Era un hombre valiente",
recuerda el coronel. "Me pidió perdón por los problemas causados
y frente al pelotón, integrado por voluntarios, murió gritando
'¡soy socialista y muero por el socialismo!".
Odio y anticomunismo
Al reflexionar sobre cómo sus compañeros de armas pudieron
cometer tantos crímenes, Efraín Jaña atribuye una
alta cuota de responsabilidad a la formación anticomunista que recibían
los oficiales en las escuelas estadounidenses y al odio acumulado por los
civiles contrarios al presidente socialista Salvador Allende.
Jaña no abriga esperanzas de que los actuales mandos puedan hacer
cambios de fondo en la institución, porque fueron formados por la
generación de Pinochet. Cree que hace falta que al Ejército
llegue un jefe riguroso, que no admita la intromisión de los uniformados
en política, y critica que la democracia le ha pagado en forma "muy
injusta" a los oficiales expulsados de las filas en el régimen militar.
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