![]() Lunes 14 febrero 2000 - Nº 1382 |
ESPAÑA
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España sigue a la cola de Europa en población extranjera, pero la cifra de marroquíes o dominicanos se ha multiplicado por 10 en una década
MIGUEL GONZÁLEZ, Madrid
Pero es verdad que la cifra de emigrantes españoles se va reduciendo
paulatinamente, mientras que la de inmigrantes se ha duplicado en la última
década. A muchos se les recibe con los brazos abiertos. A la mitad,
casi exactamente. Son los ciudadanos comunitarios, con un alto nivel de
renta. Entre ellos, unos 80.000 pensionistas que han borrado el castellano
en amplias zonas de muchas localidades turísticas.
Lo que provoca la zozobra de algunos sectores son los llamados inmigrantes
económicos. Marroquíes, peruanos o dominicanos, cuya cifra
se ha multiplicado por diez en los años noventa hasta superar las
200.000 personas, sin contar a los irregulares.
Al principio, España era sólo un puente de paso hacia
Europa, su verdadero objetivo. Pero poco a poco empezaron a establecerse.
Aunque el paro supera todavía el 15% de la población activa,
un porcentaje sin parangón en Europa, cada vez resulta más
difícil encontrar españoles dispuestos a emplearse en el
campo, la construcción o el servicio doméstico.
Y los inmigrantes han llenado ese hueco. Un hueco que se irá
ampliando, porque España, con sólo 1,07 hijos por mujer fértil,
la natalidad más baja del mundo, envejece a marchas forzadas y en
las próximas décadas harán falta millones de brazos
foráneos para mantener el aparato productivo. Y el sistema de protección
social.
El coste para el Estado de la población inmigrante es mínimo,
incluso contando con la extensión de la cobertura sanitaria y la
educación, previstas en la nueva Ley de Extranjería. Sólo
unos 17.000 inmigrantes cobran algún subsidio, por más de
300.000 que cotizan a la Seguridad Social.
Hasta los más reacios reconocen que España necesita mano
de obra extranjera. Y proyectan repetir los grandes convoyes ferroviarios
que hasta hace bien poco transportaban a decenas de miles de jornaleros
andaluces a la vendimia francesa. Con billete de ida y vuelta. Proponen
ordenar su llegada, garantizar que todos vienen con contrato, que se les
aloja en condiciones dignas. Asegurarse, sobre todo, de que cuando el ciclo
económico cambie y los puestos de trabajo, incluso los más
penosos, escaseen, no se los disputen a los españoles.
El problema es que la mano de obra tiene voluntad propia. Y muchos,
aunque tuvieran otra intención, se quedan para siempre. La doble
valla metálica, más de 10.000 millones de inversión,
que blinda Ceuta y Melilla no interrumpe el flujo. Como mucho lo desvía,
hacia la pateras que cruzan el Estrecho. Y si la Guardia Civil lo
impide, hacia Canarias.
Bastantes extranjeros que entran legalmente acaban en la clandestinidad
cuando se les agota el visado de turista y no logran renovarlo. Viven al
margen de la ley, evitando siempre a la policía. Trabajando en la
capa más profunda de la economía sumergida.
Las dos regularizaciones realizadas hasta ahora dejaron fuera a varios
miles de inmigrantes que no cumplían los requisitos exigidos o no
podían acreditarlo. Más de 60.000 solicitudes se presentaron
para los 30.000 empleos del cupo de 1999. La mitad se quedó sin
permiso de trabajo.
Y la ilegalidad es el caldo de cultivo de la delincuencia. Los extranjeros
sólo suponen el 1,3% de la población española, pero
representan más del 17% de la población reclusa. La asociación
de la imagen del extranjero con la del delincuente es la base de la que
se nutre la xenofobia.
La integración es la única vacuna eficaz que se conoce.
Mientras llegan nuevos inmigrantes, ya está creciendo una primera
generación de españoles de piel oscura, ojos rasgados, religión
musulmana o apellido eslavo. Para la escuela constituye un verdadero reto.
Evitar la creación de guetos, integrarlos sin obligarles a renunciar
a la cultura de sus padres es indispensable para no tener que enfrentarse
mañana a una juventud desarraigada.
Hasta que estalló El Ejido, las encuestas repetían de
manera machacona y complaciente que los españoles no eran racistas.
Tampoco tenían con quién.
LOS AFECTADOS Manuel Moreno Preciado tomó conciencia de que su país
era pobre cuando en 1966, con 19 años, cruzó los Pirineos
camino de Zúrich (Suiza). Había nacido en Medina de las Torres
(Badajoz) y tenía el título de mecánico fresador.
Su familia le despidió "como si fuera a la guerra". El barracón
en el que se alojó al llegar recordaba a los campos de concentración.
El idioma (alemán) suponía una barrera casi infranqueable
para relacionarse con la población local, que le miraba con recelo.
"A veces te decían: 'Si no estáis a gusto, volveos a vuestro
país'. Éramos los moros y los negros de la época".
En total, vivió 16 años en Suiza. Volvió en 1985,
con su esposa española, a la que conoció en Ginebra, arriesgándose
a engrosar las filas del paro. Pero era "entonces o nunca".
"Mentiría si dijera que me siento español, pero no me
importaría morir en este país". Ababacarim Kebe, de 25 años,
espera que la nueva Ley de Extranjería le permita legalizar su situación
en España, donde vive desde 1996. Salió de Senegal con el
objetivo de reunirse en Italia con dos hermanos. Pero en Marruecos supo
que los papeles por los que pagó unas 250.000 pesetas eran falsos.
Entró clandestinamente en Ceuta y seis meses después cruzó
el Estrecho, haciéndose pasar por ruandés, como le aconsejaron.
Cuando se descubrió el engaño, le quitaron la documentación.
Desde entonces vive, en la ilegalidad, de la venta ambulante. Pero ni en
los peores momentos, asegura, ha cometido ningún delito. "Algunos
se desesperan y caen en ese error. No lo harían si pudieran ser
legales".
José Miguel Pérez Gijón, de 35 años, posee
dos invernaderos en La Mojonera (Almería), a unos 15 kilómetros
de El Ejido. Tiene empleados a cuatro jóvenes de Guinea Bissau,
pues no hay españoles dispuestos a realizar ese trabajo. El jornal
oscila entre 4.300 y 5.000 pesetas diarias, asegura. "Intento tener siempre
legales, pero si he metido algún ilegal le he pagado lo mismo".
Ahora está tramitando el permiso a un inmigrante y ya ha legalizado
a media docena. La multa por emplear a un irregular supera el millón,
aunque a él no le ha visitado ningún inspector en 13 años.
"No intento justificar lo que ha pasado", dice de los recientes incidentes,
"pero hay mucha más delincuencia que antes. Se ven grupos de marroquíes
por la calle en actitud provocativa y la gente tiene miedo".
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