"Mejor electores que detenidos"
En 1973, 11.000 presos ocupaban el Estadio Nacional
de Chile. Ayer, 55.000 ciudadanos emitían su voto allí
F.R , Santiago
El mayor centro electoral de Chile es el Estadio Nacional, en Santiago,
donde votan unos 55.000 ciudadanos. "Con esta cifra casi podemos llenar
el estadio. Mejor electores que detenidos", comenta una funcionaria. Tras
el golpe del general Augusto Pinochet, este recinto se llenó de
10.000 detenidos. Muchos de ellos nunca más vieron la luz y forman
parte de los 4.000 desaparecidos de la dictadura.
A las 11 de la mañana llega al estadio Tomás Hirsch, candidato
presidencial del Partido Humanista. "Es muy importante recorrer este recinto,
porque afortunadamente hoy ya no es un centro de detención y tortura
como lo fue en el pasado, sino que es un centro de democracia, lo que debería
haber sido siempre: de deportes y de democracia".
El estadio está dividido en dos zonas de votación, la
de varones y la de mujeres. Los chilenos votan por separado, según
el sexo, desde que la mujer adquirió, el 21 de diciembre de 1948,
el derecho de voto. "Así se evitan problemas, hay más orden
y es más cívico. Además, es más emocionante
estar juntos después", dice con una pizca de ironía Josefina
Montenegro, vocal de una mesa de votación.
Francisco, un mecánico jubilado, comenta después de depositar
su voto: "Lo que pasó en este estadio fue una atrocidad. Por un
lado, estuvo muy bien que fuera derrocado [Salvador] Allende, porque Chile
era cualquier cosa menos un país. Aplaudí el 11 de septiembre
[de 1973], pero no acepto los 17 años de matanzas y degollinas espantosas
que hizo Pinochet. Por eso, en los años que me quedan de vida, no
quiero que la derecha pinochetista vuelva al Gobierno. Y no soy comunista".
¿Quién va a ganar? "Ojalá gane [Ricardo] Lagos. No
me gusta personalmente, porque es ateo. Me gusta más [Joaquín]
Lavín, pero resulta que detrás de Lavín está
toda la derecha pinochetista".
"¿El 11 de septiembre? Claro, aquí en el estadio había
puros angelitos", dice en tono burlón un hombre que se niega a dar
su nombre. "No me venga a sacar lo del 11 de septiembre, porque al final
todos son angelitos y las cagadas que hemos hecho en la vida no las sabe
nadie. A mis 80 años respétemelo, por favor". Un grupo de
mujeres exclama "no hay problema" cuando se les pregunta por el recuerdo
de lo que ocurrió en este estadio en 1973. "Hay que limpiar la mente.
Estamos en otro tiempo, no hay que retroceder". ¿Quién va
a ganar? "Lavín, el mejor", responden con una sola voz. Una de ellas
pregunta: "¿Eres español?". "Sí". "Ah! No. Ciao, entonces".
"Yo estoy conforme con la democracia ahora. En el año 73 se justificó
lo que pasó porque lo estábamos pasando muy mal con el Gobierno
de la Unidad Popular. No queremos caer bajo el comunismo. Me gustaría
que ganara Lavín, pero está difícil", comenta otro
de los votantes. En las mesas del Estadio Nacional escasean los jóvenes.
Al mediodía llega a este recinto el candidato de la Concertación,
el socialista Ricardo Lagos, que acompaña a su madre, de 103 años,
a votar. En una breve conferencia de prensa, Lagos dice que no ganar en
la primera vuelta "no es un fracaso". "El único fracaso es no ganar
las elecciones".
Joaquín Lavín, el candidato de la derechista Alianza por
Chile, deposita su papeleta en la Escuela Italiana del barrio alto de Santiago.
Dice estar muy tranquilo y asegura que habrá segunda vuelta y que
va a obtener más votos que cualquier otro candidato. De los seis
aspirantes a la Presidencia de la República la última en
votar es Gladys Marín, del Partido Comunista, que espera obtener
un buen resultado "a pesar de la campaña para cerrarnos el paso".
El ministro del Interior, Raúl Troncoso, recorre junto al general
Sergio Candia, jefe militar de la guarnición de Santiago, los colegios
electorales. Dice que el país está tranquilo y que la gente
vota masivamente, desde Arica (norte) a Puerto Williams (en el extremo
sur), desde los mayores colegios electorales en Santiago a los más
pequeños, como en la Artártida (60 votantes).
Todos los electores tienen la obligación de embadurnarse un dedo
con tinta indeleble después de votar. Lagos evita hacerlo, y Juan
Antonio Coloma, portavoz de la candidatura de Lavín, rápidamente
le critica desde una emisora de radio.
La jornada transcurre con tranquilidad bajo una fuerte presencia de
carabineros y fuerzas del Ejército y sin incidentes de mención.
Algunos líderes políticos no pueden contener su avidez por
criticar al contrario y Jovino Novoa, senador de la Unión Demócrata
Independiente, el partido más pinochetista, acusa al Gobierno de
la Concertación de haber interferido en la campaña electoral
a favor de Lagos a través del diario La Nación. El
resto de la prensa escrita, bajo la órbita de dos únicos
grupos (El Mercurio y Copesa), ha apostado sin fisuras por
Joaquín Lavín.
Un millón y medio de electores no inscritos
MANUEL DÉLANO , Santiago
Cerca de un millón y medio de chilenos mayores de 18 años
no están inscritos en el registro electoral (censo) y abdican de
ejercer el derecho a voto. Más de un millón de ellos son
jóvenes. El universo de los votantes, influido por las características
poco democráticas del sistema binominal, que favorece la representación
parlamentaria de la derecha, y el desinterés en la política,
en vez de aumentar con el crecimiento de la población está
disminuyendo y envejeciendo al mismo tiempo.
En esta elección presidencial el número de personas que
podía votar -algo más de ocho millones- fue casi exactamente
el mismo que en los anteriores comicios para elegir presidente, realizados
en 1993, a pesar de que cada año deberían inscribirse unos
200.000 nuevos votantes. Los inscritos "apenas alcanzan a compensar el
número de muertos", admite el director del Servicio Electoral, Juan
Ignacio García. Así, en relación a la población
total, la proporción de electores se reduce.
A diferencia de otros países, en Chile no es obligatorio inscribirse
al cumplir 18 años. Sí lo es, en cambio, votar, o se debe
pagar una multa que puede ascender hasta el equivalente a 150 dólares,
salvo que se presenten excusas ante la policía por estar a más
de 200 kilómetros del lugar de votación, por enfermedad o
extravío de la cédula de identidad. Pero los inscritos que
no votan son también numerosos: más de un millón de
personas se abstuvo en la elección parlamentaria de 1997, lo que
hizo entonces impracticable cobrar las multas. García cree que se
debe cambiar el mecanismo, aunque admite que el problema es más
de fondo, porque, de haber una inscripción electoral automática,
"se trasladaría el problema a la abstención, que sería
altísima". La ventaja, agrega, es que sería más real
"vivir con un problema de alta abstención que con este de la no
inscripción".
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