Quino atribuye el éxito de Mafalda a que la
sociedad no ha cambiado
El dibujante publica '¡Cuánta bondad!', una recopilación
de sus últimas historietas
ANDRÉS PADILLA, Madrid
Quino, el dibujante y humorista nacido hace 67 años en Mendoza
(Argentina) como Joaquín Salvador Lavado, presentó ayer ¡Cuánta
bondad! (Lumen), un libro que recopila sus últimas historias de
personas maltratadas por la autoridad y las costumbres, publicadas en El
País Semanal. Sobre Mafalda, el personaje que le llevó a
la fama hace tres décadas, explicó que su perdurabilidad
"quizá se debe a que siguen existiendo los mismos problemas y la
sociedad no ha cambiado o todavía está peor".
El dibujante hispano-argentino Quino,
ayer en Madrid (R. Gutiérrez).
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Mafalda. Ya hace 26 años que dejaron de publicarse nuevas tiras
humorísticas de la niña preguntona de cabeza gorda y pelo
encrespado, pero un periódico argentino acaba de incluirla entre
las 10 mujeres más influyentes del siglo en aquel país. "Es
absurdo" se queja Quino, "ella es un dibujo. Una niña. Ni siquiera
es una mujer".
El dibujante, nacionalizado español desde 1990, acaba de viajar
a China para promover las tiras de su diminuto personaje. Allí,
explica, "las cosas son muy diferentes. No se me había ocurrido
que Susanita, la amiga de Mafalda, pudiera ser un personaje subversivo
con su obsesión por tener una familia numerosa". Pero Manolito,
dice, sigue siendo el mismo niño empresario en todos sitios. Quino,
hijo de republicanos españoles, continúa creyendo en el socialismo
como la mejor forma de organización social.
En su nuevo libro, ¡Cuánta bondad!, presentado ayer
en la tienda de FNAC en Madrid, el autor se sirve de personajes anónimos
para tratar la desigualdad entre la "gente pequeña y los poderosos".
Explica que sus páginas "no tienen nada de gracioso" pero que, aunque
lo acusen de ser un amargado y un pesimista, la realidad es así".
Luego añade que en realidad él no ha perdido el optimismo
histórico, "podemos ir para atrás, pero se termina avanzando".
La vejez es otro de los temas recurrentes en el trabajo de este hombre
maltratado por las enfermedades. "A mí no me importa morirme, pero
me gusta tomar un vaso de vino y me espanta pensar que el médico
me lo prohiba".
Al hablar de sus influencias, señala que el cine le ha enseñado
a componer las viñetas, luego mira al vacío y se pregunta
melancólico cómo soñaría la gente antes de
que existiera el cine.
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