El tablero catalán
ANTONIO ELORZA
De un equipo de fútbol, hoy casi holandés, suele decirse
que es más que un club, y para nadie resulta un secreto que las
inminentes elecciones catalanas son más que unas elecciones de comunidad,
y sobre todo mucho más que cualquiera de las consultas autonómicas
que allí se han sucedido en los últimos años. Una
vez frustrada la posibilidad en las primeras de que el PSC y el PSUC articularan
un Gobierno de izquierda, CiU viene compartiendo con el PNV una situación
de hegemonía, gracias a la cual, a pesar de la relativa modestia
de sus porcentajes electorales, ambos partidos nacionalistas ejercen el
poder y proyectan una imagen hacia el exterior donde ellos asumen respectivamente
las identidades de Cataluña y Euskadi. En Cataluña, la ventaja
adquirida por los socialistas en las elecciones generales queda disuelta
en cada autonómica, dando lugar a un auténtico reinado a
pequeña escala de Jordi Pujol.
Ahora, el escenario ha cambiado. Es muy posible que Pujol vuelva a vencer,
pero resulta innegable que nunca ha tenido un adversario de la entidad
de Maragall. Con el ex alcalde de Barcelona, avalado por una brillante
gestión al frente de la capital, se abría además la
perspectiva de cambiar en profundidad el modo de hacer nación
que Pujol ha patentado. Sin renunciar al denominador común catalanista,
que por fortuna distancia a Cataluña de la bipolaridad de tipo vasco,
y con una evidente vocación interclasista, Maragall ofrece la imagen
de la Cataluña del siglo XXI que despuntó con ocasión
de los Juegos Olímpicos, frente a los tics del nacionalismo
conservador que cada vez más afectan al discurso y a las actuaciones
de la Generalitat dirigida por Pujol. Tendría además gran
importancia el hecho de que la iniciativa de una reforma del Estado de
las autonomías en sentido federal procediese del presidente socialista
de la Generalitat, cuya elección, por otra parte, podría
invertir la tendencia a que el PP de Aznar venciese de nuevo el año
2000.
Así, el continuismo en todos los órdenes, dentro y fuera
de Cataluña, se verá reforzado si CiU gana cerca de la mayoría
absoluta. Pero no cabe olvidar que en otro caso cuenta el con quién.
El juego está aquí abierto. La bendición para el PP
será que sus diputados resulten indispensables para un Gobierno
estable de CiU: el do ut des compensaría de sobra a Aznar
el retroceso de los suyos y el envío de Vidal Quadras al ostracismo.
Más complicado sería para el PP que el apoyo necesario tuviese
que venir de Esquerra, dispuesta a hacerse pagar bien un previsible papel
de bisagra. Una coalición CiU-Esquerra tendría efectos opuestos,
haciendo más difícil el entendimiento con Aznar y agudizando
las tendencias centrífugas de que el partido de Pujol dio muestras
al pactar en 1998 con PNV y BNG en Barcelona.
En la izquierda está claro el apoyo a Maragall de una Iniciativa
per Catalunya seriamente amenazada, incluso en su supervivencia, por el
voto útil y, sobre todo, por la labor de dinamiteros que van a ejercer
sus anteriores militantes hoy ganados para la escisión por Anguita
y Frutos. La pérdida de las municipales se acentuará, sin
duda, pues los de IU repetirán su estrategia de Galicia: desmantelar
el reformismo, aun a sabiendas de que ellos no logran nada. El hecho mismo
de la escisión, como tantas veces se ha comprobado en nuestra historia
electoral, constituye un decisivo factor de desgaste. La compensación
desde la izquierda al interclasismo del proyecto Maragall corre así
el riesgo de desaparecer. Además, por unos votos, los seguidores
catalanes del tándem Anguita-Frutos están en condiciones
de causar destrozos decisivos al reducir drásticamente la aportación
del electorado de la izquierda made in PSUC a Maragall. En el límite,
sin obtener ellos representante alguno, sus votos pueden quitar escaños
a la previsible coalición de Gobierno Maragall-Ribó, en favor
de nacionalistas y PP. Sería estupendo que IU le diera la victoria
a Pujol. Para eso trabaja esta izquierda que rompe y resta. |