Afirmaciones finales sobre el 'caso Pinochet'
JUAN GABRIEL VALDÉS
El general Augusto Pinochet ha vuelto a Chile. Durante los últimos
diez meses he debido ejecutar la política del presidente de la República
respecto de este caso, que ha sido, probablemente, uno de los problemas
diplomáticos más difíciles de nuestra historia como
nación. Él ha exigido de nosotros mucho más que el
normal ejercicio de la disciplina funcionaria. A nadie debiera escapar
que, quienes debimos asumir esta responsabilidad, somos miembros de un
partido que vio a muchos de los suyos asesinados, torturados y exiliados
por el régimen encabezado por aquel cuyos derechos hemos debido
ahora defender. Quiero declarar que durante todo el curso de este proceso
buscamos responder a una ética de la responsabilidad, sobreponiendo
de buena fe lo que consideramos era el interés de la sociedad en
su conjunto y el equilibrio de los distintos valores comprometidos en el
asunto; esto, por sobre el interés legítimo de organizaciones
y grupos, incluso por sobre nuestros propios sentimientos y deseos personales,
a pesar de que todo ello nos costara, como se sabe, graves incomprensiones
de parte de muchos a quienes respetamos y queremos.
Por estas razones me ha parecido legítimo exponer públicamente
mis ideas finales ante este grave episodio de nuestra historia.
- Lo primero y más fundamental es que los chilenos recordemos
hoy que el origen de esta historia radica en las violaciones de los derechos
humanos cometidas durante el régimen militar y, de manera más
inmediata, en el menosprecio con que el general Pinochet observó
siempre el repudio que el mundo sintió frente a ellas. Por ello,
tan pronto se conoció la decisión final del ministro Straw,
he subrayado que, en definitiva, el responsable y la víctima de
este episodio que ha causado tanto daño a la imagen de nuestro país
ha sido el propio general Pinochet.
- Dijimos muchas veces que ningún Estado democrático,
en una sociedad donde impera un orden constitucional y se garantizan las
libertades públicas, puede admitir la intromisión de tribunales
de otro país en el juzgamiento de crímenes cometidos por
nacionales dentro del territorio nacional, cuando éstos están
siendo examinados por sus propias cortes de justicia y no existe un tratado
internacional que lo obligue. Fue en ese sentido que no aceptamos la aplicación
extraterritorial de la ley penal española con que se inició
este proceso, y más tarde no reconocimos en el fallo sobre la aplicación
del Tratado contra la Tortura al caso Pinochet emitido por la Cámara
de los Lores un principio de vinculación de España con los
crímenes que se deseaba investigar. Reitero hoy que esos principios
siguen siendo válidos y que la principal conclusión del llamado
caso Pinochet es la necesidad de establecer un tribunal penal internacional
que pueda juzgar los crímenes contra la humanidad. Afirmo que Chile
debe avanzar no solamente en la ratificación del Tratado de Roma,
sino que debe promover activamente en los foros internacionales su ratificación
internacional.
Al mismo tiempo, reafirmo mi convicción de que la extradición
del general Pinochet a España y su juicio en Madrid, de haberse
concedido, habrían abierto entre nosotros las más profundas
heridas del pasado, habrían producido una ruptura histórica
en nuestros lazos con España y, más importante todavía,
habrían hecho aparecer la verdad y la justicia ante una parte muy
importante de la sociedad chilena como una imposición y no como
un compromiso nacional; como una arbitrariedad neocolonial y no como un
proceso forzado por la necesidad de alcanzar un nivel más alto en
la ética que debe regir nuestras relaciones ciudadanas. Algo parecido
habría generado la muerte del general Pinochet en el exterior, la
que, además de haberle dotado para algunos del heroísmo del
que le privaba en vida su condición en Londres, habría frustrado,
por su dramatismo, la búsqueda en buena fe y por todos de la verdad
sobre nuestro pasado.
- Por esta razón, orientó mi conducta la convicción
que los problemas e insuficiencias de un proceso de transición que
no se halla aún completado no pueden ser resueltos desde el exterior.
No es verdad que tribunales de un país puedan ajustar las cuentas
del pasado traumático de otra sociedad cuando una parte importante
de ésta no concede legitimidad a sus fallos. El factor ejemplificador
que siempre acompaña un juicio, y cuyo valor en este caso ha sido
subrayado como tan importante para la comunidad internacional, se habría
tornado en un factor perverso en la sociedad afectada, petrificando conductas
recalcitrantes en instituciones que todos los chilenos queremos valorar,
y en grupos sociales que es urgente incorporar ahora plenamente a una ética
de defensa de los derechos humanos. Es por esta razón que, frente
a la iniciativa del juez español y ante la actitud de quienes han
querido ver en ella un avance en el derecho internacional y la globalización
de la justicia, he preferido priorizar la fe en la maduración política
de nuestra comunidad nacional y en la búsqueda por nosotros mismos
de la verdad y de la justicia, por más difícil que sea, orientada
por el objetivo superior de la erradicación definitiva de la visión
de Chile como un país de enemigos.
- Y es en virtud de este mismo espíritu que no es aceptable que
se pretenda tratar livianamente el significado de la detención del
general Pinochet en Londres.
Nuestras razones para exigir su regreso, válidas como son, no
pueden hacer olvidar que quien fuera el responsable del Estado de Chile
durante diecisiete años fue condenado masivamente por la opinión
pública mundial, y que las violaciones a los derechos humanos que
marcaron su gobierno fueron exhibidas una y otra vez por los medios de
comunicación de Europa y del mundo, hasta el punto de que la imagen
del Chile de los setenta se sobrepuso a la de nuestro país actual,
echando por tierra ante millones de personas todo lo que los chilenos hemos
logrado hacer en términos políticos desde el inicio de nuestra
transición.
¿Es acaso posible que alguien se extrañe porque quienes
tenemos la responsabilidad de defender a Chile en el exterior podamos sentir
indignación ante el intento de recibir a quien ha sido responsable
de todo esto como si nada hubiera sucedido?
- Se dice que los sentimientos de afecto de las instituciones de la
defensa hacia el general Pinochet son legítimos. Eso no es el asunto.
También son legítimos los nuestros. Con esa lógica,
quienes sentimos aversión hacia la figura del general, y nos conmueve
profundamente la lucha de los familiares de los desaparecidos; quienes
no podemos más que sentir dolor ante esos miles de chilenos que
vieron sus vidas tronchadas por la dictadura y quedaron para siempre fuera
del país, deberíamos habernos liberado de nuestras responsabilidades
de Estado. Podríamos haber cesado la defensa de jurisdicción
chilena, permitiendo, tal como lo pedían tantos de nuestros amigos
y compañeros, que Pinochet quedara abandonado a su propia suerte.
Habríamos así cedido ante nuestros sentimientos y abandonado
nuestras responsabilidades de Estado. No fue eso lo que hicimos y las Fuerzas
Armadas lo saben bien. Por eso tenemos el derecho de exigirles el mismo
sentido de responsabilidad que el Gobierno de Chile mostró ante
este desgraciado asunto. Y esa responsabilidad no fue honrada en la recepción
que se brindara al general Pinochet el pasado viernes.
- Deseo con sincera pasión que esta responsabilidad sea asumida
en el futuro.
Reitero que el sentido más profundo de nuestro esfuerzo como
Gobierno en esta historia ha sido recuperar el control de nuestras propias
responsabilidades. Es eso lo que hace que un conglomerado de personas pueda
conformar una sociedad y ésta pueda llamarse un Estado. La mesa
de diálogo nos da la oportunidad de avanzar en la delimitación
y la asunción de las responsabilidades de cada cual. Así
como se hizo en muchas sociedades europeas cuando les tocó enfrentar
el trauma de la Segunda Guerra Mundial, Chile, que ha vivido un trauma
similar, requiere que cada uno de los actores que lo protagonizaron asuma
sus propias responsabilidades. Soy abierto partidario de reconocer en voz
alta aquellas que a mí, como a tantos miembros de la Concertación,
nos caben por una década de polarización política
e ideológica que sin duda contribuyó a crear hace treinta
años el clima de violencia y destrucción de las instituciones
democráticas. Pero no es posible que se pretenda enmascarar, con
ellas, las otras responsabilidades, esas que se derivan de delitos atroces,
agolpados para siempre en la memoria colectiva de los chilenos, y presentes,
como hemos visto de manera tan palpable en estos quince meses, en la conciencia
de toda la humanidad. Me refiero especialmente al crimen de las desapariciones
forzadas de adversarios políticos. Para todos es válida aquí
la frase de Václav Havel: "La virtud del perdón, y por lo
tanto la libertad respecto de la propia ira, sólo puede florecer
en el terreno de la justicia".
- Basado en este concepto, he afirmado durante todo el periodo de mi
gestión, y reafirmo hoy, que el general Augusto Pinochet debe responder
ante nuestros tribunales por sus responsabilidades en las violaciones de
los derechos humanos cometidas durante el periodo en que tuvo el control
del Estado de Chile. Debe responder por su propio bien y por el bien de
las instituciones que quiere, por su propia dignidad y por la de su país.
Ello contribuiría a que los chilenos pudiéramos recuperar
una paz que nuestro pasado parece no permitirnos. Desde allí deberemos
avanzar construyendo una memoria colectiva de nuestros años de división,
de tal manera que quienes nos sucedan tengan como principio de su acción
ciudadana y su vida en comunidad la idea fuerza de "Nunca más".
Santiago, 7 de marzo de 2000.
Juan Gabriel Valdés es ministro
de Relaciones Exteriores de Chile.
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