Sáhara, la revuelta que no cesa
La represión policial ha convertido la protesta
social de los saharauis en reivindicación nacionalista
Veinticuatro años después de la Marcha Verde, con la que
Marruecos se adueñó de la colonia española, y tras
ocho años de frágil alto el fuego, los saharauis se han echado
a la calle. Su reivindicación tenía, primero, un carácter
social, pero la represión policial la ha endurecido y en El Aaiún
se han coreado gritos a favor de la República Saharaui. Previsto
para julio próximo, el referéndum para decidir el futuro
será de nuevo aplazado varios años a causa de los recursos
presentados por Rabat a la ONU. Cada vez son más numerosos los que
dudan de su celebración aunque el rey, Mohamed VI, asegura estar
comprometido con el plan de paz. Ayer por la noche pronunció un
discurso con motivo del aniversario de la Marcha.
Estudiantes saharauis exhibían ante el
Parlamento de Rabat ejemplares del
semanario marroquí Le Journal (Afp).
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TOMÁS BÁRBULO / ENVIADO ESPECIAL, El
Aaiún
Una escuadrilla de avionetas acrobáticas pintadas con los colores
rojo y verde de la enseña marroquí sobrevoló el cielo
de El Aaiún. Fue uno de los vistosos actos del 24º aniversario
de la Marcha Verde, con la que la monarquía alauí se anexionó
la que entonces era provincia española del Sáhara Occidental.
Pero mientras las autoridades de Marruecos celebraban el acontecimiento
en el centro de la ciudad, los saharauis, hacinados en los arrabales de
Colominas, Casas de Piedra y El Cementerio, reforzaban sus casas con puertas
y rejas de hierro forjado. Esperan que, de esta forma, nuevos ataques de
los colonos enviados por Rabat para alterar el censo de la ONU no les pillen
desprevenidos.
El Aaiún es en estos días una ciudad tomada. Hay controles
de la Gendarmería Real en todas las carreteras de acceso. Policías
de paisano comunicados entre sí por walkie-talkies detienen
a cualquier sospechoso. Patrullas del Ejército armadas con palos
de azadón recorren las callejuelas de los barrios más conflictivos.
Ocultos en naves y garajes, camiones repletos de soldados esperan una orden
para reprimir cualquier disturbio. Parece el paisaje de la película
Missing,
de Costa Gavras.
En el nuevo y enorme edificio de los Tribunales fueron juzgados el jueves
por la noche 23 saharauis bajo la acusación de haber participado
la víspera en unos disturbios. La mayoría eran muy jóvenes.
Fuera esperaban sus familiares: sobre todo, mujeres llorosas. "Éstas
son nuestras Madres de la Plaza de Mayo", susurró uno de los congregados.
Otro, hermano de un detenido que hasta ese momento ni siquiera había
sido puesto a disposición judicial, sólo se avino a contar
su historia a bordo de un coche que callejeaba lentamente por la ciudad,
por miedo a los espías. Los policías se habían presentado
en su domicilio, en Casas de Piedra, a las cuatro de la madrugada, habían
arrancado a su hermano de la cama y se lo habían llevado, "sólo
Alá sabe a dónde", entre los alaridos de su madre y la indignación
del vecindario. "El abogado ha dicho que él tampoco sabe en qué
lugar lo tienen", dijo.
Todo esto sucedía al día siguiente de que el ministro
del Interior, Dris Basri, acudiera a El Aaiún acompañado
de otros miembros del Gobierno para anunciar las gracias que el nuevo monarca,
Mohamed VI, se dispone a derramar sobre el territorio a través de
un futuro Consejo Consultivo Real "en el que habrá representantes
de todas las tendencias".
Desde que, a finales de septiembre, una manifestación de minusválidos,
estudiantes y jubilados de Fos Bucraa (la empresa que explota los fosfatos
del territorio) fue disuelta brutalmente por la policía en la carretera
que lleva hacia la ciudad santa de Smara, los disturbios no cesan.
En aquella ocasión, los minusválidos (que pedían
ayudas económicas), los estudiantes (que exigían descuentos
en sus viajes y alojamientos en las universidades del norte de Marruecos)
y los jubilados (que protestaban porque las plazas que dejaban vacantes
son adjudicadas automáticamente a marroquíes y nunca a saharauis)
fueron atacados con palos y cuchillos de carnicero por colonos protegidos
por la policía.
Lo que en principio era una protesta social degeneró pronto en
disturbios políticos. Los gendarmes animaron a los colonos: "¡A
por los polisarios!". Los colonos gritaron: "¡Viva Marruecos!". Y
los saharauis respondieron: "¡Viva la República del Sáhara!".
He visto a saharauis con la espalda cosida a machetazos, rostros tumefactos,
brazos rotos. He sabido de uno que fue violado con un palo y he visto la
boca de otro al que los "dentistas" de la Sureté han aliviado de
futuras caries en un incisivo y un canino por el expeditivo método
de la extracción en vivo. También he comprobado el rastro
del humo en los comercios saqueados y quemados y los coches de la policía
abollados.
Los nombres y apellidos de los protagonistas de esta historia han sido
obviados para protegerlos. Las autoridades de la Wilaya (Gobierno Civil)
se han negado a dar su versión de estos hechos a EL PAÍS,
so pretexto de la ausencia de una autorización escrita de Rabat.
Residentes en el territorio que piden no ser citados por su nombre afirman
que los disturbios del último mes y medio ponen de manifiesto la
pérdida de control de Rabat sobre la intención de voto de
los habitantes del antiguo Sáhara español en el cada vez
más improbable referéndum de autodeterminación.
Cuando Marruecos ocupó el territorio, en 1976, se produjo un
éxodo de saharauis hacia la región de Tinduf, en Argelia.
Entonces, los marroquíes pensaron que el sentimiento de independencia
no sobreviviría, entre los que se quedaron, a la generación
que vivió la colonización española. Por eso trajeron
maestros con la misión de educar a los niños en la lengua
francesa y en un nacionalismo basado en el rechazo a la vieja potencia
colonial.
Pero más que las inyecciones de patriotismo escolar pudieron
las enseñanzas paternas. Son precisamente esos niños los
que hoy se enfrentan con piedras a la policía.
Fracasado este experimento, reunieron a gentes de la zona norte, que,
aunque jamás habían pisado el Sáhara, estaban emparentadas
con algunas de las tribus del territorio, sobre todo Erguibat e Izarquien.
Los metieron en autocares y, en número próximo a 100.000,
los llevaron a El Aaiún y Dajla, la antigua Villa Cisneros. La mayoría
de los 79.000 recursos presentados contra el censo provisional de votantes
dado a conocer por Naciones Unidas para el referéndum del Sáhara
corresponde a estas personas.
Los nuevos colonos llegaron a El Aaiún con sus familias y fueron
instalados en tiendas de campaña en la carretera de Smara. Estaban
subvencionados: dos veces por semana eran abastecidos con alimentos. Al
poco tiempo empezaron a hacer negocio vendiendo entre los saharauis la
carne que les sobraba. Aquel campo de jaimas paupérrimas, que con
el tiempo se ha transformado en una ciudad, fue bautizado, muy políticamente,
como "Campamentos de la Unidad". Pero, según afirman varios residentes
en el territorio, algunos de sus habitantes se han tomado el nombre demasiado
al pie de la letra (o al menos así se lo parece a las autoridades,
que no se fían de cuál será el sentido de su voto
en el referéndum).
Todo esto explica la afirmación del ministro del Interior, Dris
Basri, el miércoles ante los notables de El Aaiún: la consulta,
prevista para el 1 de julio del 2000, será nuevamente aplazada,
en esta ocasión "dos o tres años". Y la más tajante
del responsable de Asuntos Religiosos, Alaoui Mdaghari, el proyecto de
"referéndum está acabado (...)".
Los jóvenes de El Aaiún se pasan clandestinamente de mano
en mano fotocopias extraídas de El País Digital del
30 de octubre de 1998, en las que se relata el caso de su compatriota Badadi
Mohamed-Moulud Hussein, al que el Tribunal Supremo reconoció la
nacionalidad española el año pasado. Estos muchachos han
reunido los viejos DNI de sus padres, los han fotocopiado e intentan hacerlos
llegar a la abogada madrileña María José Fisac, que
ganó el caso de Badadi. Los más desesperados ofrecen miles
de dirhams a quien les ayude a cruzar el Atlántico en patera hasta
Fuerteventura. De vez en cuando dejan estallar su rabia y su desesperación
y acaban en un furgón policial. |