Un opositor a Castro es increpado por vecinos
de La Habana el pasado miércoles (Epa).
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De los 11 millones de cubanos, al menos 50.000 viven directamente de que
exista el castrismo; con sus familias, forman un núcleo de cerca
de 300.000 personas; a ellos hay que añadir de 500.000 a 800.000
trabajadores de una población activa de unos cuatro millones y medio,
que irían a la calle simplemente con que el Estado cerrara su vasta
ineficiencia, y que nuestro capitalismo finisecular trataría con
escaso mimo; y, finalmente, adjúntese una masa de jubilados, en
un país del que su aspecto jolgorioso no puede desmentir el envejecimiento
de la pirámide de edad, que se considera parte de la Revolución.
Medio país, quizá, apoya por acción u omisión
la continuidad, al tiempo que recuerdan a aquel rumbero de los años
veinte, Papá Montero, a quien "se vio bailar después de muerto",
tanto como hoy la nomenklatura de La Habana baila con esforzada
convicción tras el fin de la URSS.
La disidencia disputa, sin embargo, la amplitud de ese apoyo. Elizardo
Sánchez, rebelde canonizado por la prensa mundial con ocho años
de prisiones castristas, y que sólo rompió con el régimen
a fin de los sesenta, "al ver que no era socialista", reduce la masa de
maniobra del poder a un 25% o 30% de la población. "El modelo está
en una fase terminal -pero sin mucha prisa- que puede durar de cinco a
diez años, con un desenlace que deseamos pactado, sin violencia,
porque bajo esta capa de frivolidad, de despreocupación, hay un
volcán dormido, fuerzas telúricas que se acumulan desde hace
décadas, donde cada cubano tiene cuentas que cobrar a cada cubano".
La aparente apatía popular la explica porque "el régimen
sigue siendo totalitario, y el ciudadano apenas tiene tiempo de pensar
más que en la subsistencia. Y por la noche, cuando llega a casa,
está esperándole el culebrón brasileño en televisión,
que para eso sí que hay dinero, aunque no medicinas".
El escritor cubano, hoy residente en Barcelona, Antonio Benítez
Rojo lo explica de forma más cósmica: "Cuba no tiene una
cultura del Apocalipsis". Parece ser, en palabras de un veterano periodista
local, "una huida de los extremos. Pero con un torrente verbalizador de
las cosas, de lo que Fidel, con su 'socialismo o muerte', es un gran ejemplo.
El cubano practica sin cesar la terapia de grupo; tendría que ver
usted cómo la parada del autobús es una gran sala de psicoanálisis
múltiple y cruzado, que atenúa tensiones y sirve al régimen
de Castro". Rechaza, además, el "fatalismo biológico" de
creer incompatible democracia y soberanía, aunque no ve contradicción
en añadir que cuando falte Castro "es inevitable que vengan los
americanos". Mi taxista favorito lo resume lapidariamente: "Volveremos
a ser el prostíbulo de América", dicho todo ello con la misma
neutralidad con que se da la hora.
La oposición la representa mejor que nadie Osvaldo Payá,
ingeniero de Telecomunicaciones, que trabaja en una institución
del Estado, así como Sánchez vive de la ayuda internacional.
Hay 112 grupos disidentes registrados -aunque en sentido más
policial que administrativo- muchos de ellos formados por sólo una
piña de militantes, de los que el de Payá, Liberación,
bajo el muelle sobaco de la Iglesia, afirma tener hasta 400. "Hay una unidad
en la oposición, aunque no haya podido estructurarse porque eso
la haría más fácilmente saboteable. Y vamos a mostrarnos
para que la vida oficial tenga que aceptar la versión que la oposición
se da de sí misma, y que toda esta pretensión de integrar
a Cuba en Hispanoamérica (sic), con la cumbre iberoamericana
que se celebrará estos días, le obligue a escucharnos. Basta
ya de sotto voce". A Payá le parece intolerable el desarrollo
turístico porque es "una malformación que puede llegar a
alterar el paisaje social, con esa inversión que no es para la creatividad
ni la participación de los cubanos, sino para su servidumbre". El
fogoso jefe de tropilla admite, pese a todo, que no se ve agitación
en la calle porque "hay una devaluación de la autoestima, un sometimiento
al mito de que el poder es invencible. Pero hay otra cara de la moneda.
Ya Cuba es una sociedad de ricos y pobres, que crea sus propios mecanismos
de defensa como la economía informal o el jineterismo". Payá
habla así de la prostitución de una juventud de ambos sexos
al señuelo dolarizado, el fenómeno de las jineteras que merecía,
en cambio, del viceministro de Turismo la oronda declaración de
que "el problema era que la prostitución había desaparecido
desde hacía más de 30 años, y que en estos últimos
tiempos había rebrotado algo, pero nunca dejaremos de combatirlo".
La proximidad de la cumbre ha servido, en todo caso, como dice el portero
autodesignado del centro de prensa, un personaje que se declara "corresponsal
de los negros no alineados", para que a las jineteras "las tengan guardadas".
El líder opositor está convencido de que Castro no va
a hacer el cambio porque "el régimen está ciego, vive de
la cultura del miedo. Antes quería el corazón de la gente,
y ahora le basta con su voluntad". Pero, de inmediato, se autoconforta:
"El cambio ya está dentro de Cuba".
El mesurado y revolucionario disidente, Sánchez, no acepta que
el país esté en una situación pos totalitaria, "eso
lo dicen los académicos como Jorge Domínguez, porque están
en Harvard", y, precisamente, porque el régimen sigue siendo "puro
despotismo" no puede sentirse optimista; el inflamado opositor, Payá,
es, al revés, optimista, por la misma razón: como el castrismo
es una formidable dictadura, está seguro de que el pueblo está
al borde ya de reclamar masivamente sus derechos; los personajes oficiales
visitados parecen convencidos de que han ganado más que un respiro
con el dólar, que agrieta y cimenta el régimen a un tiempo;
intelectuales, periodistas, autores, dentro, fuera o en los ribazos del
sistema, coinciden en que el cambio va para largo en el después
de Castro; y la calle parece confirmar clamorosamente la expresión
de Benítez Rojo de que este pueblo tira más a Freud que a
Numancia.
Pero, como escribió el apóstol de la independencia cubana,
José Martí, castizo y cervantino: "En silencio han tenido
que ser porque hay cosas que para lograrse han de andar ocultas". El pueblo
cubano, quizá, prefiere hoy que sus propósitos vengan de
tapadillo. Mientras tanto, el siglo no tiene trazas de acabar en la gran
isla caribeña.
Puertas eclesiásticas que se abren
El obispo auxiliar de La Habana, Salvador Riberón, unos 40 años
de platino en la cabeza, es optimista con pastoral prudencia. "Desde la
visita del Papa -en enero de 1998- algunas puertas se han abierto y otras
ya están entornadas. Desde entonces, algo más de medio centenar
de sacerdotes han sido autorizados a entrar en el país". Ahora son
unos 300, aunque aún al nivel de la descristianizada Europa harían
falta siete veces más para curar almas adecuadamente. "La navidad
ya es fiesta oficial permanente, pero tenemos dificultades en abrir camino
hacia lo asistencial". La caridad también es monopolio del Estado.
"Un 3% de los cubanos acude a los cultos católicos dominicales
-contra un 12% en España-, un 15% observa algunas festividades religiosas,
y alrededor de un 60% están bautizados". Entre ellos Castro, que
fue a los jesuitas. Hay de 150.000 a 200.000 protestantes, y predomina
una difusa afición a la santería, afrocubana y sincreticocatólica,
cuya base va desde el por si acaso, a considerar a los babalaos
-sanadores, adivinos, y psiquiatras de grupo- como auténticos asistentes
sociales. El padre Riberón suspira que Castro -decir Fidel sería
otra confianza- se equivocó al utilizarlos para debilitar a la Iglesia.
"Pero, cuanta más libertad tengamos para actuar, menos santería
habrá en Cuba".
La oposición y el Proyecto Varela
Osvaldo Payá tiene un plan. Poner a Castro, inverosímilmente,
contra las cuerdas de sus propias leyes. Para ello ha concebido el Proyecto
Varela, que toma su nombre de un histórico sacerdote cubano. Se
trata de recoger firmas para, de acuerdo con la Constitución, hacer
que se cumplan todas las leyes que amparan el derecho a la libertad de
expresión y actuación. Payá, que se engolosina con
una aritmética de dudosa homologación contable, calcula que
hay de 4.000 a 5.000 disidentes activos en Cuba, aunque seguramente cuenta
también a los agentes infiltrados de la seguridad del Estado, así
como que la práctica totalidad de los que no votan en las elecciones,
lo hacen en blanco, o ven anulado por alguna razón su sufragio,
son firmantes en potencia de sus peticiones de amparo constitucional. Es
posible que en esta década la abstención electoral haya superado
en algunas ocasiones el 10%, lo que supondría cientos de miles de
personas por persuadir, pero todo ello sin periódico, sin radios,
a lo sumo con las hojas parroquiales para tanto proselitismo. Con 10.000
firmas, vaticina, sin embargo, que puede poner en marcha su proyecto. "No
somos ilegales y no actuaremos como ilegales. El que es ilegal es el Gobierno".
Habla usted Payá, como si le faltara sólo un clic
para echarle un pulso al poder. "¡Eso!", exclama, y el rostro se
le inunda de felicidad.
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