El País Digital
Viernes
3 abril
1998 - Nº 700

Escritores chicanos piden desde Granada que se respeten los rasgos propios del 'spanglish'

JESÚS ARIAS, Granada
La lengua chicana es una lengua con entidad propia, con características tan especiales como el catalán, el gallego, el valenciano, el euskera, y como tal debe ser respetada. Así lo están exigiendo estos días en Granada los escritores estadounidenses de ascendencia mexicana que participan en el Primer Congreso Internacional de Lengua y Literatura Chicana, que concluye hoy, el primero de estas características que se celebra en España. Más de 500 estudiantes de todas las universidades españolas asisten al encuentro.


Los escritores chicanos Miguel
Méndez (i) y Rolando Hinojosa,
ayer, en Granada (CH. Valenzuela).
La literatura chicana (la palabra chicano procede de mexicano) es uno de los fenómenos más llamativos que se han producido en Estados Unidos desde finales de los años sesenta, en que aparecieron los primeros libros. Escritores como Miguel Méndez, Rudolfo Anaya, Rolando Hinojosa o Helena Viramontes venden millones de ejemplares de sus obras, escritas tanto en chicano como en inglés. Sin embargo, en los Estados chicanos por excelencia, Nuevo México, California, Texas y Arizona, el aprendizaje del castellano ha desaparecido de las escuelas.

«El imperio no consiente veleidades, y el inglés está fagocitando al castellano», señaló el director del congreso, Manuel Villar Raso. «Los chicanos son una minoría maldita. Los Estados Unidos han asimilado al resto de las minorías, pero no a los hispanohablantes, y eso que se trata de una cantidad de personas verdaderamente importante, entre las decenas de millones de chicanos y las de cubanos y portorriqueños».

Contra la marginación

La literatura chicana surgió como una reacción a la marginación de esta cultura. El lenguaje, una mezcolanza de castellano e inglés, con su jerga propia y hasta palabras calés es, según Villar Raso, de una riqueza absoluta. «En Nuevo México, por ejemplo, el castellano que se habla es el de hace tres o cuatro siglos. Los chicanos de ese Estado no se consideran descendientes de mexicanos, sino de españoles. Las expresiones y los giros lingüísticos son formidables, como del siglo XVI».

Novelas como Bless me, Última (Bendíceme, Última), de Rudolfo Anaya; El sueño de Santa María de las Piedras, de Miguel Méndez, que tuvo que incluir un glosario al final de la obra para explicar el significado de muchas palabras, o The road to Tomacunchala, de Ron Arias, son auténticos éxitos de ventas. El congreso, al que asiste más de una veintena de escritores chicanos, además de pintores y gente de teatro, ha servido también para despertar el interés de editoriales españolas, que han decidido editar sus libros en la colección Ciudadanos del Mundo.

«Si fuesen latinoamericanos, habrían sido considerados como autores gigantescos», observó Villar Raso. «Pero al ser norteamericanos, se les ha dejado de lado, tanto por parte de los latinos como de los anglosajones. Se encuentran en tierra de nadie».

La literatura chicana gira en torno a unas características comunes, como es el profundo catolicismo frente al protestantismo anglosajón; la importancia de la familia; la significación de los abuelos como transmisores de la cultura, como grandes narradores orales; la marginación cultural, y la condición de desheredados.

Ellos reclaman su dignidad, con una cultura y una lengua propias. Para el escritor Miguel Méndez, que escribe en castellano, la lengua chicana debe ser reconocida como tal, pues la hablan 25 millones de personas. Y es tan categórica como las que se hablan en las diferentes comunidades españolas. La desaparición del castellano en las escuelas norteamericanas (la única excepción es la ciudad de San Antonio, en Nuevo México) ha propiciado que los jóvenes chicanos lo hablen pero no lo escriban. Eso, y la presión comercial, ha hecho que las nuevas novelas estén escritas en inglés.

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