El País Digital
Martes
23 junio
1998 - Nº 781

El presidente electo de Colombia se apresura a negociar la paz con la guerrilla

Los líderes de las FARC consienten en un encuentro en la selva con el futuro presidente

M. Á. BASTENIER / ENVIADO ESPECIAL, Bogotá
Andrés Pastrana tiene prisa, y ha inventado ya una nueva figura, la de presidente electo en funciones; tanto, que ayer, a menos de 24 horas de haber sido elegido con una claridad y una afluencia de voto clamorosa para Colombia, empezó a ejercer como designado del pueblo, cuando su mandato no comienza hasta el 7 de agosto. Su primera medida será la de reunirse esta misma mañana con el presidente saliente, Ernesto Samper, para coordinar inmediatas comisiones de empalme que inicien esta semana las conversaciones con la principal guerrilla, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).


Pastrana saluda a sus seguidores
tras conocerse el resultado (AFP).
El líder de la Gran Alianza para el Cambio, de base conservadora, está dispuesto a ver a los jefes guerrilleros, Manuel Marulanda y Mono Jojoy, a lo que éstos han mostrado ya su buena disposición, en la selva, allí donde no existe el Estado colombiano porque, como declaró Andrés Pastrana a EL PAÍS, «la primera responsabilidad del presidente es hoy hacer la paz».

[Un portavoz de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) presentó ayer cuatro condiciones para dialogar con el nuevo Gobierno: retirada de las tropas en selvas del sur, desmantelamiento de los paramilitares, despenalización de la protesta social y fin de la oferta de recompensas por la captura de jefes rebeldes, informa Efe.]

La victoria de la esperanza en el cambio fue total el domingo, derrotando incluso como dijo el líder conservador «a tres partidos del Mundial y a la lluvia», para expresar el voto que se decantó con algo más de seis millones de sufragios por Pastrana contra 5.600.000 del candidato liberal Horacio Serpa, en una afluencia, récord secular, de casi el 59%. Jamás tantos habían votado por tanto, nunca casi 12,5 millones de colombianos, sobre 22 del censo, habían gritado tan firmemente su deseo de poner fin al atraso, a la injusticia, a la desigualdad, a la violencia. Colombia ha derrotado a la abstención, y de paso al Mundial y a un fin de semana de tres días que incitaba supremamente a la molicie.

Hay un nuevo voto en Colombia, que se proclama anticontinuista, que ha pronunciado la sentencia de muerte política, incluso entre bastidores, del ya casi ex presidente Samper; que ha creído en las promesas de un joven político de 44 años, que prefiere reserva cordial a exuberancia demagógica y que ha sabido ganarse esos casi tres millones de votos que en primera vuelta fueron a la candidata antiestablishment Noemí Sanín; que ha sabido equilibrar su fórmula electoral con un costeño, el vicepresidente Gustavo Bell, que minimizó con formalidad pero trato pegadizo de alguien nuevo en la política la ventaja inevitable de Serpa en todo el Caribe, fortísimo reducto liberal; que logró días antes de la elección el apoyo indirecto pero claro de dos movimientos guerrilleros, las FARC, marxistas de un clasicismo que el mundo ya no reconoce, y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), maoísta, lo que suena aún a más antiguo.

El voto de Noemí, independiente y hastiado del bipartidismo colombiano, es ahora de Pastrana, pero sólo de prestado a la vista de lo que pase en estos cuatro años; el voto de la guerrilla es todavía más pignoraticio y habrá que ver qué puede ofrecer el nuevo presidente a la disidencia cuando se sabe que ésta pide poder local y fondos del Estado para dejar las armas, en tanto que Pastrana dijo ayer que sólo ofrece inversión en infraestructura y garantía personal de la vida para la reinserción de estos alzados que llevan 30 años en el monte.

Un punto de esperanza, sin embargo, esgrime Pastrana al afirmar que le consta que la guerrilla está dispuesta a erradicar el cultivo lícito: la coca. Y ésa es la única forma de poner fin a la guerra colombiana. Mientras que ahora Ejército, narcos, paramilitares y la propia subversión armada luchan por proteger la coca, maná nutricio de cada contendiente, una alianza entre el poder y los principales grupos guerrilleros vueltos a la vida civil parece hoy la única fuerza capaz de reinventar Colombia.

El presidente electo agradeció anoche con un cierto frenillo emocional a varios miles de seguidores en el centro de convenciones de Bogotá el esfuerzo que los había convocado a la victoria, en un discurso de menos de 10 minutos, entre vítores a los dirigentes de una alianza que no habría sido posible sin la fuerte defección de las filas liberales.

El presidente electo ha anunciado ya para el 7 de agosto un ajuste fiscal, que no ha querido precisar a la espera de «conocer el verdadero volumen del déficit», heredado de un Gobierno que dispensaba plata para comprar voluntades y amueblar una elección que, finalmente, perdió. Pero el cinturón de los colombianos ya no tiene más ojales, y Pastrana ha de confiar en la inversión internacional, ahora que se ha disipado la amenaza del socialdemócrata Serpa, para hacer que las cuentas cuadren.

Comienza la última presidencia colombiana del siglo XX y primera del siglo XXI como un reto crucial en manos de un hombre de la derecha oligárquica que se proclama diferente. Colombia, en este giro de centuria, emerge, por fin, o se asfixia. Pastrana es bien consciente de ello.

Un referéndum para la reforma

M. Á. B., Bogotá
El presidente electo Andrés Pastrana anunció ayer en rueda de prensa en Bogotá que los primeros 30 días de su mandato, que comienza el 7 de agosto, celebraría un referéndum para la reforma política que acabara con el viejo país, porque «Samper compró al Congreso y el Congreso secuestró a la República». Una reforma que restablezca «la división de poderes y que dé un verdadero estatuto a la oposición».

Pastrana, fluido en un inglés de acento norteamericano ante la prensa anglosajona, preocupada básicamente por las peticiones económicas que pueda hacer a Estados Unidos el líder conservador, piafa como los caballos sin duda de las mejores cuadras, por empezar a actuar, y ayer el sentimiento, quizá ingenuo, en las calles bogotanas era el de que esto puede ser un nuevo comienzo, y que ya no hay liberales o conservadores ante la nueva presidencia, sino colombianos comprometidos en la lucha por la paz y la vida.

¿Y las clases dirigentes, que hasta ahora han preferido siempre una Colombia exangüe y sin Estado que no pueda cuestionar sus privilegios? Andrés Pastrana parece hasta dispuesto a la traición de clase, «porque el voto independiente que hemos recibido es el que va a cambiarlo todo, porque es el país el que, por fin, quiere cambiar».

[El Departamento de Estado norteamericano afirmó ayer, a través de su portavoz oficial, que es necesario «abrir una nueva página» en las relaciones entre Colombia y Estados Unidos. Éstas han estado lastradas en los últimos años por el enfrentamiento directo entre la Casa Blanca y Ernesto Samper, al que EE UU acusó de haber pactado con los narcotraficantes que financiaron parte de su campaña, informa France Presse. Este pulso terminó con la no certificación de Colombia por parte del Departamento de Estado en 1997, que supuso una suspensión de hecho de las ayudas oficiales en el combate al narcotráfico].

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