El País Digital
Viernes
16 octubre
1998 - Nº 896

C. CASTAÑO • LÍDER DE LOS PARAMILITARES DE COLOMBIA

"La paz sólo la haremos los que libramos la guerra"

M. Á. BASTENIER,
Serranía de Santa Marta


Castaño, cuyo rostro se ve parcialmente, en la
Sierra de Santa Marta (G. Gómez, Revista Cronos).
En algún lugar de la serranía, a menos de 200 kilómetros de Santa Marta, capital del departamento colombiano del Magdalena, tras un viaje en camioneta y a pie, por paraje de trochas pero no inabordable, nos recibe Carlos Castaño, jefe de todas las fuerzas contraguerrilleras de Colombia, al que rodean seis lugartenientes y una tropilla de medio centenar de hombres que evolucionan por los alrededores con encomiable seriedad militar para beneficio del fotógrafo que me acompaña.

La contra se considera un movimiento patriótico que combate, sobre todo, a las dos principales fuerzas insurrectas, las FARC, marxistas en su retórica tradicional, y el ELN, de ideología caótico-cristiana. Pero, cualesquiera que sean sus mejores intenciones, los hechos la convierten en factor de estabilización antisindical y de reglamentación latifundista de la tierra. Castaño no miente, sin embargo, cuando afirma que su fuerza representa a sectores cada vez más amplios de la sociedad, "ganamos legitimidad día a día", y que dirige un movimiento pluriclasista. En estos días en que balbucea el inicio de un diálogo gubernamental con la guerrilla, la contra no quiere perder el tren de las conversaciones.

Castaño cuenta para ello con convertir un día a sus irregulares "en un partido político, levemente girado al centro-izquierda porque no somos de extrema derecha por el hecho de que combatamos a la izquierda radical". En esa negociación, que deberá comenzar el próximo 7 de noviembre en cinco zonas despejadas de Ejército, de más de 40.000 kilómetros cuadrados, entre el Gobierno del presidente Andrés Pastrana y las FARC, Castaño quiere estar, antes o después, en una mesa paralela para obtener "lo mismo que se le ofrezca a la guerrilla" y vigilar un proceso "que podía llevar a la balcanización del país".

Limitación de privilegios

Castaño, en un copioso ejercicio de moderación, comprende que "se reconozcan ciertos privilegios a la guerrilla para lograr la paz, como cargos electivos -que la autoridad del Estado la ejerzan ellos, allí donde señorean-, pero no cesión de soberanía, territorio, ni ejército propios".

El Congreso colombiano ha comenzado a discutir la semana pasada una prolija ley de reforma política, de la que lo que cuenta a corto plazo es la concesión de facultades extraordinarias al presidente del Partido Conservador para que interprete con flexibilidad la Constitución en las inminentes negociaciones; es decir, probablemente para que, de poder a poder, autorice un canje de unos 250 soldados en manos de las FARC por presos convictos de la organización para que la guerrilla se avenga a discutir asuntos sustantivos como la erradicación de la coca a cambio de ya veremos qué.

Para Castaño es, sobre todo, básico que la comunidad internacional supervise el proceso "para evitar que una guerrilla, que ha usado diálogos anteriores para cobrar fuerza, hace falta que el mundo lo vea y sancione a quien no cumpla su palabra". ¿Quién es el mundo? En un particular Gotha de las relaciones internacionales, Castaño enumera: "Estados Unidos, que es el imperio, nuestro socio principal, un país serio, y luego Alemania, España, Suiza...".

¿Por qué cree el comandante que las FARC, hoy con cuatro veces más hombres en armas -cerca de 15.000- y territorio que hace 10 años, van a querer la paz?

"Han anacronizado la guerra. Ya no son los mesiánicos, los románticos de antes; y aunque dominen el sur del país, ése no es el país activo; han llegado ahora a su tope máximo, sobre todo porque nosotros hemos convertido el conflicto en una guerra de alta intensidad y los presionamos empujándoles hacia la paz". En esa lucha "somos más flexibles que el Ejército, nuestras bases están más próximas al pueblo y podemos hacer cosas que los militares no pueden". Pagamos los fusiles que nos entregan los desertores de la guerrilla, y damos semillas para cultivar a los que se rinden. En el campo de batalla somos más efectivos porque combatimos como irregulares. Yo aprendí el arte de la guerra en la guerra, y peliamos como ellos".

Y todo eso cuesta una plata. "Somos más pobres que la guerrilla; nuestros sastres confeccionan los uniformes, contamos con médicos de campaña, a los que tengo pánico porque lo que mejor hacen es amputar, aunque son todos unos grandes profesionistas; muchas de nuestras armas las tomamos al enemigo [aunque la maquinaria a la vista es muy uniforme, nada improvisada a la fortuna, sino como adquirida en unos grandes almacenes de la muerte] y solamente pagamos a especialistas, como operadores de radio o expertos en informática, que cobran un máximo de 800.000 pesos mensuales [75.000 pesetas]". ¿Pero quién paga? "Nos autofinanciamos. Los propietarios y gentes pudientes de la zona pagan una cuota, tanto si les gusta como si no, y si eso se llama extorsión, lo siento. Les damos protección. Hay, además, una cuenta secreta a la que llegan suscripciones hasta de millones de pesos, que no sabemos quién las hace". La evidencia de que si fuera secreta nadie podría comprar su bono no parece impresionar al líder de la contra.

Errores del pasado

Acusados de cometer atrocidades para forzar al campesino a la sumisión, y de vivir de las cuotas de los cocaleros y de sus jefes, los narcos, Castaño lo niega todo, pero no sin la habilidad de quien da un paso atrás para saltar dos hacia adelante. "Hemos cometido errores en el pasado, ha habido injustificables matanzas de campesinos. Son las características del combate las que hacen que matemos dentro y fuera de la lucha; antes atacábamos a los colaboradores civiles de la guerrilla, pero eso se ha acabado. Y con la coca, igual, yo jamás he protegido a los narcos".

En un abrupto ejercicio de objetividad, Castaño muestra también una cierta admiración por sus adversarios. "Si la guerrilla no hubiera matado a mi padre en 1982, yo sería hoy un guerrillero, aunque frustrado por el abismo que hay entre lo que dicen y lo que hacen, porque tienen, ¡carajo!, un discurso que enamora. ¿Por qué nos estamos matando cuando lo que buscamos se parece tanto? No podemos aceptar su discurso promesero, pero sabemos que ellos son la consecuencia de la corrupción del Estado, como nosotros somos consecuencia de que ellos existan. Por eso yo sería capaz de pedir a FARC y ELN que hiciéramos una propuesta conjunta al Gobierno, porque ni ellos ni nosotros somos enemigos del pueblo. La paz sólo la haremos los que libramos la guerra: ellos, nosotros y el Gobierno".

Castaño no ignora, sin embargo, que la guerrilla antes ceñiría el cilicio del anacoreta que aceptar una propuesta de los paras, puesto que exige su desmovilización como parte de la agenda de negociaciones.

Tropas y agentes de policía inician el repliegue en la selva colombiana

PILAR LOZANO , Bogotá
Desde ayer, jueves, 2.164 hombres, entre soldados y policías, empezaron a preparar la retirada de sus cuarteles esparcidos en 42.000 kilómetros de selva. En un plazo de 24 días deben dejar completamente despejado este inmenso territorio para crear una zona de distensión en la que, a partir del 7 de noviembre, por un plazo de tres meses, el Gobierno se sentará a hablar con la guerrilla más nutrida y antigua del país: las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC).

La orden la dio el presidente Andrés Pastrana, cumpliendo una de sus promesas electorales y las exigencias de las FARC. En la misma resolución se otorgó a este grupo insurgente status político y se dio por iniciado el diálogo. "Con las FARC coincidimos en señalar la existencia de una Colombia en donde hay injusticia, exclusión y desigualdades sociales. Considero ello un punto de partida para iniciar los diálogos de paz", dijo Pastrana. Afirmó también que la paz no se hará a espaldas de los militares e invitó a la guerrilla a un diálogo "sin temas vedados".

La zona de distensión es dos veces la provincia de Cataluña, es casi toda territorio selvático y abarca cinco municipios de las provincias del Meta y el Caquetá, al sur del país: San Vicente del Caguán, Mesetas, Vistahermosa, Lauribe y La Macarena. Es una zona ganadera y coquera, desde hace años controlada por los más de 5.000 hombres con los que cuentan allí las FARC. Según cifras oficiales en el área, hay 10.370 hectáreas de hoja de coca, 3.915 laboratorios -entre grandes y caseros-, y la producción mensual es de 6.768 kilos de pasta de coca.

Negocio de la coca

El repliegue es tal vez, dentro de los temas que se han planteado en estos preámbulos de la negociación, el que más rechazo genera. Muchos lo ven como la antesala de la federalización del país, otros, incluido EEUU, ven en esta medida el interés de las FARC por manejar libremente el negocio de la coca y evitar los programas de fumigación de cultivos. Un sector paramilitar anunció que preparaba un sabotaje. Desde hace unos días, en San Vicente del Caguán circulan panfletos en los cuales se amenaza a todo aquel que hable con la guerrilla.

En la zona operan cuatro batallones y dos brigadas del Ejército. El más grande es el batallón Cazadores, de San Vicente, una de las unidades contrainsurgentes más importante del país. Este lugar será durante tres meses cuartel general de los delegados del Gobierno en las conversaciones. El 7 de noviembre, el secretariado de las FARC, encabezado por su comandante Manuel Marulanda, Tirofijo, iniciará el diálogo.

Robin Hood contra Antonio das Mortes

M. Á. B , Serranía de Santa Marta
Carlos Gil Castaño, de 33 años, rubio pajizo, mediana estatura, católico lector de la Biblia -que seguramente no sabe que eso es cosa de protestantes-, ojos y manos en perpetuo movimiento como un encefalograma histérico, pistola y fusil ametrallador a guisa de extremidades. Es el jefe de la contraguerrilla colombiana, que odia por sobre todas las cosas la palabra paramilitar. No son paras, mercenarios, repite como hablando al mundo, sino autodefensas, "emanación de la sociedad que combate al guerrillerismo marxista que amenaza destruir Colombia".

Pero es un contra peculiar que recién ha leído Mañana en la batalla piensa en mí, uno de sus libros de cabecera es Por quién doblan las campanas, del que medio recita aquello de que no somos una isla de John Donne, como argumento de autoridad.

Estudió hasta octavo de los 11 cursos que completan la secundaria colombiana. A la paz quisiera estudiar sociología, "o todo lo que tenga que ver con la idiosincrasia de los pueblos", y rehacer su vida con su familia, que vive en la seguridad de un país centroamericano.

Dice que hace dos años y medio que no visita la ciudad, desde que le curaron una pierna rota, con nocturnidad pero sin alevosía. Las precauciones defensivas son, sin embargo, someras en este apacible claro de montaña, tierra ganada al ELN, que el Ejército ignora, aunque penden sobre su cabeza más de una docena de órdenes de busca y captura.

Su ideología es la de un difuso y recreado robinhoodismo que combate al Antonio das Mortes radical. Sólo que esta vez La guerra del fin del mundo parece que la están ganando los que, por llevar un nombre, aún se dicen marxistas.

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