FRANCISCO MERCADO
![]() humanos en un sepulcro clandestino hallado en San Martín Jilotepeque, en 1996. Fueron halladas más de 40 calaveras (Reuters). |
Más de la quinta parte de los asesinatos perpetrados por militares se efectuaron en público. Pero debía fingirse ceguera. «En la misa de nueve avisaron de unos cadáveres en la Verbena. Estaban en condiciones terribles. Vieron un cadáver quemado. Llamaron al dentista. Esa noche la llamaron (a la esposa de la víctima) amenazándola para que dejara de ver cadáveres o los iban a matar a ella y al niño. (5.080)». «Bajó de una camioneta porque empezó a sentirse perseguido. Lo ametrallaron. Le pasaron un carro encima. Cuando llegamos al cementerio, ya habían enterrado a cinco personas como xx, y a él lo enterraron como xx (...). La ropa estaba amontonada. Mi suegro identificó el suéter, sus lentes, su reloj... Nos preguntaron qué andábamos buscando haciéndose pasar por empleados de la funeraria. No tuvo un entierro digno y no hubo esquelas. Mis suegros dijeron busquemos. Yo les dije no. Por mi seguridad personal yo no hacía absolutamente nada y si él estaba muerto por las señales que había dado, que mejor se quedara ahí. Tengo una hija y tenía que cuidarla y me opuse (3.290)». Otros desafiaron la prohibición de enterrarlos. «Estuvimos cinco o seis meses sin probar tortilla. A los niños los hacían pedazos, los cortaban con machete. A los enfermos, hinchados por el frío, si los encontraban, acababan con ellos. Hemos estado arrastrando a los muertos, teníamos que enterrarlos y nosotros con miedo. Mi mamá murió en Sexalaché y mi papá en la montaña. Todos los cadáveres no quedaron juntos, quedaron ahí regados, perdidos en la montaña, cuando llegaba la patrulla les partían con machete y unos salían en cuatro pedazos. Pues esperamos que les terminen de matar y después volvemos a buscarlos, los encontramos y medio los enterramos (2.052)».
Algunos compasivos oficiales sólo impidieron enterrarlos vivos. «Cuando el Ejército salió de esa casa, pasaron a decir a mi tío. 'Mire usted vaya a enterrar a esa gente, ya terminamos una familia entera, esos son mala gente, ya los terminamos, y ahora vaya a enterrarlos, hay algunos que no se han muerto todavía, aún se menean, espere a que se mueran, que no estén brincando y los en- tierra. Dicen algunos que hay que olvidar, no he podido. Me recuerdo. Fuimos a la cocina y allí estaba la familia entera, mi tía, mi nuera, y sus hijos, eran dos patojos (críos) hechos pedacitos con machete, estaban vivos todavía. El niño Romualdo vivió unos días. La que no aguantó fue la Santa, la que tenía la tripa fuera, ésa sólo medio día tardó y se murió. (9.014)».
Sólo la mitad de los sobrevivientes sabe dónde están los huesos de sus seres queridos. Llorarlos fue peligroso. «Recogí a mi hija en el hospital. No hablaba, sólo gritos. Me fueron a declarar a mí, ¿qué dice señora?, pues yo no digo nada, sólo Dios sabe cómo fue la muerte. Eso se hace, señora (1.507)». «Los que se murieron allí se pudrieron, allí se quedaron, ninguno los recogió, ninguno los enterró porque habían dicho que si uno los recoge o los va a ver, allí mismo se les va a matar. Hasta ahora no sé cómo terminaron, si algún animal o perro se los comió, no sé, ésa es la violencia que pasaron mi papá y mi mamá (2.198)». En Guatemala no se reza por la resurrección de los muertos. Ubicarlos ya es milagro. «Tres días yo llorando, llorando que le quería ver. Ahí me senté abajo de la tierra, sólo una tierrita para decir ahí está, ahí está él, ahí está nuestro polvito y lo vamos a respetar, dejar una vela, pero cuando vamos a poner una vela, ¿dónde vamos? No hay dónde. Siento que estoy con tanto dolor, cada noche me levanto a orar, cada noche. ¿Por dónde podemos agarrar? (8.673, 1982)».
La norma del manual de contrainsurgencia fue clara. «Los muertos civiles, amigos y enemigos, serán enterrados por el personal militar lo más rápido posible a fin de evitar que éstos sean utilizados por los elementos subversivos en su labor de agitación y propaganda». Pero los militares asesinaron más que enterraron. Los cerdos estuvieron de suerte. «Y cuando llegamos los coches [cerdos] le estaban comiendo los huesos porque los pobres coches no tienen qué comer, y lo estaban comiendo las gallinas. Mi hija la vi tirada por ahí, sólo hice una medio tapada. Los llevaron [los restos] los coyotes y los perros a la quebrada (3.336)». Todo se volvió tumba. «Una señora, como le llevaron al hijo, va detrás de ellos. Allí, en un montículo donde rezan a los antepasados, estaban amarrados entre los árboles, allí les echaron fuego, y quemaron lengua y pies (6.257)». Pescar era un riesgo. «Unos muchachos fueron a sacar pescado de un pozo y sacaron huesos de la rodilla de la gente (3.624)».
Casa vacías
«Lo que hemos visto ha sido terrible, cuerpos quemados, mujeres con palos y enterrados como si fueran animales listos para cocinar carne asada, todos doblados, y niños masacrados y bien picados con machetes (839)». El silencio barrió Guatemala. «Al atardecer de sábado ya no mirábamos a nadie, todas las casas estaban tristes porque ya no había personas dentro (18.583)».
El amor identificó desfigurados cadáveres que la ciencia forense no pudo. «Le habían sacado la lengua, tenía vendados con esparadrapo ancho los ojos y tenía hoyos por donde quiera..., en las costillas, tenía quebrado un brazo. Lo dejaron irreconocible, sólo porque yo conviví muchos años con él, y yo sabía de algunas cicatrices, vi que era él. Le dije al médico forense que él era mi esposo. Entonces sí se lo puede llevar, dijo él (3.031)». «Cuando lo mataron, le quitaron los dientes y la nariz se le hinchó mucho. Eso no se me olvida porque le sacaron todos los dientes a mi pobre hijo (2.998)». «Llevé la contabilidad de los cadáveres que había revisado: eran más de cuatrocientos. Eso motivó que yo enfermara, ver las distintas formas de tortura es algo que a uno le saca de juicio y una indignación. Uno quisiera hacer algo. No poder identificar a alguien como para decir bueno usted fue, descontrola, hay un descontrol bastante grande en lo personal (5.444)».
Para los militares no hubo desaparecidos, sino turistas o extraviados. «Lo metieron al destacamento a mi papá junto a mi hermanito y a mi hermanita. A ellos los soltaron diciéndoles 'digan que papá se fue a la playa a trabajar'. Después de dos meses, vendimos unas vacas y sacamos dinero para ir a platicar con un señor que tenía influencia, y le dijimos que ahí estaba el dinero para sacarlo. Era amigo nuestro y nos regañó: 'Se durmieron ya pasaron dos meses, ahora ya está muerto, mejor ocupen el dinero en otra cosa' (736)». «Ellos llegaron otra vez a casa, y decían dónde está tu marido, ¿por qué se extravió? Yo les dije que cómo se va extraviar si está con ustedes. (3.713)». Los militares involucraron a los campesinos en la guerra sucia. Les enrolaron en las PAC (Patrullas de Autodefensa Civil). «Y ese oficial nos decía que si no los matábamos todos nosotros, a todos nosotros nos iban a matar. Y tuvimos que hacerlo, no lo niego, porque nos tenían amenazados (1.944)». Los campesinos ensayaron aplacar a los militares. «Aquí la gente no se unió a la guerrilla, ellos pasaban pero no lograron su objetivo. Se empezó a sentir inseguridad cuando se dio aviso de que era peligroso caminar por las noches. Por estos problemas se decidió en una reunión que 14 compañeros fueran a hablar con el Ejército para que no hiciera nada en nuestra comunidad, y los 14 compañeros ya no regresaron. Los mataron. (San José Poaquil, 1996)». El campesino se vio entre dos terrores. «Se tuvo que sacar turnos de patrulla pero con mucho miedo, la guerrilla llegó también después que por favor no se patrullara. Uno se hallaba con mucho temor porque unos llegaban a organizar la patrulla y otros llegaban a impedir (2.267)». Los patrulleros hicieron algo más que patrullar. El Ejército les adiestró en el arte del genocidio. Convirtió campesinos en carniceros / sepultureros. «En este momento nosotros no hacemos la muerte, sino que la patrulla de aquí matará a estos doce hombres. Claro está escrito en la Biblia: 'El padre contra el hijo y el hijo contra el padre'. Así dijo el hombre, dicen. Así hicieron empezar y los patrulleros unos llevan cuchillo, otros llevan palo. A puro palo y a puro cuchillo los mataron a esos 12 hombres. 'Ustedes mismos los van a quemar'. Fuimos a traer palos, hoja de pino y les dieron gasolina a ellos y se hicieron ceniza. Cuando se quemaron, todos dieron un aplauso y empezaron a comer (2.811)». «Nos dijeron que teníamos nosotros que matar para así cumplir y tener la paz con toda Guatemala. Primero nos obligaron a excavar dónde enterrarlos y después agarraron al primero, y agarraron un cuchillo que cada uno tenía que pasar ahí dando un filazo o cortándole un poquito, o sea que ellos lo vieron. Y, por último, mi primo dijo. Júrame que algún día me vas a vengar (1.944)».
El chantaje funcionó. «Cuando llegaron las mujeres empezaron a decirles a ellas, 'hoy van a mirar qué vamos a hacer a sus esposos que no cumplen con las patrullas, ustedes también son culpables, tal vez ustedes no hacen la comida a sus maridos, por eso no vienen a la patrulla. Pues hoy se van detrás ustedes también. Las mujeres empezaron a llorar (2.811).»
El aire venteó sospecha. «Vivimos unos diez años de zozobra. Cualquier vendedor, cualquier gente que venía, uno lo tomaba por sospechoso, entonces no había tranquilidad para trabajar, tampoco había deseos de salir a trabajar (5.362)». El miedo ató como cadena. «Vamos a trabajar todos juntos, sólo así unidos no nos pasa nada. Entre varios, así en grupito, no nos chingan tan fácil porque tenemos que vigilarnos todos (7.392)». Malos tiempos para la dignidad. «Empezó el soldado a contar del uno al diez, si al llegar al diez no señalas a otra persona, te vas a quedar muerto ahí en la casa. 'Pues mejor la muerte, porque yo no puedo señalar a otra persona, no conozco nada de la gente, lo que conozco es que madrugan para trabajar, para buscar comida. Voy a morir limpio, no quiero morir manchado (2.273)».
Si el Ejército preguntaba, los mudos debían responder. «Llegó el Ejército y llevaron a un mudito atado de pies y manos que era de la aldea. A él le preguntaban algo, pero era mudito, no podía contestar. Lo patearon bien y después lo amarraron, lo traían arrastrando, reunieron a toda la gente y lo tiraron en medio de la gente. Preguntaron si conocíamos a esa persona, dijimos que sí, que es un mudito. Todos lo querían y lo respetaban porque era una persona indefensa. Eso ocasionó mucho temor y coraje porque era una persona muy humilde para hacerle eso. Había que tenerle más respeto (2.267)».
«¿Acaso son guerrilleros los ancianos y los niños? Los ancianos y los niños no pueden manejar armas (3.967)». Pero fueron a por los ancianos. «También mi abuelito Juan corrió, pero ya no pudimos sacar a mi abuelito. Los soldados quemaron sus pelos, sus barbas, bien lo pegaron, lo golpearon, lo torturaron. Ya sólo otro día vivió (4.044).»
Los niños desaparecían. El adolescente Marco Antonio Molina (11.826), a sus 14 años, fue secuestrado el 6 de octubre de 1981. Dada su peligrosidad, le pusieron grilletes, esparadrapo en la boca y un saco en la cabeza. Nunca reapareció. Los militares no le buscaban a él. Vengaban la fuga de su hermana Emma, una dirigente estudiantil. La familia hubo de abandonar Guatemala por amenazas, mientras los militares reiteraban: «A su hijo lo secuestró la guerrilla». Las adolescentes fueron violadas. «Una muchacha de trece años me la dieron pobre niña llorando amargamente, ¿qué te pasa, muchacha? Ay Dios sabe para dónde me van a llevar, decía la criatura. Me saqué el pañuelo y se lo di. Viene un tal subinspector Basilio Velásquez. '¿Qué hay, y ésa qué? Hay que vacunarla, ¿no? Es buena'. El muy condenado a violarla, de violarla al pozo (Matanza de las dos Erres, Petén, 1982)». Las matanzas no respetaron ni a los bebés. «El 24 de diciembre de 1980 fue matado un niño con su mamá. Dejaron matado al nene con un leñazo en la cabeza, y salió así el cerebro de esa víctima para fuera (1.280)». «Tiraron bombas, granadas, se asomaron a un barranco, fue cuando cayeron más niños y a las mujeres embarazadas las agarraron vivas, las partieron y les sacaron el bebé (11)». «¿Qué hacen con los niños? Los hacen pedacitos. O sea los cortan con machete (2.052)». «Los que asesinó el Ejército fueron degollados con torniquete al pescuezo, los arrugaba, los hacía como una bolita. Hay niños de tres años. Los llegamos a ver, los vimos, tres niños, estaban colgados ya sin cabeza, estaban sus muñequitas a las espaldas (1.367)». «H.J.S., de 13 años, no moría con las balas. Le sacaron el corazón (3.083)».
¿Por qué tales gestas? Sólo la lógica militar da respuesta. «Entre el Ejército había uno que hablaba idioma y le dijo a mi hermana que hay que terminar con todos los hombres y con todos los niños hombres para así terminar con toda la guerrilla. ¿Y por qué?, le preguntó ella. ¿Y por qué están matando niños? Porque esos desgraciados algún día se van a vengar y nos van a chingar (1.944).» «El plan del Ejército era dejar sin semillas. Aunque sea un patojito de un año, de dos años, todos son malas semillas, así cuenta. Así es su plan. Eso es lo que yo he visto (4.017)».
El peligro del llanto
Ni aun llorar pudieron. «El niño llorando estaba, y nos regañaban nuestros compañeros, nos decían por favor miren a su hijo, él nos va a delatar, como nos enojábamos, le tapábamos la boca con un trapo y ahora el niño no quedó muy bien (4.521)». Los bebés se convirtieron en enemigos para todos. «Hay bebés que están acostados bajo los palos, en todas partes murieron, bebés colgados de los árboles, parecido a cuando están en casa que les amarran con un trapo, así están colgados de las ramas, dónde los vas a dejar si no sabes dónde está su mamá (Colectivo 17, Santa Cruz Verapaz, 1980)».
La contrainsurgencia hizo de la bragueta arma táctica. «Violaron a las mujeres, aunque las mujeres cargaban a sus hijos a la espalda. Los tiraban al suelo, y, en fila, estaban los hombres para pasar con las mujeres. Algunas quedaron embarazadas, fueron a regalar los niños a las monjas. (5.281)». Hubo secuestros y falsas adopciones de los hijos de las víctimas. Quemaron viviendas, robaron ganado, aperos de labranza, piedras de moler, echaron sales y venenos a las tierras. El Ejército practicó la política de tierra quemada en el país que juró defender. «Los soldados quemaron nuestro maíz, hasta los chuchos, gatos, carneros, ovejas... ¿acaso pueden pelear los animales (5.802).» 50.000 asesinatos por esclarecer, incluido el del obispo. Ya hay un detenido por su muerte. Sólo es sospechoso para la policía. La policía es sospechosa para las víctimas.
Nunca Más aún puede engrosar capítulos. Los militares se tientan la cartuchera cuando les mentan la memoria. Y sus víctimas viven para recordar. «Solo, anda huyendo entre la montaña y a veces aparece a los cinco días. Está flaco, ya no quiere comer. Cuando sale huyendo dice: 'Vamos, ya viene el Ejército'. Ese mi hermano ya está loco de tanto miedo que ha recibido. Su mujer murió del susto (3.907).»
© Copyright DIARIO EL PAIS, S.A. - Miguel Yuste 40, 28037 Madrid