Delaware Review of Latin American Studies
Issues
Vol. 15 No. 2   December 31, 2014


La figura de Bolívar en el discurso historiográfico

Elsa Cajiao Cuéllar
Departamento de filologías extranjeras y sus lingüísticas
Estudios ingleses
UNED--España
ecajiao@terrassa.uned.es

N.B. Artículo publicado originalmente en 2000 en la antigua revista digital neoyorquina The Modern Word (www.themodernword.com/gabo/gabo_paper_cajiao1.html) editada por Allen Ruch. La presente edición incorpora algunas modificaciones menores respecto a la original.


Introducción:
En este estudio me propongo mostrar cómo se ha construido a lo largo del tiempo la figura de Simón Bolívar —el héroe hispanoamericano por excelencia— en la ficción y en el discurso histórico, tomando como base del análisis diversos textos de autores tanto latinoamericanos como europeos, así como también, escritos del propio Bolívar. El propósito es desentrañar en lo posible los componentes ideológicos y culturales que han participado en la figuración del personaje.

Acotar las fuentes ha sido uno de los trabajos más arduos, ya que son innumerables los intelectuales y políticos que no han podido sustraerse a la tentación de estudiar una personalidad tan fascinante como la de Bolívar, hombre que ya desde en vida fue mito. Entre las lecturas que tuve a mi alcance, procuré elegir autores representativos de distintas épocas, naciones, e ideologías. Con todo, la visión sigue siendo restringida pues como bien dice John Beverley, la literatura (y la historiografía) en Latinoamérica ha sido una práctica constitutiva de la identidad de las elites1. Por otro lado, dentro de este subconjunto (es decir, las elites intelectuales, Bolívar incluido), se exploran distintas vetas del personaje según los intereses y la sensibilidad del autor: unos resaltan al hombre de acción (Juan Montalvo), otros al estadista o al visionario político (F. García Calderón, Francisco Urrutia, José Martí), al escritor (Blanco Fombona, Guillermo Valencia) o al hombre derrotado (García Márquez) y algunos, hasta la intervención de la Divina Providencia en la gestación del Libertador (el presbítero Borges).

Mientras escribía este trabajo, en una tertulia literaria televisada oí a uno de los participantes atribuir la universalidad e inmortalidad de Shakespeare a los diversos niveles de lectura que su obra permite. Desde el erudito de Oxford hasta la gente corriente pueden hallar en ella motivos de emoción o reflexión. Además, su vigencia se mantiene no solo a lo largo del tiempo histórico sino también de una misma vida (como decía Oscar Wilde, un libro que no vale la pena releerse, es que no merece haber sido leído). Este argumento me pareció válido aplicarlo a Bolívar por la diversidad de sus talentos y la repercusión de su obra. En Colombia, todos hemos estudiado en el colegio "la versión oficial" que ensalza las gestas del Libertador; en familia y entre amigos hemos descubierto aristas menos heroicas y más humanas del personaje y su faceta de hombre de letras. Pero no es hasta la publicación del controvertido relato historiográfico de García Márquez El General en su laberinto que se percibe claramente el desgaste de las ideologías que han manufacturado y administrado la figura de nuestro principal héroe nacional.

******************************

Biografía sucinta del libertador
Simón Bolívar, llamado el Libertador, nació en Caracas el 24 de Julio de 1783 y murió en Santa Marta el 17 de diciembre de 1830. Bolívar lideró las guerras de independencia contra la Corona española en los territorios coloniales que hoy comprenden cinco naciones: Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia.

Pertenecía a una acaudalada familia aristocrática de ascendencia española, asentada en las colonias americanas desde el siglo XVI. Huérfano de padre a los 3 años, y de madre a los 9, recibió sus primeras enseñanzas bajo la tutela de su tío Carlos Palacios. Posteriormente, a la edad de 16, fue enviado a Madrid para completar su educación. Sus parientes españoles lo introdujeron en la corte y lo pusieron bajo el cuidado del marqués de Ustariz, quien guio sus estudios de idiomas y matemáticas, y le inculcó el gusto por la lectura. Según el propio Bolívar, por aquella época leyó a todos los grandes poetas de la antigüedad, a filósofos, historiadores y oradores y a los clásicos modernos de España, Francia, Italia e Inglaterra2. Allí aprendió además a manejar la espada, a bailar, a montar a caballo y otras artes propias de la vida cortesana. En 1801, se casó con la hija de un noble español y regresó con ella a Caracas, donde un escaso año después la joven esposa moriría de fiebre. En 1804 Bolívar regresó a Europa. En París asistió a la coronación de Napoleón y se reencontró con su tutor de la infancia, Simón Rodríguez, quien ejerció sobre él una notable influencia intelectual. Rodríguez, defensor de la causa de la libertad en las colonias hispanoamericanas, lo guio en la lectura de los racionalistas europeos, en especial de Rousseau. Bolívar por entonces era un muchacho impetuoso de ideas revolucionarias que acabaron de fraguar en su imaginación durante un viaje a Italia que emprendió en 1805 en compañía de Simón Rodríguez. Estando en Roma, en una jornada al Monte Sacro, juró solemnemente ante su maestro dedicar su vida a luchar por la independencia de su país. En 1807 regresó a Venezuela, tras pasar unos meses en Estados Unidos.

En Venezuela tomó parte activa en los movimientos revolucionarios y en 1811 entró en el ejército republicano tras la primera declaración de independencia de Venezuela, el 5 de Julio de 1811. Un año después, Venezuela fue reconquistada por los españoles y Bolívar se vio forzado a huir de su país y refugiarse en Cartagena (Colombia). En dicha ciudad publicó la primera de sus famosas proclamas: El manifiesto de Cartagena y entabló conversaciones con las autoridades de la Nueva Granada (la actual Colombia), donde la revolución ya había logrado sus primeras victorias, a fin de conseguir apoyo para continuar la lucha en Venezuela. En la campaña de reconquista, sus grandes éxitos militares (libró y ganó seis batallas) lo auparon a la fama y le permitieron consolidar su poder. El 6 de Agosto de 1813 entró victorioso en Caracas, recibió el título de Libertador y asumió el papel de dictador. En 1814 fue de nuevo derrotado por los españoles y tuvo que volver a huir, esta vez a Jamaica. Allí escribió el documento más importante de su carrera: La carta de Jamaica. De esta isla se trasladó a Haití, donde, con la ayuda del presidente Pétion, reorganizó su ejército. En 1819, tras cinco años de combates, ganó la primera batalla decisiva para la independencia de la Nueva Granada: la Batalla de Boyacá. Prosiguió hacia Venezuela. En la Batalla de Carabobo (junio de 1821) liberó definitivamente su tierra natal. Aunque había sido nombrado presidente de las dos provincias emancipadas, dejó la administración de la Nueva Granada en manos del vicepresidente Santander y la de Venezuela a cargo del general Páez para seguir su campaña militar. A finales de año, el ejército libertador consiguió la independencia de Ecuador y en diciembre de 1824, la del Bajo Perú. La independencia de Bolivia (entonces Alto Perú) se logró en Abril de 1825.

Bolívar había alcanzado el nivel más alto de su carrera. Su poder se extendía por toda la Gran Colombia, vasto territorio que entonces abarcaba desde el Caribe hasta la frontera argentina. Pero sus sueños en cuanto a la unidad de las cinco naciones que componían la Gran Colombia durarían bien poco. Las guerras civiles no tardaron en comenzar. Cansado, decepcionado y enfermo, Bolívar renunció a la presidencia. En Mayo de 1830 salió de Bogotá con la intención de refugiarse en Europa. Tras un largo e indeciso peregrinar por la costa atlántica colombiana, la muerte lo alcanzó en Santa Marta, en diciembre del mismo año.

La identidad cultural y la construcción del personaje
Siguiendo un orden más o menos cronológico de los textos que examinaremos, me atrevo a decir que la construcción de la figura de Bolívar pasa de un acendrado entusiasmo épico a un pesimismo que resalta lo ilusorio de sus ambiciosos planes y su propia amargura frente a los resultados de la independencia, con tanto sufrimiento lograda. Los primeros son eco del Bolívar vigoroso, de aquel que en 1812 —tras el devastador terremoto de Venezuela— es capaz de decir: "Si se opone la Naturaleza, lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca"3 y del que arenga a sus tropas con proclamas como esta: "¡Soldados: El Perú y la América aguardan de vosotros la paz, hija de la victoria, y la Europa liberal os contempla con orgullo, porque la libertad del Nuevo Mundo es la esperanza del Universo!4 ". El optimismo de los autores se va desinflando hasta coincidir con el cuasinihilismo del Bolívar de las cartas póstumas: "Yo estoy viejo, enfermo, cansado, desengañado, hostigado, calumniado y mal pagado. (…) Créame usted, nunca he visto con buenos ojos las insurrecciones; y últimamente he deplorado hasta la que hemos hecho contra los españoles"5.

Para no caer en el relativismo característico del postmodernismo, conviene sin embargo tener en cuenta que Bolívar dejó una extensa obra escrita, en forma de cartas,6  proclamas y discursos, donde refleja su pensamiento y su carácter. También son muchos los cronistas que lo conocieron de cerca7 y los documentos históricos que guardan constancia de sus hechos y hazañas. Con todo, la imagen que se ha transmitido de Bolívar ha variado significativamente con el cambio de valores culturales. El cuadro ha ido perdiendo sus tintes europeístas para rescatar del plano de fondo el mestizaje y lo explícitamente caribeño del personaje.

Veamos en primer lugar un texto del escritor ecuatoriano Juan Montalvo (1832-1890) quien nos presenta a Bolívar como a uno de los grandes héroes de la humanidad, comparable a Julio César o a Napoleón y superior a Washington y San Martín. Lo llama "el protagonista de la Ilíada semibárbara". Todos sus referentes para definirlo, incluso físicamente, son europeos. Oigámoslo:

Bolívar no era blanco, mas aun de tez curtida al sol del ecuador, moreno, aristocrático, algo como la resultante del mármol y el bronce que figuraban los bustos de los emperadores romanos; rostro bajo cuya epidermis corría ardiente el caudal de su noble sangre. (...) era de pelo negro y ensortijado, semejante al de lord Byron (...) mas que el guerrero tiene cuidado de atusar, como quien sabe que nada de femenil conviene al heroísmo.8

Dentro de esta misma línea ideológica nos sirve también de ejemplo un texto posterior del poeta y ensayista colombiano Guillermo Valencia (1873-1943):

La vida formó a Bolívar para la lucha heroica (...) Doctrinóle Europa en la difícil ciencia de conocer a los hombres; instruyóle en las artes de la frivolidad elegante; (....) mostróle el ejemplo de instituciones que le ampliaron la visión del futuro; (...) enseñóle, en fin, a amar, a olvidar, a pensar, a desconfiar, a comparar, a intentar, y a prever y a sufrir. (...) Dos sabios —Bello y Humboldt— depositaron en su alma fecunda la simiente de una aventura prodigiosa, y el trashumante don Simón Rodríguez le inspiró un estoicismo escéptico que nos recuerda a Séneca. Ante la gloria del Corso diose cuenta de que los plumones de su ambición naciente podían velar el prodigio de los remos del águila... y comenzó el Libertador.9

Estas descripciones son fecundas para el análisis tanto más porque son representativas de las de otros escritores criollos y españoles (por ejemplo, Unamuno) que sentían el imperativo de atribuirse la paternidad genética y cultural de su genio. En primer lugar, vemos que Montalvo destaca el origen aristocrático de Bolívar. Mucho se cuida de advertir que sus rizos negros no son herencia de indios o negros sino de su linaje europeo. Contrastemos esta descripción física con la de García Márquez en el General en su laberinto:

Tenía una línea de sangre africana, por un tatarabuelo paterno que tuvo un hijo con una esclava, y era tan evidente en sus facciones que los aristócratas de Lima lo llamaban el Zambo.10

(...) parecía mucho mayor de sus treinta y dos años, óseo y pálido, con patillas y bigotes ásperos de mulato, y el cabello largo hasta los hombros.11

Había cumplido cuarenta y seis años, pero ya sus ásperos rizos caribes se habían vuelto de ceniza y tenía los huesos desordenados por la decrepitud prematura (...)12

El empeño casi obsesivo que se ha puesto en el linaje de Bolívar no es gratuito. Durante la colonia, en Iberoamérica la posición social venía determinada por el color de la piel. La dominación del indígena por parte del hombre blanco impuso grandes diferencias sociales y económicas que se institucionalizaron en un sistema de castas, el cual, en gran medida, sigue teniendo vigencia hoy en día. Basta no más, como motivo de reflexión, echar una mirada a vuelo de pájaro sobre las fotografías de los mandatarios colombianos de este siglo. Aunque no tengo bases para alegar su pureza de sangre, salta a la vista que en todos ellos predomina la raza blanca. El único mestizo a punto de asumir la presidencia de Colombia en el siglo XX (a mediados de los años 40) fue Jorge Eliécer Gaitán. Pero la oligarquía, atrincherándose en sus intereses de clase, lo excluyó ostentosamente de la vida social de las elites. Lo llamaban despectivamente El negro Gaitán. Su fin era previsible. Murió asesinado sin que aún se hayan podido esclarecer los hechos.

Los intereses de clase y los prejuicios ideológicos se proyectan en varias direcciones. Las construcciones teóricas actuales no están libres de ellos. Por ejemplo, Djelal Kadir, en su artículo "The Posts of Coloniality" hace una afirmación que no he podido corroborar en ninguna de las biografías que he consultado:

"Simón Bolívar would be the dream of the wide-eyed votaries of ethnic hybridity. A genetic mixture of Basque, German, Negro, and Indian."13

Buena parte de la argumentación de D. Kadir se sustenta y se teje en torno a la contradicción paradigmática de Bolívar entre "biología y cultura". Por tanto, creo necesario precisar o al menos contrastar las descripciones citadas con datos biográficos en los que coinciden varios reputados historiadores. Me remito aquí, por su claridad, al alemán Gerhard Masur, cuya obra Simón Bolívar es considerada como la mejor biogra­fía de Bolívar escrita en lengua inglesa:

La familia de Bolívar, entonces una de las más nobles y ricas de la aristocracia criolla de Caracas, había gozado de respeto y estima en las Indias Occidentales desde que Simón de Bolívar se estableció en la isla de Santo Domingo entre los años 1550 y 1560. (....) Simón de Bolívar [por cuestiones de su cargo] requirió información respecto a la nobleza, linaje y heredades de su familia. El 15 de Julio de 1574 recibió la respuesta, según la cual Simón de Bolívar era un noble, cuya familia había vivido durante siglos en las Provincias Vascas, detallaba además su parentesco, posesiones y títulos. (...). Sus hijos realizaron matrimonios entre las familias aristocráticas de la ciudad —descendientes de los conquistadores—, [con lo que] agregaron a su herencia vasca la navarra y la andaluza. San Mateo, una encomienda que trabajaban los indios, permaneció en manos de la familia unos doscientos años y constituyó la base de la fortuna de la misma. Los Bolívar fueron designados alcaldes y se destacaron en la defensa de La Guayra. Así, el linaje del Libertador está dado por una larga e ininterrumpida línea de adinerados y respetados hombres y mujeres de la aristocracia colonial. Sin embargo, encontramos un hilo desprendido en la trama genealógica de la familia Bolívar, en la persona de María Petronila de Ponte, que se convirtió en la segunda esposa de Juan de Bolívar a comienzos del siglo XVIII. (...) La madre de María fue la hija ilegítima de una mujer desconocida, a quien sólo pudo encontrarse en el registro de nacimientos bajo el nombre de María Josefa. Su padre había declarado en su testamento, que su madre era su igual en cuanto a nacimientos. (...) Resulta imposible determinar por los registros si ella tenía o no sangre europea, pero no debemos afirmar únicamente por eso que Bolívar era mulato. No obstante un estudio de su fisonomía y ciertas peculiaridades de su carácter, hacen que parezca probable que tuviese una ligera proporción de sangre negra.14

Bien mirado, ninguno de estos constructos raciales de Bolívar es del todo infundado. Todos ellos parten de una realidad objetiva. En mi opinión, lo que cambia es la esfera de intereses, el punto de fuga del observador. El peligro de la interpretación radica, a mi entender, en el grado de distorsión que introduce nuestro punto de vista, porque, como observadores externos del mundo, nuestros procesos mentales, percepciones, sensaciones, etc., participan en la construcción del objeto que pretendemos analizar.

Así, en el contexto histórico y cultural en que se inscribe la descripción de Juan Montalvo, su Libertador no es un constructo infundado. Es sabido que los adalides de la emancipación americana fueron los criollos.15 Poseían las riquezas y la educación necesarias para envidiar y desafiar el poder ejercido por los españoles en las colonias. Las otras razas —indios, negros y en gran medida los mestizos—16 estaban sometidos y suficientemente sumidos en la ignorancia como para abanderar una revolución o siquiera articular un discurso en su defensa. Si tenían conciencia de su opresión, ésta era aceptada con la resignación con que se sufren los designios divinos adversos y las catástrofes naturales. Nada podían hacer ellos para contravenir el poder colonial que emanaba directamente de la voluntad del Dios-Rey de España. El escritor colombiano Jorge Zalamea (nacido en 1905) pone de manifiesto con claridad esta situación:

Sabido es que uno de los más atentos cuidados de la política española en sus Américas, fue el monopolio de la instrucción. Un peregrino concepto hacía suponer a los gobernantes que un pueblo ignorante, supersticioso y atemorizado por los castigos temporales y eternos, era de más fácil gobierno que una sociedad capaz de libre e ilustrado juicio. Partiendo de esta idea, los poderes delegaron en el clero el cuidado de educar a las juventudes india y criolla, seguros de que sus ministros sabían mantener a los pueblos de América en esa dichosa inocencia del entendimiento que ellos reputaban indispensable para los intereses terrenales de la corona y salvación eterna de las almas americanas. Basta decir a este respecto que sólo en México y Lima se permitía la enseñanza del derecho de gentes, matemáticas y ciencia náutica; que la instrucción popular se reducía al aprendizaje de memoria de unas cuantas oraciones y cánticos que negros e in­dios recitaban sin parar mientes en su contenido ni recibir explicaciones sobre su significado; que la introducción de libros que no hubiesen sido revisados y aprobados por el consejo de inquisidores estaba rigurosamente prohibida y que en cuanto a lo que en el resto del mundo sucedía, vivíase en una incomparable ignorancia."17

De ahí que fueran solo los criollos de familias adineradas los que podían saltarse este escollo enviando a sus hijos a estudiar a Europa. Tal fue el caso de Bolívar. Por tanto, su identidad cultural estaba configurada en gran medida por la influencia del Viejo Mundo y en concreto de España. Poco importa en este caso su herencia genética: fue educado como blanco y como tal fue recibido y agasajado en las cortes española y francesa.

Miguel de Unamuno (1864-1936) tiene pues fundamentos para hacer suyo a Bolívar llamándolo "uno de los más grandes y más representativos genios hispánicos"18 (un autor latinoamericano jamás habría usado el adjetivo "hispánico" para referirse a Bolívar) y asemejándolo a Don Quijote en físico, voluntad y temperamento. Cito a continuación algunas frases de su artículo Don Quijote Bolívar, donde aliena por completo al Libertador del medio físico en que se crió. Los referentes culturales de Unamuno le impiden, por fuerza, ver los matices del criollo y de entender sus contradicciones. Las cuales reduce a simple retórica:

El quijotesco amor a la gloria, la ambición, la verdadera ambición, no la codicia, no la vanidad del pedante, no el deseo de obtener pasajeros aplausos, sino la alta ambición quijotesca de dejar fama perdurable y honrada, le movía. (....) Bolívar se preocupaba de lo que de él dijera la Historia, como los héroes homéricos y como también los condenados dantescos.19

Y ¿quién ha de hacer caso cuando en una carta dice Bolívar: "Más grande es el odio que nos ha inspirado la península que el mar que nos separa de ella; menos difícil es unir los dos continentes que reconciliar los espíritus de ambos países"? ¡Retórica, retórica, retórica! ¡Y más retórica cuando él, Bolívar, el puro descendiente de españoles, de origen vasco, nos habla de haber roto las cadenas que había remachado Pizarro a los hijos de Manco-Cápac!20

Mi intención ha sido mostrar, en rápida fulguración, con frases del mismo Bolívar, al Hombre español, al Quijote de la América hispana libertada, a uno de los más grandes héroes en que ha encarnado el alma inmortal de la Hispania máxima, miembro espiritual sin el que la Humanidad quedaría incompleta.21

Al ver a Bolívar como un representante de su mundo, como un Don Quijote, Unamuno pasa por alto las razones que empujaron al Libertador a más de dos décadas de lucha. En pos de un sueño, quizá, pero un sueño logrado. Al menos en lo que se refiere a acabar con el yugo español. Olvida también que, a diferencia de Don Quijote, su sueño era compartido por miles y miles de compatriotas y de otros tantos europeos, mitad soñadores, mitad aventureros, que cruzaron el Atlántico para luchar por ese algo abstracto y evanescente que es la libertad.22

Pero esta visión idealista y quizá políticamente perversa no es nada comparada con la ceguera y la demagogia del discurso pronunciado por el presbítero Dr. Carlos Borges un siglo después en la inauguración de la Casa de Bolívar, el 5 de Julio de 192123. Juro que no hay tinte de ironía en su versión del nacimiento de Bolívar:

Todo es contento y alegría en la casa, llena de parientes y amigos que han venido a dar sus parabienes a Don Juan Vicente y su esposa. Desde el salón de honor y la nupcial alcoba hasta el gallinero y la cocina trajinan por doquiera, con diligencia insólita, sirvientes y esclavos. Distínguese entre éstos la negra Hipólita, de antemano elegida para aya del niño. Hermoso tipo de su raza, inteligente, vigorosa, limpia, honesta, de carácter dulce y jovial, Hipólita es la flor de las esclavas. Tiene 28 años y está avaluada en trescientos pesos".

¡Hasta a los esclavos los describe felices de ser esclavos! ¿Es un discurso tendencioso o mera ignorancia del alma del esclavo? ¿Es acaso el presbítero Borges un cándido que desconoce las condiciones infrahumanas en que eran transportados los negros al Nuevo Mundo? Una cosa es que los negros no tuvieran más remedio que adaptarse a su nueva situación y otra olvidar aquellos horribles barcos en que viajaban hacinados y encadenados, sometidos a todo tipo de sufrimientos físicos y espirituales.

Su diatriba contra la justicia y el buen juicio no se detiene allí. Más adelante atribuye con arrojo a la Divina providencia el nacimiento de Bolívar, cual si hubiera sido un nuevo Jesucristo:

Pero Dios abre el libro de sus decretos eternales, escribe en él un nombre, crea un espíritu y hace un signo a uno de sus ángeles que al punto arranca del empíreo en vuelo hacia un rincón de América, hacia la humilde y hermosa ciudad del cerro azul (…) El paraninfo excelso se detiene un instante sobre esta casa, como para reconocerla y bendecirla (…) y penetrando, al fin, como un santuario, en esa alcoba, deja caer dulcemente sobre el altar de amor el divino regalo del Altísimo. (…) El instinto de los pueblos casi nunca se engaña. Por muchos años el 28 de octubre fue celebrado en Venezuela como un gran día de la Patria. Creyose al principio que ese día no sólo era el onomástico, sino también el natalicio del Libertador. Más tarde, una disposición legislativa rectificó este error, trasladando la fiesta nacional al 24 de julio, verdadero aniversario del nacimiento del grande hombre24. Pero yo me atrevo a creer que lo que el sentimiento popular festejaba sin saberlo, y como por instinto el 28 de octubre, era un acontecimiento todavía más grandioso, cuya gloria nos envidia toda la América; la encarnación del Genio de la Libertad en el seno de una mujer venezolana".

El discurso del Doctor Borges merece consideración por la enorme influencia que tenía y tiene la Iglesia Católica en el orden político y socioeconómico de Latinoamérica.

Por último, me gustaría examinar el interesante ensayo de Djelal Kadir con el que, sin embargo y en líneas generales, no estoy de acuerdo. Djelal Kadir pretende mostrar lo paradójico y contradictorio del pensamiento de Bolívar por recurrir a Roma y Gran Bretaña como modelos para las nuevas naciones emancipadas:

Bolívar would settle emphatically into de received ideological formations of his conqueror's patrimony. He thus emerges as instrument of extended coloniality just as emphatically he jousts to supersede colonialism. (p. 434)
(....) his perspicacity manifests the same blind spots, with the most egregious blindness being the fact that he was indeed reinscribing a coloniality he sought to displace, only now with an upgraded configuration and a modern efficacy [se refiere al modelo británico], as opposed to the creaking colonial instruments of retrograde and outmoded Spain. (p. 438)

En mi opinión, juzgar como paradójico, contradictorio y ceguera política el que Bolívar se inspirase en las instituciones de una nación fuerte es recortar demasiado la imagen para que quepa en el marco. ¿Qué instituciones autóctonas o no imperialistas podían servirle de modelo para la poderosa e invencible América que él quería crear? No sería el imperio Inca, ni el Azteca, ni mucho menos otras comunidades indígenas prehispánicas que dieron buenas pruebas de su fragilidad e incapacidad para defenderse de los atropellos de los conquistadores. Todos ellos sucumbieron física y espiritualmente al poder del colonizador. Consideraciones éticas aparte, lo contradictorio y paradójico hubiera sido basarse en las ruinas de estas culturas sojuzgadas para enfrentarse al imparable empuje de Europa y Estados Unidos. Por otro lado, trescientos años de dominio español y de influencias europeas dejan más que una simple huella en la identidad cultural de un pueblo. De hecho, la configuran. Por lo que, dentro de este contexto, una era postcolonial desprovista de cultura colonial es impensable. Para lograr un "postcolonialismo puro" habrían sido necesarias medidas más drásticas que las de la revolución cultural china. No solo habrían tenido que quemarse los libros sino también inmolar a los criollos y los mestizos y a todo aquel en cuya memoria quedaran rastros de la existencia de un mundo allende los mares, y sepultar bajo tierra todos los testimonios materiales edificados a lo largo de esos tres siglos.

El pensamiento político del libertador y la sociedad multirracial
El político, diplomático y abogado colombiano Francisco José Urrutia, (1870-1950) ensalza el ideal internacional de Bolívar consistente —en síntesis— en la constitución de una confederación americana en la que Colombia fuera el centro y tuviera la hegemonía; confederación en la que las relaciones entre los Estados que la formaran tuvieran por suprema norma la de la justicia internacional. La justicia en las relaciones políticas internas y en las relaciones internacionales. ¿Cuáles eran esos fundamentos de la justicia con relación a los indígenas? Urrutia lo deja entrever en su análisis historiográfico:

(Bolívar) se preocupó del fomento de las misiones religiosas en los territorios desiertos25 de Colombia, porque él sabía bien que si alguna acción se había ejercido allí era la de los misioneros"26 (...) que fueron los misioneros los que descubrieron e hicieron penetrar unos cuantos rayos de luz cristiana y de civilización en aquellos desiertos (en el Amazonas, Putumayo, etc. Es decir, las regiones fronterizas entre naciones)27

Por supuesto que Bolívar ni nadie podían parar la marcha de la historia. El mestizaje cultural era irremediable, tarde o temprano. Guiado por su nobleza natural, Bolívar consideraba necesario preparar a los indígenas para la expansión del hombre blanco mediante su conquista espiritual más que por la fuerza de las armas. Dialogar con ellos y descubrir cuáles eran sus deseos respecto a la tierra que habitaban desde hacía más de diez mil años era algo impensable para los criollos. El reparto de naciones y la justicia internacional para la fijación de fronteras era algo que incumbía solo a los herederos directos de los colonizadores. De ahí que el señor Urrutia al llamar desiertos a estas regiones, por lo demás exuberantes en vida humana, no hace más que mostrar la sintonía de su conciencia con la época, con la visión del mundo del colonizador. Lo que dijera Goethe en 1828, "Simón Bolívar es un hombre perfecto; no carece de contradicciones", vale también para el señor Urrutia. Por su parte, Guillermo Valencia, no parece observar ninguna estrategia de dominación social en el Bolívar estadista. Como hombre de la aristocracia, Valencia ve el carácter humanista y el voluntarismo racionalista de Bolívar como natural y justo, no como imposición ideológica. En sus citas de Bolívar se descubre él como el poderoso dispuesto a tomar la antorcha de la dirección del pueblo:

He conservado intacta la ley de las leyes, la igualdad; sin ella perecen todas las libertades, todos los derechos. A ella debemos hacerle sacrificios. La igualdad legal es indispensable donde hay desigualdad física para corregir en cierto modo la injusticia de la naturaleza.28
La esclavitud es la hija de las tinieblas; un Pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción. La libertad —dijo recordando las palabras de Rousseau— es un alimento suculento, pero de difícil digestión.29

A pesar de su genio visionario, Bolívar efectivamente fue hijo de su tiempo y de sus contradicciones. Aunque en su decir luchaba por la libertad de todo el continente, a poco que leamos entre líneas sus discursos, descubrimos un pensamiento que los prejuicios clasistas y racistas han vedado a muchos historiadores y políticos. En el discurso de Angostura, ante el Parlamento de la Tercera República, Bolívar dice, a propósito de la formación de la nación hispanoamericana:

Nosotros30 (...) no somos Europeos, no somos Indios, sino una especie media entre los Aborígenes y los Españoles. Americanos por nacimiento y Europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer (...) así nuestro caso es el más extraordinario y complicado31

La contradicción es patente. En la cita que destaca Valencia, Bolívar habla de libertad e igualdad mientras que en el Gobierno constituyente lo hace en representación de las castas que van a reivindicar, desde una posición privilegiada, su experiencia individual y de clase como punto de partida del nuevo orden. Veremos más adelante cómo en torno al aborigen y al negro Bolívar construirá la figura del otro. Ese otro al que excluye de forma paternalista de voz y voto en el nuevo destino de Hispanoamérica. Y digo paternalista, porque nadie defendió el trato respetuoso a los indios con tanto ahínco como él. No era sin embargo un respeto inspirado en la igualdad sino el que otorga el poderoso que monopoliza la distribución de bienes.

En resumen: los criollos, además de acaudillar la revolución, fueron los herederos del poder colonial. Ellos, los varones, los blancos, los ricos. Para ellos luchó Bolívar. No fue, sin embargo, falta achacable a una mentalidad racista, pues el Libertador defendió denodadamente la libertad de los esclavos. Fue el primero en dar ejemplo liberando, en 1811, a los más de 1000 esclavos de su hacienda. En 1816, tras la derrota de la Segunda República en Venezuela, Bolívar se exilió en Haití. Allí logró convencer al presidente Pétion —un mestizo descendiente de esclavos— para que lo ayudara a continuar su revolución. El presidente le prometió ayuda a condición de que Bolívar le diera su palabra de que otorgaría la libertad a los esclavos de todos los pueblos que liberase32. Bolívar así lo hizo sin dudar un instante. En su famoso Discurso de Angostura (1819) demuestra ser fiel a su promesa:

Yo abandono a vuestra soberana decisión [al Gobierno venezolano constituyente] la reforma o la revocación de todos mis Estatutos y Decretos; pero yo imploro la confirmación de la Libertad absoluta de los Esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República.33

Posteriormente, en el cenit de su gloria, pide al congreso de Colombia, como recompensa a sus victorias, la libertad de los esclavos.34 Veamos ahora, con sus propias palabras, cómo se representaba el Libertador el panorama racial de los pueblos que iba a independizar. La carta que reproduzco fue escrita en el exilio en 1815, después de una devastadora derrota de su ejército patriota en tierras venezolanas:

Los más de los políticos europeos y americanos que han previsto la independencia del Nuevo Mundo han presentido que la mayor dificultad para obtenerla consiste en la diferencia de las castas que componen la población de este inmenso país. (...) De quince a veinte millones de habitantes que se hallan esparcidos en este gran continente de naciones indígenas, africanas, españolas y razas cruzadas, la menor parte es, ciertamente, de blancos; pero también es cierto que ésta posee cualidades intelectuales que le dan una igualdad relativa y una influencia que equilibra la desproporción numérica entre un color y otro. Observemos que al presentarse los españoles en el Nuevo Mundo los indios los consideraron como una especie de mortales superiores a los hombres; idea que no ha sido enteramente borrada, habiéndose mantenido por los prestigios de la superstición, por el temor de la fuerza, la preponderancia de la fortuna, el ejercicio de la autoridad, la cultura del espíritu y cuantos accidentes pueden producir ventajas. Jamás éstos han podido ver a los blancos, sino al través de una grande veneración, como seres favorecidos del cielo.

“El español americano, dice M. de Pons, ha hecho a su esclavo compañero de su indolencia”. En cierto respecto esta verdad ha sido origen de resultados felices. El colono español no oprime a su doméstico con trabajos excesivos: lo trata como a un compañero; lo educa en los principios de moral y de humanidad, que prescribe la religión de Jesús. (...) El americano del sur (...) satisface sus necesidades y pasiones a poca costa; montes de oro y plata le proporcionan las riquezas fáciles con que obtiene los objetos de la Europa.

De aquí me es permitido colegir que (...) no es probable que las facciones de razas diversas lleguen a constituirse de tal modo que una de ellas logre anonadar a las otras. (...)

El indio es de un carácter tan apacible que sólo desea el reposo y la soledad: no aspira ni aun a acaudillar su tribu, mucho menos a dominar las extrañas; felizmente esta especie de hombres es la que menos reclama la preponderancia, aunque su número exceda a la suma de los otros habitantes. (...) El indio es el amigo de todos, porque las leyes no lo habían desigualado y porque, para obtener todas las mismas dignidades de fortuna y de honor que conceden los gobiernos, no han menester de recurrir a otros medios que a los servicios y al saber, aspiraciones que ellos odian más que lo que pueden desear las gracias.
Así pues, parece que debemos contar con la dulzura de mucho más de la mitad de la población, puesto que los indios y los blancos componen los tres quintos de la populación total, y si añadimos los mestizos que participan de la sangre de ambos el aumento se hace más sensible y el temor de los colores disminuye, por consecuencia.

El esclavo en la América española vegeta abandonado en las haciendas, gozando, por decirlo así, de su inacción, de la hacienda de su señor y de una gran parte de los bienes de la libertad; y como la religión le ha persuadido que es un deber sagrado servir, ha nacido y existido en esta dependencia doméstica, se considera en su estado natural, como un miembro de la familia de su amo, a quien ama y respeta.35

Su pensamiento, profundamente idealista, no alcanza a vislumbrar que las condiciones materiales y las nuevas ideologías acabarían por dar al traste con ese conformismo social del indígena que hoy en día suena más bien a burla, a página extraída de Un mundo feliz. Si se levantara ahora de su tumba, ¡cuánto asombro le produciría la transformación del apacible indio de la sangrienta Colombia actual! Por otro lado, la mansedumbre del esclavo no fue más que un compás de espera. Bolívar murió varios lustros antes de que la emancipación de los esclavos se hiciera efectiva institucionalmente y se acabaran de atizar los odios raciales que han asolado las naciones hispanoamericanas. Durante las guerras de independencia, el rencor contra el criollo fue fácilmente instrumentalizado por generales mestizos disidentes de las tropas bolivarianas y por el ejército realista a cuyas filas no fueron pocos los esclavos que se incorporaron bajo la promesa de libertad. Es probable que Bolívar no fuera consciente de los graves conflictos sociales que provocaría la digestión de la libertad; en otras palabras, el desfase entre la ley y la situación de hecho. También es posible atribuir el idealismo de esta carta a la juventud del autor (la escribió cuando tenía 28 años) o a un intento deliberado de influir en el ánimo de las potencias extranjeras a favor de su causa. Probablemente hay un poco de ambas cosas.

El viejo papel de la mujer en el nuevo orden
Veamos ahora cuál era la idea de Gobierno de Bolívar para los pueblos por él independizados: El poder ejecutivo quedaba en manos de un presidente que debía elegirse de por vida. Concebía un cuerpo legislativo compuesto por dos Cámaras; un Senado hereditario comparable a la Cámara de los Lores de Inglaterra, pero como en Sudamérica no había nobleza residente, el Senado estaría integrado por las familias ricas de las clases altas criollas. La segunda Cámara debía elegirse libremente. El voto estaría condicionado, como en el caso del modelo británico, a un mínimo de propiedad.36 Este reparto de poderes y derechos dejaba, en consecuencia, fuera de juego a esclavos, indios, cuyas tierras fueron confiscadas allí donde tuvo interés el colonizador, y mujeres. La idea que de la igualdad tenía Bolívar dista mucho de la del mundo moderno occidental. ¿No habla por sí solo el hecho de que la igualdad de las mujeres no merezca mención en sus escritos? En su orden social previsto, Bolívar es explícito en cuanto al puesto que debe ocupar la mujer: "Debe obediencia a su marido". ¿Cuál es el criterio de legitimidad subyacente? El sistema social y cultural heredado de la colonia.37

Aquí entroncamos de nuevo con el texto de Juan Montalvo y su frase "nada de femenil conviene al heroísmo". Si hay un denominador común en los ensayos sobre Bolívar que he leído es la exaltación, por parte de los autores, de la virilidad. El escritor y político cubano José Martí (1853-1895), es uno de los pocos que reconoce el protagonismo de las mujeres en la guerra de la independencia. No pocas contribuyeron a su causa y acabaron en el patíbulo. La neogranadina Manuela Beltrán arrancó en 1781 el edicto del virrey que decretaba nuevos impuestos. Sus compañeros de la llamada "Insurrección de los Comuneros" cayeron uno a uno, traicionados por el propio virrey. Policarpa Salavarrieta apoyó a Santander y a Bolívar, pero acabó siendo descubierta, también a causa de una traición. Murió fusilada en 1817 por orden del "pacificador" Pablo Morillo. A Mercedes Abrego le cortaron la cabeza por bordar el uniforme del Libertador. La lista de mujeres es larga, pero es difícil hallar sus nombres en la historia, donde a menudo se mencionan como "la mujer de..." o "la hija de...". Manuelita Sáenz merece algunas líneas más, en calidad de amante y "Libertadora del Libertador".38

En la interpretación de la relación de Bolívar con las mujeres se observa en general una tendencia misógina y clerical. Unamuno, Cornelio Hispano, Álvaro Mutis, construyen a Bolívar como un "Don Juan por despecho". Veamos algunas citas, empezando por Unamuno:

Amores, amoríos más bien, tuvo varios Bolívar; no le faltaba algo de Don Juan. Basta recordar a Josefina, a Anita Lenoir, a Manuelita Sáenz, a la niña del Potosí (....) Pero acaso el recuerdo de aquel amor de sus dieciocho años39 fue lo que se le transformó en amor a Dulcinea del Toboso, a la Gloria.40

Cornelio Hispano, autor del artículo Bolívar íntimo41 dice:

Manuelita fue la más afortunada de las queridas de Bolívar, la que compartió su lecho por más largo tiempo, la que más disfrutó de su confianza.

En su artículo, Hispano recoge como testimonio la opinión de Ricardo Palma,42 quien la conoció personalmente. El autor de Tradiciones peruanas la describe con el mismo tono burlón con que se regodea en sacar a relucir los trapos sucios del Libertador, ridiculizando sus pequeñas miserias (por ejemplo, su afición a "bañarse" a diario con agua de colonia), aireando versitos injuriosos e infantiles43 en un estilo cómico con el que consigue crear una figura desprovista de grandeza, casi rufianesca. Hispano cita también algunas cartas de O'Leary y de Bolívar —elegidas para mostrar el cansancio que ya le producía esta relación al Libertador—, y un libelo escrito contra ella en un periódico demagogo. Curiosamente, no menciona las muchas cartas de amor apasionado que recibió Manuela de Bolívar. Se remite solo a una en que Bolívar se refiere a su amante en estos términos:

En cuanto a la amable loca, ¿qué quiere usted que yo le diga? (...) yo he procurado separarme de ella, pero no se puede nada contra una resistencia como la suya; sin embargo, luego que pase este suceso pienso hacer el más determinado esfuerzo para hacerla marchar a su país, o donde quiera.

Hispano, a mi entender, pretende poner de manifiesto sin más, que el amor de Manuela no era correspondido. No obstante, si analizamos esta carta en su contexto podemos ver que quizá no es el desamor lo que empujó a Bolívar a escribirla sino más bien las presiones que ejercía sobre él la sociedad bogotana de entonces. Una cosa era tener una amante en campamento militar y otra tenerla en la residencia del Presidente de la República44. Los sentimientos de Bolívar hacia Manuela por esa época son interpretados por García Márquez de manera bien distinta a la de Hispano:


Lejos quedaban los tiempos en que ella había estado a punto de mutilarle una oreja de un mordisco en un pleito de celos, pero sus diálogos más triviales solían culminar todavía con los estallidos de odio y las capitulaciones tiernas de los grandes amores.45

En cambio, Mutis, en El último rostro, al poner las siguientes palabras en boca de Bolívar, se muestra del parecer de los primeros:

“Toda relación con los hombres deja un germen funesto de desorden que nos acerca a la muerte”. Hablamos de sus amores. Su capricho por Manuelita Sáenz. Pero, en el fondo, la misma lejanía, el mismo desprendimiento.46

Por su parte, Gerard Masur (1901-1975) al hablar de Manuela dice: "una cosa era clara: era estéril e insaciable"47. A primera vista, la primera afirmación parece lógica: Manuelita no tuvo hijos. Esto solo bastaría para zanjar la cuestión no se hubiera dado el caso de que a Bolívar tampoco se le conoce descendencia pese a su manifiesta promiscuidad. ¿Es un descuido casual en la cuidadosa y bien documentada biografía de Masur o un desliz que deja al desnudo los errores conceptuales de la cultura patriarcal? Que contesten los especialistas en reproducción asistida. Hasta hace poco más de una década, los varones aparecían en las consultas de los obstetras solo como acompañantes de sus mujeres para ver qué le pasaba a ella que no podían tener hijos. Las contradicciones entre el Bolívar legislador y el Bolívar hombre en cuestiones de moral son palpables, mas quedan encubiertas por el imperialismo de los valores patriarcales. Por ejemplo, García Calderón48 cita el artículo 9º del proyecto de Angostura,49 donde Bolívar establece: "La ingratitud, el desacato a los padres, a los maridos, a los ancianos, a las instituciones, a los magistrados, a los ciudadanos reconocidos y declarados virtuosos; (...) se recomiendan especialmente a la vigilancia del "Poder Moral", que podría castigarlos hasta por un solo acto". Mediante este sistema, el Libertador garantizaba el orden social, situándose sin embargo a sí mismo por encima de la ley. ¡¿Qué mayor transgresión a sus propias leyes morales que convivir con una mujer casada que, para mayor afrenta, se declaraba atea?! Por este procedimiento, Manuela podría haber sido condenada por desacato a su marido, quien en repetidas ocasiones le rogó que volviera a su lado. Como instrumento político, este estatuto y su consiguiente violación ¿no instituyen acaso en el nuevo orden el refrán colombiano que reza: la ley es un perro rabioso que solo ataca a los de ruana50?

De Mutis a García Márquez: la construcción del antihéroe

Álvaro Mutis nos ofrece su versión de los últimos días del Libertador en el cuento El último rostro con su siempre correcta prosa, pero sin conseguir dar inmediatez a la personalidad y al carácter excesivo de Bolívar. Mutis utiliza como artificio narrativo el diario de un polaco, un tal coronel Napierki, que ha viajado a América para ofrecer sus servicios a la causa de la libertad. El narrador se detiene en las páginas donde Napierki deja constancia de sus encuentros con Bolívar en 1830, unos meses antes de la muerte de éste. Sorprende la prosa, el estilo casi Borgeano, en el diario de un soldado polaco decimonónico. Lo ilustro:


Esperamos en una pequeña sala de muebles desiguales y destartalados, con las paredes desnudas y manchadas de humedad"51.

Bolívar se nos escurre de las manos en frases como la de esta conversación de "amistosa confianza" sostenida entre Napierki y Bolívar tras "un acceso de tos muy violento" que ha dejado exangüe al libertador:

Mientras tanto nosotros [dice Bolívar], aquí en América, nos iremos hundiendo en un caos de estériles guerras civiles, con conspiraciones sórdidas y en ellas se perderán toda la energía, toda la fe, toda la razón necesarias para aprovechar y dar sentido al esfuerzo que nos hizo libres..."52

Cuesta imaginarse un tono de proclama en una conversación privada entre amigos. Como dice Uslar Pietri: "No es sustituible la palabra de Bolívar, cuando expresa algo lo dice de una manera que no podríamos cambiar sin desmejorarlo y empobrecerlo"53.

El enfoque más original lo presenta García Márquez en El General en su laberinto donde ficcionaliza los últimos días de Bolívar, aprovechando la escasa documentación que ha quedado de su viaje postrero. No obstante, el autor confiesa haberse embarcado con esta novela en un laborioso trabajo de investigación histórica que le llevó dos largos años.54

El relato nos presenta a un Bolívar desilusionado y enfermo de tisis que, tras escapar de un intento de asesinato y renunciar a la presidencia de la República de Colombia, sale de Bogotá el 6 de mayo de 1830 rumbo a la costa atlántica con el ánimo de irse a Europa. Tras peregrinar indeciso varios meses por los pueblos costeños, llega exhausto a Santa Marta el 1 de diciembre, donde fallece el 17 del mismo mes.

Mediante un narrador omnisciente centrado en el personaje, García Márquez recorre la memoria del Libertador, un laberinto donde se mezclan recuerdos, sueños y alucinaciones. Entrelazando la historia con la ficción, nos habla de sus ideas políticas, gestas heroicas, odios profundos, amores indómitos, ilícitos —alguno rayano en la violación—, glorias palaciegas, de la tuberculosis que lo consumía y hasta de una diarrea producida por empacho voluntario de frutas tropicales, para ofrecernos un retrato atrevido de la personalidad del Libertador y de las preocupaciones y las nostalgias que aturdían su alma camino del destierro. Es, por encima de todo, un retrato del hombre inserto en su ambiente, que siente y piensa, no del que pertenece a la acción, con todo y la abundancia de flash backs al pasado. La alienación del derrotado, del que en una ocasión dijo: "Aquí no hay más autoridad que la mía" la sintetiza García Márquez con gran lucidez en el siguiente párrafo. Ocurre en el trayecto por el río Magdalena mientras el general "descansaba en la soledad de su hamaca":

La navegación era más rápida y serena, y el único percance lo ocasionó un buque de vapor del comodoro Elbers que pasó resollando en sentido contrario, y su estela puso en peligro los champanes, y volteó el de las provisiones. En la cornisa se leía el nombre con letras grandes: El Libertador. El general lo miró pensativo hasta que pasó el peligro y el buque se perdió de vista. "El Libertador", murmuró. Después, como quien pasa a la hoja siguiente, se dijo:"¡Pensar que ése soy yo!"

El Libertador de García Márquez es lábil, humano, reflexivo, sujeto a alteraciones del ánimo, sentimental —"sus añoranzas europeas eran más incisivas que sus rencores”55—, irremediablemente enamoradizo: un giro abismal en la representación del Todopoderoso general, libertador de cinco naciones. Veamos una pincelada del Bolívar de las últimas despedidas:

Se empinó para despedirse [Bolívar] del presidente interino, y éste le correspondió con un abrazo enorme, que les permitió a todos comprobar qué pequeño era el cuerpo del general, y qué desamparado e inerme se veía a la hora de los adioses (....) Delegados del gobierno, de la diplomacia y de las fuerzas militares, con el barro hasta los tobillos y las capas ensopadas por la lluvia, lo esperaban para acompañarlo en su primera jornada. Nadie sabía a ciencia cierta, sin embargo, quiénes lo acompañaban por amistad, quiénes para protegerlo, y quiénes para estar seguros de que en verdad se iba.56

Por otro lado, se perciben también los cambios sociales y la agitación política de la época, así como los primeros frutos amargos de la aún no digerida libertad. Por ejemplo, la función de José Palacios —el mayordomo mulato del Libertador— en el relato no es, como podría parecer, decorativa o circunstancial, sino que aparece ex profeso para mostrar la relación amo-siervo (o si se quiere, colonizador-colonizado), y la dificultad que entraña romper los vínculos psicológicos de la servidumbre. Que José Palacios dilapide la herencia que le deja Bolívar y muera alcoholizado y en la miseria es símbolo de la inadaptación de los individuos al nuevo orden (o desorden) surgido de la emancipación.

Para transmitir el valor de un acontecimiento se ha de asegurar una sintonía con los sentidos o la mente del receptor. García Márquez lo consigue. Sería anécdota decir que mientras leía El General…tenía el sentimiento —presuntuoso por una parte e irremediable por la otra— de parecerme a Bolívar. Deja de serlo cuando más de dos lectores —que no tienen mucho en común ni conmigo ni con el Libertador— me confiesan haber sentido lo mismo. Mérito de García Márquez, pero también de Bolívar, que presta el tema. "Cada uno de nosotros tiene su propio retrato de Simón Bolívar", dice Luís Herrera Campis. "Hay un diseño personal del Héroe con el que confrontamos cualquier ajena imagen suya. Será o no parecido en la misma medida en que se asemeje al que hemos diseñado en el espíritu a punta de cariño."57 Retórico, pero es cierto. La veneración que profesan los hispanoamericanos a sus héroes es una manera de consolidar su identidad. De ahí que el esplendor de América soñado por Bolívar todavía aliente la esperanza maltrecha de las naciones bolivarianas. No obstante, la realidad monstruosa de la Colombia58 de hoy nos hace mirar atrás con otros ojos. Buscamos una imagen diferente en la cual reflejarnos, que será, por fuerza de las circunstancias, más cercana al antihéroe que al héroe. Esa es la del Bolívar derrotado y moribundo de García Márquez que, con todo, no pierde la esperanza; la del nostálgico; el mal perdedor en la mesa de juego, pero siempre gallardo cuando se le pasa el rencor; el que en sus tiempos de gloria hacía "banquetes multitudinarios y espléndidos, e incitaba a sus invitados a comer y a beber hasta la embriaguez"59, pero también el que degusta la mazamorra60 con el mismo placer que cualquier mortal colombiano. (Al de los excesos lo recuerda el mordaz Palma y otros observadores, como el enviado de la corona inglesa, coronel John Hamilton, quien describe el boato de los recién estrenados poderosos de Bogotá frente a la indigencia de los soldados, sin caer, aparentemente, en la cuenta de semejante injusticia.)

El General… refleja el mestizaje cultural e intelectual que le niega Djelal Kadir a Bolívar. Según D. Kadir:

He is the counterexample when it comes to ideological and political yield of thoroughbred genetics.61

García Márquez lo hace bailar valses tanto como cumbias, contradecirse ostentosamente en sus ideas políticas y renegar del absolutismo de los europeos.62 En ocasión de una conversación con un francés pedante y monárquico, Bolívar le responde exasperado:

Así que no nos hagan más el favor de decirnos lo que debemos hacer. No traten de enseñarnos cómo debemos ser, no traten de que seamos iguales a ustedes, no pretendan que hagamos bien en veinte años lo que ustedes han hecho tan mal en dos mil.
¡Por favor, carajos, déjennos hacer tranquilos nuestra Edad Media!63

El léxico del General…, a diferencia del Bolívar de Mutis, está alejado de la retórica de los discursos y las proclamas. Es coloquial, caribeño, sin por eso prescindir de la corrección sintáctica. Es un mestizaje lingüístico que respeta la estructura, pero añade la expresión singularizada de lo cotidiano y lo popular. García Márquez no se limita a buscar el material con que construye a Bolívar en las gestas heroicas, las acciones públicas y las alturas sociales sino en todo el mundo sensible que lo rodea, desde el paisaje, los pueblos que visita, las casas, hasta los muebles (la bañera con aguas depurativas donde gustaba meditar, la hamaca que prefería sobre cualquier cama para dormir, reflexionar y amar). En El General…, Bolívar deja de ser el hombre que parece haber sido arrojado en América de modo casual (o por la Divina Providencia, según el presbítero Borges) para convertirse en alguien que se halla orgánicamente ligado a la tierra donde vive, cuya realidad impregna toda la atmósfera de la narración. Europa es todo lo contrario: un sueño malogrado.

Volviendo al principio y para concluir, creo haber expuesto que en la representación historiográfica y literaria de un personaje cada autor añade a su imagen sus circunstancias y experiencias como sujeto. El pasado siempre nos llega más o menos distorsionado por más esfuerzos que haya hecho el autor del hecho narrado en adoptar el papel de observador no involucrado. De Bolívar se han escrito tantas páginas como kilómetros tiene el extenso territorio que liberó. Y su figura seguirá analizándose, a buen seguro, a la luz de nuevas teorías y nuevas experiencias.


Notas

1 On the project of the Latin American Subaltern Studies

2 Cartas: Vol. I pág. 3. Lecuna: Adolescencia, págs. 552, 562

3 Masur, p. 113

4 P.107- Todas las notas de este trabajo que incluyen solamente el número de página corresponden a la selección de artículos recopilados en el libro Bolívar, editado en 1983 por la Biblioteca Ayacucho para la celebración del bicentenario del Libertador.

5 Masur, p. 573

6 Dictó más de diez mil cartas.

7 Las Memorias de O'Leary son un buen ejemplo.

8 P. 41

9 P. 332

10 El general…,p. 184

11 Ibíd., p. 82

12 Ibíd., p. 13

13 P. 432

14 G. Masur: Simón Bolívar, p. 25

15 Se dan sus excepciones, como en todo. En el ejército de Bolívar había generales de todas las razas hispanoamericanas, pero esta situación era una exigencia de la guerra; y aunque hubiera sido fruto de una ideología, el ejercicio del poder decantaría los privilegios hacia las clases educadas.

16 Hay quienes dicen que en Colombia (por hablar del caso que conozco) todo el mundo es "café con leche". Sin embargo, hay regiones como Popayán, cuna de varios presidentes y políticos, donde muchos de sus habitantes alegan con orgullo ser blancos "de pura cepa".

17 P. 432

18 P. 3

19 P. 7

20 P. 9

21 P. 14

22 De esa misma pasta están hechas personas como George Orwell, el Che Guevara y los muchos anónimos cooperantes que buscan ya en España, Angola, Nicaragua, Etiopía o Kosovo un punto de referencia en formación que les permita ayudar a edificar identidades mientras intentan definir a la vez una propia.

23 Pp. 415-429

24 Bolívar nació el 24 de Julio de 1783

25 Las cursivas son mías.

26 Bolívar utiliza la religión como instrumento de transculturización (o de civilización como se llamaba en esos tiempos) de forma consciente. Su poca fe en cuestiones religiosas es harto conocida. En 1828 había suprimido los conventos menores y dificultado la entrada de novicios a las comunidades religiosas.

27 P. 147

28 P. 335. Desgraciadamente, el maestro Valencia a pesar de que entrecomilla las palabras que copia textualmente de Bolívar, no indica las fuentes de sus citas.

29 Escritos políticos, p. 97.

30 Las cursivas son mías.

31 Escritos políticos, p. 96

32 Cartas: Vol. I, p. 225

33 Escritos políticos, p. 120

34 ¡Cuán irónico resulta el destino desde esta perspectiva! Bolívar murió en la casa de un español, en cuya hacienda los esclavos faenaban en los trapiches, indiferentes a su agonía.

35 Escritos políticos, pp. 85-86

36 Mansur, p. 222.

37 Y quizás también la legislación romana. Como señala certeramente Djelal Kadir, "Bolivar recurs time and again to his two favorite models, Rome and Great Britain, the ancient and the modern paradigms of European colonial empire par excellence.”(P. 435)

38 Así la llamó Bolívar cuando lo salvó de la muerte con decisión y valentía en uno de los varios atentados conspirativos que sufrió el Libertador. 

39 Se refiere aquí a la esposa de Bolívar, Mª Teresa Rodríguez del Toro, que murió  ocho meses después de la boda, en 1803.

40 P. 6

41 Pp. 265-278

42 Escritor peruano (1833-1918)

43 Bolívar, fundió a los godos / y, desde ese infausto día, / por un tirano que había /se hicieron tiranos todos. Tradiciones peruanas, Ediciones Cátedra, 1994, p. 607.

44 A la sazón, Bolívar era el presidente de Colombia y residía en la capital.

45 El general en su laberinto, p. 31.

46 P. 483

47 Mansur, p. 417

48 P. 68

49 Se ha de tener en cuenta que Bolívar redactó esta Constitución hacia 1819, y que conoció a Manuela Saenz en 1822.

50 Poncho. La ruana se ha definido despectivamente como “un cuadrado de paño de lana con una rajadura en la mitad por la cual asoma la cabeza de un guache”.(Guache significa hombre de pueblo o grosero. Sinónimo de patán)

51 P. 474

52 P.460

53 La palabra de Bolívar, suplemento especial del Diario El Nacional, Caracas, 24-7-1983

54 Véase el apéndice de El general en su laberinto.

55 El general en su laberinto, p. 40

56 Ibíd., pp. 42-43

57 P. 513

58 Tampoco son un dechado de prosperidad y organización las otras naciones bolivarianas.

59 P. 513

60 Sopa de maíz de granos enteros, cocidos en agua.

61The Post of Coloniality, p. 434

62 El general…, p. 127

63 Ibíd., p.130

Bibliografía
Arciniégas, Germán: Bolívar y la revolución. Planeta, Bogotá, 1984.

Beverley, John: Writing in Reverse: On the project of the Latin American Subaltern Studies Group, Dispositio, University of Michigan, 01/1994, Volumen 19, Nº 46, pp. 271 - 288.

Bolívar, Simón: Recopilación de escritos políticos 1812-1830. Alianza editorial, Madrid, 1969.

Bolívar, Simón: Cartas de Bolívar, 1799-1822. Ed. R. Blanco Fombona, Louis-Michaud, París, 1914

García Márquez, Gabriel: El General en su laberinto. La oveja negra, Bogotá, 1989

Hamilton, John Potter: Viajes por el interior de las provincias de Colombia. Ministerio de cultura, Bogotá, 1993.

Kadir, Djelal: The Posts of Coloniality. Canadian Review of Comparative Literature, 1995, Vol. 22, Nº 3, p. 431.

Liévano Aguirre, Indalecio: Bolívar. La oveja negra, Bogotá, 1987.

Masur, Gerhard: Simón Bolívar. Univ. of New Mexico, Alburquerque, 1948.

Mosquera, Tomás Cipriano de: Memorias sobre la vida del general Bolívar. Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1977.

Palma, Ricardo: Tradiciones peruanas. Ediciones Cátedra, Madrid, 1994.

Rivas Vicuña: Las guerras de Bolívar. Imprenta Nacional, Bogotá, 1934.

Trujillo, Manuel (recopilador): Bolívar. Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1983.

Uslar Pietri, Arturo: Las lanzas coloradas., Biblioteca Ayacucho, Caracas, 1979.


Creative Commons License
This work is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-ShareAlike 4.0 International License.