Delaware Review of Latin American Studies
Issues

Vol. 12 No. 1 June 30, 2011


Rastros trasatlánticos
del caso Galíndez en la narrativa del trujillato

Ana Gallego Cuiñas
Investigadora del Programa "Ramón y Cajal"
Departamento de Literatura española
Universidad de Granada, España
anag@gru.es


Resumen:
En este ensayo se analiza desde el enfoque de los estudios trasatlánticos las diferentes representaciones literarias de Jesús de Galíndez (un republicano español y miembro del PNV (Partido Nacionalista Vasco) que emigra a Santo Domingo y es asesinado por el aparato trujillista en 1956) en las novelas del trujillato. La plasmación literaria de esta víctima del dictador dominicano ha sido abordada por una pléyade de novelas dentro y fuera de las fronteras dominicanas: desde Lafourcade, Vázquez Montalbán, Viriato Sención y Matilla Rivas, donde adquiere un mayor protagonismo textual, al tratamiento oblicuo de novelas del trujillato como El escupido de Manuel del Cabral o La maravillosa vida breve de Óscar Wao de Junot Díaz. Así, este motivo literario ha adquirido mayor relevancia y repercusión literaria fuera de la isla, puesto que la trayectoria de la prolija “novela del trujillato” escrita por dominicanos ha atendido principalmente a acontecimientos ligados “con sangre” al pueblo dominicano. No obstante, esta presencia sempiterna del caso Galíndez no debería de sorprendernos, toda vez que su abordaje se llevó a cabo desde la ficción del trujillato; y es que el asesinato del vasco se convirtió en uno de los detonantes de la caída de Trujillo y en uno de los sucesos ancilares de la tiranía.

Palabras clave: novela del trujillato, novela del dictador, Galíndez, estudios trasatlánticos, literatura dominicana.

Abstract: This paper examines, from the viewpoint of transatlantic studies, different literary representations of Jesús de Galíndez in the Trujillato novel. Galíndez was a Spanish Republican and member of the PNV (Basque Nationalist Party) and was killed by Trujillo in 1956. The literary expression of this victim of the Dominican dictator has been raised by many novels in and out of the Dominican border, from Lafourcade, Vázquez Montalbán, Viriato Sención and Matilla Rivas, where Galíndez acquired a greater textual role, to its oblique treatment in the Trujillato novels, such as El escupido by Manuel del Cabral and La maravillosa vida breve de Óscar Wao by Junot Diaz. This literary topic has become more important outside the island because the Trujillato novel written by Dominicans has focused on events associated with "blood" to the Dominican people. However, the eternal presence of the Galindez case and its fictionalization come as no surprise, because his murder became one of the triggers for the fall of Trujillo and one of the most important events of the dictatorship.

Keywords: Trujillato novel, Dictator novel, Galíndez, Transatlantic Studies, Dominican literature

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[Trujillo] era nuestro Sauron, nuestro Arawn,
nuestro propio Darkseid, nuestro dictador para siempre,
un personaje tan extraño, tan estrafalario, tan perverso,
tan terrible que ni siquiera un escritor de ciencia ficción
habría podido inventarlo
Junot Díaz.

Junot Díaz con la publicación de La maravillosa vida breve de Óscar Wao no sólo gana el Premio Pulitzer sino que despierta el interés anglosajón por la literatura dominicana y por el período histórico del trujillato, la dictadura sanguinaria y cruenta que desde 1930 a 1961 capitaneó Rafael Leonidas Trujillo, el tirano “sobrenatural”: uno de los mayores perpetuadores del “fukú” dominicano. Pero ya antes Mario Vargas Llosa con La Fiesta del Chivo había conseguido despertar la atención internacional por el tratamiento histórico y literario del trujillato en el ámbito hispánico. Desde entonces, los estudios sobre la tiranía de Trujillo no han dejado de sucederse, abriendo una nueva vía para consignar la preocupación típicamente postmoderna por el cariz de las relaciones entre verdad y representación histórica, realidad y ficción. A esto hay que sumar la atracción de la narrativa dominicana por las prácticas de la memoria y la recuperación del pasado trujillista, que ha devenido en un aluvión de producciones literarias que lo abordan de una u otra manera. Así, podemos afirmar que la narrativa del trujillato, la tematización literaria de la Era de Trujillo, está de moda y que la mayoría de sus sucesos, peculiaridades y tramas han sido analizados a un lado y otro del Atlántico. Pero no todos: el “caso Galíndez” sigue siendo una gran incógnita y aún no se han rastreado en profundidad los diferentes usos narrativos de que ha sido objeto. La finalidad de este ensayo es, por tanto, cubrir este vacío crítico y atender a la presencia de la historia de Galíndez en las ficciones del trujillato. Me valdré para ello del enfoque teórico que plantean los estudios transatlánticos de literatura, puesto que uno de sus principales focos de reflexión es el mapa de traslaciones, exilios y migraciones que se ha desplegado en la pasada centuria en las dos orillas atlánticas, esto es: las rutas de viajes y viajeros que han venido a resemantizar las conexiones entre las distintas culturas del mundo hispánico. En este sentido, la figura de Jesús de Galíndez es especialmente provechosa, puesto que era un republicano español, miembro del PNV (Partido Nacionalista Vasco), que se exilia tras la Guerra Civil, en 1939, a Santo Domingo donde residió y desempeñó diferentes oficios como profesor de derecho, escritor y periodista. Seis años más tarde habría de volver a emigrar a Nueva York para dar clases de sociología política en la Universidad de Columbia. Allí, en 1956, será secuestrado por esbirros trujillistas y trasladado a la República Dominicana para ser torturado y asesinado por haber osado redactar una tesis doctoral que desvelaba los truculentos mecanismos despóticos y homicidas de la férula de Trujillo. Las características novelescas de este suceso lo han convertido en carne de ficción a ambos lados del Atlántico. No obstante, no deja de sorprender que este personaje, ineluctablemente mitificado, no haya tenido mayor resonancia entre las plumas españolas -salvo en Vázquez Montalbán-, puesto que el exilio republicano se ha narrado en una miríada de novelas. Quizás esto se deba a la controversia que suscitó su colaboración con el F.B.I  y con la C.I.A, o al ostracismo al que lo condenó el gobierno franquista porque, tal y como apunta José Manuel Camacho, había estado haciendo gestiones para impedir que la España de Franco ingresara en la ONU y derrocar el régimen franquista (96). En cambio, la plasmación literaria de esta víctima de la retórica trujillista ha sido proyectada en buena parte de las novelas del trujillato. La razón es obvia: el asesinato del vasco se convirtió en uno de los detonantes de la caída de Trujillo y en uno de los sucesos ancilares de la tiranía.

Para acometer la tarea de calibración de la dimensión y presencia de Galíndez como motivo literario en el discurso del trujillato es necesario precisar algunas características del mismo en aras de delinear el marco en el que se inserta cada uno de los textos que se van a tratar, dado el carácter proteico de la nómina manejada. Por tanto, considero forzoso esbozar someramente algunas de las directrices estéticas y temáticas del fenómeno literario del trujillato para apercibir la evolución interna y los cambios que se producen en el lugar que ocupa la representación de Galíndez en estas letras. Lo primero que hay que tener presente es que este tipo de novela no sólo aparece en los años de la tiranía, sino que continuó fraguándose hasta hoy día aunque, como cabría esperar, Galíndez no asomará en las obras dominicanas que se publican en el transcurso del trujillato, ya que éstas en su inmensa mayoría -a excepción de Cementerio sin cruces de Andrés Requena-, reproducen la ideología trujillista de apoyo y perpetuación de la dictadura.

La presencia literaria de Galíndez y del exilio republicano español durante el trujillato
En los años que llevo dedicándome al estudio del trujillato (véase Gallego Cuiñas) tan sólo he encontrado un texto, además de la tesis doctoral de Galíndez, que desde la perspectiva del exilio republicano diera cuenta de la situación de los españoles en la isla quisqueyana durante los años de la soberanía trujillista. Junto con el vasco, emigraron a Santo Domingo escritores e intelectuales españoles de la talla de León Felipe, Almoina, Vicente Llorens o Riera Llorca. Ninguno de ellos dejó testimonio alguno de su paso por Quisqueya a excepción de este último, que publicó en catalán en 1946 una novelita desconocida Los tres salen por el Ozama, que fue traducida al español por el Fondo de Cultura Dominicana en 1989. A pesar de haber vivido en primera persona la dictadura trujillista, Riera Llorca no deja huella impresa de la brutalidad del régimen, prueba de que la represión y el miedo sobrepasaban los contornos insulares, toda vez que vendría a explicar el enmudecimiento del resto de exiliados españoles al respecto. Llorca atiende, sin embargo, a la difícil situación a la que se enfrentaron los miles de “refugiados” españoles que desconocían el ambiente despótico imperante en el país, razón por la cual la mayoría no permaneció mucho tiempo en la isla. Galíndez igualmente retrata este hecho en uno de sus estudios sobre la realidad dominicana de la época, y cuenta cómo los españoles, “disfrazados de agricultores”, llegaron a desempeñar profesiones muy disímiles para sobrevivir: “desde generales regulares del ejército y catedráticos universitarios hasta mecánicos y pescadores” (1955: 37). Y esto mismo se refleja a lo largo del texto de Riera Llorca que, aunque no rezuma calidad literaria, es la única prueba documental de las vivencias de los exiliados españoles en tiempos de Trujillo:

El pueblo dominicano no sabe qué podrán hacer aquí tantos extranjeros; ignora las posibilidades como las ignoran los mismos refugiados. Estos, mal informados, esperan normalizar aquí sus vidas, pero no saben en qué condiciones. Los dominicanos creen que llegan con dinero y que crearán nuevas industrias y habrá más trabajo; pero la creencia es vaga y no despierta mucho interés. La verdad es que casi todos los refugiados llegan sin dinero y sin más bienes que la ropa que llevan puesta. A la mayoría les ha pagado el pasaje un servicio de ayuda a los exiliados y se dice que este servicio ha pagado al gobierno dominicano cincuenta dólares por cada visado (20-21).

Cuando los republicanos aterrizaban en Santo Domingo, el gobierno dominicano les entregaba unos cuantos dólares para instalarse y comprar lo necesario para sobrevivir. No hay que olvidar que a Trujillo le interesaba esta avalancha española para “blanquear” su pueblo, y, porque pensaba que se convertirían en una buena mano de obra para el país. Pero el verdadero problema llegó cuando el régimen intentó trasladarlos a las colonias para que trabajaran de agricultores, tal y como indica Galíndez: “Se coacciona a muchos de los refugiados para que vayan a trabajar en las colonias agrícolas que acaban de crearse. El gobierno dominicano ofrece tierras vírgenes y machetes para cortar árboles y arbustos” (1955: 28). El narrador expone que en estas zonas se veían incapacitados para trabajar debido a la dureza del clima tropical y a la falta de “condiciones de higiene necesarias”; además, “Algunos caen enfermos y deben ser trasladados al hospital más próximo” (1955: 29), por lo que aquellos que se habían quedado en la ciudad se negaban a ir al campo. Inmediatamente los refugiados reconocen que la isla se ha convertido en una trampa mortal para ellos, y, como hizo Galíndez, procurarán salir lo antes posible. A esto hay que añadir que muchos de los exiliados eran “intelectuales y políticos profesionales” que militaban en las filas de la izquierda, por lo que además comenzaron a tener enfrentamientos ideológicos con el dictador y su gobierno despótico. Todos estos avatares se recogen en el libro citado de Riera Llorca, que aunque desatendido por la crítica, tiene un valor testimonial incalculable para comprender, desde una dimensión trasatlántica, el escenario del exilio español durante el trujillato.

Pocos fueron los que se atrevieron, como Galíndez, a desafiar a Trujillo y sus correligionarios homicidas mientras vivía. Lo hizo también, aunque de forma velada, un chileno, Enrique Lafourcade, que en 1959 sacó a luz La fiesta del rey Acab. Esta novela se centra en la figura execrable del dictador, el cual es descrito como una pléyade dantesca de veleidades, ignominias, violencia y criminalidad. Paralelamente, en la obra se narra la gestación ficticia de un grupo disidente y la planificación de un atentado que acabaría con la vida del tirano en el día de su cumpleaños. Los efectos ponzoñosos y los embates que sufre el pueblo son relegados a un segundo plano, en pos de la radiografía de la psique del “Benefactor de la Patria”. El dictador sincrético de Lafourcade posee concomitancias más que manifiestas con Trujillo, aunque se encargue de desechar, obviamente, cualquier analogía en unas palabras preliminares a la novela aduciendo que es “una obra de mera ficción” y que el dictador Carrillo -claro parónimo de Trujillo- que en ella aparece es “imaginario”.

Lo interesante y sorprendente de esta narración, dada la cercanía en el tiempo, es que tiene como uno de sus principales ejes temáticos el secuestro de Galíndez, del “profesorcillo” como lo llama Carrillo. El interrogante se precipita: ¿cómo aparece “El vasco” y qué se cuenta de él en su primera representación literaria?:

Jesús, el vasco. Lo habían capturado. Los cochinos lo habían cogido... Era un buen muchacho Jesús. Fino hombre, melancólico, secreto como todos los vascos. ¿Qué podrían hacerle? El Dispensador lo despedazaría. Lo odiaba. Se acordó cuando lo obligaron a poner su diario a disposición de los esbirros de César Alejandro, para hacer una campaña sistemática contra Jesús, cuando escapó a Estados Unidos. Pagaron artículos en publicaciones del continente. Ladrón, homosexual, comunista, todas las calificaciones de rigor  (116).

Galíndez encarna una de las mayores preocupaciones del dictador.  Josafat -su sicarios y consejero en la novela- le aconseja dejarlo en paz: no convenía tener problemas con él porque Galíndez “Tiene vinculaciones en Nueva York. La colonia vasca es muy unida. La prensa hará un escándalo. Lo que interesa en Estados Unidos son los raptos... ¿Para qué exponernos?” (29). Pero Carrillo no atiende a razones y se mueve por la venganza: “¡Oh, éste me las pagará lentamente! Poco a poco...” (28). Esta es la motivación en la ficción del secuestro de Galíndez, pero no se detallan los hechos, sino que se centra exclusivamente en su llegada a Santo Domingo y la tortura posterior. También se presta atención al apresamiento y muerte de Tonio, que vendría a ser el aviador -Murphy- que transportó a Galíndez desde Nueva York a Santo Domingo.

“El profesor” es invocado en la obra a través de uno de los conjurados que intenta terminar con la vida de Carrillo, lo que, sin duda, no es casualidad, sino causalidad (Galíndez fue uno de los escasos valientes que le plantó cara a Trujillo):

Conoció a Jesús al llegar éste de España, con los refugiados [...] Sus charlas produjeron cierta alarma. Hablaba de la libertad, de los derechos del hombre. Luego escribió aquellos artículos que le publicaron en Cuba y en México. Carrillo intervino la Universidad. Obligó a Jesús a entregar copias mecanografiadas de sus clases para su aprobación previa. Todo comenzó a derrumbarse [...] Jesús tuvo veinticuatro horas para abandonar la isla. Se fue a Estados Unidos, a la Universidad de Columbia (118).

Carrillo desea que Galíndez pague por su atrevimiento, y le pide consejo a su mujer sobre el método de aniquilamiento que ha de usar: uno que no deje huella y sea singularmente doloroso. Y así, opta por arrojar al traidor vasco a la caldera de un buque. Las versiones sobre la suerte que en realidad corrió Galíndez son innumerables y ésta de Lafourcade era una de las hipótesis que cobró más fuerza a finales de los cincuenta. Entonces llega el momento cumbre, el ansiado cara a cara. Carrillo confiesa que teme “los ojos de su víctima” (227), y es que Galíndez es descrito -y esto será una constante en todas las novelas que he analizado en este ensayo- como un hombre aguerrido, seguro de sí mismo, valiente y sereno. Lo impactante es que a tan sólo tres años de su desaparición haya adquirido tanta admiración y fama, rodeado ya del aura mitificadora que hasta hoy día conserva: “Entre el ruido del vapor de la caldera y el crepitar del carbón ardiendo adentro, llegaba el rumor de la boca entreabierta, sonriente, del vasco” (228). Los edecanes del “Jefe” le levantan la cabeza para que antes de morir, lo último que vea sea el rostro de Carrillo y forzarlo así a que le pida perdón. Pero Galíndez sonríe y reza sin regalarle siquiera una mirada. Carrillo, transido de furia, dice odiar a Galíndez “por su valor, por no haberse humillado” en los instantes de la muerte:

¡Era valiente ese diablo! Ahora, a esa distancia cuando sólo quedaba un humo celeste perdido en el océano, Carrillo reconocía el valor de ese hombre. Digno enemigo. Se le opuso y lo aplastó. ¿Por qué tenía que atravesarse en su camino? Nadie podía enfrentarlo impunemente. Y ese tono para hablar... Ese desdén... Esa perfección (310).

La ficcionalización del caso Galíndez tras la muerte de Trujillo
Hasta la desaparición de Rafael Leonidas Trujillo, Galíndez no devendrá motivo literario en las novelas producidas dentro de las fronteras dominicanas. Ahora bien, a partir de este momento el conjunto narrativo del trujillato exhibirá paulatinamente una notable inclinación por el tratamiento de dicho tema, que despliega una pluralidad de versiones y perspectivas muy interesantes para la crítica. Una vez decapitada la satrapía, en la década de los sesenta y setenta, el trujillato no adquirirá el protagonismo textual estimado, debido a la presencia en el entarimado político del poliédrico Balaguer -adalid del neotrujillismo- y al peso de los acontecimientos de la revolución del 65. No obstante, en El escupido (1970), que Manuel del Cabral publicó en una editorial bonaerense, resurge el personaje Galíndez. En la novela la dictadura es tratada tangencialmente, pero en esta nimia porción hay espacio para el asunto que nos ocupa -lo que demuestra la atracción “fatal” que Galíndez ejerce en la ficción- y se recrea una diálogo entre Trujillo (que raramente aflora como personaje en la literatura de esta veintena) y Galíndez, en el que el monstruo inmisericorde le pregunta por su última voluntad al vasco. Galíndez dice: “mi último deseo es escupirle la cara al Presidente”, de ahí el título de la obra. “El escupido”, en ese momento, arranca varias páginas de la tesis doctoral del exiliado español y “con sus propias manos el tirano iba embutiéndole hoja por hoja hasta llegar al límite, hasta dejarlo encinta de su propia obra, y para despedirse, le descarga en el viento cuatro tiros” (229). A pesar de esto, Galíndez alcanzó a lanzarle un escupitajo al uniforme. De nuevo se nos ofrece otra versión de la muerte del vasco, lo que evidencia su sempiterna presencia inextricable, muy suculenta para la literatura, que se empecina en desvelarlo fijándolo en la ficción.

En el decenio de los ochenta, sin embargo, la mayor parte de la nómina de autores dominicanos silencia el episodio del profesor vasco. No deja de asombrar esta falta de atención en un momento en que Galíndez, sobre todo en España, empieza a tener una repercusión internacional y además Balaguer ha desaparecido de la escena política dominicana. Más aún si tenemos en consideración que en esta etapa de la trayectoria del fenómeno literario del trujillato, salen a la luz novelas de ascendencia trujillista -precisamente por la pérdida de poder de Balaguer- en las que Trujillo tiene voz propia y hace una evaluación de sus años de mandato mefistofélico. Por ejemplo, en Medalaganario de Gimbernard o en La noche que Trujillo volvió de Aliro Paulino hijo, asistimos a paseo por los vericuetos de la dictadura -la masacre de haitianos, el asesinato de las Mirabal, el incidente con Betancourt-, pero no se recala en el nefasto crimen de Galíndez que precipitó el hundimiento del tirano. O quizás precisamente por eso el tema es orillado. Tan sólo lo hará Bernardo Vega en Domini Canes (1989), aunque pasa de puntillas, cuando enfrenta en un diálogo ficticio a los dos feroces dictadores que han sojuzgado al pueblo dominicano: Trujillo y Lilís. Vega hace que Rafael Leonidas exponga la siguiente reflexión: los intelectuales escribieron mejor durante su gobierno que después, verbigracia Freddy Prestol Castillo, Spencer, Pedro Mir o Juan Bosch que cayeron en desgracia por ser “desafectos” o “indiferentes” y ese “sufrimiento fue precisamente lo que los inspiró” (58), y en este rubro entraría el vasco, aunque no llegó a tener un “después”. Por otro lado, reconoce que también le hicieron mucho daño los dominicanos en el exilio con la propaganda antitrujillista, sobre todo Requena y Galíndez,  que “escribieron más inconveniencias de la cuenta” (61). Esta idea también aparece en La noche de Trujillo. Relato de un magnicidio (1980) del español Emilio de la Cruz Hermosilla, claramente trujillista. En esta novela, se hace hincapié en que Galíndez cuando llegó a la isla como refugiado escribió palabras de agradecimiento y de encomio a la República Dominicana por el trato recibido, y luego -incomprensiblemente- atacó a Trujillo con ferocidad. El lector así tendría que inferir que la muerte del vasco era bien merecida por haber sido tan “desagradecido”. Hermosilla, como ya suponemos, es un defensor acérrimo de la retórica trujillista por lo que no mancha las manos de “El jefe” y sostiene que éste ordenó a otros que le dieran muerte. Además, se encarga de aclarar que a Trujillo únicamente le afectó la redacción de la tesis doctoral de Galíndez por los improperios dedicados a su madre: “Le había perdonado la ofensa personal, la crítica despiadada e incluso injusta a sus sistema político, pero nunca la injuria a aquella anciana a la que idolatraba” (30). Es decir, lo que pretende el autor es que el lector “entienda” que Trujillo manda matar a Galíndez no por egotismo o falta de capacidad autocrítica, sino por una cuestión de sangre.

Por último, atenderé a la extensa producción del discurso del trujillato en los noventa, donde asistimos a una masiva apropiación fagocitadora del material trujillista que habría de convertirlo en una “moda literaria” auspiciada, a mi juicio, por su interés internacional y por el rescate de la memoria dominicana. En estos años sí se alude más profusamente al siniestro fin del vasco, y la explicación podría alojarse en las afamadas páginas de Galíndez que Vázquez Montalbán publicó con éxito en 1990. Así, en la urdimbre de delaciones, abusos, torturas y crímenes que tejen en este período las novelas del trujillato en una lado y otro del Atlántico, los episodios históricos de las hermanas Mirabal y del vasco ostentan un lugar privilegiado, puesto que son considerados dos de los errores más sonados de la política trujillista, que se precipitó al vacío después de la consecución de dichos asesinatos. Y es que lo que interesa ahora - en términos narrativos- de la tiranía es su final, junto con la incursión en las sirtes de la conciencia del dictador, que empieza a ser humanizado sin temor alguno. En esta línea se ubica, por ejemplo, Náufragos del odio (1997) de Frank J. Piñeyro, en la que no se explicitan las causas que llevaron a la muerte a Galíndez ni cómo se produjo ésta sino que la narración se centra en las pésimas consecuencias que le sobrevienen a Trujillo después de su desaparición. Se enfoca el caso desde la consabida “fatalidad” que desencadenó este hecho para el “Padre de la Patria Nueva”: el exilio dominicano y el FBI lo señalaron como culpable y los servicios norteamericanos llevaron a cabo una investigación a fondo -encabezada por el senador Porter- cuando desapareció el piloto estadounidense “Murphy”, piloto de la CDA, residente en la República Dominicana. Incluso se incluye en la novela el informe que redacta el FBI, en el que se mencionan los nombres de algunos involucrados en el crimen como Félix W. Bernardino y Arturo R. Espaillat. Trujillo, desesperado, resuelve acusar a Octavio de la Maza de haber matado a Murphy para librarse del asedio estadounidense. Casualmente, más tarde Octavio aparecerá ahorcado en su celda:

Los agentes del FBI consiguieron permiso para examinar la celda y rápidamente observaron que la cañería de la ducha donde el “suicida” amarró la soga, estaba a una distancia tan corta del piso, que sería imposible para un hombre colgarse de ella hasta la muerte (139).

La farsa se destapa cuando estos investigadores norteamericanos piden al Procurador la nota de suicidio que dejó de la Maza: descubren que ésta es diferente a la que entregaron a la embajada el día de su muerte. Toda esta cascada de incidentes desafortunados para el trujillismo hace que se deterioren aún más las relaciones internacionales del régimen (Camacho 97). Irremediablemente, la muerte de Galíndez constituyó el peor momento de la Era Trujillo, después de la matanza haitiana. En Retrato de dinosaurios en la Era de Trujillo (1997), en cambio, Diógenes Valdéz se acerca a este asunto pasándolo por el tamiz de los ojos del propio dictador. Trujillo piensa que el homicidio es “bien merecido por ingrato” (248), de nuevo la misma versión de las novelas de los ochenta, puesto que escribió una tesis plagada de “mentiras e iniquidades” donde su persona salía muy mal parada y se le atribuían auténticas barbaridades,  “atrocidades” y “crímenes” inmerecidamente. Trujillo enuncia:

Y hasta una historia han inventado con relación a la mentada desaparición, y claro, me lo endosan a mí –se lamenta Trujillo-, diciendo que lo obligué a comerse el condenado libro, y que le di muerte sumergiendo su cuerpo pulgada por pulgada dentro de una tina de agua hirviendo, y que para que no quedara ningún rastro, ordené tirar su cuerpo al mar para que fuera pasto de los tiburones (248).

Observamos también que la hipótesis de que el sátrapa caribeño forzó a Galíndez a engullir su propia obra (recordemos El escupido) es de nuevo secundada, aunque ésta es la primera vez que se sostiene que, tras haber vertido su cuerpo en agua hirviendo, fue arrojado a los tiburones, práctica común del régimen y el final más probable del vasco; aunque son múltiples las versiones que sobre su muerte se prodigan en la ficción. Viriato Sención en el cuento “Los restos de Galíndez” de 1994 narra la historia de un abogado que, azarosamente, ve en marzo de 1956 a unos soldados en la carrera enterrando el cuerpo del republicano. En 1961, cuando los conjurados habían dado muerte a Trujillo, el abogado se atreve a contar lo que presenció y, con el narrador, va a exhumar el cadáver del vasco:

voy cogiendo con mis propias manos esos símbolos sagrados y los voy metiendo en la pequeña urna que he traído conmigo, con sumo cuidado, hasta que estoy seguro de que en el hoyo no ha quedado abandonada ni una uña de Jesús de Galíndez; y hago así y me encaramo en un promontorio, levanto la urna, como cura oficiando con el copón bendito, y me dirijo a la multitud que levanta sus ojos, atenta sólo a las reliquias que se alzan en mis manos, y mi discurso es una hosanna y todos somos felices aun en nuestra hambre, en nuestras carencias de ropa, de techo de salud; porque nos estamos alimentando de sueños, de la redención de la patria, del amor y de la fe… (100)

Esos instantes de esperanza duran poco, y pronto el protagonista es advertido “Ten cuidado, no hagan mucha bulla con el asunto de Galíndez, que Balaguer, el mayor encubridor del crimen, está en el poder” (101). Y en este punto de la historia, que acaba con el requerimiento y confiscación por parte del gobierno de los restos del vasco, “el símbolo” del pueblo dominicano, Sención introduce una nota a pie que remite a una página de la célebre novela de Vázquez Montalbán, que de esta forma se convierte en el referente fidedigno -verdadero- de todo lo relacionado con el republicano.  

Y es que, sin lugar a dudas, la representación literaria de Galíndez se ha cristalizado con mayor prolijidad “fuera” de la isla, puesto que la trayectoria de la fecunda “novela del trujillato” en la República Dominicana ha reparado básicamente en los últimos acontecimientos de la tiranía ligados “con sangre” al pueblo, esto es, más en las hermanas Mirabal que en el español. Las obras escritas “desde fuera” ponen en marcha un proceso centrífugo de desmitificación que contrasta con el movimiento centrípeto de las escritas “desde dentro”. En lo que se refiere a Galíndez, este mecanismo es especialmente interesante: por la dedicación exclusiva al tema, algo inusitado hasta el momento, y por la pormenorizada reconstrucción histórica que realizan desde la ficción textos como el de Vázquez Montalbán o el del puertorriqueño Alfredo Matilla Rivas en El españolito y el espía (1999), que se sitúan en los paradigmas de la nueva novela histórica. Me explico: estas narraciones ofrecen una visión distinta -no tan preconizada- del personaje, destacando desde el punto de vista del policial su papel de agente doble, su excentricidad y su personalidad enigmática y hermética. No importa tanto cómo muere, aunque este momento sigue teniendo gran relevancia- sino quién es, qué representa y qué consecuencias tiene su desaparición a nivel internacional. En El españolito y el espía encontramos las siguientes apreciaciones:

Edgar Hoover está muy satisfecho con los informes que rinde el agente “Rojas”. Es por eso, y por su actitud paternalista, que hoy el Director está harto preocupado por Galíndez, uno de sus agentes más competentes [...] Sin que Hoover lo sepa, Galíndez recibe también dinero de la CIA como parte del proyecto ambicioso de esta agencia con respecto a España (57).

Tanto en esta obra como en el Galíndez de Vázquez Montalbán se hace manifiesta su relación “ambigua” con el contingente de exiliados españoles, asunto sumamente importante para el abordaje transatlántico de este fenómeno, que revela la apertura y riqueza de lecturas que proporciona el enfoque de este tema “desde fuera”, y que sin duda habría de merecer una mayor atención que la sólo apuntada en este estudio. Así, leemos en Montalbán:

Tienes desaliento y frío, como resaca de la acalorada vehemencia de la carta, pero también una furia resuelta, una furia de ofrenda en el altar que has construido en tu corazón a Jesús Galíndez. No le dejarás solo en su pozo sin fondo y compruebas que cada vez te duelen más los comentarios despectivos que recoges al paso de tu peregrinación por las madrigueras de los exiliados que volvieron y le conocieron (79).

Junot Díaz también aportará su granito de arena a la causa literaria de Galíndez en su maravilloso relato de la vida breve de Óscar Wao. Y lo hará a través de una de esas extensas notas a pie de página que bordean y complementan la ficción poniendo en antecedentes trujillistas al lector norteamericano. La escena es la siguiente: Belicia Cabral, la madre de Óscar Wao, vive su adolescencia en los últimos años del trujillato y es testigo de cómo uno de sus compañeros de clase, Mauricio Ledesme, tuvo que abandonar precipitadamente el país junto con su familia por haber escrito un ensayo que rezaba así: “Quisiera ver a nuestro país ser una democracia como Estados Unidos. Deseo que ya no haya más dictadores. También creo que fue Trujillo quien mató a Galíndez” (106). La cita cristaliza el clima de desinformación, falta de libertad y terror que se respiraba en esos momentos en la República Dominicana, toda vez que ilustra el interés que suscitaba Galíndez. Díaz, en la nota a pie que da entrada al episodio del vasco, lo describe como “un izquierdista feroz” que “a pesar de los peligros, trabajaba valerosamente en su disertación sobre Trujillo” (106). Y más tarde se centra en su muerte -da una versión cercana a la que ya vimos a propósito de la novela de Diógenes Valdez- y en el revuelo que produjo en Estados Unidos, aunque no especifica que la reacción norteamericana se debió a la desaparición de Murphy ni que este incidente devino el principio del fin de la Era:

Cuando el jefe se enteró de la tesis, primero intentó comprarlo pero, cuando eso falló, envió a su Nazgul principal (el sepulcral Félix Bernardino) a Nueva York y, en cuestión de días, Galíndez se vio amordazado, empaquetado y arrastrado a La Capital. Cuenta la leyenda que, cuando despertó de su siesta de cloroformo, se encontró desnudo, colgado de los pies sobre una caldera de aceite hirviente, El jefe parado al lado con un ejemplar de la tesis ofensiva. (¡Y ustedes pensaban que la defensa de su tesis estuvo difícil!) ¿A quién coñazo se le hubiera ocurrido algo tan fokin horroroso? Supongo que El Jefe quería celebrar una pequeña tertulia con ese pobre condenado nerd. ¡Y qué tertulia esa, Dios mío! En fin, la desaparición de Galíndez provocó un alboroto en Estados Unidos, con todos los dedos señalando a Trujillo, pero por supuesto él juró su inocencia, y a eso era exactamente a lo que se refería Mauricio (106-107).

No cabe otra lectura: a Trujillo le hirió la palabra impresa -la aguerrida tesis de Galíndez-, hasta el punto que la tinta pudo más que otros conatos de derrocar al tirano: “la letra con sangre entra”. De tal manera que no es baladí que estas novelas escriban la presencia de Trujillo, manuscrito en mano, en las últimas horas del español, lo que habría de simbolizar una nueva muerte por la letra del déspota y una suerte de venganza de Galíndez, el escritor que demostró la tremenda fuerza, el peligro mayúsculo y el valor mortal de la ficción.

A modo de conclusión se puede sostener que, después de haber rastreado las diferentes versiones y perspectivas del caso Galíndez en la ficción, la historia de su muerte es una apoyatura decisiva en la representación literaria del trujillato. Ahora bien, en las ficciones escritas “desde dentro” de la isla se ha abordado el tema de un modo oblicuo, bien porque este crimen no haya calado tanto en el imaginario quisqueyano por tratarse de un emigrante español; bien por la implicación de Estados Unidos en el incidente, que vendría a mitigar la imagen descarnada de Trujillo que proyectan la mayoría de estas obras. O bien porque no fueron conscientes de este puntal temático, tal y como reconoce José Israel Cuello, intelectual y editor que ayudó a Vázquez Montalbán en sus investigaciones, en una entrevista personal: “no vacilé en enviarle una copia del archivo de Galíndez que había acumulado al paso de los años y que había entregado a otros autores dominicanos, a los cuales el tema nunca les sedujo”. De hecho, aunque esta obra de Montalbán sacó a la palestra internacional el misterio del caso Galíndez, tuvo en la República Dominicana una acogida aséptica: las exiguas referencias y reseñas que se publicaron fueron meramente descriptivas, y a pesar de que la editora que puso en circulación el libro anunció que en la obra se revelaban nombres de reputadas figuras dominicanas vinculadas de alguna manera y en distintos grados a esos hechos nunca esclarecidos, no tuvo demasiada resonancia. Esto puede deberse a los motivos expuestos o también a que se puso a la venta -en 1990- días antes de la reelección de Balaguer, el cual sale bastante mal parado en la obra y pudo haber desplegado un mecanismo de silenciamiento de la misma. En una conversación que mantuve con José Israel Cuello, éste comentó que Balaguer no se pronunció públicamente sobre la novela pero sí lo hizo políticamente, ya que en un mismo decreto promocionó hacia cargos más elevados a dos de los participantes en el asesinato de Galíndez, lo que demuestra que el libro no pasó desapercibido para el gran sucesor de Trujillo en el gobierno.

Sea como fuere, por el contrario, la mirada libre de ataduras y prejuicios de los escritores de “fuera”, alejada del trauma literario e histórico que supuso el trujillato para los dominicanos, es la que ha sido capaz de valorar la dimensión real de este episodio y su indiscutible contribución al proceso que habría de descomponer el cuerpo putrefacto del aparato trujillista y la lógica que lo ponía en funcionamiento. Estos enfoques han servido para enriquecer el discurso literario del trujillato y abrir una veda dialógica en el binomio transatlántico dentro/fuera, ya que Galíndez y el resto de exiliados republicanos, como afirma el puertorriqueño Matilla Rivas, componen un “grupo representativo de una época importante de la historia europea, a la vez que testigos de excepción del desarrollo histórico, político y social del Caribe Hispánico en los últimos cincuenta años” (19). Este grupo, en mi opinión, ha sido injustamente soslayado tanto por la crítica literaria dominicana como por la española, que no han prestado suficiente atención a ciertos episodios que continúan sin ser resueltos pero cuya ficcionalización, como ha probado este rastreo de la presencia del caso Galíndez en las narrativas de ambas orillas del Atlántico, ha ajustado las cuentas trujillistas, y franquistas, que la realidad no logró saldar.

 

Bibliografía

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Last updated June 30, 2011