Dr. Felipe de Alba 
Dept. of Urban Studies and Planning 
Massachusetts Institute of technology 
dealbamf@mit.edu | 
                                          Luzma Nava  
                                            Institute québécois d'hautes études internationales
 
Université Laval, Québec 
luzma.nava@gmail.com
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									  Resumen 
                                      El análisis de la gestión neoliberal del agua en  países desarrollados permite una relación de contraste con casos de gestión del servicio de agua en países  del Sur. La modernización del Estado latinoamericano en la gestión de los  recursos hídricos parece haberse fundado siguiendo un ejemplo externo sin considerar las características locales de una sociedad en movimiento. Se  concluye que un Estado neoliberal moderno es incompatible con la gestión  de los servicios públicos de agua dadas las revueltas sociales que produjo.  Dichos grupos sociales que protestan usufructúan las coyunturas para establecer  nuevos esquemas decisionales de gestión estratégica. 
                                       
                                       
                                      Abstract 
                                      Water  Governance: The rupture of  the axis 'welfare State’ towards a 'decentralized State’ 
						              The analysis of the water neoliberal management in  developed countries allows a relation of contrast with some cases of water  management in countries of the South. The modernization of the Latin American  State in the hydric resources management seems to have followed an external example without considering the  local characteristics of a society in movement. We conclude that a modern neoliberal State is incompatible  with the management of the water public services given the social revolts  occasioned. The social groups that protest take advantage of the conjunctures  to establish new decisional schemes of water strategic management. 
								       
									  
									    
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                                            | *Este articulo forma  parte de una extensa investigación sobre la governance del agua en América del Norte, principalmente en materia de contradicciones en  la aplicación de políticas públicas, los vínculos de los conflictos por el agua  con la pobreza urbana y las prácticas informales como la ‘separación’ del mundo  institucional. Dicho proyecto recibe financiamiento del Social Sciences and Humanities Research Council of Canada (SSHRC/CRSH), del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnologîa (Conacyt) de México,  así como del Instituto Hydro-Quebec. Sin embargo, las opiniones vertidas aquí  son responsabilidad exclusiva de los autores. | 
                                           
                                         
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							          Introducción 
							          En la década de los años 1980 era evidente que el Estado  contemporáneo modificaría radicalmente los modos de gestión de los asuntos  públicos. La instauración de nuevos mecanismos de gestión parece ser el resultado  de una tendencia de ‘desincorporación’ de monopolios públicos y, en  consecuencia, de una disminución de los gastos públicos en el rubro social. Los  Estados incluyeron al sector privado en la gestión de los servicios  públicos, principalmente para responder a los retos impuestos por la  liberalización de las economías, al aumento de las demandas sociales de  servicios, yal desarrollo de la tecnología, así como a la preocupación por el  medio ambiente (BIT, 2003). 
							             
  En este período se identificó un discurso que definía los ‘modos  de gestión’ de los servicios públicos básicos, considerándolos estratégicos tanto  para las actividades económicas como para el ejercicio eficaz de las  responsabilidades públicas (Auby, 1995, pp. 5; Chevallier, 2002, pp. 182-183;  Brunelle y Harvey, 2005, pp. 104). En este artículo, analizaremos teóricamente este  discurso y su significado, el cual es entendido como un proceso progresivo de  adhesión a principios políticos y económicos cuyo origen se identifica en las  organizaciones internacionales, lo que deriva en la instauración de estructuras  normativas de gestión pública. 
   
  También mostraremos cómo, en una ola de reformas  estructurales, el análisis de los supuestos ideológicos (y por tanto,  normativos) de dicho discurso permite entender la inserción de los Estados en  las dinámicas vehiculadas por la liberalización de los mercados. Uno de los principios  que motivó a los Estados a emprender nuevos mecanismos de gestión es lucha por  la disminución de los gastos del Estado a través del saneamiento de las  finanzas públicas y el debilitamiento de la burocracia gubernamental (Barlow y  Clarke, 2002; Carreu, 2005; De Luca, 1998; Brunelle, Harvey y Bédard,  2005; Hibou, 1998; Noiseux, 2005; Smets, 2004).  
   
  Como elemento central se encuentra la inclusión del sector  privado en el manejo, la administración, y la gestión o asociación de los servicios  públicos. Estos servicios se volverán privados (a nivel local o nacional) a  partir de una ‘ruptura discursiva’ entre la idea de un Estado ‘central’ hacia  un Estado `fragmentado', es decir, `descentralizado' (De Alba, 2006). Aunque  enfocamos la gestión del agua, otros autores señalan que este proceso afectará  también la gestión de los servicios de gas, electricidad, infraestructuras y  telecomunicaciones, abiertos progresivamente al sector privado (BIT,  2003; Chevallier, 2002, pp. 224; Dauba y Rizzi, 2004, pp.  49-50; Guislain, 1997, pp. 203; Robertson, McGrane y Shaker, 2003,  pp. 9; Swann, 1988, pp. 123). 
   
  En lo que corresponde a los casos ‘tipo’ que la literatura  académica menciona principalmente, recurriremos a cuatro casos nacionales--el Reino  Unido, los Estados Unidos, Francia y Canadá--para mostrar las características de  los modos ‘en boga’ en países del Norte según la importancia y las modalidades  de inclusión del sector privado en la gestión del servicio de agua potable. Para  completar nuestro análisis, hacemos uso de tres casos de países del Sur--Bolivia,  Argentina y México--en los cuales, según las condiciones de la política local,  las modalidades de privatización tuvieron que ser adaptadas a contextos locales  de profundos cuestionamientos o que condujeron a experiencias de fracaso. 
   
  Exploramos la idea según la cual la instauración de los  modos de gestión-- inspirados del sector privado principalmente--constituye una  característica común entre los casos ‘tipo’ de los países del Norte: El  repliegue del Estado, al parecer ser mínimo, les permitió conservar la  propiedad y la explotación del servicio en cuestión o vigilar su correcta función  (BIT, 2003). Por el contrario, en los casos de los países del Sur--Bolivia,  Argentina y México--los modos de mercantilización del agua estuvieron sujetos  a las condiciones de la política local, un débil aparato institucional y las  desigualdades sociales profundas que cada caso mostró. 
							          1. El papel otorgado al sector privado 
							            Louis Gill considera que la mutación del papel del Estado  contemporáneo es generada por las políticas económicas de carácter neoliberal. Se  trata de reformas que promueven el ‘repliegue del Estado’, y un conjunto de  mecanismos que tienen por objetivo garantizar un marco estable al libre juego  del mercado donde los Estados someten toda actividad económica y social a dichas  “leyes del mercado” (Gill, 2002, pp. 9-16). Para esto, el Estado “abandona” la  reglamentación mientras que el sector privado extiende su participación. 
							             
							            Algunos autores consideran que se han hecho “todos estos  abandonos” (Lauzon et al., 1998, pp. 22-23) para “responder a las  exigencias del mercado” (Paquerot, 1996, pp. 13). Según estos autores, los Estados  han abandonado, casi completamente, su liderazgo como productores y gestores  económicos para tomar el papel de regulador, mediador y supervisor facilitándole  la entrada al sector privado (Gill, 2002, pp. 9-16; Lauzon et al., 1998,  pp. 22-23; Paquerot, 1996, pp. 13). Los  ámbitos en los cuales el Estado decide  implicar el sector privado son considerados por los gobiernos como prioritarios  en sus planes de crecimiento económico y desarrollo de la sociedad nacional. En  este sentido, este discurso adjudicará al sector privado los adjetivos de ser  un gestor eficaz, dinámico, rentable y autofinanciable. Por contraste, estarán ausentes  en la gestión pública (Cornut, 2003, pp. 77). En consecuencia, los gobiernos se   asocian con empresas privadas para  satisfacer las necesidades esenciales, pero este vínculo se traduce, en el  largo plazo, en una relación de competencia puesto que la implicación de estas  empresas, lejos de propiciar la eficacia del Estado, contribuirá, según otra  perspectiva, al cuestionamiento de las capacidades gubernamentales en la  realización de las necesidades comunes. Más aún, cuando estas empresas están  implicadas en la gestión de los factores de producción y en el suministro de  servicios esenciales y de los bienes de base esenciales al bienestar de la  sociedad, la relación empresa-Estado se vuelve entonces una relación  conflictiva más que de reciprocidad (Stopford y Strange, 1991, pp. 32-40). Esta  es una particularidad de los países del Sur, tal como lo veremos más tarde. 
							             
  Fueron los gobiernos  de Margaret Thatcher, en el Reino Unido, entre 1979 y 1990, y de Ronald Reagan,  en los Estados Unidos, que impulsaron estas reformas del aparato público  (Bishop, Kay y Mayer, 1994, pp.1; Chevallier, 2002, pp.218; Brunelle y Harvey,  2005, pp. 104; Morgan, 1995, pp. 12). Estas reformas tenían por objetivo  reducir--a veces sin eliminar--la presencia del sector público. Estas dos  administraciones consideraron el sector privado como un socio estratégico capaz  de mejorar la eficacia y la calidad de la producción de bienes y servicios  (Allington, 1995, pp. 69; Hula, 1993, pp. 27-29; Morgan, 1995, pp. 12). Sin  embargo, hay una determinada coincidencia de otros Gobiernos que adoptaron  políticas similares. La adhesión a algunos principios políticos y económicos es  un aspecto que permanece constante en la decisión de implicar el sector  privado, sea para aumentar los ingresos del Estado, sea aún para ajustarse a  los programas del FMI, del BM y de la OCDE (Carreu, 2005; Hibou, 1998; De Luca,  1998; Noiseux, 2005; Smets, 2004). Veremos a continuación algunos detalles de  cuatro casos de países que muestran los ‘modos de gestión’ principales del  servicio del agua: el Reino Unido (privatización total), los Estados Unidos (fuerte  presencia del privado pero gestión pública), Canadá (gestión integrada) y  Francia (descentralización y asociación entre los sectores público y privado). 
							          1.1 La radicalidad del caso del Reino Unido 
							            El programa de privatización en el Reino Unido en los años  1980 fue “exportado” al mundo entero. Desde 1979, este fue el primero en  comprometerse en la vía de la privatización (Chevallier, 2002, pp. 227; Bishop,  Kay y Mayer, 1994, pp. 1-5). En el caso de los servicios del agua, gas y  electricidad, este ‘modelo’ consistió en la privatización total y en la creación  de una oficina de reglamentación especializada para cada rama de actividad  (BIT, 2003).  
							             
							            En el caso del servicio de agua, la propiedad de las  instalaciones y la totalidad de las actividades vinculadas a la gestión de este  recurso se confiaron a compañías privadas reglamentadas por oficinas  especializadas (Guerin-Schneider, Nakhla y Grand d’Esnon, 2002). Se trata de  una privatización total con la venta de las redes públicas de alimentación y  de saneamiento de las aguas negras (Barlow y Clarke, 2002, pp. 136; Cowan,  1994, pp. 113-114). Para la sociedad, esto fue benéfico puesto que la mejora de  las prestaciones y de la calidad de los servicios públicos parecía evidente(1)--otro rasgo por el  cual se usaría como modelo dicha experiencia(2). Además, en el plano  del aménagement (planificación) urbana, esta nueva gestión se puso en  práctica para responder a los retos impuestos por “el impacto de las  migraciones interregionales, las dificultades de las ciudades para administrar  y financiar las infraestructuras [así como tomar] conciencia de la amplitud de  los problemas de contaminación del agua” (Drouet, 1987, pp. 12). La presencia  del sector privado indujo rápidamente la reducción del papel del Estado al  mínimo, y, por otra parte, la atribución a empresas locales de concesión de los  servicios de agua generalmente otorgadas a empresas multinacionales (Bishop,  Kay y Mayer, 1994, pp. 12). 
							             
							            1.2 El Western empresarial en los Estados Unidos 
							            Durante los años 1980, los policy makers consideraron el  sector público de los Estados Unidos como una verdadera carga administrativa  (Swann, 1988, pp. 8). Se trata de un discurso que consideraba al Estado como  una carga `costosa', que impedía la producción de riqueza y, por consiguiente,  el progreso económico de la nación (Kettl, 1995, pp. 28-39). El Western  americano comenzaba uno nuevo episodio. Algunos autores mencionan que en el caso  preciso del servicio de agua, los Estados Unidos debieron hacer frente a un  período de reorientación general tanto por lo que se refiere al modo de gestión  del agua en las ciudades como en la organización de las empresas que  contribuyeron a la organización y al funcionamiento de estas redes. La  innovación tecnológica también se reorientó para mejorar la gestión del recurso  (Drouet, 1987, pp. 5). A partir de entonces, los gobiernos locales y los estados  ofrecerán directamente los servicios a los ciudadanos (Chevallier, 2002, pp.  182-183), mismo si la participación del sector privado en los sectores públicos  será notable. Se considerará a los servicios como una misión para cada gobierno  local, y que será imprescindible para que estos establezcan una verdadera colaboración  con el sector privado--en particular con las empresas multinacionales con  las que establecieron asociaciones (Carreau, 2005, pp. 83-85). La privatización  en los Estados Unidos conoció un desarrollo rápido, principalmente al final del  siglo XX. Contrariamente a lo que se cree, la participación del Estado, en  particular en la gestión de los servicios públicos en los Estados Unidos, es  mucho más elevada que en otros sectores de la economía aunque esta `gestión  pública’ se oriente hacia principios similares a los de las empresas. 
							          1.3 El modelo de "red" en Francia 
							            Este país es reconocido como un caso representativo de la  participación del sector privado en la gestión del agua (Neto, 1998). En  realidad, el sector del agua en Francia, inscrito en el marco de amplísimo  proceso de descentralización, se organiza en redes que funcionan de manera  independiente desde hace décadas. Es decir, los municipios delegan a compañías  privadas la responsabilidad de la distribución del agua. La gestión pública  integra perfectamente el principio de descentralización y asociación entre los  sectores públicos y privado, pero los municipios conservan la propiedad del  recurso y lo administran bajo esquemas de cooperación con los departamentos y  las regiones (Bourdin, 1998, pp.2-24; Lacoste, 2003, pp. 31). 
							             
							            La descentralización es acompañada de una fuerte presencia  del poder central que desempeña el papel de supervisor dado que los municipios  tienen una libertad administrativa que les permite, a la vez, recurrir al  sector privado en el servicio de suministro y saneamiento del agua, así como  establecer un tipo de APP(3). De esta manera, el  sector de agua potable y saneamiento de las aguas negras integra una  multiplicidad de actores a los tres niveles territoriales y administrativos: el  local, el regional y el nacional. Todos ellos están vinculados a los  municipios, a las agencias estatales y a los explotadores públicos y privados  del recurso(4). Según algunos  especialistas, esto hace de Francia “el único ejemplo de gran servicio público de  red desde décadas bajo el control de los grandes grupos privados que ejercen  directamente contacto con las colectividades locales y que representan los tres  cuartos del volumen de agua potable que se distribuye” (Dauba y Rizzi, 2004,  pp. 193-194). 
							             
							            En Francia, el principio de asociación público-privada toma  forma, sobre todo, gracias a la fuerte concentración de empresas vinculadas al  agua y a las colectividades responsables del servicio público(5) (Barraqué, 1999;  Bourdin, 1998, pp. 1-7; Guerin-Schneider, Nakhla y Grand d’Esnon, 2002;  Lacoste, 2003; Martinand, 2001). Eso resulta más evidente cuando se  reconoce que 
							           
							          
                                        
                                          | […] las grandes empresas francesas de servicio público  constituyeron los motores esenciales del [crecimiento de la gestión delegada de  los servicios públicos] llevando sus conocimientos técnicos, sus técnicas  administrativas, y exportando un método jurídico de organización de las relaciones  entre las autoridades públicas y las empresas a los otros países (Auby, 1995,  pp.115-116; Bourdin, 1998, pp. 38). | 
                                         
                                       
							          1.4 El modelo de bien commun en Canadá 
							            Desde 1960, la preocupación del gobierno canadiense se  vuelca a reformar la administración pública federal con el fin de mejorar sus  mecanismos de control, y volverla más eficaz y menos costosa. El primer  antecedente de las modificaciones de la gestión pública se encuentra en la Comisión  Glassco llamada también Comisión real de investigación sobre la organización  del gobierno. Esta comisión tuvo como objetivo el cuestionamiento de la  organización y del funcionamiento del Estado respecto a la gestión de servicios  públicos fomentando una práctica descentralizada de las estructuras  administrativas canadienses(6). 
							             
							            Ciertos autores sugieren que las cuestiones relativas al  desarrollo del país y al reconocimiento del valor de los recursos naturales va  a distinguir al 'modelo canadiense' de los otros ya que favoreció una serie de  cambios institucionales. En el caso particular de  la gestión del agua, la puesta en valor de estos recursos se caracterizó por la  importancia de los proyectos estructurales y los acuerdos de división de los  costos entre el gobierno federal y los provinciales y locales. Más tarde, en 1970,  después de la adopción de la Ley sobre los recursos hídricos de Canadá (1970),  fue posible redefinir las características de la gestión del recurso (Mitchell y  Shrubsole, 1994, pp. 71). 
							             
							            A pesar de la instauración de este primer marco normativo  sobre la gestión del agua, la Comisión MacDonald concluyó en 1982 que era  necesario evaluar de nuevo algunos métodos de intervención del Estado(7). Sin embargo, el  objetivo principal de esta comisión fue promover el libre comercio con los Estados  Unidos principalmente para beneficiarse aún más de las relaciones comerciales(8). Mitchell y  Shrubsole explican que, entre 1970 y 1985, la planificación del agua pasó de una  orientación completamente pública a una orientación integrada, porque combina reajustes  estructurales y no estructurales así como una gama más extensa de acuerdos  financieros por parte de los niveles superiores de los gobiernos (Ibid:  40 -71).  
							             
							            En 1985, como resultado de la Comisión MacDonald, fue  publicado el Informe sobre la política federal del agua, llamado también Reporte  Pearse. Este informe constituye la primera etapa de la nueva orientación de la  política gubernamental del agua en este país, dada la abundancia del recurso y  la necesidad de una política para el largo plazo con el fin de garantizar una  gestión juiciosa. Este informe pone de relieve varios aspectos importantes, entre otros, la capacidad de adaptación de las instituciones públicas  reguladoras respecto a los retos ambientales,  económicos, políticos, sociales y culturales de la gestión del recurso; la importancia de una  gestión que permita la preservación del equilibrio natural de las redes  hidrográficas; la toma de conciencia de los usuarios ante el valor intrínseco  del recurso; el establecimiento de tarifas ‘convenientes’ que permitan asumir  equitativamente el costo de los servicios de agua tanto por parte de los  beneficiarios-–en función de las ventajas que obtienen–así como para la  coordinación de la gestión del recurso en todos los niveles de gobierno. No  obstante, este último aspecto constituye una de las principales características  de la política federal relativa a las aguas, es decir, el establecimiento de un  sistema de tarificación para los suministros de agua (Pearse et al, 1985). 
							             
							            A partir de 1994, el servicio de la conservación del medio  ambiente-–Ministerio del Medio Ambiente de Canadá–-es el responsable de  proporcionar un marco único para la aplicación de políticas y estrategias sobre  la gestión del agua que se avoca a la definición de los ‘costos reales’  asociados al suministro de agua para reflejar el valor intrínseco de este  recurso y utilizarlo de manera más eficaz. Los autores concluirán que este  marco tiene como objetivo crear aún más asociaciones con el fin de favorecer la  participación y la responsabilidad de los participantes, teniendo como objetivo  la eficaz gestión del recurso y la satisfacción de necesidades públicas  (Mitchell y Shrubsole, 1994, pp. 40 -71). 
							             
							            Hasta el año 2002, con la aparición del informe titulado Asociación  pública–privada (APP), se favorece la colaboración del gobierno con el sector  privado en cuanto al financiamiento de proyectos e infraestructuras. Del mismo  modo, se crea una oficina especializada (Brunelle y Harvey, 2005, pp. 104) para  supervisar el funcionamiento de este mecanismo de gestión(9).  Las APP sitúan al sector privado en un conjunto de ‘esquemas contractuales’  establecidos para financiar, construir y explotar los servicios públicos. En  dichos sentidos, concluyen algunos autores, el acuerdo del gobierno con el  sector privado deriva de políticas de descentralización del servicio público  donde los municipios adquieren un determinado poder decisional así como nuevas  competencias(10) (Brunelle, Harvey y  Bédard, 2005; Guerin-Schneider, Nakhla y Grand d’Esnon, 2002).  
							             
							            Las APP en Canadá conceden contratos de servicios a empresas  privadas por un período determinado (generalmente menos de 30 años) para  diseñar, construir o administrar algunas actividades vinculadas a la gestión y  al suministro del recurso hídrico(11).  
							          Los casos mencionados hasta aquí representan casos  “exitosos” de reorganización de los servicios públicos que, en una modalidad u  otra, favoreceran la inclusión, la concesión o la cesión completa del servicio  a empresas privadas. En general, es quizá debido a la característica de contar  con un aparato institucional sólido que el ‘Estado central’ pasa  progresivamente a un ‘Estado descentralizado’.  
							          2. El rol dentral de Estado 
							            Las razones por las cuales el Estado contemporáneo decide  seguir o no la tendencia de la liberalización completa de los mercados  nacionales son varios. Los Estados ‘confían’ progresivamente las actividades  estratégicas a los mercados y a las organizaciones internacionales que garantizan  la soberanía de los poderes nacionales--antes la responsabilidad exclusiva del  Estado. Ello se traduce en la generalización de los ‘principios del mercado’  para concebir al agua como un bien económico-–intercambiable en función del  precio del mercado–-según la voluntad de las capacidades tecnológicas, y  sujeto a los regímenes internacionales de comercio (Cornut, 2003, pp. 72; Gill,  2002, pp. 9-16; Lauzon et al. 1998, pp.22-23; Paquerot, 1996, pp.13; Paquerot,  [en línea]).  
							             
							            Otros autores consideran que el Estado es esencial en la  gestión de los sectores de interés público y que la toma de decisiones en la  manera de administrarlos responde sobre todo a un proyecto de modernización,  pero no imcompatible con esa perspectiva. En este sentido, para dichos autores,  el Estado constituiría “una estructura institucional que garantiza la  perpetuación de un conjunto social y que posee para ello los mecanismos ideales  […] »  (Macleod, 2002, pp.60), lo que apunta claramente sobre nuestra idea de la  ‘fuerza institucional’ para desarrollar este conjunto de reformas en la gestión  de los servicios públicos. 
							             
							            Gilpin, Keohane y Nye sostienen que los Estados son  indispensables y son los actores decisivos de la mundialización de la economía  y su reglamentación política, puesto que representan el ‘lugar de mediación’  entre el interior y el exterior (citado por Chavagneux, 2004, pp.11-13;  Nonjon, 2004, pp. 138). Los Estados tienen--o deben poseer--los medios para  establecer cuadros normativos o institucionales con el fin de mantener un papel  principal y decisivo en la gestión de la vida política y económica. Por lo  tanto, la aplicación de dichas reformas mantendrá siempre un ‘centro’ en la  esfera económica y en la gestión de sectores como el agua frente a las  dinámicas de la mundialización de la economía y en las relaciones de interdependencia  que resultan. Se concluye entonces que el papel del Estado sigue siendo  primordial.  
							             
							            Según Susan Strange, el Estado decide conservar siempre una  posición central aún si se retira “por todas partes en el mundo, de las  actividades productivas en todos los sectores [estratégicos] en favor de las  empresas privadas”. Siempre según la autora, sólo en ese sentido el Estado  conservará siempre “una capacidad de influencia sobre las reglas económicas y  sociales [de los] mercados nacionales en los cuales, [el sector privado] debe  inscribirse” (Strange citado por Chavagneux, 2004, pp. 41-42)(12). Entonces, aunque  cede-–o aparentemente abandona--su papel al sector privado para implicarlo en  la gestión de los ámbitos públicos y 'disminuir' su papel,  el Estado  no permanece como un eje menos primordial. Es decir, el Estado podría estar aún  más al servicio de las empresas privadas y de los mercados financieros,  favoreciendo la competencia del mercado, la eficacia y las bajas tarifas en  beneficio de los usuarios de bienes y servicios que están bajo su  responsabilidad. En este sentido, el hecho que el Estado decida ceder algunas  actividades relativas a la gestión de los servicios públicos no significa  necesariamente menos Estado, sino un Estado diferente (Dauba y Rizzi, 2004,  pp.159)(13). El Estado  evidencia una redefinición en la gestión de los servicios públicos. Algunos  autores insisten sobre el ‘lugar central’ que el Estado debe guardar en su  gestión (Auby, 1995, pp. 64-66; Chavallier, 2003, pp. 22-23; Brunelle, Harvey y  Bédard, 2005, pp. 31). Entonces, el peso del Estado en la gestión de los  servicios sigue presente puesto que este se convierte en “un regulador,  limitándose a imponer algunas reglas del juego a los actores y esforzándose en  armonizar sus acciones” (Chevallier, 2002, pp. 235).  
							             
							            El Estado decide alejarse del papel principal de productor  que ejercía exclusivamente para jugar el de supervisor y de gerente de la  actividad económica nacional. Se puede concluir entonces que se trata de una redefinición  del Estado en la gestión de ámbitos de la vida económica nacional que antes ejercía  exclusivamente. Se trata también de una toma de posición adoptada de una  ‘ideología del sector privado’ y, sobre todo, de una ‘consideración’ de los  discursos de algunas organizaciones internacionales, como veremos enseguida.  Aunque la decisión del Estado-Nación sigue siendo ‘soberana’ cuando este decide  implicar al sector privado tomando en cuenta los discursos de aquellas (las  organizaciones internacionales), quedan algunas dudas sin resolver sobre dicha  soberanía que lleva al Estado a transformar el marco institucional en el cual  esta decisión va a fundarse. 
							          2.1 La solución situada entre los 'intermedios': las APP 
							            El Estado sigue siendo fundamental en la toma de decisiones,  se trate de una privatización total o de un tipo de asociación entre los  sectores público y privado. Actualmente los autores argumentan que las ‘modos’  de gestión de los servicios públicos son tan distintos que, su análisis es  generalmente indicador de las orientaciones de las políticas públicas de los  Estados nacionales. En este sentido, si para algunos la privatización de los  servicios públicos implica con ello el repliegue del Estado, para otros se  trata de una pérdida de la libertad de acción en la gestión de los servicios  (Chevallier, 2002, pp. 220). En este caso, antes que la gestión de los  servicios públicos haya sido reorganizada completamente, los procesos de  descentralización permitieron, a su vez, una implicación progresiva del sector  privado. Ergo, el mecanismo idóneo serán las asociaciones entre los sectores  público y privado (APP)(14), consideradas como  una tendencia `intermediaria' en la reorganización de los servicios públicos,  entre las tendencias de una privatización total y una gestión centralizada, es  decir, monopolizada por el Estado. En general, esta tendencia de la  constitución de la APP será una `nueva’ tendencia en varios países para  enfrentar los múltiples problemas generados por las protestas a la  privatización radical de los servicios públicos(15),  tal como veremos enseguida.   
							             
							            3. Cómo se presentan estas reformas en el Sur 
							            En América Latina los Estados efectuaron igualmente modificaciones  en sus ‘modos’ de formular y de aplicar las políticas públicas entre las  cuales la gestión de los servicios públicos ha sido prioritaria. Durante este  período, la región participa en un proceso de renovación estructural como  consecuencia exigida del aumento de la población, de la apertura de sus  fronteras, de la fuerte industrialización y, más tarde, de sus implicaciones en  las dinámicas de la mundialización de la economía. Chevalier menciona que, con  esto, las tendencias de la privatización de los servicios públicos se  extendieron no sólo a los sectores básicos de la economía (electricidad, gas,  petróleo, siderurgia, petroquímica, ferrocarriles, compañías aéreas) y al  sector bancario y financiero, sino también a los servicios colectivos como el  agua potable (Chevalier, 2002, pp. 240-241)(16).  Es necesario mencionar que esta ola de privatizaciones se caracteriza sobre  todo por la llegada al poder de una nueva generación de tecnócratas formados en  las grandes universidades estadounidenses (Centeno,1997). En los hechos, estas  transformaciones implicarían, a su vez, un severo cuestionamiento a la capacidad  del Estado en varios frentes de acción. En primer lugar, respecto de las  exigencias de distintos sectores de la sociedad en el fournissement de  servicios básicos, y en segundo lugar, en el establecimiento de mecanismos de  gestión de los sectores estratégicos justificando la implicación progresiva de  otros actores, léase la iniciativa privada. Esta implicación se produjo  entonces bajo un discurso de ‘reevaluación’ del papel del Estado lo que  significaba, para los equipos de gobierno, emprender una profunda  transformación de sus estructuras y sus métodos. Según veremos, este proceso se  realiza bajo la influencia, la dirección o la égida de los discursos que  evocaban la eficacia como principio y el objetivo de mejorar constantemente la  gestión estatal y la calidad de sus resultados (Chevalier, 2002, pp.15-16) y,  con ello, ampliar su participación en la liberalización de las economía. 
							             
							            Igualmente, las organizaciones internacionales (FMI, OCDE,  BM) contemplaron una estrategia de tipo liberal interviniendo más directamente  en la gestión pública (Ibid, pp. 250) de los países de la región, y teniendo  por principal objetivo luchar contra la inflación. En dicho contexto, las  políticas de transformación del Estado ‘central’ a un Estado ‘descentralizado’  pasa por tres fenómenos concomitantes: La impronta de la mundialización; la  presencia de discursos aparentemente ‘alternativos’ a la mercantilizaciôn del  agua en el discurso neoliberal; el modo de gestion dominante que promueve la privatización  total. 
							             
							            En primer lugar, estas políticas públicas se concretan en la  instauración de una serie de reformas para el saneamiento de la hacienda pública y  en la aplicación de políticas económicas que tendrán por objeto la reducción de  la pobreza. Se trata del establecimiento de una ‘plataforma institucional’ en  la cual reposan los flujos de capitales extranjeros y las transferencias de  tecnología entre países de la región. Chevalier sostiene que estas reformas  contribuirían al buen funcionamiento de la economía remediando las fallas del  mercado, actuando sobre las estructuras de la economía, y realizando las  transformaciones indispensables para la adaptación del Estado a estos cambios (Ibid.  pp. 147-168) que la mundialización impone. Los organismos internacionales  contemplarían cambios tales como la redefinición del papel y del ‘lugar’ del  Estado, de la modernización y la descentralización administrativa, de la  reducción del déficit presupuestario, así como de la liberalización de las  economías de la región (OCDE, 1992, pp. 11-21). No obstante el contexto  internacional que impone exigencias de adaptación al mercado nacional, podría  sostenerse que las transformaciones de los países del Sur resultan sobre todo  de una búsqueda por mejorar los ingresos administrativos de los  gobiernos--cuando no se aproximan a simples réplicas de decisiones tomadas en  los países del Norte--para hacer frente a los múltiples problemas que  enfrentan (De Alba, 2005). En efecto, según lo exigen las consecuencias de la  mundialización de las economías, la transformación de los Estados del Sur sería  necesaria para la entrada en la vida internacional y al mismo tiempo como  elemento clave de su modernidad.  
							             
							            Si esto es así, se trata de una forma de “dependencia  difusa” o de la repetición de modelos de organización política, pero sobre  todo, de la vulgarisation (propagación) de los ‘modos de gestión’ como adhesión  a valores promovidos por las organizaciones internacionales (Chevallier, 2002,  pp. 197-198). Sin embargo, todo eso tendría implicaciones mucho más específicas  en la organización de los Estados y en el espacio local de la adaptación  política de dichos ‘modos de gestión’. 
							             
							            En segundo lugar, esta visión mecanicista no puede ser  unívoca y entonces hablar solamente de ‘repetición de modelos’ impuestos desde  el ‘exterior’, dado que, por ejemplo, algunas otras organizaciones  internacionales son también el vehículo de discursos ‘alternativos’ que se  focalizan sobre la participación democrática de los ciudadanos. Este sería el  caso de un discurso que se refiere a los servicios públicos como ‘derechos  sociales’ y que es promovido por organismos internacionales. Aquí podría  entenderse como una “escisión” discursiva de los organismos que predican una  privatización total. En este sentido, la ONU, por ejemplo, reconoce implícitamente,  en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el derecho al agua potable  y al saneamiento como una condición previa a la realización de otros derechos  de la persona(17), lo cual hace evocar  a algunos autores una concepción más extensa de estos principios directores(18) porque se  incorpora “el agua”, al igual que “el suelo, el aire y la biodiversidad  biológica”, como indispensable para el género humano, puesto que se trata de  recursos universales (Shiva, 2003, pp. 33). Este discurso es un elemento importante  de la ‘propagación’ de ‘modos de gestion’ que perciben el agua como uno de los  recursos estratégicos de la geopolítica del poder, portadora de retos mayores  dado los contextos de precariedad que los gobiernos enfrentan (De Alba, 2007).  En dicho sentido, algunas organizaciones internacionales comenzaron a  considerar prioritarias las políticas de cuidado y conservación del ciclo del  agua, por lo que debe administrarse teniendo como objetivo el logro de los  objetivos de desarrollo. En este contexto, se argumenta que la comunidad  internacional debe desempeñar un papel principal en los esfuerzos de los países  en desarrollo (ONU, 2004; OCDE, 2003, pp. 20; The World Bank Group, [en línea];  FMI, 2000, pp. 12).  
							             
							            Igualmente, líderes de organismos como la Organización  Internacional del Trabajo (OIT) han declarado que, “el papel esencial del agua […] en  la vida y en el desarrollo de las sociedades explica el vivo interés que  suscita la propiedad y la gestión de la infraestructura y de los servicios de  distribución” (BIT, 2003). Por su parte, la OCDE, en un documento titulado Competencia  y regulación en el sector del agua, sostiene que “puesto que el agua es un  recurso raro, sería útil desarrollar su negocio para solucionar el problema de  su distribución entre los distintos usuarios” (OCDE, 2004, pp. 7-8). 
							             
							            En tercer lugar, ello deja entrever que las organizaciones  internacionales contribuyen claramente en el dinamismo de los mercados de la  región y en las tendencias de las reformulaciones de un discurso donde los servicios  públicos son considerados un eje central de los cambios en los ‘modos de  gestión’. En ese aspecto los países del Sur constituyen en ocasiones un  `laboratorio’ (De Alba, 2006) para la aplicación de dichas directrices.  Entonces, desde en un punto de vista estructural, este discurso considera el  agua como un recurso raro que todo el mundo necesita, y al cual la sociedad  debería concederle un valor monetario(19).  Al respecto, dichos organismos ‘evalúan’ la importancia del sector privado en  el desarrollo regional. Asi, la OCDE subraya la importancia de la participación  de dicho sector, principalmente en los proyectos de infraestructura (OCDE,  2005, pp. 81), mientras que el BM y el BID sostienen que puede ser motor del  crecimiento y del desarrollo sustentable. En el mismo sentido, estos bancos lo  consideran como un ‘buen socio’ del sector público (BID, 2005, pp. 1-2, 29; BM,  2005, pp.8-15). 
							             
							            Esto contrasta con los postulados de la ONU, la cual  reconoce cualidades al sector privado en la consecución de sus Objetivos de  desarrollo del Milenio (PNUD, 2005), en los cuales las políticas de gestión del  agua son centrales. Ahora bien, Chevalier sostiene que, en todos estos  discursos, “el mercado” es reconocido como “el medio más eficaz, el más  racional y el más justo para la armonización de los comportamientos de los  actores” (Chevallier, 2002, pp. 216). Igualmente, otros autores sugieren que el  sector privado ha encontrado en la gestión del agua un servicio que promete ser  de los más rentables durante los próximos años (Barlow y Clarke, 2002; Drouet,  1987; Lacoste, 2003; Laserre y Descroix, 2002; Ward, 2003).  
							             
							            Los investigadores reconocen que se trata de una ‘nueva era’  en la governance del agua y de los recursos naturales. Tal es el caso de  Tellenne y Snegaroff quienes afirman que el objetivo de este discurso es “una  privatización masiva de los recursos hídricos del planeta”, lo cual  ‘estructura’ un discurso que la considera como “la única solución...para  evitar una escasez mundial del recurso”.  
							             
							            Esta solución se justifica en la incapacidad del Estado  para enfrentar “las inversiones necesarias en infraestructuras”, y en todos los  ramos del sector (Tellenne y Snegaroff, 2004, pp.502-503). Finalmente, si los  organismos internacionales tienen un discurso según el cual “el suministro del  agua debe realizarse por las empresas privadas y el mercado abierto a la  competencia”, en particular en los países del Sur (Tellenne y Snegaroff, 2004,  pp.502-503). Ello se debe a que el mercado del agua es entonces altamente rentable  o debería serlo. Como veremos, los opositores a los proyectos neoliberales en  algunos países de América Latina ‘refutan’ este razonamiento calificando el  agua como patrimonio común de la humanidad y alegando también del riesgo de  corrupción en su gestión, o que por el aumento del costo del agua, esta podría  convertirse en un recurso prohibitivo en las grandes ciudades (Tellenne y  Snegaroff, 2004, pp. 502-503). Para ejemplificar mejor este fenómeno,  analizaremos los casos de tres países del Sur que aportan ‘otras’ experiencias  de ‘modos’ de gestión del agua en contextos de reformas neoliberales  fuertemente contestadas.  
							             
							            3.1 Argentina 
							            En este país la administración nacional entró en una ola de  medidas tendientes a la liberalización del comercio nacional, a la reducción de  los gastos del Estado y a la privatización de las empresas públicas. En los  años 1990, el presidente Carlos Menem desarrolló una serie de reformas con el  objetivo de privatizar la electricidad, las telecomunicaciones y el gas, además  de la concesión total del servicio de agua. Breuil afirma que todo eso se  realizó porque dicha administración benefició “de un clima político favorable,  lo que dio a estas medidas credibilidad y legitimidad” (Breuil, 2004, pp. 114).  
							             
							            El contrato federal por la gestión de los servicios del agua  fue adquirido por un consorcio encabezado por la empresa Suez-Lyonnaise des  Eaux, que se traduciría como Aguas Argentinas. El compromiso firmado con el  gobierno era que la empresa alcanzara un 100% de la cobertura y un 90% del  saneamiento del agua al final de la concesión, en 2023. Sin embargo, las  condiciones locales afectarían estos proyectos. En particular, muy pronto fue  evidente que las nuevas tarifas del servicio habían afectado los barrios  desfavorecidos de Buenos Aires, entre otras razones, lo que conduciría a un  fracaso visible de dichas medidas de privatización del servicio que se verían  confrontadas “a un medio ambiente incierto y dudoso” de la situación política  nacional. 
							             
							            El caso argentino, un caso de privatización total, es útil  en nuestro análisis para mostrar una decisión ‘nacional’ de la administraciónón  gubernamental que enfrentaría no sólo resistencias, sino una oposición radical a  dichas reformas en la prestación del servicio. Un dato particular es la oposición  de la población de la principal metrópolis del país: Buenos Aires. Si esto no  fuera suficiente, las reformas enfrentaron un marco institucional debilitado  que no pudo responder a coyunturas críticas de contestación. En general, la  principal razón es que estas medidas afectaron las poblaciones más  desfavorecidas a causa del aumento de tarifas. 
							             
							            3.2 Bolivia 
							            Las reformas a la gestión tradicional del agua en Bolivia  comenzaron durante los años 1990 y consistieron en contratos de concesión  clásica, es decir, donde el conjunto de la infraestructura de manejo del  servicio del agua potable seguía siendo propiedad del Estado. Se trató de una  privatización limitada en la cual el rol del Estado fue central. Podemos citar  la firma de dos contratos de este tipo: La Paz-El Alto y Cochabamba. Aunque el  anuncio de la concesión fue justificada con propósitos `sociales' (disminuir  las disparidades sociales): el objetivo anunciado del gobierno de Bolivia era  ampliar las redes de agua potable y saneamiento a los barrios pobres que  resentían una fuerte concentración de poblaciones inmigrantes. En suma, el  primer ejemplo de concesión (La Paz-El Alto) tuvo resultados relativamente  prósperos, mientras que el segundo (Cochabamba) marcó un viraje en la política  del agua en Bolivia.  
							             
							            En el caso del contrato de concesión de La Paz-El Alto, en  1997 fue licitado a la empresa Aguas del Illimani, un consorcio encabezado por Suez-Lyonnaise des Eaux. El objetivo de este contrato era cubrir al 100% el  suministro de agua potable, lo cual estaba en 87% al momento de firmar el  contrato. No parece que hubo problemas de descontento relevantes. Mientras  tanto, en Cochabamba, el contrato concedido al consorcio Aguas del Tunari--dirigido por el consorcio International Water Limited--enfrentó una fuerte  oposición social, como la de Argentina, porque la empresa aumentó las  tarifas ‘de manera desproporcionada’ y porque las mejoras aportadas al  servicio del agua fueron casi nulas. Como resultado, la empresa (y con ella el  gobierno) enfrentó una fuerte movilización de la sociedad que, con una amplia  cobertura internacional, reclamaba la mejora del servicio o la anulación del  contrato con el consorcio (De la Fuente, 2000). Dicha anulación fue efectiva en  el año 2000. Este ejemplo de una ‘privatización infructuosa’ con dosis fuertes  de contestación social ha sido utilizado de manera recurrente en los estudios  estratégicos sobre las reformas al servicio de agua. 
							             
							            3.3 México 
                                        Según la Constitución política de México, el agua es  propiedad de la nación, sin embargo por lo que se refiere al suministro de los  servicios de agua potable y saneamiento, ninguna mención se hace en la  Constitución estipulando que el servicio de agua potable es una obligación del  Estado. Después de los años ochenta, el gobierno mexicano recurre al sector  privado en forma de concesiones de algunos servicios públicos o de algunas  actividades relacionadas con la gestión del recurso (De Alba, 2007). Algunas  empresas se convierten en operadores que podrán, en lugar del gobierno, garantizar  los servicios de agua potable. Igualmente, el derecho al agua potable y a los  servicios de saneamiento no se reconoce en la Constitución aunque se reconocen  como dos aspectos importantes en los programas de desarrollo nacional. 
                                         
                                        Uno de los argumentos más frecuentemente evocados por la  tecnocracia en México en cuanto a la gestión de servicios públicos es,  precisamente, la crisis financiera del Estado para hacer frente a la ampliación  de la cobertura y al saneamiento del servicio del agua potable. A este  respecto, bajo el argumento de reducir el tamaño del gobierno, este  razonamiento propondrá la descentralización, transmitiendo a los estados las  responsabilidades en la gestión del agua. En México, aunque todo parece indicar  que los gobiernos neoliberales han sido proclives a una privatización del  servicio público del agua, hasta ahora se trata de concesiones hacia empresas  privadas, no su control absoluto (Bonaffé y Zentella, 2005).  
                                         
                                        Las subvenciones públicas para el servicio público del agua  se redujeron y dejaron de ser la principal fuente de financiamiento del sector  (Martínez, 2004). Eso favoreció la participación del sector privado y, con ello,  un consecuente aumento de las tarifas para cubrir los costos del servicio, el cual será cubierto directamente por los consumidores. Sin embargo, el actual  modelo de gestión del agua en México permanece en algunos estados como una  responsabilidad formal del gobierno, mientras que en otras la responsabilidad  se comparte con el sector privado. No obstante, el modelo de gestión aplicado  es `totalmente mercantil’, lo cual algunos estudios identifican como la causa  principal de conflictos sociales en varias regiones del país (Dávila, 2006).  Como muchos otros ejemplos, se ha analizado también el caso de las mujeres Mazahuas,  una comunidad autóctona situada en la periferia de la metrópoli de México. Este caso es considerado como una lucha por el recurso hídrico que es ‘tomado’ de su  territorio para cubrir las enormes necesidades de la principal metrópoli  mexicana (De Alba y Kloster, 2007).  
                                         
                                        Este proceso de descentralización de la administración del  servicio ocurre ‘explorando’ las condiciones locales, o en su caso, creando  experiencias ‘piloto’ en varios municipios importantes del país, lo cual parecía  dar seguridad a las administraciones neoliberales de poder controlar  ‘localmente’ eventuales protestas por el encarecimiento del servicio. Según la  revisión de la literatura que hemos hecho, no se ha encontrado ningún caso que  pueda considerarse un ‘caso nacional’ de conflicto por el agua, aparte de  conflictos en la frontera con Estados Unidos. Al mismo tiempo, si bien esto  parece ser una muestra de una acción estratégica en la gestión neoliberal  mexicana del agua, es necesario mencionar que no se tocaron casos realmente  representativos. El caso más evidente es el de la ciudad de México que vivió,  después de los años 1990, una ‘privatización discreta’ sin que fuera evidente  para la población (Bonnafé y Zentella, 2005).  
                                         
                                        Puede mencionarse que, para aplicar esta estrategia, el  gobierno local dividió en cuatro zonas la ciudad y realizó concesiones a cuatro  consorcios privados que estarían encargados del proceso de facturación y de la  instalación de medidores de consumo. El Gobierno seguía siendo el responsable  directo del servicio. En general, cada una de estas zonas aprovisionaría una  zona específica de la ciudad. Más tarde, según el gobierno del Distrito  Federal, la división en estas cuatro zonas fue considerada como necesaria  debido a la seguridad que ofrecía. Por una parte, esta división permitía una  comparación entre los resultados de las distintas empresas y garantizaba así un  diagnóstico sólido del desempeño de cada consorcio respecto a la gestión del  recurso. Por otra parte, en caso de imposibilidad técnica de una de las  empresas, uno de las otras podía tomar la responsabilidad en la zona abandonada  (Bonnafé y Zentella, 2005)(20). 
                                         
                                        Conclusiones 
                                        La dinámica de la mundialización de la economía yla gestión  de los sectores estratégicos ha significado en varios sectores de la actividad  económica el retiro progresivo del Estado. Estas dinámicas son frecuentemente  legitimadas por las organizaciones internacionales que predican un discurso en  favor de la participación del sector privado a partir de acuerdos entre el  Estado nacional (o local) y con el sector privado, tal como es el caso de los  países del Norte. Estos acuerdos se hacen, según el discurso de dichos  organismos, con el fin de lograr una mejor gestión de los servicios públicos y  mantener su importancia en la economía nacional, además de alcanzar una mejoría  en la eficiencia del Estado. 
                                         
                                        La revisión de la literatura existente y trabajada aquí nos  permite señalar que este proceso de transformación del Estado nacional-–en un  marco de reformas neoliberales--pasa por un acuerdo de cooperación entre las  organizaciones internacionales y el Estado que puede ser explicado en varios ‘momentos’  según los niveles de competencia político-administrativa que involucra. Primero,  se trata de un acuerdo que destaca las negociaciones comerciales en la  consecución de los objetivos que interesan a la comunidad internacional y a los  cuales el Estado nacional ha decidido adherir. Segundo, se refiere a un reto de  competitividad entre el Estado y el sector privado en lo que se refiere a la  gestión de la vida económica nacional. Tercero, evoca una relación competitiva  que tiene lugar dado el cuestionamiento de la eficiencia del Estado y de la  pérdida relativa de su autoridad en la gestión de los sectores públicos  (Chavagneux, 1998, pp. 58). En general, este discurso suscribe los principios  de las organizaciones internacionales relativos al éxito que se atribuye al  sector privado en la gestión de los servicios públicos que sostienen que la  gestión del Estado es débil e ineficaz. Este texto muestra con claridad que todo  ello obedece al ‘funcionamiento’ de una economía mundializada donde el espacio  nacional de decisión política permanece fragmentado (Chavagneux, 2004, pp. 4-5)  o ‘escindido’ entre la adopción de políticas que preservan un rol central al  Estado frente a otro que promueve la delegación, apropiación o concesión al  sector privado de la gestión de los servicios básicos.  
                                         
                                        Se pudo constatar que las organizaciones internacionales, el  Estado y el sector privado--cada uno en la búsqueda de objetivos particulares--establecen relaciones específicas en torno a los recursos naturales,  particularmente en el caso del agua, considerado, sin contestación, fundamental  y estratégico al igual que social y económicamente importante en el desarrollo de las  sociedades. Aquí se puso de manifiesto que, en el viraje del Estado, una  cuestión permanece central (y en muchos casos sin resolver): cómo y cuándo  ceder o no su lugar al sector privado con el objetivo de mejorar la gestión de  los sectores estratégicos.  
                                         
                                        En este texto se explicó también que la gestión del agua en  América Latina pone de relieve una transformación del Estado forjada con las  organizaciones internacionales y el sector privado. Después de un cierto éxito  de los casos ejemplares de los países del Norte, era el turno de los países del  Sur. Al menos tres elementos fueron destacados en esta discusión. En primer  lugar, la necesidad de reconocimiento de las problemáticas sociales que  enfrenta la administración pública en la gestión de servicios públicos y, en el  caso de la gestión del agua, la incapacidad de confrontar coyunturas de crisis.  En segundo lugar, cuando los gobiernos deciden emprender una transformación  para reducir su rol en la gestión del recurso con el fin de administrarlo de  manera diferente, se requiere la adaptación de algunos principios directores  que, sin que sea una mera coincidencia, son promovidos por las organizaciones  internacionales en una lógica de cooperación y obtención de beneficios. En  tercer lugar, según los casos analizados, es más o menos evidente que, si se  siguen las coyunturas particulares de cada país, los resultados no han sido del  todo óptimos, lo que sugiere como necesario revisar los ‘modos’ particulares de  operación en la `liberalización' de las economías y de los mercados. 
                                         
                                        El fracaso del modelo de la asociación pública-privada en  América Latina en materia del servicio del agua se debe a las distintas  dimensiones que debe adquirir su governance (contractuales, institucionales o  participativas) que existen en la región, dado que su aplicación enfrentó  escenarios diferentes a los que existían, por ejemplo, en el Reino Unido, los  Estados Unidos, en Francia o en Canadá, antes de la nueva gestión del servicio  de agua.  No obstante, la experiencia  permanece útil para el establecimiento de modelos futuros de una gobernanza  adaptada a las ‘dificultades nacionales’ que en ocasiones parecen determinantes  para el futuro de los modelos de gestión de los recursos, especialmente, el de  la governance del agua. 
							            
							          Notas finales 
							          
                                        
                                           1 Ver: Ofwat. 1996/97  Report on the level of service for the water industry in England and Wales. Ofwat, Birmingham, Inglaterra, 1997.   Volver 
							            
                                          2 En realidad, el programa  británico es considerado como el más antiguo, el más constante y el más  ambicioso. Eso se explica por el hecho de que más de la mitad de los servicios  públicos fueron completa o parcialmente privatizados al final del Gobierno Thatcher  (Chevallier, 2002, p. 227; De Luca, 1988).  Volver 
						                 
							            
                                          3. En efecto, los  responsables de los servicios públicos locales del agua pueden elegir entre el  sistema de gestión directa y el de gestión delegada. Observamos, en el sector  del agua potable, que la tendencia de estos últimos años muestra una  preferencia por las diferentes formas de delegación de servicios públicos. (Bourdin,  1998: 38) Para ampliar este aspecto, sugerimos Claude Martinand: La maîtrise des services publics urbains  organisés en réseaux. Conseil économique et social, Les Éditions des  journaux officiels, 2001, p, 125. Volver 
                                         
							            
                                          4. Para algunos autores,  son estos últimos los que establecen los costos de funcionamiento y de  mantenimiento de las redes, concentran los ingresos provenientes de los  servicios y gestionan los beneficios (Barlow y Clarke, 2002, p. 136).  Volver 
						                 
							            
                                          5. Este principio reposa  sobre un marco legislativo y jurídico que data de 1960 y que, en 1992, fue  perfeccionado como consecuencia de las necesidades de renovación de las  antiguas instalaciones y de inversiones para el saneamiento de las aguas  negras. (Bourdin, 1998: 1-7)  Volver 
						                 
							            
							            7 Además de esto, hay que  considerar la ola de reformas conservadoras--inspiradas de las de Margaret  Thatcher y de Ronald Reagan--que van a favorecer aun más la reducción de la  talla del gobierno canadiense.   Volver
							              
							             
							            
							            9 Ver: [en línea]  [http://www.ottawa.ca/business/p3/about/index_fr.html] y 
                                        [http://stratefis.ic.qc.ca/epic/internet/inpupr-bdpr.nsf/fr/Home]  consultado el 6 de marzo de 2006.  Volver 
							            
                                          10 Ver: Jaglin, Sylvie. (2005).  «Gouvernance des services d'eau urbains en Afrique subsaharienne»,  Conferencia, Université de Montréal, Montréal.  Volver 
						                 
							            11 Las APP para el  aprovisionamiento de agua en Canadá se concentran en comunidades medianas.  Estos contratos representan una pequeña proporción de los consumidores de agua.  En las grandes ciudades, la mayor parte de los sistemas de aprovisionamiento de  agua son públicamente controlados, pero en Halifax y en Hamilton, por ejemplo,  la gestión del agua funciona bajo el modelo de una APP (Halifax Regional  Environmental Partnership y American Water Services, respectivamente).  Ver: Bakker, Karen (2005). «Canada and the new American  empire», [en línea] [ http://www.geog.ubc.ca/~bakker/PDF/Cda-New-Empire.pdf] consultado el 4 de  febrero de 2007   Volver 
							            
                                          12 Strange explica además que, para esto, el sector privado  es llamado a ‘enmarcar’  las funciones del Estado en la división de los sectores que este decide ceder,  y que corresponden generalmente a la gestión de los ámbitos donde guarda un  papel central. Esto es, en las dinámicas de una economía mundializada, hay  efectivamente varios Estados y actores políticos internacionales diferentes a  los Estados (Id), que están en plena  situación de interdependencia, cooperación y negociación constante. Por consiguiente, el  Estado se centra en ámbitos específicos de eficacia para mejor responder a las  exigencias de la descentralización implicando el sector privado en la gestión  de otros ámbitos (Nonjon, 2004, pp. 129).  Volver 
						                 
							            
                                          13. Esto es, el Estado, el  sector privado y las organizaciones internacionales están tratando de regir una  tendencia en boga desde hace algunas décadas que permanece  prácticamente nueva respecto el aprovisionamiento de los servicios públicos. Antes,  esta tarea era una exclusividad del Estado. Es lo que algunos autores definen  como la gobernanza mundial. Este  concepto podría explicarse como un “proceso continuo de cooperación y de  acompañamiento entre los Estados y las instituciones oficiales” (Nonjon, 2004,  pp. 116), del cual es difícil escapar sobre todo con el dinamismo de la  mundialización de la economía.  Volver 
						                 
							            
                                          14 Para otra lectura sobre  las formas de gestión de los servicios públicos y de la participación del  sector privado, ver Robertson, McGrane y Shaker, 2003.  Volver 
						                 
							            
                                          15 Otros autores analizan  las APP a partir de tres perspectivas. Primera, los autores sitúan la  participación del sector privado en un conjunto de esquemas contractuales  puestos en marcha para financiar, construir y explotar los servicios públicos.  Segunda, las actividades como la producción, el transporte y la distribución  son aspectos analizados separadamente en ciertos sectores como el agua--considerados como prioritarios para el Estado. Y, tercera, las APP siguen los  principios de eficacia, de eficiencia y de economía (Brunelle, Harvey y Bédard,  2005; Guerin-Schneider, Nakhla y Grand d’Esnon, 2002). En esta última forma de  gestión, será siempre necesario para el Estado conservar una cierta propiedad  puesto que debe poner en práctica ciertos mecanismos para asegurar el control,  el seguimiento y la reglamentación del funcionamiento de las APP.   Volver 
						                 
							            16 Según el balance de la  BM, los programas más bastos de privatización fueron efectuados en América  Latina, región que acumuló mas de la mitad (178 mil millones de dólares) de  ingresos que todos los paises en desarrollo hayan podido obtener de estas  operaciones--principalmente en Brasil (71 mil millones), en Argentina (44.5) y  en México (31). Hay que mencionar que 76% del monto de estas operaciones fue  financiado por los capitales extranjeros reforzando así el grado de penetración  de estas economías (Chevallier, 2002, pp. 240-241).   Volver
							              
							             
							            17 Art. 25: “ Toda persona tiene derecho a un nivel  de vida suficiente para asegurar su salud, su bienestar y el de su familia,  principalmente por la alimentación, el vestido, la habitación, los cuidados  médicos, así como los servicios sociales necesarios” (ONU, 1997). Además, en  diciembre 2002, el Comité de los derechos económicos, sociales y culturales de  las Naciones Unidas declaró que “el derecho al agua [es] una condición necesaria  para la realización de los otros derechos del hombre” (UNESCO, 2003, pp. 52).   Volver
							              
							             
							            18 El mantenimiento de la  paz y de la seguridad internacional, el respeto al principio de la igualdad  de los derechos de los pueblos y de su derecho a ejercerlos; el respeto de los  derechos del hombre y de las libertades fundamentales, así como la continuidad  de los fines comunes. Art. 1.1,  1.2, 1.3 y 1.4, respectivamente (ONU, 2005).   Volver
							              
							             
							            19 Para algunos  especialistas, el mercado del agua ha sido estimado en 1000 millares de dólares  (UNESCO, 2003, pp. iv). Sin embargo, algunos autores consideran que la  introducción de la competencia en la gestión del agua y del saneamiento ha sido  difícil, dado que estos dos sectores son menos atractivos para las inversiones  que las telecomunicaciones o la energía, por ejemplo (Roger, 1999 ;  Savedoff y Spiller, 1999).   Volver
							              
							             
							            20 El sector privado  participa de esta gestión por medio de concursos gubernamentales en los cuales  los servicios asignados son especificados en términos de tareas a llevar a cabo  durante un periodo de 10 años. En 2004, los contratos firmados en 1993 entre el  gobierno y los cuatro consorcios fueron renovados bajo la modalidad de  “concesiones de servicios” (Bonnafé y Zentella, 2005).    Volver
							              
                                          
                                          
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